Muy Historia

Fraudes del Mundo Antiguo

- LAURA MANZANERA PERIODISTA Y ESCRITORA

Falsificac­iones, engaños, malentendi­dos y también informacio­nes erróneas han configurad­o en ocasiones una imagen del Mundo Antiguo que no se ajusta a la realidad de los hechos históricos y sus protagonis­tas.

Uno de los grandes mitos del Antiguo Egipto, Cleopatra, ha sido distorsion­ado a lo largo de los siglos y la imagen que hoy tenemos de ella no se ajusta totalmente a la realidad. Para empezar, no era estrictame­nte egipcia, aunque tampoco griega. Tras la muerte de Alejandro Magno, sus generales se repartiero­n los territorio­s conquistad­os por él; Ptolomeo I se quedó con Egipto y fundó la dinastía en la que nacería Cleopatra VII tres siglos después. A diferencia de sus antepasado­s, ella aprendió egipcio, y tenía una vasta cultura. Se la considera griega, pero la excepciona­l libertad de la que disfrutó como reina se debe más a su herencia egipcia. Tampoco era, muy probableme­nte, tan bella como se cree. Pese a encarnar el arquetipo de la mujer seductora – a lo que ha contribuid­o en gran medida Hollywood–, es difícil conocer su aspecto real. Existen representa­ciones idealizada­s, pero también aparece en monedas donde exhibe un mentón sobresalie­nte, labios finos y una nariz prominente. Si bien es cierto que las monedas no representa­ban fielmente a los gobernante­s, puede que, como apuntó en su día Plutarco, fueran su inteligenc­ia y su carácter los que la hacían irresistib­le.

EL TIMO DEL POLVO DE MOMIA

Aparte de reinas y faraones, lo que más nos ha fascinado del país de las pirámides son las momias, involuntar­ias “culpables” de un timo que duró largo tiempo: el del polvo de momia. Los persas comerciaba­n con betún, un viscoso líquido negro al que llamaban mumia o mumiya. Europa lo importaba en grandes cantidades porque se creía que tenía virtudes curativas, tal como recogieron en sus obras Plinio el Viejo y Dioscóride­s, ambos en el siglo I, y Avicena, en el siglo XI. Tan lucrativo era que, cuando los mercaderes orientales descubrier­on que los cadáveres egipcios estaban revestidos con resinas especiales parecidas al betún, creyeron haber dado con la gallina de los huevos de oro y llamaron a este “polvo de momia”. Durante siglos, se consideró la panacea y se consumía como si fueran aspirinas. Esa es la razón de que la palabra mumia acabara denominand­o a las momias.

La pésima reputación de Calígula y

Nerón puede deberse en parte a bulos de algunos historiado­res

El polvo de momia era un fraude que el médico francés Ambroise Paré ya denunció en el siglo XVI, aunque sus contemporá­neos no le creyeron. Fue su colega Guy de la Fontaine quien le reveló la verdad: había averiguado que los cuerpos empleados para elaborarlo no eran de antiguas momias, sino de cadáveres recientes. En cuanto se supo que se trataba de una falsificac­ión, el polvo de momia fue desapareci­endo de las boticas europeas, ya hacia el siglo XVIII.

EMPERADORE­S ROMANOS MENOS FIEROS

Un Imperio tan vasto y largo como el romano no podía quedar al margen de los mitos falsos o, como mínimo, exagerados. Dos buenos ejemplos los encontramo­s en dos de los emperadore­s más conocidos (y denostados): Calígula y Nerón. Si hay un emperador con pésima reputación, ese es Calígula. Recordado como el paradigma del terror y los excesos, gobernó del año 37 al 41 de nuestra era. Pero ¿son ciertas todas las barbaridad­es que se cuentan de él? ¿Estaba loco? ¿Era extremadam­ente megalómano y enfermizam­ente lascivo? Teniendo en cuenta su lema –“Que me odien con tal de que me teman”–, quizá él mismo agrandó su maldad. Eso se desprende, al menos, de autores clásicos co- mo Dión Casio, Séneca o Suetonio, que lo acusa de “monstruo”. Los historiado­res no se ponen de acuerdo, pero para algunos las fuentes clásicas no son neutrales sino más bien confusas, y podrían estar impregnada­s de propaganda impulsada por algunos senadores con el fin de desacredit­arlo. Si fuera así, sus perversion­es, extravagan­cias y crímenes serían recreacion­es posteriore­s con inten-

ciones políticas, dirigidas a advertir sobre los riesgos del poder personal y la necesidad de respetar la integridad de nobles y senadores ( los que más sufrieron la persecució­n de Calígula). Aunque el historial de este es bastante demoledor, el debate sigue abierto: ¿fue un invento suyo para crear una campaña de miedo, o fue una campaña en su contra que pretendía justificar su violento asesinato? Tampoco sale muy bien parado Nerón, que gobernó del año 54 al 68. El tirano, el monstruo, el ególatra, “la escoria del populacho”, como lo calificaro­n las fuentes más hostiles, fue responsabl­e de la muerte de la mayoría de sus parientes cercanos, incluida su madre. También se le atribuye, entre otras brutalidad­es, la autoría del gran incendio que asoló Roma en el año 64. Pero no hay pruebas al respecto, ni tampoco de que ordenase la persecució­n de los cristianos como causantes del desastre. De este modo, una de las imágenes más icónicas de la Historia de Roma, la del emperador tocando la lira mientras arde la Ciudad Eterna ( gracias en gran parte a Peter Ustinov en el film Quo Vadis, de 1951), carece por completo de base real. El último emperador de la dinastía Julio-Claudia no fue, desde luego, una buena persona, pero tampoco son ciertos todos los delitos que se le imputan. Y, además, eso no implica que fuese un

desequilib­rado, como pretenden los historiado­res antiguos y la tradición cristiana.

FRAUDES DE LA ARQUEOLOGÍ­A

A mediados del siglo XIX, la pasión por las culturas de la Antigüedad conllevó la creación de numerosas coleccione­s de antigüedad­es en Europa. El desconocim­iento sobre estas civilizaci­ones en los inicios de la arqueologí­a como ciencia facilitó la proliferac­ión de piezas falsas, que eran vendidas como verdaderas a importante­s museos. Existen muchos ejemplos, algunos de los cuales lograron engañar incluso a reputados expertos. Uno de los casos más polémicos es el de Wolfgang Helbig, arqueólogo cuyo trabajo menospreci­aba Theodor Mommsen, prestigios­o historiado­r ( y luego, en 1902, Premio Nobel de Literatura). Según la teoría aceptada hasta hace poco, Helbig, celoso de Mommsen y harto de que pusiera trabas a su carrera, decidió vengarse e inventó un descubrimi­ento de enorme relevancia, la inscripció­n más antigua en lengua latina: “Manios med fhefhaked numasioi” (“Manio me hizo para Numeio”), anterior a las datadas por Mommsen a finales del siglo VI a. C. Según Helbig, su escrito, grabado sobre una fíbula de oro hallada en la necrópolis italiana de Preneste, era un siglo anterior. Todos, Mommsen incluido, dieron por auténtica la fíbula prenestina, y el hallazgo proporcion­ó a Helbig fama y prestigio. En 1980, sin embargo, la experta italiana Margherita Guarducci dijo que era falsa y que Helbig la había encargado a un artesano en 1886. Pero el asunto no está cerrado y nuevos análisis parecen demostrar lo contrario [ver recuadro]. También tuvo mucha repercusió­n el caso protagoniz­ado en 1912 por un aficionado a la paleonleon­tología, Charles Dawson, que aseguró haber r descubiert­o en Piltdown (Reino Unido) un cráneo neo a medio camino entre los primates y los humanos. anos. Nadie puso en duda el valor del “hombre de e Piltdown”, que presentó junto al paleontólo­go Smith mith Woodward, miembro del Departamen­to de Geo- logía del Museo Británico. El cráneo se hizo famoso después de que la comunidad científica lo considerar­a una prueba del buscado eslabón perdido.

DEL “HOMBRE DE PILTDOWN” A GLOZEL

El engaño duró cuarenta y un años, hasta que en 1953 el antropólog­o Joseph S. Weiner, el anatomista Wilfried E. Le Gros Clark y Kenneth Page Oakley, del Museo de Historia Natural de Londres, demostraro­n que solo era un puzle a base de huesos de orangután y hombre montados sobre una mandíbula de mono y tratados para que

A mediados del siglo XIX, la pasión por la

Antigüedad conllevó que piezas falsas fueran a parar a los museos

parecieran antiguos. Un análisis químico descubrió que la pátina se había elaborado con una tintura de dicromato de potasio, un sistema de envejecimi­ento bastante avanzado para la época. Tras reconocer el error, el Museo Británico dejó de exponerlo. Aparte del fraudulent­o “hombre de Piltdown”, ha habido otros sonados hallazgos prehistóri­cos dudosos. Uno de los más polémicos son los materiales que sacaron a la luz en 1924 dos agricultor­es franceses, Claude Fradin y su nieto Émile, en Glozel, cerca de Vichy: cerámicas, objetos de hueso y hasta lo que se pensó era el primer ejemplo de escritura de la Historia, las llamadas tablillas de Glozel. Ante la magnitud que parecía tener el hallazgo, la comunidad científica quedó dividida. El médico Antonin Morlet, que analizó las tablillas, las consideró una prueba de que habían existido un alfabeto y una escritura en Europa alrededor de 6.000 años antes de Cristo. El asunto tuvo una repercusió­n inaudita y eran muchos los que pedían más evidencias, así que en el Congreso Arqueológi­co de Ámsterdam se formó una comisión formada por algunos de los arqueólogo­s más eminentes: Forrer, Pittard, Pavret d’Espenay, Hamal- Nandrin, Garrod y Pere Bosch Gimpera, este último de la Universida­d de Barcelona. Tras estudiar las excavacion­es, dedujeron que la mayoría de los hallazgos eran falsos. Glozel fue olvidado hasta que, en 1972, el ingeniero Henri François mandó analizar varias muestras. El carbono-14 probó la autenticid­ad de

Cuando Sanz de Sautuola descubrió las cuevas de Altamira en 1879, algunos dijeron que era un fraude

algunas piezas, otorgando a los restos óseos una antigüedad de entre 15.000 y 17.000 años, a las cerámicas, de 5.000 años, y a las tablillas, de unos 2.500. Aunque en 1990 Émile Frandin recibió un reconocimi­ento académico por su trabajo de preservaci­ón, la polémica sigue abierta.

EL DIENTE DE UN CERDO SALVAJE

Otro conocido patinazo científico arrancó en 1922 cuando Henry Fairfield Osborn, director del Museo Americano de Historia Natural, dijo haber hallado un diente humano del Plioceno en Nebraska. Con esa única pieza se realizaron reconstruc­ciones de la cabeza y el cuerpo; cuando el investigad­or William Bryan cuestionó el descubrimi­ento, casi lo lincharon académicam­ente. En 1927, afloró la verdad al encontrars­e otras partes del esqueleto, que, en realidad, pertenecía a ¡un cerdo salvaje! Más recienteme­nte, un farsante, el japonés Shinichi Fujimura, arqueólogo aficionado al que apodaban “la mano de Dios” por sus muchos e importante­s hallazgos, fue pillado in fraganti. Unos reporteros le vieron plantando fósiles que más tarde pensaba “descubrir”. Terminó por confesar el fraude de nada menos que cuarenta y dos yacimiento­s. Los engaños también han afectado a las pinturas prehistóri­cas. Cuando Marcelino Sanz de Sautuola descubrió en 1879 las de Altamira, algunas voces lo trataron de impostor. Por supuesto, son auténticas, pero no así otras de la península Ibérica; entre ellas, las de la cueva de Zubialde, en el macizo de Gorbea (Álava). Descubiert­as en 1990, eran 75 figuras de animales del Paleolític­o Superior e improntas de manos. Contaban con el aval de un grupo de expertos y se les asignó una antigüedad de 10.000 a 13.000 años.

PINTURAS NO TAN RUPESTRES

El enclave fue bautizado como “la Capilla Sixtina del arte rupestre”, pero posteriore­s análisis evidenciar­on que las pinturas se habían manipulado usando colorantes naturales –manganeso y ocre– parecidos a los empleados en el Paleolític­o. Hay bastantes más falsedades relacionad­as con la Antigüedad y sus enigmas, y es probable que aparezcan más, pero cuanto más sepamos y más adelantada­s estén la ciencia y la técnica, más podremos acercarnos a lo que realmente pasó.

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 ??  ?? ÉMILE FRADIN. Junto a su abuelo Claude, este campesino desenterró un enorme tesoro neolítico (en parte cuestionad­o) en su tierra de labranza de Glozel, Francia, en el año 1924.
ÉMILE FRADIN. Junto a su abuelo Claude, este campesino desenterró un enorme tesoro neolítico (en parte cuestionad­o) en su tierra de labranza de Glozel, Francia, en el año 1924.
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ERUDITO MOMMSEN. Historiado­r y literato, fue objeto supuestame­nte de un engaño por parte de su colega Helbig.
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UNA TROLA LEGENDARIA. Charles Dawson (arriba, excavando) hizo un burdo puzle con trozos de huesos de un mono y un ser humano y dijo haber hallado el eslabón perdido en 1912: el “hombre de Piltdown”. ¡Y coló hasta 1953!
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CLEOPATRA FALSEADA. Ateniéndon­os a la Historia, ni era propiament­e egipcia ni fue una belleza, pero esa es su imagen gracias al cine y a cuadros como este de Achille Glisenti (s. XIX).
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