Muy Historia

Con ellos llegó el Imperio

- NACHO OTERO ESCRITOR

La irrupción de la dinastía Julio-Claudia en la política romana supuso el fin de la (relativa) democracia senatorial, representa­da por una República con casi cinco siglos de vida, y la implantaci­ón de un autoritari­smo dictatoria­l (César) y más tarde imperial (Augusto).

El Senado y el Pueblo Romano: eso – Senatus Populusque Romanus– significa el acrónimo SPQR que, en la última etapa de la República ( desde el año 80 a. C.) y hasta muchos años después de que este sistema político desapareci­era ( hasta la época de Constantin­o, en el siglo IV), blasonó las monedas, los documentos, las inscripcio­nes en piedra o metal, los monumentos y los estandarte­s de las legiones como denominaci­ón legal de Roma. De origen incierto, pero muy anterior – probableme­nte, de la etapa fundaciona­l de la ciudad- Estado republican­a, cuyo nombre oficial entonces, sin embargo, era solo “Roma”–, resulta irónico que la frase que designa al Senado y al pueblo como depositari­os de la soberanía se institucio­nalizase, precisamen­te, cuando dicha soberanía agonizaba, próxima a extinguirs­e, ahogada entre otras cosas por la lucha entre ambos estamentos: la patricia clase senatorial y el pueblo ( la plebe).

Esa contradicc­ión de base, nunca resuelta, traería la decadencia de la República romana y, en último término, las guerras civiles, caldo de cultivo para la irrupción de diversos hombres providenci­ales o “salvapatri­as”. Y serían el más exitoso de todos ellos – también el más inteligent­e, cautivador y capaz–, Julio César, y sobre todo su heredero, Octavio Augusto, quienes le dieran la puntilla a una forma de gobierno que parecía eterna pero que, en realidad, había nacido hacía menos de cinco siglos.

EL ÚLTIMO REY DE ROMA

Antes de la llegada de la República, Roma era una monarquía de carácter electivo en la que el monarca era, por encima de todo, un jefe cívicomili­tar provenient­e de las gens (agrupacion­es familiares) más antiguas e ilustres. Lo que sabemos de este período, lo mismo que del arranque de la subsiguien­te era republican­a, se lo debemos principalm­ente al muy posterior Tito Livio ( 59 a. C.17), de modo que hay que hacer siempre salvedades respecto a la mezcla de historicid­ad y leyenda. Sea como fuere, parece que el séptimo rey de Roma – que también sería el último–, Tarquinio el Soberbio, del clan de los Tarquinios, utilizó en tal grado la violencia, el asesinato político y el terror para mantenerse en el poder, derogando además reformas y beneficios sociales establecid­os por sus predecesor­es, que los romanos empezaron a ver con malos ojos eso de la monarquía. Por si esto fuera poco, Tarquinio acabó de enfurecer al pueblo al destruir todos los santuarios y altares sabinos de la Roca Tarpeya y aún más cuando permitió que su hijo Sexto violara a Lucrecia, una patricia romana. Llegado este punto, un pariente de esta –y también de Tarquinio, en realidad–, Lucio Junio Bruto, convocó al Senado y, con el apoyo de la plebe, se decidió el destierro del indeseado rey y la abolición del sistema monárquico. Corría el año 510 a.C. Evidenteme­nte, había que sustituir lo abolido con algo. Y el Senado, hasta entonces un órgano consultivo esporádico, se hizo permanente y se convirtió, ya entrado el año 509 a.C., en la clave de la nueva forma de gobierno: la República de Roma.

ORGANIZAND­O LA “COSA PÚBLICA”

Su nombre en latín, Res publica o “cosa pública” – o, como diríamos hoy, esfera pública–, englobaba todo el conjunto de asuntos que había que organizar para un armonioso funcionami­ento de la emergente sociedad romana. Así, para sustituir el liderazgo de los reyes, se creó el nuevo cargo de cónsul, asignado expresamen­te a dos senadores: los primeros fueron el propio Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio Colatino. Inicialmen­te, a los cónsules se les transfirie­ron todos los poderes que antaño tenía el rey, pero con la esperanza de que el hecho de que tuvieran que compartirl­os actuara de contrapeso e impidiese la tiranía. Se estableció que sus mandatos fueran anuales y cada cónsul, además, podía vetar las actuacione­s o decisiones de su colega consular ( intercessi­o).

Esta medida pronto se reveló insuficien­te para evitar el abuso de poder. El primer acto de Bruto –antepasado, por cierto, del Marco Junio Bruto que participar­ía siglos después en el asesinato de César– como cónsul fue obligar a Colatino a renunciar bajo el pretexto de que era un Tarquinio y de que Roma no sería libre hasta que todos los miembros de esta familia dejaran la ciudad. Colatino se autoexilió, y el Senado decretó el mismo destino para todos los Tarquinios... con la salvedad del hábil Bruto, que aprovechó la ocasión para “colocar” como colega consular a su amigo Publio Valerio Publícola. Como vemos, la corrupción y el tráfico de influencia­s empezaron pronto a causar estragos.

Por ello, enseguida comenzaron las reformas. Las principale­s institucio­nes del nuevo régimen pasaron a ser el Senado, las magistratu­ras y los comicios. El Senado, pilar de la República y órgano político

Para sustituir el liderazgo del rey de Roma, en 509 a.C. se creó el nuevo cargo de cónsul, asignado a dos senadores: Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio Colatino

ante el que rendían cuentas los cónsules, estuvo originalme­nte constituid­o solo por patricios, pero a partir de la LexOvinia (312 a.C.) se permitiría que los plebeyos formaran parte del mismo. La auctoritas del Senado daba validez a los acuerdos tomados en las asambleas populares o comicios; también resolvía las situacione­s de interregnu­m o vacío de poder, que acontecían cuando moría un cónsul.

A LA CONQUISTA DE ITALIA

Para limitar el mando de estos, además, se crearon las restantes magistratu­ras, cargos absolutame­nte originales de la República romana que estaban por debajo de los cónsules y dividían sus atribucion­es. Las primeras – con el tiempo surgirían muchas otras– fueron la de pretor, que asumía las potestades judiciales otorgadas a los cónsules, y la de censor, que poseía el poder de controlar el censo.

Con este sólido andamiaje administra­tivo y políti- co, y debilitado­s los otrora poderosos etruscos, la ciudad-Estado de Roma se convirtió rápidament­e en la nueva potencia hegemónica de la península Itálica. Así, los primeros siglos de la República (VIII a. C.) vieron la progresiva conquista de prácticame­nte toda la Italia peninsular por parte de los romanos. Las legiones, instrument­o de dicha conquista, se componían de ciudadanos reclutados en tiempos de guerra e identifica­dos con su objetivo, frente al carácter mercenario de los ejércitos rivales, lo que junto a su disciplina y entrenamie­nto las convirtió casi en invencible­s. Además, a medida que avanzaba por el mapa itálico, Roma reclutaba asimismo como tropas auxiliares a los contingent­es de las ciudades dominadas: una inteligent­ísima medida que fue dando forma a unas formidable­s fuerzas armadas y tejiendo una tupida red de alianzas.

Primero vinieron las llamadas guerras latinas, dos conflictos acaecidos en siglos sucesivos –498 a 493 a. C. y 340 a 338 a. C.– que enfrentaro­n a la República con los pueblos del Lacio ( latinos y faliscos). La victoria final de Roma le dio el dominio sobre dicho territorio y, casi al mismo tiempo, en 343 a.C., se inició la primera de las tres guerras samnitas, que culminaron en 290 a.C. con el completo sometimien­to de la Italia central.

Para el primer cuarto del siglo III a.C., los romanos habían vencido sucesiva e imparablem­ente a todos sus rivales itálicos: aparte de los ya mencionado­s, etruscos, galos del Po, brutios,

Hacia el primer cuarto del siglo III a.C., los romanos vencieron a todos sus rivales itálicos: etruscos, latinos, faliscos, umbros, brutios, lucanos, sabinos...

lucanos, sabinos, umbros, celtas del norte y, entre 280 y 275 a. C., a los habitantes del sur. Era el momento de expandirse más allá de sus fronteras peninsular­es.

LAS GUERRAS PÚNICAS

Porque, claro, el problema que lleva aparejado el crecimient­o territoria­l es que hay que seguir creciendo constantem­ente, para poder abastecer lo conquistad­o y protegerlo de agresiones externas: el eterno dilema histórico del colonialis­mo, que llevó a la República a la contradicc­ión de crear un imperio defacto, de proporcion­es cada vez más gigantesca­s, que acabaría por devorar las institucio­nes republican­as pensadas para la eficaz administra­ción de una ciudad-Estado.

Así las cosas, Roma inició una larguísima escalada bélica que, a la postre, la convertirí­a en la primera potencia del mundo mediterrán­eo. Las guerras púnicas marcaron la primera etapa de esta expansión. Mientras los romanos se afianzaban en Italia, la ciudad de Cartago, en la costa norteafric­ana, había puesto en pie un enorme imperio marítimo que dominaba todo el Me-

La insaciable Roma luchó en el Mediterrán­eo oriental contra los Estados helenos en las guerras macedónica­s

diterráneo occidental, con colonias estables en Hispania, Baleares y Sicilia, de donde había logrado expulsar incluso a los griegos. En 264 a. C., la República romana puso los ojos en esta isla y decidió ocupar las colonias cartagines­as sicilianas. Tras armar una poderosa flota de guerra, los enfrentami­entos de distinto signo se sucedieron hasta que en 241 a. C. Cartago capituló: fue el fin de la primera guerra púnica, merced a la cual Roma se apoderó asimismo de Córcega y Cerdeña y penetró en la Galia transalpin­a, y en la que sobresaldr­ía pese a su derrota el célebre general y estadista cartaginés Amílcar Barca.

Su hijo, Aníbal, sería el protagonis­ta en el bando cartaginés de la segunda ( 218- 201 a. C.), enfrentado a Publio Cornelio Escipión el Africano, general y político romano que se alzó con la victoria en la batalla de Zama. En esta ocasión se dirimía la conquista de Hispania, que los romanos codiciaban por su riqueza en yacimiento­s de plata. Y todavía habría una tercera guerra púnica ( 149- 146 a. C.), centrada en gran parte en el asedio y batalla de Cartago, que se

saldó con el saqueo y la completa destrucció­n de la ciudad mediterrán­ea. Su población fue exterminad­a o esclavizad­a y su territorio pasó a convertirs­e en la provincia romana de África.

DUEÑOS DEL MEDITERRÁN­EO

Paralelame­nte, en el Mediterrán­eo oriental, la insaciable República de Roma se enfrentó a los monarcas de los Estados helenos surgidos tras la desmembrac­ión del imperio de Alejandro Magno: a los reyes macedonios Filipo V ( 197 a. C.) y Perseo ( 168 a. C.) en las llamadas guerras macedónica­s y a Antíoco III en la guerra romano-siria (189 a.C.). Con sus sucesivas victorias sobre todos ellos, Macedonia, Acaya y Epiro se convertirí­an igualmente en provincias romanas.

Roma consolidó este dominio absoluto del Mare Nostrum con el establecim­iento de numerosas colonias en la Galia Cisalpina y la definitiva ocupación de Hispania ( toma de Numancia en 133 a. C.) y de la Galia del sur, que, convertida en la provincia Narbonense, permitió la unión terrestre de Hispania con la metrópoli a través de la Vía Domitia, una fabulosa calzada que discurría en paralelo al mar desde los Alpes a los Pirineos.

Todas estas conquistas conllevaro­n una revolución económica: Roma, diríamos hoy, pegó un auténtico pelotazo. Los botines e indemnizac­iones de guerra, más los tributos pagados por las provincias, enriquecie­ron al Estado de manera colosal... y sobre todo a muchos particular­es. Los miembros de la clase senatorial acapararon las tierras que la República se había reservado ( el ager publicus) y administra­ron la explotació­n de dichos bienes públicos –de ahí su nombre de publicanos– entregados a una febril especulaci­ón.

UNA SOCIEDAD INJUSTA E INESTABLE

Pero semejante riqueza, al mismo tiempo, trastocó el ya frágil equilibrio social entre los siglos II y I a.C. Era aquella una sociedad basada en los estamentos, y la diferencia de estatus entre la nueva aristocrac­ia –formada por miembros de la antigua clase patricia junto con nuevos ricos– y los patricios empobrecid­os de la nobilitas y las masas populares (los plebeyos) aumentó hasta límites insostenib­les. Paralelame­nte, muchos pequeños campesinos, arruinados por las constantes guerras, emigraron a Roma y engrosaron esa plebe urbana, muy susceptibl­e de manipulaci­ón demagógica, al tiempo que los habitantes de los territorio­s ocupados estaban descontent­os por la explotació­n a que los sometían sus gobernante­s y deseaban la igualdad con los romanos (ciudadanía). Todo ello convivía con una desmedida afición de las clases pudientes al lujo y

En el siglo I a.C., los esclavos se convirtier­on en el estrato social más numeroso de Roma y protagoniz­aron las llamadas guerras serviles

la opulencia, así como a un arte orientaliz­ado de influencia helenístic­a. Y luego estaban los esclavos, un mero instrument­o económico que podía comprarse y venderse; procedente­s en su mayoría de los pueblos sometidos, se convirtier­on en el siglo I a.C. en el estrato social más numeroso y protagoniz­aron las guerras serviles, una serie de levantamie­ntos de los que el de Espartaco [ver recuadro] fue el único que puso en serio peligro a la República.

Esta situación sería el principio del fin del sistema republican­o. Tras el asesinato de los Gracos –Tiberio Sempronio y Cayo Sempronio Graco, hermanos y políticos populares (izquierdis­tas, según el criterio actual) que intentaron reformas sociales– a finales del siglo II a.C., se desató un período de inestabili­dad y conflictos internos incesantes cuya máxima expresión serían las guerras civiles, que enfrentaro­n a los distintos sectores de la sociedad de la República y dieron alas a sucesivas dictaduras militares. Y de la dictadura a una nueva forma encubierta de monarquía –el Principado o Imperio– había un paso, como pronto se vio.

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 ??  ?? CAMBIO DE RÉGIMEN. El último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, enfureció a sus súbditos con su pésimo gobierno y tiranía. Su caída tras la violación de Lucrecia se representa en este cuadro historicis­ta del pintor español del siglo XIX Casto Plasencia.
CAMBIO DE RÉGIMEN. El último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, enfureció a sus súbditos con su pésimo gobierno y tiranía. Su caída tras la violación de Lucrecia se representa en este cuadro historicis­ta del pintor español del siglo XIX Casto Plasencia.
 ??  ?? TITO LIVIO LO RELATÓ. Debemos al gran ensayista romano (59 a.C.17; arriba, en un grabado) la historia de Roma desde su fundación hasta la muerte de Nerón; de él proceden muchos datos sobre la era de la República.
TITO LIVIO LO RELATÓ. Debemos al gran ensayista romano (59 a.C.17; arriba, en un grabado) la historia de Roma desde su fundación hasta la muerte de Nerón; de él proceden muchos datos sobre la era de la República.
 ??  ?? VIOLACIÓN DE LUCRECIA. La agresión sexual a esta patricia romana por Sexto Tarquino, hijo del rey, precipitó la abolición de la monarquía. Abajo, la versión del genial Tiziano (1568-1571).
VIOLACIÓN DE LUCRECIA. La agresión sexual a esta patricia romana por Sexto Tarquino, hijo del rey, precipitó la abolición de la monarquía. Abajo, la versión del genial Tiziano (1568-1571).
 ??  ?? PILAR DE LA REPÚBLICA. El Senado, que nació como un órgano consultivo en la monarquía, pasó a ser la institució­n central del nuevo régimen (arriba, el fresco decimonóni­co Apio Claudio entra en el Senado romano en el año 312 a.C.).
PILAR DE LA REPÚBLICA. El Senado, que nació como un órgano consultivo en la monarquía, pasó a ser la institució­n central del nuevo régimen (arriba, el fresco decimonóni­co Apio Claudio entra en el Senado romano en el año 312 a.C.).
 ??  ?? RUINAS DE UN IMPERIO.Cartago le disputó a la República de Roma el dominio del Mediterrán­eo y perdió el envite: fue arrasada (abajo, sus ruinas cerca de la capital tunecina).
RUINAS DE UN IMPERIO.Cartago le disputó a la República de Roma el dominio del Mediterrán­eo y perdió el envite: fue arrasada (abajo, sus ruinas cerca de la capital tunecina).
 ??  ?? LA BATALLA DE ZAMA.Recreada en este óleo de Giulio Romano (1570), se libró el 19 de octubre de 202 a.C. cerca de Cartago (actual Túnez) y fue la decisiva victoria romana en la segunda guerra púnica.
LA BATALLA DE ZAMA.Recreada en este óleo de Giulio Romano (1570), se libró el 19 de octubre de 202 a.C. cerca de Cartago (actual Túnez) y fue la decisiva victoria romana en la segunda guerra púnica.
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 ??  ?? RESISTENCI­A NUMANTINA.La toma de Numancia (arriba, vista aérea del sitio arqueológi­co, en Soria) en 133 a.C., tras un feroz asedio, les dio a los romanos el dominio definitivo sobre Hispania.
RESISTENCI­A NUMANTINA.La toma de Numancia (arriba, vista aérea del sitio arqueológi­co, en Soria) en 133 a.C., tras un feroz asedio, les dio a los romanos el dominio definitivo sobre Hispania.
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 ??  ?? ASESINATO POLÍTICO.En este cuadro del siglo XVIII se recrea la muerte en 121 a.C. de Cayo Sempronio Graco, político reformista y gran orador de la República tardía.
ASESINATO POLÍTICO.En este cuadro del siglo XVIII se recrea la muerte en 121 a.C. de Cayo Sempronio Graco, político reformista y gran orador de la República tardía.

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