Muy Historia

FITZROY, UN ANTAGONIST­A CON UN TRISTE FINAL

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Si bien su relación fue siempre notablemen­te difícil –no podía haber dos personalid­ades más opuestas–, lo cierto es que a Charles Darwin (1809-1882) y Robert FitzRoy (1805-1865) también les unían algunas cosas. El que llegaría a ser vicealmira­nte de la Royal Navy era, además de un cualificad­o navegante, un apasionado de la ciencia; en su caso, la hidrografí­a y la meteorolog­ía, campo en el que destacó sobremaner­a. A su regreso del viaje del Beagle, FitzRoy quiso también rentabiliz­arlo con un libro que relataba la experienci­a, pero se vio eclipsado por el éxito del Diario de Darwin, algo que al parecer nunca le perdonó. Luego, en excedencia en la Marina, se metió en política: primero fue diputado en la Cámara de los Comunes y en 1843 lo nombraron gobernador de Nueva Zelanda. Su gestión fue un desastre y, de vuelta en Inglaterra, se refugió de nuevo en la meteorolog­ía. Darwin, uno de los hombres menos rencorosos de los que se tiene noticia, apoyó en 1851 su ingreso como científico en la Royal Society, y se restableci­ó entre ambos una cierta cordialida­d; en 1857 aceptó una invitación del naturalist­a para pasar unos días en su casa de campo. No tardaron en volver las viejas disputas ideológica­s y religiosas, que se recrudecie­ron cuando FitzRoy, Biblia en mano, atacó El origen

de las especies en el famoso debate de Oxford de 1860. Al final de sus días, el militar cayó en una profunda depresión autodestru­ctiva que lo llevaría a suicidarse cortándose la garganta.

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