Los caballeros llegan a Tierra Santa
Cuando el papa Urbano II convocó la Primera Cruzada, surgieron numerosos voluntarios para liberar Jerusalén del dominio árabe. Godofredo de Bouillón lo consiguió en 1099, pero el triunfo cristiano no duró mucho. Y en los siguientes cien años se organizaro
Durante el siglo X, las relaciones entre musulmanes y cristianos fueron lo suficientemente buenas para permitir que miles de peregrinos acudieran a Jerusalén para visitar los Santos Lugares. Todo cambió repentinamente con la llegada al poder del califa fatimí Al-Hakim (996-1021), que impulsó la persecución y represión de todos aquellos que no seguían sus creencias religiosas. Decretó el sacrificio de todos los perros de Egipto, sentenció a muerte a la mayoría de visires, muchos de los cuales eran cristianos, y ordenó destruir la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén.
La situación se agravó en el año 1071, cuando el ejército bizantino fue derrotado por los turcos selyúcidas, provocando la caída de Armenia, Siria y media Anatolia. El emperador bizantino, Alejo I, temeroso de que los turcos tomaran Constantinopla, pidió ayuda al papa, que poco pudo hacer para solucionar el problema que se había planteado en Oriente Medio. Los ejércitos del sultán turco Alp Arslan y de su hijo Malik Shah ocuparon Nicea, arrebataron Jerusalén a los árabes en nombre del califa de Bagdad y conquistaron la ciudad bizantina de Antioquía.
En noviembre de 1095, el pontífice Urbano II acudió al sínodo de Clermont ( Francia), donde hizo un llamamiento a los mejores caballeros de la Cristiandad para que engrosaran las filas de una cruzada contra los ejércitos turcos y fatimíes que acosaban a los cristianos en Constantinopla y Tierra Santa. Ansioso por recuperar Jerusalén, el lugar donde había sido crucificado Jesús, el papa recordó a los caballeros que su colaboración en la Cruzada les proporcionaría una recompensa eterna en el reino de los cielos.
ALENTADOS POR EL EMPERADOR BIZANTINO
Desde diversos lugares de Europa, unas 100.000 personas, de ellas 50.000 combatientes, llegaron a Constantinopla a finales de 1096. Entre sus jefes destacaban las figuras de Hugo el Grande, hermano del rey de los francos, Roberto, duque de Normandía e hijo de Guillermo el Conquistador, Raimundo IV, conde de Tolosa, el brutal Bohemundo, príncipe de Tarento y jefe militar de un grupo de combate normando, probablemente el mejor de la Primera Cruzada, y los tres príncipes belgas, los hermanos Godofredo de Bouillón, Balduino y Eustaquio. Temeroso de los desmanes que podían causar los cruzados en la ciudad, el emperador bizantino Alejo I los alentó a dirigirse hacia Tierra Santa, donde se encontraba el enemigo.
Cuando llegaron a Nicea, los “atletas de Cristo” coordinaron sus fuerzas y se prepararon para acabar con el ejército del sultán selyúcida Kilij Arslan. La ciudad estaba situada en un extremo occidental del lago Ascano, donde su muralla surgía directamente del agua. Los demás muros estaban protegidos por un foso, lo que dificultaba en extremo su conquista. No obstante, los cruzados tenían varias bazas a su favor. Por un lado, los cristianos que vivían en Nicea vieron la oportunidad de vincularse al Imperio bizantino si los caballeros de la cruz tomaban la ciudad y, por otro, el sultán se hallaba guerreando a ochocientos kilómetros de su ciudad con parte de su ejército.
Las fuerzas turcas que quedaban en Nicea no eran suficientes para resistir la acometida del bien pertrechado ejército cristiano. Además, por una vez, los príncipes que dirigían la Cruzada dejaron de pelarse y coordinaron sus fuerzas para lanzar su caballería pesada contra los turcos, acabando con ellos. Una vez lograda la victoria, los cruzados emprendieron el camino hacia Antioquía. Dado el peligro que representaba el ejército del sultán turco, que intentaría vengarse por la derrota de Nicea, los cristianos decidieron dividirse en dos ejércitos, uno al mando de Bohemundo de Tarento y otro al del conde de Tolosa.
ABRIENDO CAMINO HACIA JERUSALÉN
El 20 de octubre de 1097, ambas fuerzas se plantaron frente a las murallas de Antioquía. Su conquista era fundamental, pero la tarea iba a resultar titánica. Horas después se produjo la primera de las dos batallas que enfrentaron a los turcos y cristianos. En la primera, los cruzados sitiaron y conquistaron la ciudad. Durante la segunda (junio de 1098), las tropas cruzadas sufrieron el continuo acoso del ejército de Kilij Arslan, que trataron de retomar la plaza, aunque no lo lograron. Los cristianos salieron victoriosos y convirtieron la ciudad en la capital de un nuevo Estado cruzado: el Principado de Antioquía.
Una vez tomaron el control en esa región, los cruzados se encaminaron a Jerusalén, a donde llegaron el 7 de julio de 1099. Durante todo ese tiempo, se produjeron violentas disputas entre Godofredo de Bouillón, Hugo el Grande, el conde de Tolosa y Balduino que pusieron en peligro el éxito de esa primera embestida cristiana. Pese a todo,
sus hombres conquistaron la ciudad en el primer ataque, asesinando a gran parte de la población y saqueando templos y palacios. Fueron tres días de pillaje y matanzas que culminaron con una ciudad cubierta de cadáveres, 50.000 eran musulmanes, pero también cayeron muchos judíos.
FUNDACIÓN DE LOS ESTADOS LATINOS
A partir de entonces, la cuestión más importante fue dilucidar quién iba a ser rey de Jerusalén. Muchos caballeros propusieron al conde de Tolosa, pero este declinó la oferta, por lo que ofrecieron el trono al hombre que había dirigido el asalto, Godofredo de Bouillón, que tampoco quiso la corona, aunque aceptó el cargo de “Protector del Santo Sepulcro”. A su muerte le sucedió su hermano Balduino, que fue coronado como primer rey de Jerusalén.
Una década después, los cruzados dominaban parte de Siria, Líbano y Palestina y fundaron cuatro Estados latinos: el condado de Edesa, el de Trípoli, el reino de Jerusalén y el principado de Antioquía. En esta última ciudad, los soldados cristianos encontraron la supuesta lanza que empleó el soldado romano Longinos para herir el costado de Cristo. Poco después, otros cristianos anunciaron que habían hallado la Vera Cruz, un descubrimiento sensacional al que seguirían muchos más. La proliferación de huesos y restos santos desenterrados en Oriente Medio desembocó en una verdadera fiebre de reliquias.
Pese a las continuas trifulcas entre los príncipes cristianos, la conquista de Jerusalén multiplicó el número de peregrinos que se dirigieron a Tierra Santa, entre los cuales había algunos caballeros de la pequeña nobleza feudal que pretendían prosperar en los nuevos territorios conquistados para la Cristiandad. Entre ellos se encontraba Hugo de Payns, que tras separarse de su mujer decidió viajar a Palestina. Dados los peligros que amenazaban a los peregrinos que llegaban a Tierra Santa, Payns decidió crear un grupo de caballeros para escoltarlos.
Pese a las continuas trifulcas entre los príncipes cristianos, la conquista de Jerusalén multiplicó el número de peregrinos a Tierra Santa
Tras la muerte del rey Balduino I, le sucedió en el trono Balduino II, quien cedió a Payns la mezquita de al-Aqsa, que se encontraba en un lateral del conjunto palaciego, ubicado en el templo de la Cúpula de la Roca, el lugar desde el cual Mahoma ascendió a los cielos para reunirse con Dios. En aquel espacio sagrado para los musulmanes, Payns y otros ocho caballeros fundaron la Orden del Temple, probablemente en el año 1119. Todos ellos eran caballeros sin fortuna de la baja nobleza que no tenían tierras.
El alistamiento en la primera Orden Militar de la Cristiandad les podría facilitar un modo de vida al que no podían aspirar de otra manera. Una vez juraron cumplir los votos de pobreza, castidad y obediencia al que estaban obligados como miembros de una institución de monjes- guerreros, se sometieron al poder del papa. En 1125, el conde Hugo de Champaña, un aristócrata ya mayor que había repudiado a su mujer por adúltera, se sintió tan desengañado de todo que tomó la decisión de pasar el resto de su vida en Jerusalén, ciudad en la que se encontró con su antiguo vasallo, Hugo de Payns, quien le debió convencer para que ingresase en la Orden del Temple.
APOYO DE LOS REINOS CRISTIANOS
A partir de entonces, los templarios comenzaron a prosperar económicamente. Payns y otros templarios viajaron a Europa para recabar el apoyo de los reinos cristianos y pedir una entrevista con el papa Honorio II. En el Concilio de Troyes celebrado en enero de 1129 se ratificó la Orden del Temple y se
aprobó su primera Regla (basada en la de san Benito), cuya redacción corrió a cargo de Bernardo de Claraval, el más prestigioso hombre de la Iglesia en la época. Poco después apareció la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, cuyos caballeros fueron denominados hospitalarios. Su tarea inicial era la de prestar cuidados a los peregrinos enfermos que llegaban a la Ciudad Santa, aunque pronto se dedicaron a tareas militares.
CREACIÓN DE ÓRDENES MILITARES
En la época de las primeras cruzadas, los templarios y hospitalarios colaboraron en la defensa de Tierra Santa y en las incursiones en territorio musulmán. Años después se crearon otras Órdenes Militares, como la de Santa María de los
La tarea inicial de la Orden del Hospital de San Juan era prestar cuidados a los peregrinos enfermos que llegaban a la Ciudad Santa
Caballeros Teutónicos, que al igual que los hospitalarios inició su andadura como hospital y se convirtió en Orden Militar en 1190.
En 1136 falleció el primer maestre de la Orden Hugo de Payns, y el Temple nombró como sucesor a Roberto de Craon. Durante su mandato, el papa Inocencio II promulgó la bula Omne datum optimum en 1139, que otorgaba a los templarios el privilegio de no pagar diezmos a los obispos, de construir sus propios cementerios e iglesias y de recaudar impuestos. La autonomía prácticamen- te absoluta que lograron los templarios provocó el rechazo de algunos obispos, que perdieron en sus diócesis el control sobre las encomiendas del Temple.
En 1145, el líder musulmán Imad ad- Din Zengi tomó Edesa, una de las ciudades que los cristianos habían conquistado en la primera cruzada en Tierra Santa. Sus hombres mataron a todos los francos que defendían la ciudad, pero respetaron a los cristianos nativos. Desde aquel momento, Zengi pasó a ser una pesadilla para los cristianos de Tie-
rra Santa. Fue el primero de los grandes estrategas musulmanes capaces de reunir grandes masas de combatientes de diferentes principados, lo que lo convirtió en un permanente peligro para los intereses de los cruzados.
La mala noticia de la caída de Edesa llegó a Europa, provocando la reacción de Bernardo de Claraval, que convocó la Segunda Cruzada. El rey de Francia Luis VII y el emperador de Alemania Conrado III reunieron sendos ejércitos que partieron rumbo a Palestina en 1148. Los alemanes fueron los primeros en llegar a Tierra Santa. En su avance hacia Jerusalén, en las cercanías de Dorileo, los turcos les tendieron una emboscada. Fue una tremenda carnicería en la que Conrado III perdió a más de tres cuartas partes de su ejército. El monarca y los restos de su ejército llegaron a Nicea y acusaron a los bizantinos de haberlos dejado caer deliberadamente en una trampa, lo que era falso.
CAMPAÑAS MILITARES FALLIDAS
El propio emperador bizantino había aconsejado al monarca alemán que no cruzara diagonalmente Asia Menor, recomendándole la ruta costera, mucho más segura, a lo que Conrado III hizo oídos sordos. Poco después, los franceses llegaron a Nicea, donde tuvieron noticia de la derrota alemana. Pronto la sufrieron ellos mismos en Laodicea. Tras las dos fallidas campañas militares, los franceses y alemanes llegaron a Jerusalén, don-
La mala noticia de la caída de Edesa llegó a Europa, provocando la reacción de Bernardo de Claraval, que convocó la Segunda Cruzada
de fueron recibidos por la reina Melisenda, que por aquel tiempo ejercía la regencia del joven Balduino III. Fue ella la que convenció a Conrado III y Luis VII para que emprendiesen una descabellada campaña para conquistar Damasco. Los cruzados lo intentaron, pero desistieron tras unos días de asedio a la ciudad musulmana. Conrado III regresó a Europa y Luis VII permaneció un año más en Tierra Santa, hasta que finalmente desistió y volvió a Francia. Los celos, las intrigas y los desacuerdos entre ambos monarcas contribuyeron al rotundo fracaso de la segunda cruzada.
Pese a todo, el prestigio de los cruzados y de las Órdenes Militares que permanecían en Tierra Santa seguía siendo tan alto que no paraban de llegar nuevos caballeros a Tierra Santa para incrementar las milicias de Cristo. Pero en ese aluvión de incorporaciones había muchos aventureros y algunos caballeros de la baja nobleza condenados por los tribunales de Europa. Ese fue el caso de Reinaldo de Châtillon, un caballero sin fortuna que viajó a Palestina con el único fin de enriquecerse con rapidez a través de la violencia y el saqueo.
Para lograr sus fines, Châtillon maniobró para ser aceptado en el selectivo círculo del Temple. En 1156 invadió la isla de Chipre y causó una gran matanza entre sus habitantes. En lugar de recriminar su cruel comportamiento, el nuevo maestre de la Orden, Bertrán de Blanquefort, miró a otro lado y permitió que el enloquecido caballero se asociara a los templarios. Años después, Châtillon fue capturado por los musulmanes y enviado a prisión a Damasco.
LA FUERZA DE SALADINO
Cuando los cruzados atacaron Egipto en 1163, los fatimíes pidieron ayuda a los gobernantes selyúcidas (turcos), que enviaron a un ejército al mando del kurdo Shirju y de su sobrino Salah al-Din (Saladino). Este fundó el sultanato ayubí en Siria y Egipto en 1174 y expulsó a las tropas cristianas del valle del Nilo. Una vez se vio reforzado en el poder, Saladino fortificó El Cairo y ordenó la construcción de madrazas ( escuelas religiosas) para que la población retomara el credo suní tras doscientos años de dominio chií. En otoño de 1177, el ejército de mamelucos se encaminó hacia Tierra Santa para combatir a los cruzados. A pesar de estar afectado por la lepra, el joven rey de Jerusalén, Balduino IV, mostró sus dotes de mando al derrotar al poderoso ejército de Saladino en la batalla de Montguisard, lo que elevó la moral de los cristianos. Pero la euforia duró apenas dos años. En 1179, Saladino contraatacó y logró vencer a los cristianos. De una sola tacada, el líder musulmán capturó el estratégico castillo de Beaufort y apresó a ochenta cruzados, casi todos templarios, que fueron ejecutados poco después. Aquel mismo año fue liberado de su prisión en Damasco Reinaldo de Châtillon, quien transgrediendo la tregua que había firmado el rey de Jerusalén con Saladino, atacó una caravana de pacíficos comerciantes a los que asesinó para arrebatarles las ricas mercancías que transportaban a Damasco. Aquella masacre enfureció a
El prestigio de los cruzados y de las Órdenes Militares que permanecían en Tierra Santa era tan alto que no paraban de llegar nuevos caballeros
Saladino, que prometió matar al sanguinario cruzado con sus propias manos. En marzo de 1184, el maestre del Temple Arnau de Torroja viajó a Europa para solicitar la convocatoria de una nueva cruzada, pero falleció un año después en la ciudad italiana de Varona. Por esas fechas, también murió a los veinticuatro años de edad Balduino IV de Jerusalén.
TOMA DE JERUSALÉN
Le sucedió Balduino V, que falleció un año después, pasando la corona de la Ciudad Santa a Guido de Lusignan, quien contó con el apoyo del nuevo maestre del Temple Gerardo de Ridefort, un hombre obtuso de mente que mantenía una estrecha relación con el violento Châtillon. El nuevo monarca tuvo que transigir y adaptarse al dictado político de Ridefort, cuyo objetivo era mantener vivo el estado de guerra con el Islam. En 1187, doscientos caballeros templarios se lanzaron contra un ejército musulmán de unos siete mil hombres. Fue un ataque suicida en el que mu-
Ricardo I no pudo recuperar Jerusalén, pero su ejército recuperó Acre, donde los templarios construyeron un edificio, “El Temple”
rieron casi todos los templarios. Solo se salvaron Ridefort y dos de sus escoltas. Aprovechando el desconcierto de los cruzados, Saladino vio la oportunidad de asentar su poder en Tierra Santa. En junio de aquel año, el líder musulmán dirigió a su ejército de sesenta mil hombres hacia Tiberiades, donde esperó al enemigo para tenderle una trampa en una vaguada conocida como los Cuernos de Hattin, donde el ejército cristiano fue derrotado de nuevo. Fue entonces cuando Saladino y sus hombres tomaron Jerusalén el 30 de septiembre de 1187.
LOS CRUZADOS RECUPERAN ACRE
Según el acuerdo al que llegaron cristianos y musulmanes, sus pobladores salvaron la vida, pero tuvieron que pagar por ella. Los templarios que habían sobrevivido a los últimos meses de guerra escoltaron a los cristianos en su exilio. Saladino ordenó derruir los edificios que habían ocupado los cruzados salvo la mezquita de Al-Aqsa, que fue consagrada de nuevo al culto islámico.
En 1188 el rey Ricardo I de Inglaterra (Ricardo Co- razón de León), el rey Felipe II de Francia, y el emperador Federico I de Alemania (Federico Barbarroja) dirigieron la Tercera Cruzada con el objetivo de recuperar Jerusalén y el Santo Sepulcro. Meses después, los cruzados se enfrentaron a los musulmanes en las afueras de Acre, quedando en tablas la batalla. En julio de 1190, el emperador alemán Federico Barbarroja se ahogó en un pequeño riachuelo cerca de la frontera de Siria, lo que provocó la división de su ejército. Una parte volvió a Europa y otra decidió continuar la lucha en Tierra Santa. Cuando la cruzada apenas había comenzado, el rey francés decidió regresar a su país. Por su parte, a Ricardo Corazón de León le llegaron noticias inquietantes de Inglaterra sobre los intentos de su hermano menor, el príncipe Juan sin Tierra, de tomar el trono en su ausencia. Ricardo I no pudo reconquistar Jerusalén, pero su ejército recuperó Acre, donde los templarios construyeron un edificio bautizado con el nombre de “El Temple”, que fue su sede principal. Por esas fechas murió Saladino, cuyo Imperio fue disputado por sus tres hijos, lo que proporcionó un tiempo de relativa paz a los cristianos que vivían en Oriente Medio.