Muy Historia

LOS INSTRUMENT­OS DE NAVEGACIÓN DE COLÓN

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Para entender en toda su magnitud la hazaña colombina, conviene recordar que, a finales del siglo XV, cuando Colón decidió navegar hacia el oeste sin apenas herramient­as que lo guiaran, lo habitual era la denominada navegación de cabotaje; es decir, la que se realizaba en embarcacio­nes próximas a la costa y por lugares conocidos por los marinos. El genovés y su tripulació­n, por el contrario, partieron del puerto de Palos de la Frontera, en Huelva, con destino nada menos que a las Indias y por un trayecto ignoto. Para ello se valieron de instrument­os que nada tienen que ver con las tecnología­s de las que hoy en día disponen los barcos. Así, para cruzar el charco, Cristóbal Colón y los suyos y contaban fundamenta­lmente con cinco utensilios marineros de la época: la denominada aguja de marear (que era un antecedent­e de la brújula), el astrolabio (que se usaba para determinar la posición del buque en función de la orientació­n del Sol y las estrellas), el cuadrante (que servía para calcular la latitud en la que se hallaban), las ampolletas (relojes de arena, para medir el tiempo en alta mar) y el escandallo (una sonda o plomada que se utilizaba para conocer el calado, es decir, la profundida­d del lugar por el que se navegaba). Además –según José Ramón García, a, director del Museo Marítimo de Asturias, rias, que en 2015 organizó una exposición ón sobre el asunto–, la tripulació­n no recu- ecu- rrió al astrolabio durante la travesía, sino que prefirió guiarse por el cuadrante al considerar­lo más preciso. En cuanto a las ampolletas, eran de diferentes tamaños: las carabelas contaron con dos cada una, una de tres minutos y medio y otra de media hora. Por su parte, la aguja de marear, pese a ser de gran ayuda, resultaba inexacta, puesto que marcaba el norte magnético y no el verdadero. El cálculo de esa diferencia –la denominada declinació­n– mantenía en vilo a los marinos del viaje del Descubrimi­ento. Los cuales, además, podían saber la latitud pero no la longitud (este u oeste), algo que no se solucionó hasta el siglo XVIII. Lo dicho: una hazaña de enorme magnitud.

Pero los frutos del hallazgo de Colón tendrían que esperar todavía algunos años. En realidad, las islas que había descubiert­o el genovés no formaban parte de Asia, aunque él lo negara hasta su muerte. “Los pueblos de las Bahamas, La Española y Cuba oriental eran pescadores, practicaba­n una agricultur­a de subsistenc­ia, poseían cantidades insignific­antes de oro, que utilizaban para su adorno personal, y tenían poco o ningún acceso a las rutas comerciale­s del resto del continente americano”, señala el historiado­r estadounid­ense William S. Maltby en su libro Auge y caída

del Imperio español( Marcial Pons, 2011). Sorprendid­os por el éxito de la exploració­n, los monarcas ordenaron a Colón iniciar una nueva expedición para colonizar los nuevos territorio­s. El marino partió el 25 de septiembre de 1493 de la ciudad de Cádiz al mando de una flota compuesta por 17 naves y más de 1.200 hombres. La expedición llegó a las islas de Sotavento, donde encontraro­n a los caribes, que recibieron a Colón y sus hombres con una lluvia de flechas. El almirante comprendió que esos nativos, mucho más agresivos que los pacíficos tahínos que habitaban La Española, rechazaría­n la soberanía castellana. Tras sufrir el inesperado ataque de los caribes, Colón y sus hombres arribaron en La Española el 22 de noviembre. La primera sorpresa fue comprobar que el fuerte había sido destruido y sus hombres asesinados. Aquellos primeros colonos españoles habían violado a las mujeres de los nativos y robado sus alimentos, por lo que estos habían acabado matándolos. Colón y sus hombres se dirigieron hacia el este para fundar una nueva colonia, que fue bautizada con el nombre de La Isabela.

LA AMBICIÓN DEL ORO

La segunda expedición estaba compuesta por individuos desesperad­os que no tenían nada que perder. Algunos marcharon a buscar oro por su cuenta y otros, al mando de Alonso de Ojeda y Vicente Yáñez Pinzón, fundaron colonias propias que más tarde serían avaladas por la Corona. Por su parte, el Almirante dejó la colonia en manos de su hermano y zarpó de nuevo en busca de Asia continenta­l. Durante la travesía, el marino genovés topó con las costas de Cuba, Jamaica y Puerto Rico. Tras retornar a La Isabela, Colón regresó a España y se trasladó de inmediato a Burgos para entrevista­rse con los Reyes Católicos, quienes le confirmaro­n en sus cargos al mando de los nuevos territorio­s. Su tercera expedición a América zarpó de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) el 30 de mayo de 1498, al mando

Los Reyes Católicos ordenaron a Colón iniciar una segunda expedición

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NUEVAS SINGLADURA­S. Tras el viaje del Descubrimi­ento, en tres ocasiones más Colón (abajo, en una ilustració­n) puso rumbo a lo desconocid­o en busca de las soñadas riquezas asiáticas.

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