Julio César, el divino calvo
Miembro más notable de la gens (familia) Julia, la unión de esta con la gens Claudia dio lugar al primer clan imperial de Roma. César tuvo más poder y mayor personalidad que todos sus sucesores.
Un siglo antes del nacimiento de Cristo, Roma era la más grande y la más bella de las ciudades europeas, orgullosa capital de la potencia hegemónica de Occidente. En unas cuantas generaciones, había pasado de ser una agrupación de tribus bárbaras establecidas en las colinas del Tíber dominadas por los etruscos a convertirse en el motor de la historia. Muchas causas confluyeron en aquella transformación, pero la principal de todas fue su forma de gobierno. Desde finales del siglo VI a.C., cuando Tarquinio el Soberbio, último rey etrusco, fue derrocado, los romanos evolucionaron hacia una forma republicana de gobierno que habría de perdurar medio milenio. A efectos de perspectiva histórica, es como si en España estuviéramos viviendo en una república desde la muerte de los Reyes Católicos. ¿Se imaginan?
Pero nada es para siempre, y la República romana ( Senatus Populusque Romanus) empezaba a mostrar síntomas claros de decadencia. Nunca faltaron problemas de todas clases, porque su propio crecimiento dificultaba cada vez más la gobernación. A trancas y barrancas, con mayor o menor dignidad, el sistema consiguió perdurar y sobreponerse a su propio éxito. Sin embargo, al llegar el siglo I a. C., el mar de fondo de la desigualdad social había fracturado tanto a la sociedad romana, que la estructura republicana se mantenía en pie de milagro. La base de todos los problemas era la enconada resistencia de los opulentos aristócratas a ceder un palmo de sus privilegios, lo que había convertido al Senado, construido como el sagrado y luminoso templo de la dialéctica, en un oscuro antro en el que los intereses particulares luchaban en la sombra entre conjuras y traiciones. La facción aristocrática ( la “derecha”), liderada por el potentado Craso, había ganado para su causa al sector alto de la clase media, los optimates, frente a los populistas de Graco ( la “izquierda”).
EL HOMBRE CLAVE: CAYO JULIO CÉSAR
Entre ellos había pocos secretos, porque Roma era una línea caliente para todas las habladurías. Más que una institución política, el Senado era entonces un mercado o una Bolsa en la que mandaba el dinero: con él se compraban opiniones y votos para obtener más poder con el que hacer más dinero. Podría decirse que la República romana sucumbió finalmente ante la apoteosis de los mismos vicios humanos que acosan a las actuales democracias capitalistas: corrupción, avaricia, mentira, sectarismo, amiguismo y vanidad.
El hombre clave en la agonía de aquella República iba a ser un ciudadano llamado Cayo Julio César, del que nadie hubiera creído