Otras grandes expediciones
Las ansias de llegar a tierras desconocidas no se terminaron con el descubrimiento de América o la vuelta al mundo. Todavía quedaba mucho por recorrer e intrépidos exploradores decididos a enfrentarse a largas travesías por el Pacífico o hacia los polos.
Desde que en 1513 Núñez de Balboa descubriese el Pacífico, el deseo de saber qué escondía aquel inmenso océano movería a otros marinos españoles establecidos en América. Hernán Cortés no tardó en fundar en la villa de Zihuatanejo uno de los primeros astilleros del Nuevo Mundo, donde se construyeron navíos para continuar con los descubrimientos. De allí partieron en 1527 tres barcos por orden de Cortés, que nombró capitán a su primo Álvaro de Saavedra Cerón. Dos de las embarcaciones se perdieron y Saavedra hubo de proseguir solo la travesía hasta alcanzar su destino, las Molucas. En su intento de regresar a América por el Pacífico, con el barco cargado de especias, falleció a la altura de las islas Hawái. Sus hombres terminaron por desistir y prefirieron asegurarse y permanecer en las islas. Algo después, el virrey de México encargó a Ruy López de Villalobos alcanzar las Filipinas y averiguar cuál era la ruta de vuelta a América, el llamado tornaviaje, por entonces desconocido. Su periplo tuvo lugar entre 1542 y 1543 y no logró su objetivo, pero mientras cruzaba el océano descubrió, entre otras, las islas Marshall, las Carolinas e Iwo Jima. En lo referente a las conquistas españolas en el Pacífico hay que mencionar obligatoriamente las islas Filipinas, que Felipe II deseaba incorporar a la Corona (y que se llaman así en su honor). Pese a no ser marino, en 1564 fue puesto al mando de dicha misión Miguel López de Legazpi a propuesta del fraile agustino Andrés de Urdaneta, que participaba en ella como piloto. Legazpi, al que se nombró “Almirante, General y Gobernador de todas las tierras que conquistase”, cumplió la tarea encomendada y administró la colonia esforzándose en fomentar las relaciones comerciales entre el archipiélago y China y logrando establecer la primera ruta comercial estable entre los continentes americano y asiático. En 1571 fundó la capital, Manila, donde moriría un año después a causa de una apoplejía.
AVENTURAS POR EL PACÍFICO
Durante largo tiempo habían fracasado todas las expediciones que intentaron encontrar el viaje de vuelta de Filipinas a Nueva España (hoy, México). La ida no entrañaba ningún problema; lo difícil era regresar, el tornaviaje. Pero las cosas cambiaron en 1565 gracias a Urdaneta. Buen conocedor de los vientos y las corrientes, decidió subir hasta los 42 grados de latitud norte, a la altura de las costas de Japón, con lo que evitó los alisios, alcanzó el cabo Mendocino, en las costas de California, y terminó atracando en Acapulco. Esta línea de navegación, bautizada por los mexicanos Galeón de Manila y por los filipinos Nao de Acapulco, duraba seis meses y la carga principal era plata americana camino de Filipinas y seda y otros productos chinos en dirección a México. Sería el itinerario casi exclusivo para cruzar el Pacífico hacia América hasta principios del siglo XIX, cuando México se independizó. Especial mención merece otra de las grandes aventuras por el Pacífico protagonizadas por españoles, que en este caso tiene nombre de mujer. Su protagonista es una ambiciosa e intrépida noble gallega: Isabel Barreto. Su esposo, un marino aventurero llamado Álvaro de Mendaña, le prometió que algún día sería gobernadora de unas tierras sin fin y a ella parece que le gustó la idea. En 1595, ambos se hicieron a la mar junto con 368 personas y cuatro navíos en busca de
En el Pacífico, los españoles conquistaron las islas Filipinas, que Felipe II deseaba incorporar a la Corona
las legendarias islas Salomón, nombradas en el Antiguo Testamento y ancladas en el entonces desconocido océano. Aunque era él quien tenía el permiso de Felipe II para gobernarlas, fue ella quien asumió desde el primer momento el mando de la flota y tomó las grandes decisiones. Con frecuencia se mostraba despótica y muy intransigente (probablemente las únicas “armas” con las que podía defenderse en un mundo tan masculino y machista), por lo que mantuvo grandes enfrentamientos con el navegante portugués Pedro Fernández Quirós. Tras dos meses de viaje, el archipiélago brillaba por su ausencia, un temporal acabó con la nave llamada Almirante –y sus 182 tripulantes– y los supervivientes empezaron a enfermar, muchos mortalmente. Entre estos se hallaba Álvaro, que antes de morir nombró a Isabel general y gobernadora.
UNA NAVEGANTE TENAZ
A los cuatro meses, la situación ya era a todas luces desesperada, así que Isabel decidió interrumpir el periplo y poner rumbo a Filipinas. Aun así, ansiosa de conquista, en 1597 empezó otra expedición junto a su segundo marido, Fernando de Castro, pero Felipe III permitió a Quirós volver a surcar el Pacífico y cristianizar las islas que encontrara, incluidas las Salomón, lo que anulaba el título y prerrogativas que ella había heredado de su primer esposo. Isabel no dejaría de reclamar sus derechos sobre las Salomón hasta su muerte en 1612. Su mérito fue indiscutible y su experiencia marca una excepción en una época en la que se creía que las mujeres en los barcos traían mala suerte, pero solo pudo lograrlo gracias a su fuerte carácter, como prueba una de sus frases a bordo: “Dios está en el cielo, el rey está lejos... y aquí y ahora, ¡quien manda soy yo!”. Toda una declaración de intenciones de la primera mujer almirante de la Historia (y única en la Armada española) que, además, fue también una de las comerciantes más destacadas de su tiempo, creando una vía de intercambio entre China y México. Pese a la larga presencia de aventureros españoles en el Pacífico, su gran explorador sería un inglés. James Cook realizó en el siglo
Una de las grandes gestas de exploración fue la de la noble gallega Isabel Barreto (1567-1612), primera mujer almirante de la Historia
XVIII tres grandes viajes científicos en los que llevó a naturalistas y dibujantes, y también modernos instrumentos, como cronómetros. Aparte de trazar el mapa de las tierras australes, bajó a latitudes nunca igualadas, circunnavegó el planeta y sus diarios de a bordo fueron auténticos bestsellers en la época. Y no era para menos, pues sus periplos trazaron el mapa del mundo moderno, convirtiendo a alguien de familia humilde en un héroe nacional. Aunque, para aventuras, las que vivió el jerezano Álvar Núñez Cabeza de Vaca, superviviente del fracaso de la expedición a la península de la Florida. Unos trescientos expedicionarios se perdieron en mayo de 1528 mientras buscaban las riquezas de Apalache, una de las ciudades de oro con las que anhelaban toparse los conquistadores españoles. Estuvieron esclavizados por los indios carancaguas y por los coahuiltecas durante siete años y solo cuatro de ellos lograron escapar: Álvar, el negro Estebanico y los capitanes Alonso del Castillo y Andrés Dorantes. En 1536 llegaron a Culiacán (en la actualidad, capital del estado mexicano de Sinaloa). Como testimonio de sus andanzas por el sur de Estados Unidos y el norte de México, de ocho años de huracanes, naufragios, hambrunas y esclavitud, han quedado los
Naufragios, un fascinante relato de la epopeya de la conquista de América. No obstante, en aquel tiempo los españoles no estaban preparados para leer una historia de antropofagia entre españoles y de españoles esclavizados, ni para que se llamase “personas” a los indios pacíficos. Cabeza de Vaca y sus hombres no fueron los únicos que arriesgaron sus vidas para dar con algún fabuloso tesoro en el bautizado como Nuevo Mundo. Otro buen ejemplo es el extremeño Francisco de Orellana. No pasó a la Historia por haber encontrado el famoso El Dorado, pero sí por ser el primero en navegar por el Amazonas, el río más caudaloso del planeta. Lo logró junto a unos 40 soldados, dos esclavos negros y un trompetero indio. Pese a estar mal equipados y peor alimentados, y carecer de mapas y brújulas, fueron capaces de recorrer más de 6.000 kilómetros de territorio ignoto, contemplar miles de plantas y animales desconocidos a ojos de los europeos y sobrevivir a tribus caníbales y a las flechas y cerbatanas de los nativos, asustados ante la presencia de aquellos seres de largas barbas y trajes plateados que se movían en enormes canoas.
LA TRAICIÓN DE ORELLANA
Tras más de un año, el 11 de septiembre de 1542 llegaban extenuados y hambrientos, a bordo de una maltrecha embarcación, a Nueva Cádiz, en la isla de Cubagua (frente a las costas de la actual Venezuela). Allí recibieron el merecido reconocimiento por su encomiable aventura, aunque para muchos su expedición había empezado con una traición. Y es que el héroe no debería haber sido Orellana sino su primo Gonzalo Pizarro, gobernador de
Quito y hermano del famoso conquistador del Perú. Había sido Gonzalo quien decidiera montar una gran expedición, atraído por las leyendas sobre enormes tesoros. Para ello llamó a Orellana, que entonces gobernaba la ciudad de Guayaquil y no dudó en unirse a él. Es más: decidió que él era el elegido para hallar tales riquezas, así que sin esperarle emprendió la marcha al frente de 5.220 hombres. Más tarde –ya junto a Pizarro, que lo nombró lugarteniente–, empezaron a tener problemas y Pizarro decidió que Orellana se adelantase con un puñado de hombres en busca de comida y volviera lo antes posible. Pero nunca regresó. Su excusa sería que la corriente los había arrastrado río abajo.
EXPLORADORES ATREVIDOS
Orellana se llevó la gloria mientras Pizarro y los suyos hubieron de volver a Quito, adonde llegaron “descalzos, medio desnudos y cubiertos de heridas”, según el cronista Cieza de León. Pese a todo, logró ser absuelto de la acusación de traición. Pero, si ha habido grandes exploradores que han puesto en juego su vida, han sido los que escogieron
las zonas con la climatología más adversa del planeta: los polos. Su conquista tiene apellidos noruegos, los de Nansen y Amundsen, obstinados en alcanzar las últimas fronteras de nuestro planeta (la norte y la sur, respectivamente). Dispuesto a convertir su sueño en realidad, Fridtjof Nansen construyó una embarcación especial, el Fram. Su plan era dejarlo a la deriva en Siberia para que la corriente y los hielos lo llevasen hasta su destino final en dos o tres años. Sin embargo, avanzaban mucho más lentamente de lo esperado, así que decidió que continuasen en trineos. En abril de 1895 llegaron al punto más septentrional al que había llegado nadie, pero se vieron obligados a regresar. Les faltaron solamente 3 grados y 46 minutos para alcanzar el Polo Norte. La conquista no sería posible hasta una década más tarde, en 1909, y la protagonizaría el norteamericano Robert Peary.
LA CARRERA POR ALCANZAR EL POLO SUR
Amundsen, por su parte, tenía experiencia, pues había participado en 1887 en un fracasado intento de alcanzar el Polo Sur magnético. En 1910 inició
Nadie creía que los habitantes del lago Titicaca pudieran haber atravesado 8.000 km de océano con sus frágiles barcas
una nueva tentativa, precisamente con el Fram de Nansen. No contaba con que le saldría competencia, pero así fue. Robert Scott partió de Inglaterra con la misma meta que él, así que se trató de una carrera. La ganó la expedición de Amundsen, que consiguió regresar sano y salvo. La de Scott llegó 35 días después, pero sus componentes corrieron peor suerte: murieron mientras volvían, a causa del hambre y el frío. También estuvo a punto de acabar en tragedia la Expedición Imperial Transantártica de Ernest Shackleton (1914-1917), pero tras dos años aislados lograron regresar todos con vida. Noruego era también otro gran aventurero del siglo XX, Thor Heyerdahl. Estaba empeñado en demostrar que hubo una gran ola migratoria entre los mares del Sur y Sudamérica hacia el siglo XII; ello explicaría las coincidencias rituales a un lado y otro del océano o las similitudes entre algunas construcciones de Tiahuanuaco (Bolivia) y las de muchas islas polinesias. Nadie creía que los habitantes del lago Titicaca pudieran haber atravesado 8.000 kilómetros de océano con sus frágiles barcas, pero muchos cambiaron de opinión tras la hazaña de Heyerdahl en 1947. Él mismo construyó la embarcación, una balsa hecha como las de la época, con troncos y cordajes vegetales: la mítica Kon-Tiki. Contra todo pronóstico, superó con ella el trayecto, aunque la comunidad científica no quiso dar crédito a su teoría.