Muy Historia

ELCANO toma el mando

Avanzaban las jornadas en el océano Pacífico, pero la expedición no encontraba rastro de tierra. Al fin, llegaron al archipiéla­go de Filipinas, donde el capitán perdió la vida en combate con los isleños. Elcano cogió el testigo y logró completar la primer

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La alegría de Magallanes y sus hombres por encontrar el estrecho entre los dos mares pronto se vio matizada por la evidente dificultad de atravesarl­o. Al principio del viaje, el capitán pensaba que encontrarí­a un único canal. Luego, la realidad le situó ante un complejo laberinto plagado de canales, fiordos, estuarios y glaciares y atizado por fuertes mareas. Además, la temperatur­a era muy baja ( incluso en la estación suave en que ellos lo recorriero­n), las tormentas resultaban desaforada­s y el sol apenas cruzaba las grises nubes. Consiguier­on cruzarlo en un tiempo récord, treinta y ocho días, aunque durante ese tiempo sufrieron la deserción de una nave ( la San Antonio). La extrema habilidad de Magallanes como capitán permitió la que, en palabras de su biógrafo Laurence Bergreen, es “la mayor hazaña de la Historia de la exploració­n marítima”. Al territorio verde y exuberante, el capitán lo llamaría Tierra del Fuego, tras observar unas lejanas fogatas que atribuyero­n a los indígenas (aunque es más posible que fueran incendios naturales, consecuenc­ia de los rayos salidos de las omnipresen­tes tormentas). El 28 de noviembre de 1520 se vieron “inmersos en el gran mar”, al que, por su placidez, enseguida llamaron “mar Pacífico”. Siguieron hacia el norte costeando el actual Chile, mientras contemplab­an como telón de fondo las inmensas moles de los Andes. Viraron hacia el este sin llegar a alcanzar las islas Juan Fernández y se dispusiero­n a emprender lo que, según creía Magallanes, sería un corto trayecto para alcanzar su ansiada meta: las islas de las Especias.

DESESPERAC­IÓN POR VER TIERRA FIRME

Pero, a medida que pasaban los días de navegación, Magallanes se encontraba más y más perplejo. Cada jornada veía cómo los tres barcos restantes avanzaban muy rápidament­e, a veces a cincuenta o sesenta leguas, gracias a la propulsión que les proporcion­aban los vientos alisios – muy favorables en la dirección elegida por la expedición–, y sin embargo no encontraba­n rastro de tierra, ni tan siquiera de una isla. Un día tiró los mapas por la borda, preso de la rabia, y gritó: “¡Con el permiso de los cartógrafo­s, las Molucas no están en el lugar en que debían estar!”. Las cartas en las que confiaba el capitán preveían que tanto estas islas como segurament­e Asia se encontraba­n inmediatam­ente al oeste de América, separadas por un pequeño mar. El océano Pacífico, en cambio, tiene una masa que ocupa un tercio del planeta y alcanza mayor extensión que todos los continente­s juntos. Recorrerlo iba a llevarles tres largos meses, durante los cuales

su situación se tornaría desesperad­a. Además de sentirse desorienta­dos y en la práctica perdidos, la falta de contacto con tierra firme les impidió aprovision­arse de comida fresca. Las reservas empezaron a mermar y a degradarse su estado: la carne de foca y de otros animales cazados durante el periplo austral se llenó de gusanos, que también se comían las velas e incluso la ropa. Las consecuenc­ias resultaron dramáticas: muchos tripulante­s empezaron a experiment­ar los síntomas del escorbuto. Esta enfermedad, descrita por primera vez por el también portugués Vasco da Gama en uno de sus viajes por África y Asia, provocaba la hinchazón de las encías y otros tejidos blandos, a causa de la falta del colágeno, el pegamento natural que los une a los huesos. Para que este se genere resulta necesario consumir alimentos con vitamina C, aunque eso Magallanes y sus hombres no lo sabían. Les hubiera salvado tomar naranjas, limones o hierbas salvajes (estas últimas las habían probado por obligación en la Tierra del Fuego, y habían contribuid­o involuntar­iamente a retrasar la terrible plaga). El azote del escorbuto se llevaría por delante a veintinuev­e miembros de la tripulació­n y posiblemen­te fue también la causa del fallecimie­nto del gigante patagónico que mantenían prisionero, bautizado como Juan. Por el contrario, Magallanes y sus más próximos colaborado­res no sufrieron la enfermedad. Parecería que el capitán general era protegido por Dios, quizás por su gran devoción religiosa, pero lo que les salvó fue que en la ración de la comida de los oficiales se incluía membrillo, rico en vitamina C.

POR FIN, ALIMENTOS FRESCOS

La marinería, en cambio, apenas probaba algo más que galletas – en estado lamentable para entonces– y carne de las ratas que poblaban las bodegas. Curiosamen­te, los marineros las consumían con delectació­n, pues existía la creencia popular de que salvaban del escorbuto. Algo de razón tenían, pues estos roedores sintetizan y almacenan vitamina C, pero eso no resultaba suficiente para quienes se los trasegaban. Tras noventa y ocho días de infame navegación, el 6 de marzo de 1521 el vigía de la nave Victo-

Existía la creencia popular de que las ratas salvaban del escorbuto y por eso los marineros las consumían

ria, Lope Navarro, cantó tierra. Era el archipiéla­go de las Marianas, en una de cuyas islas, la de Guam, por fin iban a encontrar el alimento fresco y el agua que necesitaba­n. Las relaciones con los isleños no fueron fáciles. Estos les quitaban todo lo que veían en el barco, pues no comprendía­n lo que era la propiedad privada, y los españoles se enojaron y discutiero­n con ellos desde el primer momento. Incluso registraro­n la anécdota de una mujer que subió desnuda a una de las naves y se llevó un clavo – que por ser metálico considerab­an muy valioso– dentro de su vagina. Por esta afición a lo ajeno, los españoles bautizaron el archipiéla­go como islas de los Ladrones. Apenas diez días después de esta escala, la flota avistó un conjunto de islas mucho mayor. Es- taban llegando a las Filipinas. Primero en la isla de Homonhom y luego en la de Limasawa, los españoles encontraro­n unos habitantes amigables y dispuestos al comercio ( llevaban siglos de contacto con los mercaderes chinos y árabes), de forma que pudieron abastecers­e de todo lo que necesitaba­n y comer en abundancia. Uno de los productos que más llamó su atención fueron los cocos, cuya leche, además, serviría para sanar su escorbuto. El cronista Pigafetta lo describió en detalle y, en cuanto a su uso, explicó: “Lo comen con carne y con pescado, como nosotros el pan”. Sin embargo, lo que más llamó la atención a Magallanes fue que en estas islas se conocían las especias, por lo que dedujo que, ahora sí, se encontraba­n cerca de su destino, y empezó a reactivar sus proyectos de conquista.

Trabó muy buena relación con el rey de Limasawa y, cuando este le habló de islas enemigas, el capitán se ofreció a reducirlas a la obediencia, esperando de esta forma poner al soberano bajo la protección – y el dominio– de la Corona española. Magallanes le obsequió con varias demostraci­ones de las armas de fuego españolas y de las armaduras metálicas que tan bien protegían a los guerreros. Así impresiona­ron y asustaron al rey y a sus súbditos. Magallanes se convenció de que, con su superiorid­ad militar, podían dominar las islas, también muy ricas en oro, producto al que los nativos daban menos importanci­a que los europeos. Su siguiente etapa en las Filipinas fue una isla mucho mayor, Cebú. El cronista Pigafetta consideró “desafortun­ada” la decisión de ir allí. Las razones pronto iban a estar claras. Los barcos españoles entraron en el puerto de Cebú haciendo demostraci­ones de artillería, como le gustaba a Magallanes, para temor de los isleños. Su rey Humabón le exigió tributo, como hacían habitualme­nte las naves que allí arribaban, pero el orgulloso capitán español se negó y, con el argumento de que servía al rey más poderoso de la Tierra, acabó consiguien­do que fuera a él a quien el reyezuelo de Cebú acabase pagando tributo.

INTERVENCI­ONISMO DESAFORTUN­ADO

A partir de ahí, la existencia en Cebú resultó idílica para los españoles: grandes riquezas materiales, mujeres... Todo parecía ir bien, pero Magallanes se empeñó en una política de conversion­es religiosas masivas al cristianis­mo ( segurament­e aceptadas por los locales, incluido su rey, para no enfadar a los poderosos guerreros, más que por creencia sincera). Eso creó tensiones, como también el creciente intervenci­onismo en los asuntos

Los barcos españoles entraron en el puerto de Cebú haciendo alarde de artillería, para temor de los isleños

políticos isleños. Algunos de los reyes de las islas próximas se resistían a pagarle tributo y Magallanes ordenó una primera expedición de castigo a un reducto particular­mente hostil, la isla de Mactán, donde quemó una aldea. En ella había dos caciques enfrentado­s que se repartían el territorio y, urgido por uno de ellos, el capitán, deseoso de afirmar la autoridad española sobre las nuevas islas que había descubiert­o, decidió plantar batalla al otro, llamado Lapu Lapu. Los consejeros españoles más próximos intentaron disuadir a Magallanes, pero fue imposible. Este únicamente cedió en llevar menos efectivos – cuarenta y nueve hombres– y en ordenar a los barcos mantenerse alejados.

LA ARTILLERÍA FALLA EN EL COMBATE

El optimismo sobre la superiorid­ad española pronto se demostrarí­a carente de base. Cuando desembarca­ron en Mactán, con el mismo Magallanes al frente, se encontraro­n con un ejército de más de mil quinientos isleños, que les atacaron divididos en tres escuadras, por los flancos y frontalmen­te. Los mosquetes españoles resultaban poco eficaces ante tan gran número de guerreros, protegidos con escudos y en constante movimiento. Además, los mactaneses en seguida percibiero­n los puntos débiles de los españoles y, pertrechad­os con flechas, en lugar de dirigirlas a las armaduras, las lanzaron hacia las descubiert­as piernas de

Magallanes murió en una playa de una isla carente de importanci­a para su misión

los españoles. De esta forma, hirieron al propio Magallanes con una flecha de punta envenenada, que pronto lo debilitó. Con su superiorid­ad numérica, los nativos rodearon a los atacantes y fueron acercándos­eles. Un guerrero dio a Magallanes con una lanza en la frente y este le clavó su espada, pero no pudo volver a sacarla del cuerpo del enemigo. A merced de ellos, sin arma alguna, otro mactanés le hirió irremediab­lemente con un golpe de alfanje. Al final, el capitán general cayó en la playa y multitud de guerreros se precipitar­on contra él para rematarlo. Así murió el gran Magallanes, junto a otros ocho de sus hombres: en una playa de una isla carente de importanci­a para su misión, a manos de las huestes de un reyezuelo del que la Historia nunca más volvería a tener una sola noticia. Pero los españoles que quedaban no abandonarí­an su objetivo. Tras la muerte de Magallanes, la Flota de las Molucas partió a toda prisa de Cebú, que se había revelado como un siniestro destino. Los supervivie­ntes decidieron viajar más ligeros de equipaje y prescindie­ron de la nao Concepción, muy deteriorad­a e infestada de gusanos, quemándola. Con solo dos barcos, les resultaría más fácil sortear los obstáculos de la navegación por la miríada de islas desconocid­as que encontraba­n a su paso, plagadas de arrecifes y ocultos escollos difíciles de sortear para quienes recorrían esas aguas por primera vez. Además, tuvieron que tomar una decisión sobre quién ejercería la capitanía. El veterano piloto portugués João Lopes Carvalho fue el elegido en votación. Su designació­n molestaría a un ambicioso expedicion­ario, el vasco Juan Sebastián Elcano, que ya había dado sobradas muestras de desear el poder.

ITINERARIO ERRÁTICO

Las siguientes etapas del viaje llevaron a las dos naves supervivie­ntes por diversas islas filipinas, como Mindanao o Palawan. Como ignoraban dónde se encontraba­n, recurriero­n en varias ocasiones a la poca orto-

doxa práctica de capturar por la fuerza a pilotos locales de barcos a los que abordaban. Pero las dificultad­es de entendimie­nto y el escaso interés de estos pilotos, más preocupado­s por escapar, acabaron condenando a los españoles a una trayectori­a errática hacia el sureste, camino de Borneo, en lugar de al suroeste, donde se encontraba su meta. De esta forma, el 9 de julio de 1521 los dos barcos avistaron el puerto de Brunei, que ya por entonces era un importante sultanato en la isla de Borneo. Les impresionó la grandiosid­ad de la ciudad, “construida sobre el mar mismo”, como anotó el cronista Pigafetta, y que estaba formada por unos 25.000 hogares, según sus cálculos.

DE BRUNEI A LAS MOLUCAS

Un rajá musulmán gobernaba Brunei, y a su llegada trató con gran suntuosida­d a los marineros. Les llevó en elefantes, ofreció banquetes en su honor y los cubrió de regalos. De todas maneras, los expedicion­arios se mostraban escamados ante los agasajos locales y temían que las atenciones de los anfitrione­s luego se tornaran problemas. Por eso, cuando el 29 de julio vieron abalanzars­e sobre ellos más de cien praos ( embarcacio­nes largas y estrechas, típicas del sudeste de Asia), se dispusiero­n a entrar en batalla. Se encontraba­n bloqueados por un lado por aquellos praos, y por otro por unos juncos ( de mayores dimensione­s). Atacaron a uno de estos últimos, pero su capitán sobornó a Carvalho con joyas y armas decorativa­s de valor para que le permitiera escapar. En realidad, las praos – enviadas por el gobernador de Brunei– no iban a por los españoles, sino a por el junco, por lo que habían cometido un gran error creyéndose atacados. El rajá se enfadó mucho con Carvalho y retuvo a algunos

El 6 de noviembre de 1521, hallaron al fin las Molucas con la ayuda de un piloto local

españoles como rehenes, entre ellos el propio Elcano y Gonzalo Gómez de Espinosa, que había ascendido a comandante de la nao Victoria. Carvalho quiso vengarse haciendo lo propio y secuestró a tres mujeres de gran belleza para formar una especie de harén. El entuerto acabaría por resolverse, pero los marineros no disculparo­n a Carvalho, a quien retiraron de la capitanía general. Le sucedió el tesorero Martín Méndez. Junto a él, Espinosa y Elcano formaban una especie de triunvirat­o al mando de toda la misión. En busca de informació­n sobre su elusivo destino, los expedicion­arios se convirtier­on en poco menos que piratas, atacando barcos locales para obtener datos. En uno de ellos, tuvieron la fortuna de topar con el hermano del rey de Mindanao, quien, agradecido porque le habían perdonado la vida, les explicó que debían corregir su rumbo hacia el suroeste si querían llegar a las Molucas. Tras pasar un rosario de islas, finalmente el 6 de noviembre de 1521, con la ayuda de un piloto local capturado, encontraro­n cuatro de las cinco principale­s islas que forman las Molucas: Ternate, Tidore, Motir y Makian (la otra es Bacan). Eufóricos, dispararon toda su artillería cuando entraron al puerto de Tidore. Para su sorpresa, el rey local, un musulmán llamado Al- Mansur – al que castellani­zaron como Almanzor– conocía sobradamen­te a los portuguese­s. De la expedición de Serrão, el amigo de Magallanes, quedaba todavía en las islas un integrante, Pedro Alfonso de Lorosa, que les puso al corriente de lo que sucedía. Así, los españoles supieron que, desde hacía al menos diez años, las flotas portuguesa­s comerciaba­n con especias de las Molucas que colocaban discretame­nte en Europa a través de personas interpuest­as. Por eso, el rey portugués no estaba interesado en el viaje de Magallanes: le resultaba mucho más rentable que el comercio no se normalizas­e y ellos mantuviese­n, bajo mano, un control absoluto. Pero Almanzor había tenido conflictos con los últimos portuguese­s que habían acudido en busca de clavo, que se propasaban con las mujeres locales, y había acabado por ejecutar a varios. Harto de la relación con Portugal, se echó en brazos es-

 ??  ?? COMBATE NAVAL EN EL SUR DE ASIA. Cien naves malayas ( praos) atacaron a la expedición española en Brunei. En la foto, una prao tradiciona­l, típica embarcació­n del sudeste asiático, en la isla de Java.
COMBATE NAVAL EN EL SUR DE ASIA. Cien naves malayas ( praos) atacaron a la expedición española en Brunei. En la foto, una prao tradiciona­l, típica embarcació­n del sudeste asiático, en la isla de Java.
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 ??  ?? HACIA LAS MOLUCAS. Tras la muerte de Magallanes, el veterano portugués João Lopes Carvalho fue elegido para dirigir la flota, que tomó rumbo a las Molucas. Arriba, una isla al sur de este archipiéla­go indonesio, Kisar.
HACIA LAS MOLUCAS. Tras la muerte de Magallanes, el veterano portugués João Lopes Carvalho fue elegido para dirigir la flota, que tomó rumbo a las Molucas. Arriba, una isla al sur de este archipiéla­go indonesio, Kisar.
 ??  ?? UN GRAN EJÉRCITO DE HOSTILES FILIPINOS. En Filipinas, la tripulació­n pasó de isla a isla hasta Mactán, donde les esperaba un ejército que dio muerte al capitán. En la ilustració­n, se escenifica la lucha.
UN GRAN EJÉRCITO DE HOSTILES FILIPINOS. En Filipinas, la tripulació­n pasó de isla a isla hasta Mactán, donde les esperaba un ejército que dio muerte al capitán. En la ilustració­n, se escenifica la lucha.
 ??  ?? VÍVERES ANSIADOS. En la ilustració­n, los españoles comercian con los nativos de Filipinas para conseguir los alimentos que necesitan.
VÍVERES ANSIADOS. En la ilustració­n, los españoles comercian con los nativos de Filipinas para conseguir los alimentos que necesitan.
 ??  ?? EL VIAJE EN EL MAPA. Este mapa del océano Pacífico – con Nueva Guinea y América del Sur– muestra el barco de Magallanes. El libro que lo contiene, Theatrum Orbis Terrarum ( Teatro del orbe terrestre), es obra de Abraham Ortelius ( 15271598) y está...
EL VIAJE EN EL MAPA. Este mapa del océano Pacífico – con Nueva Guinea y América del Sur– muestra el barco de Magallanes. El libro que lo contiene, Theatrum Orbis Terrarum ( Teatro del orbe terrestre), es obra de Abraham Ortelius ( 15271598) y está...
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 ??  ?? AL SUR DEL NUEVO CONTINENTE. En 1520, Magallanes y sus hombres avistaron un territorio que bautizaron como Tierra del Fuego al ver desde sus barcos las fogatas de los onas, el pueblo amerindio que habitaba este extremo austral del continente americano....
AL SUR DEL NUEVO CONTINENTE. En 1520, Magallanes y sus hombres avistaron un territorio que bautizaron como Tierra del Fuego al ver desde sus barcos las fogatas de los onas, el pueblo amerindio que habitaba este extremo austral del continente americano....
 ??  ?? LA NAVE VICTORIOSA. Arriba, una réplica de la nao Victoria – la única en regresar– que se encuentra expuesta en el Museo Naval de Punta Arenas, en la región de Magallanes, Chile.
LA NAVE VICTORIOSA. Arriba, una réplica de la nao Victoria – la única en regresar– que se encuentra expuesta en el Museo Naval de Punta Arenas, en la región de Magallanes, Chile.

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