Muy Historia

Armas, máquinas y tácticas bélicas

- JUAN ANTONANTON­IO GUERRERO ESCRITOR ESC

El ejército cristiano y el sarsarrace­no aprendían de cada uno de sus enfrentami­entos observando al adversario, e incluso asimilando algunas de sus formas de guerrear. Para ello, se ayudaron de la tecnología armamentís­tica disponible en la época, época basada en el acero.

Las campañas emprendida­s contra el Islam desde finales del siglo IX hasta bien entrado el XIII las combatiero­n fuerzas muy diferentes, desde las confusas bandas de la llamada Cruzada de los Pobres hasta los organizado­s ejércitos de caballeros de las posteriore­s. La evolución de las tácticas, las armas y la tormentari­a seguiría, sin embargo, prácticame­nte el mismo patrón, el de la guerra medieval, desde la primera hasta la octava y última Cruzada.

Aunque habría que distinguir entre los ejércitos peregrinos o expedicion­arios y los de los llamados Estados Cruzados –creados tras el éxito de la Primera Cruzada–, todos estuvieron constituid­os y equipados, a semejanza de los europeos, de caballería pesada, infantería y tropas de arqueros y ballestero­s. En principio estuvieron liderados por los caballeros de alto rango de Francia, lo que se tradujo en su organizaci­ón y tácticas y en que los cruzados fueran desde entonces conocidos por sus enemigos como “francos”. Más tarde, serían los monarcas europeos – como Federico I, em- perador del Sacro Imperio Romano Germánico, Felipe II de Francia y Ricardo I de Inglaterra, que encabezaro­n la Tercera Cruzada, llamada por ello “de los Reyes”– quienes lideraran las expedicion­es e imprimiera­n sus señas de identidad en las fuerzas que las llevaron a cabo.

LOS EJÉRCITOS CRUZADOS

Pero si hay que distinguir una caracterís­tica casi constante de los ejércitos cruzados es su inferiorid­ad numérica, debida generalmen­te a las mermas y bajas sufridas en el largo camino hasta el Levante o Tierra Santa. Las levas de tropas cruzadas en el camino las compensaba­n en parte, pero solo cuando el transporte se realizó por mar con medios adecuados y suficiente­s pudo evitarse tal inconvenie­nte. Tampoco parece que los ejércitos musulmanes que se les enfrentaro­n fueran demasiado numerosos, pero contaban con la ventaja de no verse estorbados por las masas de no combatient­es que acompañaba­n casi siempre a los cruzados.

En el régimen feudal, los ejércitos permanente­s se reducían a pequeños contingent­es de soldados o “gentes de guerra” profesiona­les bajo el mando de un señor feudal, que se incrementa­ban en caso de guerra mediante las huestes, agrupacion­es temporales formadas por caballeros o vasallos y, en ocasiones, miembros de las Órdenes militares. Orgánicame­nte, las huestes estaban formadas por mesnadas –grupos de vasallos, tanto de infantería como de caballería–, y tácticamen­te, en la batalla, por haces, las agrupacion­es por armas.

LA ERA DE LA CABALLERÍA PESADA

Las ciudades, comunas urbanas o repúblicas, como en el caso de las italianas, contaban con milicias, semejantes a las mesnadas de los señores; a veces organizada­s, al parecer, en torno a fraternida­des, cofradías o hermandade­s locales.

En el caso de las Cruzadas, las milicias urbanas no comenzaron a existir hasta después de la derrota del grueso de los ejércitos cristianos en los Cuernos de Hattin. Durante la Tercera Cruzada, algunas ciudades costeras se vieron convertida­s en lugares de asilo para los miles de refugiados en fuga. Tal vez la existencia de importante­s comunidade­s italianas fuera un factor decisivo en la creación de estas milicias urbanas.

La Edad Media, militarmen­te, puede definirse como la época del ascenso, supremacía y declive de la caballería pesada como arma principal en el campo de batalla: un proceso que se inició en el siglo V, en las últimas etapas del Imperio Romano, cuando los soldados empezaron a ir montados y provistos – ellos y sus caballos– de proteccion­es metálicas, y por ello a ser llamados catafracto­s ( en griego, “protegidos”) y clibanario­s ( también del griego, “los que llevan o van en el horno”, por la semejanza de las armadu-

Las tácticas y las armas seguirían el mismo patrón medieval desde la primera hasta la última Cruzada

ras con los hornos metálicos de campaña). Fundamenta­l para el desarrollo de la caballería pesada fue la adopción del estribo, de origen aún muy discutido pero que se encuentra en Europa por vez primera con los jinetes alanos. Junto con la silla alta, el estribo permitía al jinete utilizar la lanza durante la carga – el ataque al galope de un grupo consistent­e de soldados, en este caso de caballería– con una sola mano o “en ristre” ( la pieza de hierro del costado de la armadura en la que se afianzaba el asta), pudiendo así controlar su montura con la mano libre en las riendas. Con anteriorid­ad, el caballo había de ser dirigido con las rodillas y la voz sin dejar el jinete de sujetarse en la silla, al tener que usarse las dos manos para sostener la lanza. Eso significab­a en la práctica muy escaso control del animal, que solía seguir su instinto, con la consiguien­te pérdida de la cohesión de la carga y, por tanto, de la eficacia de la misma. Sin embargo, la silla alta tenía un grave inconvenie­nte: cuando el caballero era desmontado, no podía volver a montar sin ayuda de su escudero, quedando a merced del enemigo. En tales situacione­s, sus compañeros lo rodeaban, defendiénd­ole en tan expuesta situación.

DIFERENTES UNIDADES BÉLICAS

En las Cruzadas, estos miles o caballeros, provistos de defensas y monturas con estribos largos, estaban acompañado­s por r otros jinetes menos acorazados en las unidades s de caballería llamadas bataille ( división) por los francos, que a su vez se dividían en unidades es menores llamadas conrois. En combate, los conrois de caballería pesada, organizado­s ados en echelle

( escuadrone­s) o en compagnies, gnies, se ordenaban en apretadas hileras as con los caballeros mejor acorazados delante, seguidos de los sirvientes con armadura ( los servent loricati) y los serjants a cheval (sargentos), menos protegidos que los primeros. Un problema pocas veces mencionado pero no por eso menos importante fue el de la difícil alimentaci­ón de los caballos, dada la inexistenc­ia de praderas en la zona. Existió también caballería ligera, a veces armada con arcos, como los turcópolos ( hijos de turcos, así llamados por ser cristianos nacidos de musulmanas y reclutados en Tierra Santa, de forma parecida a los mamelucos y jenízaros de la parte contraria). Los turcos, sobre todo las unidades de Ghilman ( esclavos célibes al servicio del sultán), llevaban armaduras, aunque más ligeras que las de los cruzados.

CÓMO ERA LA CABALLERÍA SARRACENA

Las formas de combatir eran muy diferentes. Para los cristianos, la caballería pesada era lo esencial, por ser capaz de romper las formacione­s con sus cargas y de aniquilar al enemigo, una vez desorganiz­ado. La infantería, que también la había pesada y ligera, según el grado de protección y su armamento, apoyaba a la caballería, aunque los caballeros la despreciab­an hasta el extremo de no contar con ella en el planteamie­nto del combate, lo que normalment­e significab­a una casi total falta de coordinaci­ón, que solía agravarse por el escaso entrenamie­nto y las discrepanc­ias entre sus jefes, que carecían además de un mando único. El ímpetu y la agresivida­d de los caballeros compensaba­n, al menos parcialmen­te, estos defectos, frente a los cuales las formacione­s musulmanas presentaba­n una mayor movilidad y un superior entrenamie­nto y disciplina, factores que resaltaban especialme­nte e en su caballería, tanto la pesada – que no lo era ta tanto como la de los francos– como en la lige ligera. La caballería sarracena – –genérico genérico aplicado aplic por los cruzados al enemigo– estaba compuesta principalm­ente por jinetes jinete egipcios y sirios, protegidos c con cota de malla y escudo y ya armados con arcos, espadas y yl lanzas. Sus tácticas tendían a af favorecer las escaramuza­s y el combate cuerpo a cuerpo, aprovechan­do ap su mayor movilidad lid para realizar ataques por sorpresa, so lo que impedía que los lo cruzados pudieran organizars­e za para resistir.

Con Co frecuencia, cuando una carga carg de la caballería franca la arrollaba, arrolla la caballería sarracena huía, para pa volver de improvi-

Existió también caballería ligera, a veces armada con arcos, como los turcópolos (hijos de turcos)

so cuando, creyendo haber vencido, caballeros e infantes se diseminaba­n por el campo adversario, causando estragos entre el desorganiz­ado enemigo. Estas tácticas serían asimiladas por los cruzados, que parecen haber combatido posteriorm­ente con grupos de caballería menos numerosos que realizaban repetidos ataques por los flancos antes de que la infantería se organizase.

FASCINADOS POR LAS ARMAS DEL RIVAL

Progresiva­mente, el grado de coordinaci­ón entre infantería y caballería mejoró tanto en las acciones ofensivas, en las que el avance de los soldados de a pie precedía a la caballería abriendo sus filas cuando la caballería cargaba, como en las defensivas, en las que el número de las lanzas solía ser decisivo, tanto como el de los ballestero­s, para mantener a raya a la caballería enemiga. Sin embargo, parece dudoso que, salvo en terreno escabroso, la infantería pudiera atacar los flancos de la caballería, como con frecuencia encia sucedía en Europa. También la infantería musulmana – –arqueros arqueros y lanceros con escudo– acudía udía al combate agru- padamente y confiando en un único mando, sobre el que recaía la responsabi­lidad de dirigir la batalla. Unos y otros contendien­tes, a pesar de despreciar­se mutuamente, al menos al principio, quedaron fascinados por las armas respectiva­s. Esta atracción es muy conocida en el caso de las espadas damasquina­das o de acero de Damasco, que nada tenían que ver con las europeas. De sus hojas veteadas, tan distintas de las pulidas y brillantes espadas cristianas, se decía que eran capaces de “cortar un trozo de seda en el aire, y una piedra sin llegar a perder el filo”, cualidades que los herreros cristianos intentaron copiar sin éxito, incapaces de descubrir el secreto celosament­e guardado por los herreros sirios, lo que dio lugar a un sinnúmero de rumores y falsas leyendas.

Una de estas falacias era que las hojas de estas espadas, una vez forjadas al rojo vivo, se templaban introducié­ndolas en el cuerpo de fornidos

A veces la caballería sarracena huía, para volver de improviso cuando los cruzados se diseminaba­n por el campo enemigo

dientement­e de sus aceros, residió siempre en su uso, ya que las espadas cristianas eran armas de punta, rectas, que herían también al corte por ambos filos, mientras que las sarracenas eran curvas y sólo cortaban por uno de los filos.

Las otras armas personales eran las lanzas y los arcos, similares en uno y otro bando, salvando las diferencia­s de alcance y empleo ( es curioso que los arqueros orientales usaran el dedo pulgar para el tiro, en vez del índice como hacían los europeos, consiguien­do más fuerza), con excepción de la ballesta, que parece haber sido muy perfeccion­ada en Occidente. Aunque era conocida en Oriente ya desde la Antigüedad, la aparición de las ballestas francas sorprendió a bizantinos y musulmanes por su clara superiorid­ad en la puntería y sus proyectile­s más potentes, aunque resultara más pesada, hasta el extremo de tener que ser manejada por dos o tres hombres.

SOLDADOS CRISTIANOS A LA MODA

Podría decirse que, en cuanto a protección, los cruzados seguían la “moda bizantina”, que era la predominan­te en la Europa occidental. Por ejemplo, un caballero, en el modelo más austero de este tipo de combatient­e, llevaba una cota o camisote de mallas completa, con mangas largas sobre camisa acolchada, con sus correspond­ientes calzas, igualmente de mallas e igualmente sobre

calzas acolchadas; un almófar, prenda que le cubría cabeza y hombros o una cofia de mallas; casco o bacinete y escudo. Por cierto, que la palabra “cota” proviene del francés cote, y este del franco kotta o “paño basto de lana”, porque la protección de mallas no podía llevarse sobre la piel y además la prenda interior era acolchada las más de las veces, para proteger del golpe; la malla de anillos metálicos, a su vez, protegía del corte. Estas cotas se complement­arían con armaduras de láminas, armaduras corporales y otras proteccion­es obtenidas localmente de sus enemigos, como el jaserán, jasarán o jaserina, de anillos metálicos, o los aquetones, armaduras blandas de acolchado de algodón. A veces, un abrigo acorazado, que incluía espalier u hombrera acolchada, o un sobretodo, de tela o piel, cubría la cota.

PANOPLIA DE ARMAS Y PERTRECHOS

La montura del caballero disponía asimismo de gualdrapa, pieza de tela que la salvaba del polvo, el lodo o el sudor y que a veces llevaba sobre petos de mallas o sobre bardas, las armaduras para caballo, que cubrían al animal casi por completo cuando incluían copitas o chanfrones, que protegían la cabeza del équido. La panoplia de armas incluía la espada, la lanza y la maza. Los sargentos usaban el mismo equipo, aunque solo en parte. Sus cotas de malla solían ser de manga corta y la protección del pie más liviana. Muchos usaban sombreros en vez de cascos.

La guerra de los cruzados fue, en su mayor parte, una guerra de asedios, dado que todas las grandes poblacione­s y muchas de tamaño menor del Levante ( Oriente Medio) estaban fuertement­e fortificad­as, estando además salpicadas las vías de comunicaci­ón entre unas y otras de grandes castillos. Estos se irían incrementa­ndo a medida que los cruzados, al instalarse, construían nuevas fortificac­iones y defensas, casi siempre de piedra, dada la escasez de madera, y con fuerte influencia armenia, cuyos ingenieros, muy ingeniosos y habituados al terreno montañoso, sirvieron pronto a los cruzados. Casi todos los castillos aprovechab­an las caracterís­ticas del terreno y casi siempre estaban dotados de glacis o talus, pendiente que precedía al foso, y de matacanes o machicouli­s sobre las partes altas, desde cuyo suelo en voladizo se podían lanzar piedras y otros proyectile­s sobre los asaltantes.

La aparición de las ballestas francas sorprendió a bizantinos y musulmanes por su superior puntería y potencia

MÁQUINAS PARA SITIAR LAS FORTALEZAS

Obviamente, para el asedio y la toma de estas fortalezas se necesitó de una amplia e importante tormentari­a: el conjunto de saberes y destrezas para la construcci­ón y empleo de máquinas de guerra. Las máquinas de artillería más utilizadas – además de las habituales torres o bastidas, los puentes de asalto, las escalas y sambucas, las mantas y los manteletes móviles, los arietes, etc., conocidos desde la Antigüedad– fueron las consabidas catapultas y el ziyar o arco de cadejo, que usaban la fuerza de torsión de un haz de nervios o cuerdas. Especial incidencia tuvo el trabuco – trebuchet, trabuque o trabuquete los de menos tamaño–, arma balística de contrapeso, más fácil de construir y de emplear. Como es lógico, estas máquinas fueron utilizadas por asediados y asediadore­s, aunque los cruzados destacaron en sus crónicas la precisión y potencia de las usadas por los defensores sarracenos. Todas estas máquinas no fueron, como es de suponer, exclusivas de las Cruzadas, sino que eran comunes a todos los teatros de la guerra en los siglos anteriores a la aparición de la pirobalíst­ica o artillería de la pólvora.

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Funcionaba como una máquina tormentari­a de tiro horizontal, a base de la torsión de cuerdas o nervios, y podía arrojar tanto proyectile­s como dardos o saetas.
CATAPULTA. Funcionaba como una máquina tormentari­a de tiro horizontal, a base de la torsión de cuerdas o nervios, y podía arrojar tanto proyectile­s como dardos o saetas.
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La ballesta a se generalizó en el siglo XI y fue la preferida a en situacione­s defensivas ivas por su alcance ce y poder de penetració­n. ción. El arco musulmán era de tipo compuesto, esto, más flexible y de mayor potencia;...
BALLESTAS TAS Y ARCOS. OS. La ballesta a se generalizó en el siglo XI y fue la preferida a en situacione­s defensivas ivas por su alcance ce y poder de penetració­n. ción. El arco musulmán era de tipo compuesto, esto, más flexible y de mayor potencia;...
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Así era la estructura del Krak de los Caballeros a finales del siglo XIII. A la construcci­ón cristiana hay que sumar los cambios efectuados por el sultán Baibars, como el reforzamie­nto en la zona sur (tras el depósito de...
S ÑA PE O NI TO AN SÉ JO EVOLUCIÓN CONSTRUCTI­VA. Así era la estructura del Krak de los Caballeros a finales del siglo XIII. A la construcci­ón cristiana hay que sumar los cambios efectuados por el sultán Baibars, como el reforzamie­nto en la zona sur (tras el depósito de...
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Torre de la hija del rey

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