Tartessos, la gran promesa
No sabemos si fue una ciudad o toda una civilización rica, culta y próspera, con alfabeto propio y leyes escritas. Pero sí que existió, en algún lugar de la costa atlántica andaluza, hasta el siglo VI a.C.
Tartessos es el gran reto y la gran promesa de la arqueología española. Su asignatura pendiente. Es como si supiéramos que hay un tesoro enorme enterrado en nuestro jardín, un tesoro que todos nuestros vecinos buscarían con ansia, pero que nosotros no apreciamos lo bastante como para ponernos a buscarlo en serio. Porque si lo hubiéramos convertido en un propósito colectivo nacional, si alguno de nuestros sucesivos Ministerios de Cultura hubiese comprendido la repercusión del posible hallazgo, hace tiempo que se habrían puesto en marcha comisiones interdisciplinares de estudio con el objeto de encontrar la joya de nuestro patrimonio arcaico. Y tal vez lo hubieran conseguido. O estaríamos más cerca de conseguirlo. Por el testimonio de numerosas fuentes escritas milenarias dignas de crédito, nos consta que desde una fecha indeterminada hasta el siglo VI a.C. existió una ciudad –o tal vez toda una civilización rica, próspera y culta, con alfabeto propio y leyes escritas– en algún lugar de la costa atlántica andaluza, entre la desembocadura del río Guadiana y el peñón de Gibraltar. Todas las referencias antiguas la consideran un emporio de riqueza, una especie de país de Jauja, y sin duda hubo una razón para ello. Durante más de mil años, el único metal utilizado en el mundo para producir armas y herramientas fue el bronce, una aleación de cobre y estaño. Y el cobre abunda, pero los yacimientos de estaño europeos se encuentran en la vertiente atlántica y faltan por completo en el Mediterráneo.
LA TARSIS BÍBLICA Y EL GRIEGO KOLEO
En alguna fecha indeterminada del II milenio a.C. hubo de producirse el inevitable contacto comercial entre los productores de estaño atlánticos y los ávidos compradores mediterráneos de ese metal, contacto que daría paso al establecimiento de un punto fijo de venta en un lugar remoto, en el confín occidental del mar, al que la Biblia llama Tarsis. La competencia entre los pueblos mediterráneos por la adquisición del estratégico estaño debió de ser feroz, y al final fueron los semitas quienes se impusieron, asentándose en la zona
Todas las fuentes antiguas que hablan de Tartessos la consideran un emporio de enorme riqueza
y prohibiendo la navegación por aquellas aguas. Primero fundaron Gadir, en el Atlántico, y después Cartago, una estación intermedia en el largo viaje a Gadir. El acceso al extremo oeste del mar quedó taponado durante siglos para el resto de los pueblos mediterráneos. Pero en el siglo VII a.C. se produjo una filtración. Un mercante griego de Samos, impulsado por un viento de levante irresistible, atravesó accidentalmente el Estrecho ( las Columnas de Hércules) y arribó a las costas de un país occidental desconocido llamado Tartessos, donde fue bien recibido. Era un mercado virgen para los griegos, y cuando el mercante volvió a Samos cargado de plata blanda, su armador, Koleo de nombre, se convirtió en uno de los hombres más ricos de su tiempo.
DESCUBRIMIENTO OFICIAL DE TARTESSOS
Tres generaciones más tarde, los griegos de Focea, cerca de Samos, se establecieron en Marsella, adonde llegaba por tierra el estaño del norte de Francia a lomos de caballerías. Pero en el año 546 a. C., focenses, samiotas y el resto de los jonios, en la costa del Asia Menor, se vieron presionados por los persas, que desde el interior de Anatolia se les echaban encima amenazando con arrojarles al mar. Necesitaban buscar nuevos territorios a los que emigrar en masa, y entonces fue cuando los colonos focenses de Marsella recibieron una oferta inusitada: el rey de Tartessos les ofrecía instalarse libremente en su territorio. La oferta llegó a la Jonia, y allí decidieron enviar una embajada a Tartessos para informarse y sopesar la posibilidad de establecerse al otro lado del mar, lejos para siempre de la amenaza persa. Según cuenta Heródoto, este viaje supuso el descubrimiento oficial de Tartessos. El rey Argantonio los trató con gran deferencia y les permitió explorar su reino para escoger un asentamiento. Cuando los griegos comprendieron que el verdadero propósito de Argantonio era interponerlos entre ellos y sus vecinos fenicios de Cádiz, se despidieron pretextando que debían regresar para defender su ciudad de los persas. Entonces, Argantonio, como último gesto de amistad, les llenó la nave de plata blanda para
que reforzaran con ella los muros de su ciudad. Después de esto, la única noticia plenamente histórica que tenemos de Tartessos es que los focenses, en el año 540 a. C., ya con el enemigo persa a las puertas, desistieron de emigrar a Tartessos al saber que Argantonio había muerto. Todo esto lo cuenta Heródoto y es absurdo considerarlo una invención por su parte. Sin duda la ciudad existió, tuvo un rey y estaba más allá de las Columnas, a un día de marcha del Mediterráneo. El primer mapamundi conocido, que elaboró Hecateo de Mileto poco después de que tuviese lugar la expedición focense al reino de Argantonio, sitúa a Tartessos más allá del Estrecho, en la Andalucía atlántica. Pero ¿dónde, exactamente?
UN POEMA CON DATOS E INCÓGNITAS
Para intentar responder a esa pregunta hay que acudir a otra fuente. Se trata de OraMaritima, un poema griego del siglo VI a.C. traducido y retocado por un erudito latino del s. VI de nuestra era llamado Rufo Festo Avieno. El original griego fue un documento, hoy perdido, que consignaba las etapas de un viaje por mar entre Marsella y Tartessos, con el valor inapreciable de que fue escrito en el siglo VI a. C., cuando Tartessos aún existía. En él se explica cómo llegar a Tartessos y se describe su entorno geográfico, pero plantea dos problemas considerados insolubles: los nombres de los lugares que menciona no se corresponden con los actuales y las distancias que los separan están expresadas en singladuras (días de navegación), una cifra muy difícil de establecer. Así y todo hay tres accidentes identificables con seguridad en Ora Maritima: la desembocadura del Guadiana, el estrecho de Gibraltar y la propia ciudad de Marsella.
EN TORNO AL CABO DE TRAFALGAR
Por otro lado, analizando el texto es posible establecer de manera indirecta que la distancia entre Gibraltar y Marsella se cubría en nueve días de navegación. Esa distancia es de unas 800 millas náuticas, de modo que la singladura media era de unas 90 millas, cifra aceptable para aquellas embarcaciones. Pues bien: de acuerdo con el viejo derrotero, la frontera occidental de Tartessos se encontraba detrás de un cabo – el cabo Sagrado de Saturno–, a un día de navegación al este del Guadiana. Si transportamos 90 millas en esa dirección iremos a caer en el cabo de Trafalgar, que es el único promontorio de fuste en la costa atlántica andaluza. Ora Maritima aporta además varios detalles del cabo Sagrado que solo encuentran sentido en Trafalgar. Entre ellos sus formidables acantilados, únicos también en toda aquella costa, y la afirmación de que junto al cabo hierve el mar, exactamente la misma expresión que siguen usando hoy los pescadores de la zona para referirse al hilero de
El original griego del poema Ora Maritima describía un viaje por mar entre Marsella y Tartessos
corrientes más potente de Europa, que se encuentra en Trafalgar. Además, menciona la existencia en el cabo de un templo elevado a una deidad del más allá, y Trafalgar fue conocido hasta el siglo XVIII como el cabo del Templo de Juno.
COINCIDENCIAS RAZONABLES
Una vez establecido el valor de la singladura a través del propio documento, la situación de Tartessos queda mucho más acotada: al este de Trafalgar, o sea, en el Estrecho, detrás de las Columnas. Esta ubicación coincide con el informe de Ora Maritima acerca de que la distancia entre Tartessos y el Mediterráneo se cubría en un día de marcha, o sea, en torno a los 40 km. Pero además, de acuerdo con dicho texto, la ciudad perdida estaba asociada a tres elementos acuáticos: un río – el Tartessos–, una marisma llamada Erebea, muy próxima al cabo de Saturno, y un lago al que Avieno llama Ligustino. Ante un mapa, se advierte que el único río de fuste en aquella zona es el actual Barbate, que desemboca junto a Trafalgar formando una marisma y que hasta mediados del siglo pasado alimentaba también a la mayor laguna de toda España: La Janda. Estas coincidencias convierten al Barbate en el candidato más razonable para ser identificado como el río Tartessos de acuerdo con Ora Maritima, en detrimento de la opinión secular que lo ha venido identificando con el Guadalquivir desde los tiempos de Adolf Schulten [ ver recuadro pág. 101], quien buscó la ciudad en aquella zona sin éxito alguno. Es un error comprensible, dado que este último río, grande y navegable hasta muy arriba, parece el más adecuado para sustentar una civilización importante. Pero hay varias razones para descartarlo como el Tartessos que describe Ora Maritima: la primera es que no existe cabo alguno entre el Guadiana y el Guadalquivir; la segunda, que la distancia entre ambas desembocaduras, de acuerdo con la magnitud hallada para la singladura, se cubriría tan solo en medio día de navegación, y la tercera, que si Tartessos hubiera estado en el Guadalquivir de ninguna manera podrían salvarse en una jornada de marcha por tierra los 120 km que median desde allí al Mediterráneo. Además, hay otros da-