Muy Historia

Julio César, el divino calvo

Miembro más notable de la gens (familia) Julia, la unión de esta con la gens Claudia dio lugar al primer clan imperial de Roma. César tuvo más poder y mayor personalid­ad que todos sus sucesores.

- ALBERTO PORLAN ESCRITOR Y FILÓLOGO

Un siglo antes del nacimiento de Cristo, Roma era la más grande y la más bella de las ciudades europeas, orgullosa capital de la potencia hegemónica de Occidente. En unas cuantas generacion­es, había pasado de ser una agrupación de tribus bárbaras establecid­as en las colinas del Tíber dominadas por los etruscos a convertirs­e en el motor de la historia. Muchas causas confluyero­n en aquella transforma­ción, pero la principal de todas fue su forma de gobierno. Desde finales del siglo VI a.C., cuando Tarquinio el Soberbio, último rey etrusco, fue derrocado, los romanos evoluciona­ron hacia una forma republican­a de gobierno que habría de perdurar medio milenio. A efectos de perspectiv­a histórica, es como si en España estuviéram­os viviendo en una república desde la muerte de los Reyes Católicos. ¿Se imaginan?

Pero nada es para siempre, y la República romana ( Senatus Populusque Romanus) empezaba a mostrar síntomas claros de decadencia. Nunca faltaron problemas de todas clases, porque su propio crecimient­o dificultab­a cada vez más la gobernació­n. A trancas y barrancas, con mayor o menor dignidad, el sistema consiguió perdurar y sobreponer­se a su propio éxito. Sin embargo, al llegar el siglo I a. C., el mar de fondo de la desigualda­d social había fracturado tanto a la sociedad romana, que la estructura republican­a se mantenía en pie de milagro. La base de todos los problemas era la enconada resistenci­a de los opulentos aristócrat­as a ceder un palmo de sus privilegio­s, lo que había convertido al Senado, construido como el sagrado y luminoso templo de la dialéctica, en un oscuro antro en el que los intereses particular­es luchaban en la sombra entre conjuras y traiciones. La facción aristocrát­ica ( la “derecha”), liderada por el potentado Craso, había ganado para su causa al sector alto de la clase media, los optimates, frente a los populistas de Graco ( la “izquierda”).

EL HOMBRE CLAVE: CAYO JULIO CÉSAR

Entre ellos había pocos secretos, porque Roma era una línea caliente para todas las habladuría­s. Más que una institució­n política, el Senado era entonces un mercado o una Bolsa en la que mandaba el dinero: con él se compraban opiniones y votos para obtener más poder con el que hacer más dinero. Podría decirse que la República romana sucumbió finalmente ante la apoteosis de los mismos vicios humanos que acosan a las actuales democracia­s capitalist­as: corrupción, avaricia, mentira, sectarismo, amiguismo y vanidad.

El hombre clave en la agonía de aquella República iba a ser un ciudadano llamado Cayo Julio César, del que nadie hubiera creído

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MUSEO DEL LOUVRE
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