Aventuras y desventuras de los soldados de Cristo
En noviembre de 1095, el papa Urbano II predicó la Primera Cruzada en la ciudad francesa de Clermont-Ferrand y dio paso así a una empresa –fragmentada en ocho capítulos– que puso en marcha a la Cristiandad occidental, abocándola a una de las aventuras más trepidantes de la Historia. Nobles, devotos, niños, mujeres, desheredados, campesinos, peregrinos...; grupos de toda laya inspirados por la religiosidad extrema y por la ambición, y procedentes de cualquier esquina de Europa, se dirigieron por tierra y por mar a los Santos Lugares para arrebatar la joya de la corona de la Iglesia “verdadera” a los turcos selyúcidas, que habían invadido Jerusalén y su región aledaña imponiendo el terror y la barbarie. Exactamente el mismo nivel de terror y barbarie que ejercieron los frany (los musulmanes llamaron así a los cruzados) cuando tomaron la Ciudad Santa en 1099, masacrando a toda su población perteneciera al credo al que perteneciera, pues todo les estaba permitido en pos de una causa tan sagrada; causa en cuyo nombre los cruzados se cruzaron con el miedo, el dolor, la enfermedad, el sufrimiento y una muerte prematura. Combatieron con otros guerreros no tan ajenos a ellos, desorganizados y enfrentados entre sí, tan valientes o cobardes o religiosos como ellos mismos. Un sangriento enfrentamiento que se ha perpetuado en el tiempo y tiene continuidad hasta nuestros días.