Mi héroe histórico
“Su tumba es tan enigmática como él”
El verano de 2002 fue especial para mí. Llevaba meses inmerso en el estudio de la vida y obra de Leonardo da Vinci y decidí visitar su tumba en el valle del Loira. El autor de LaGioconda había conseguido encandilarme con los enigmas que insertó –yo creo que deliberadamente– en su mural de La ÚltimaCena, en Milán, al que dos años después terminaría dedicando mi novela Lacenasecreta.
Al llegar a su última morada, me contaron que el escueto nicho en el suelo de la capilla de St. Florentin de Amboise había sido saqueado por las tropas de Napoleón. Se cree que fueron ellos los que se llevaron su cráneo, seguramente para algún “buen pagador” de la época adepto a la frenología. Ya saben: aquella falsa ciencia que creía poder distinguir a un criminal o a un genio solo por la forma de su cabeza.
TRES MISTERIOSAS SÍLABAS
Fue un pobre botín. Los profanadores no dieron con nada que recordara al talento que emborronó más de 13.000 páginas con sus notas científicas y artísticas, que nos legó una veintena de impagables cuadros y 28 códices de incalculable valor. Tampoco encontraron joyas ni tesoros. “Solo” tropezaron con los restos de una lápida rota en la que se adivinaban tres sílabas sueltas: “EO... DUC...VINC”. Y dedujeron que era todo lo que quedaba del nombre de “LEONARDUS VINCIUS”. Sin embargo, las sílabas no coincidían del todo... y el caso sigue sin resolverse. Sonreí. A Leonardo siempre le gustaron esas ambigüedades.