El caballero hispano por antonomasia fue Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador
caballero medieval. Atractivo y culto, tenía ansias de aventura y gloria y vio en Oriente Próximo la ocasión de lograr ambas.
DEL DECLIVE A LA LEYENDA
Allí compartió protagonismo con otros dos soberanos: Felipe Augusto de Francia, de quien era amigo íntimo, y el emperador germano Barbarroja. Los tres tenían un objetivo común, recuperar Jerusalén y vengar la afrenta sufrida por los soldados cristianos en 1187 en la batalla de los Cuernos de Hattin ( Palestina) a manos del ejército del sultán Saladino, quien con dicha hazaña terminaba con casi nueve décadas de ocupación occidental. El punto álgido de los ataques cruzados estuvo en San Juan de Acre, donde, para demostrar a Saladino su poder, Ricardo ordenó ejecutar a sus 3.000 prisioneros. La Tercera Cruzada terminó en tablas, pero Ricardo la abandonó como un héroe.
Un lugar, Crécy, al norte de Francia, y una fecha, 26 de agosto de 1346, marcarían el principio del fin de la caballería medieval. En la batalla que se libró allí ese día, los ingleses fueron los primeros en utilizar la tecnología, concretamente los cañones, en lugar de la lucha cuerpo a cuerpo. A partir de entonces, las armas de largo alcance irían imponiéndose y los caballeros desapareciendo. Aunque, desde una perspectiva militar, la llegada de la artillería marcó su declive, estos héroes a caballo estaban por entonces más idealizados que nunca y algunos pasarían a formar parte de la leyenda para siempre.