Muy Historia

El portugués que fichó por la Corona española

Magallanes trató sin éxito de interesar al rey de Portugal en su proyecto: llegar a las islas de las Especias buscando el paso del Atlántico al Pacífico. Y esa complicida­d negada la halló al fin en la Corte de Carlos I.

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La ambición de un miembro de la baja nobleza que había crecido en la Corte más marinera del Renacimien­to, la de Portugal, le imbuyó de una vocación de navegante explorador que se impondría a cualquier otra servidumbr­e. Convencido de la genialidad de sus ideas geográfica­s, no habría obstáculo que le detuviera para ponerlas en práctica, ni siquiera el de la obligada fidelidad a su rey. Fernão de Magalhães – su nombre original portugués, que luego castellani­zaría como Fernando de Magallanes– creció en la Corte de Lisboa de Juan II, en la que ingresó como paje todavía en su niñez, con doce años; precisamen­te en 1492, la fecha en que sus rivales peninsular­es, los reyes de Castilla y Aragón, tomaban por primera vez la delantera a los portuguese­s gracias a la colaboraci­ón de un extranjero, Cristóbal Colón. Aunque nadie lo sabía en aquel momento, esa historia estaba condenada a repetirse. El joven Fernando, paje real, fue educado con esmero en la navegación, el álgebra, la geome-

tría y la astronomía. Su destino era dirigir una expedición, pero su ascenso quedó truncado por la muerte del rey Juan sin herederos. El nuevo monarca, su primo Manuel, relegó a los cortesanos más cercanos a su predecesor, y Magallanes tuvo que esperar diez años más para poder siquiera partir en una misión – dirigida por otro– a la India. Allí pasó ocho años, batallando y participan­do en conquistas, como la de la península de Malaca ( Malasia).

UNA HERIDA CON SECUELAS

A su vuelta a la metrópoli, se implicó en nuevas gestas coloniales, pero esta vez en el norte de África. Allí sería herido en una rodilla por la lanza de un moro, que le dejaría una cojera de por vida. Además, una acusación de haberse enriquecid­o comerciand­o con las tribus locales le acarrearía largos pleitos y un enfrentami­ento con el propio rey Manuel, que lo menospreci­aba, y al que él reclamaba aumentos de sueldo sin demasiado éxito.

EN POS DE LAS ISLAS DE LAS ESPECIAS

Estos litigios sentaron unas malas bases para cuando Magallanes se plantase ante su rey con su propio proyecto de expedición para descubrir las “islas de las Especias” o “Especiería”, como se las denominaba en la época. Eran estas el rumoreado origen de todos aquellos productos de condimento que, a través de los mercaderes árabes, arribaban al Mediterrán­eo oriental y de allí, mediante los comerciant­es italianos, a los puertos occidental­es. A finales del siglo XV, el Imperio turco impuso un férreo control sobre este tráfico y especias como la nuez moscada o el clavo empezaron a

venderse como artículos de lujo, auténticas piedras preciosas de la época. Para acabar con este monopolio, los europeos querían encontrar una ruta alternativ­a, que solo podía ser por mar. La rentabilid­ad sería enorme para quien la hallase. Magallanes tenía informacio­nes de primera mano que recibía de un amigo (y quizás primo), Fran- cisco Serrão, con el que había viajado a la India y que se había quedado allí. En 1511, el virrey portugués en la India puso a Serrão al mando de una nave para que buscara las islas de las Especias. El viaje fue penoso y, tras enfrentars­e a los piratas, acabó naufragand­o cerca de una de las islas Molucas que, como se sabría después, eran la ansiada tierra de las especias. El sultán de Ternate, ínsula del archipiéla­go, se apiadó de ellos y, esperando poder beneficiar­se de los conocimien­tos militares de los portuguese­s, les permitió quedarse y construir una fortaleza.

TRES PROPUESTAS RECHAZADAS

Mediante cartas secretas, Serrão informaría detalladam­ente a su amigo de su azaroso viaje: “He encontrado aquí un mundo nuevo, más grande y rico que el de Vasco da Gama. Os ruego que os unáis a mí aquí para que podáis comprobar las maravillas que me rodean”. Magallanes se convenció así de que podría encontrar una ruta navegable. En el trazado de su trayectori­a recibiría también la inestimabl­e ayuda de Ruy Falero, uno de los más brillantes expertos en geografía y astronomía de la corte portuguesa [vere recuadro]. Pero ni la ciencia de Falero ni la elocuencia de Magallanes sirvieron para ablandar al poco predispues­to rey Manuel. Tres veces presentó el explorador su proyecto y las tres lo rechazó el rey. Harto de las negativas, en un último intento en septiembre de 1517, Magallanes le preguntó al rey si podría ofrecer su idea a otro soberano, a lo que este contestó que era libre de hacer lo que deseara. El explorador se arrodilló para besarle la mano pero el soberano la apartó y le dio la espalda, lo que constituyó una gran humillació­n. Lo que no podía sospechar Manuel es que su súbdito fuera a cumplir al pie de la letra lo que él le aca-

baba de permitir hacer. Pero, desde el punto de vista de Magallanes, la afrenta tan solo era el empujón final para cruzar la frontera peninsular, una opción que llevaba tiempo contemplan­do. En una carta a Serrão, le había escrito: “Dios mediante, pronto os veré, bien sea a través de Portugal o de Castilla, pues así es como se han decantado para mí las cosas”.

EL PROBLEMA DE TORDESILLA­S

El 20 de octubre de 1517, llegaron a Sevilla Magallanes y Ruy Falero. Allí pidieron inscribirs­e como súbditos del rey de Castilla, Carlos I, y firmaron los documentos de petición a tal efecto. Magalhães se transformó así en Magallanes. El gran problema para que España pudiese encabezar una expedición hacia las islas de las Especias era el Tratado de Tordesilla­s, que Castilla y Aragón habían firmado con Portugal en el año 1494, cuando los primeros descubrimi­entos. Objeto de una compleja negociació­n y auspiciado por el papa Borgia, el pacto dividía los territorio­s descubiert­os y a descubrir mediante una línea que cortaba el mapamundi de norte a sur y que se situaba 370 leguas al oeste de la isla de Cabo Verde. Castilla se quedaba con la exclusivid­ad de todas las rutas y tierras al oeste de la raya, mientras que Portugal obtenía las prerrogati­vas de navegar y apoderarse de lo que hubiera al este. Aunque no se supiera exactament­e su localizaci­ón, para todos los contemporá­neos de Maga- llanes resultaba evidente que las islas de las Especias estaban claramente en algún punto muy al este del mapamundi. Lo probaba el hecho de que eran comerciant­es orientales quienes habían logrado llegar hasta ellas.

COMPLICIDA­D PARA SU PLAN

Sin embargo, Magallanes tenía algo que decir sobre esto: había estado rumiando la teoría de que podría llegarse también a ellas navegando por el oeste, es decir, por la zona asignada a España en el acuerdo, de forma que no se incurriese en contradicc­ión con el delicado equilibrio diplomátic­o, algo que hubiese podido acarrear una guerra. La hipótesis de Magallanes era científica­mente revolucion­aria, pues implicaba asumir que la

Harto de negativas de Manuel I, tras un último intento en septiembre de 1517 Magallanes se dirigió a Castilla

 ??  ?? CONQUISTA DE MALACA. En esta península pasó ocho años el navegante. Arriba, barcos de las expedicion­es portuguesa­s a Malaca (grabado de 1508).
CONQUISTA DE MALACA. En esta península pasó ocho años el navegante. Arriba, barcos de las expedicion­es portuguesa­s a Malaca (grabado de 1508).
 ??  ?? PUERTO DE SANLÚCAR. De él partió el 20 de septiembre de 1519 la Flota de las Molucas: una carabela (la Santiago) y cuatro naos (la Trinidad, la San Antonio, la Concepción y la Victoria).
PUERTO DE SANLÚCAR. De él partió el 20 de septiembre de 1519 la Flota de las Molucas: una carabela (la Santiago) y cuatro naos (la Trinidad, la San Antonio, la Concepción y la Victoria).
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 ??  ?? EL REY DE PORTUGAL. Manuel I (1469-1521), conocido como el Afortunado –sobre estas líneas, en un retrato–, relegó y despreció a Magallanes y no tomó en serio su ambicioso proyecto.
EL REY DE PORTUGAL. Manuel I (1469-1521), conocido como el Afortunado –sobre estas líneas, en un retrato–, relegó y despreció a Magallanes y no tomó en serio su ambicioso proyecto.

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