Un imperio muy familiar
La transición entre la República y el Imperio contó en Roma con dos protagonistas superlativos: Julio César y Augusto. La dinastía resultante de la familia Julio-Claudia protagonizó los años más gloriosos de la Roma clásica, aunque los sucesores de aquellos dos grandes animales políticos jugaron en otra liga. La República tenía ya cinco siglos de historia cuando el “divino calvo” hizo saltar sus cimientos, inaugurando un estilo autoritario y basado en el culto a la personalidad sin parangón en sus antecesores. Y no era para menos, porque el dictador republicano fue una figura seductora, tanto para mujeres como para hombres, protagonista de una extraordinaria carrera militar y política, uno de los mejores escritores en lengua latina y un líder natural para los soldados a su cargo, que hacían chanzas sobre su calvicie pero le reconocían su valor, compañerismo y capacidad estratégica. Y su sucesor y heredero, Octavio Augusto –que se invistió emperador, alcanzando la divinidad, y dirigió los destinos de Roma durante 41 años–, estableció la PaxRomana, expandió el territorio, reconstruyó la capital y desarrolló la red de calzadas. Mientras él y su mujer, Livia, la matrona romana perfecta, se presentaban como ejemplos de virtud y sencillez e impulsaban la familia y la natalidad, del resto de la dinastía (Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón) tenemos ya otra imagen, teñida por escándalos, asesinatos, conjuras, demencia. Pero el Imperio siguió adelante... Tan orgullosa como los romanos de su Imperio, me siento yo de este número 100 de MUY HISTORIA. Ya desde una publicación centenaria, deseo que disfruten de su lectura.