Muy Historia

Mujeres influyente­s

De Cleopatra a Popea, pasando por Livia, las Agripinas y Mesalina, una serie de féminas de gran carácter ejercieron su influencia sobre los hombres utilizando a menudo el sexo y los venenos como armas. Así es al menos como nos ha llegado, probableme­nte un

- RODRIGO BRUNORI ESCRITOR Y PERIODISTA

La dinastía Julio-Claudia está recorrida de arriba abajo por mujeres excepciona­les que ejercieron un verdadero poder en la sombra y tuvieron una influencia capital en el desarrollo de los primeros casi cien años del Imperio Romano. La historiogr­afía clásica las ha encasillad­o en dos estereotip­os: depredador­as sexuales, que provocan la perdición de los hombres, o envenenado­ras capaces de determinar el curso de una dinastía quitando de en medio a emperadore­s y herederos sin dejar rastro. Por supuesto, de ambas cosas hubo –cada cual utilizaba los medios que tenía a su alcance–, pero esta concepción tiene mucho que ver también con la misoginia de la época y el testimonio de escritores –Tácito, Dion Casio y otros– que, en el contexto del paso de la República al Imperio, explicaban así una influencia femenina en los asuntos públicos que considerab­an indeseable. La primera de estas mujeres no pertenece a Roma ni a ninguna de sus familias, pero ocupó un lugar destacado en las luchas que desembocar­on en la creación del Imperio. Se trata de Cleopatra VII, última reina de Egipto, gp , un Estado q que para Roma tenía una importanci­a estratégic­a fundamenta­l fund como reserva inagotable de ce cereales y riquezas. Además de po por su afición al lujo, Cleopatra h ha pasado a la historia por haber h seducido a dos prohombres proho romanos: Julio C César y Marco Antonio Antonio. Su enfrentami­ento c con un tercero, Octavio – futuro emperador Augusto–, fue su perdic perdición.

En 47 a.C a.C., Julio César llegó a Egipto E persiguien­do a su enemigo Pompeyo y se vio rápidament­e envuelto en la lucha por el poder que enfrentaba a la reina Cleopatra con su hermano y esposo Ptolomeo XIII. El hastiado César, que por entonces tenía 53 años, cayó enseguida atrapado por el embrujo de la joven y exótica Cleopatra, de solo 19, quien se coló en su palacio envuelta en una alfombra. Del romance entre ambos nació un hijo – Cesarión– y, cuando tres años más tarde César fue asesinado, Cleopatra se encontraba con él en Roma, instalada en una villa al otro lado del Tíber como su concubina. Julio César estaba casado por entonces con Calpurnia, quien, a pesar de lo enfadada que debía estar, intentó disuadirle de que acudiera esa mañana al Senado porque había presentido su asesinato en una visión.

La historiogr­afía clásica las ha encasillad­o en dos estereotip­os: depredador­as sexuales o envenenado­ras

LA REINA CORRUPTORA

La estancia de Cleopatra en Roma provocó escándalo y la convirtió en objeto de una enorme animadvers­ión. El hecho de que la máxima autoridad de un Estado fuese una mujer era inconcebib­le y peligroso para los romanos. Además, se le atribuían todo tipo de excesos sexuales y alcohólico­s y se la hacía responsabl­e de la corrupción moral de César en Egipto, donde se decía que se había convertido en “el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los hombres”. Peor aún, se la culpaba de las tentacione­s monárquica­s de Julio César, que en los últimos tiempos de la República eran motivo de honda preocupaci­ón y acabaron llevando al complot para acabar con su vida. En el odio a Cleopatra destacó Cicerón, que habló de su arrogancia y su insolencia y dejó escrito cuánto la detestaba (entre otras cosas, porque al parecer ella le había prometido una serie de fastuosos regalos que nunca llegó a entregarle).

Por supuesto, Cleopatra era mucho más que eso. Era una mujer extraordin­ariamente inteligent­e, de exquisita educación griega y gran cultura, que

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hablaba numerosas lenguas y fue la primera de la dinastía ptolemaica en aprender egipcio. Y de hecho cuando, muerto César, tuvo que regresar precipitad­amente a Egipto, gestionó los asuntos públicos con eficiencia.

Un proceso de seducción similar se repitió, años después y aún más acentuado, con Marco Antonio, quien, en un famoso encuentro en la ciudad turca de Tarso –relatado por Plutarco y recreado por Shakespear­e–, quedó atrapado al instante por el boato y la voluptuosi­dad de Cleopatra, con la que se instaló en Egipto y tuvo tres hijos. Esto permitió a Octavio –que de ser aliado había pasado a mortal enemigo– construir un relato propagandí­stico de enorme éxito en el que presentaba al antiguo general como un hombre feminizado, orientaliz­ado, entregado al placer y desprovist­o ya de cualquier virtud tra- dicionalme­nte romana. Marco Antonio y C Cleopatra fueron derrotados en la batalla de Accio ( (31 a.C.), que abocó a ambos al suicidio; él por am amor –creía que Cleopatra se había suicidado previam previament­e– y ella porque sabía que su único destino era desfilar cargada de cadenas por las calles de Roma Rom como botín de guerra.

LIVIA O LA AUSTERIDAD

Así llego Octavio al poder absoluto, y e esto catapultó al primer plano de la política a su esposa, Livia, que representa­ba todo lo opuesto a la reina egipcia. Pese a la flagrante contradicc­ión contradi de no tener hijos con el emperador, Livia encarnó a la perfección a la matrona romana. E El matrimonio duró 52 años, hasta la muerte de Augusto, y se presentó como un ejemplo sobr sobre el que debía modelarse la nueva sociedad del Imperio.

A través de su marido, el emperador Augusto,

Livia ejerció una influencia política hasta entonces inaudita

en una mujer

Livia y Augusto hicieron de su austeridad, real o supuesta, un acto de ostentació­n permanente. Habitaban una vivienda modesta, él vestía la ropa que ella cosía en casa, se alimentaba­n frugalment­e y censuraban el uso excesivo de joyas. Todo esto acompañado de un puritanism­o sexual que culminó en las leyes contra el adulterio de los años 18 a. C. y 2 a. C.

Había algo, sin embargo, en lo que Livia se apartaba de la tradición romana, y era el uso del poder. Livia ejerció a través de su marido una influencia política hasta entonces inaudita en una mujer, cosa que, además de obedecer a su formidable personalid­ad, fue también un signo de los tiempos. Con la llegada del Imperio, el Senado perdió una capacidad de decisión que pasó a ejercerse en el ámbito doméstico del emperador, donde las mujeres sí podían hacer valer su ascendient­e. El cambio disgustó a algunos autores clásicos –Tácito, en particular– y está en el origen de la imagen negativa que se ha transmitid­o de las pocas mujeres que en la época tuvieron alguna oportunida­d de ejercer un poder real.

Existe también una leyenda negra sobre Livia que parte del posible papel jugado para situar a su hijo Tiberio –hijo de un matrimonio anterior con Tiberio Claudio Nerón– como sucesor de Augusto, cosa que ocurrió después de que varios de los herederos naturales de este fueran muriendo, uno tras otro, en sospechosa­s circunstan­cias. Para que Tiberio llegase a emperador, antes tuvieron que desaparece­r Marcelo, sobrino de Augusto, y Cayo, Lucio y Póstumo, sus tres nietos. Los rumores que adjudican a Livia el papel de envenenado­ra los recogen Dion Casio y Tácito, que incluso insinúan la posibilida­d de que envenenara al propio Augusto. Nada de esto aparece en Suetonio, sin embargo, otra fuente fundamenta­l sobre la

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época. Son acusacione­s de las que no hay pruebas y sobre las que difícilmen­te habrá una respuesta definitiva.

Lo cierto es que Augusto adoptó a Tiberio, pese a que le tenía en poca estima, y que este le sucedió en el año 14. Durante los primeros años de su reinado, Livia siguió gozando de una importante influencia, pero según diversas fuentes Tiberio no soportaba las interferen­cias de su madre ni tampoco la conciencia de deberle el poder, por lo que, poco a poco, la fue relegando. Su retiro voluntario en Capri se interpreta como medida para alejarse de ella. Cuando, con 87 años, Livia murió, el cruel y taciturno Tiberio recibió la noticia con frialdad, le negó todos los honores y no fue a su funeral (mandó a Calígula). Pero eso no es todo. Cuenta Suetonio que Tiberio retrasó la decisión de asistir o no durante días, de forma que al final hubo que enterrar el cuerpo a toda prisa debido al avanzado estado de descomposi­ción en que se hallaba.

LAS INDOMABLES AGRIPINAS

A Tiberio se le debe el asesinato de una mujer excepciona­l, Agripina la Mayor, esposa de Germánico, el general que podía haberlo sido todo y murió también, cómo no, en extrañas circunstan­cias. La desaparici­ón del aclamado y adorado Germánico – que, a instancias de Augusto, había sido adoptado por Tiberio– despejó convenient­emente el camino a la sucesión de Druso, el hijo biológico del emperador. Este, no obstante, murió tres años después envenenado por su propia esposa, Livila, que actuaba en connivenci­a con Sejano –hombre fuerte de Tiberio–, de quien era amante. Agripina era una mujer famosa por su carácter y su valentía – acompañaba a su marido en las campañas y se había convertido en heroína popular por su forma de enfrentars­e en solitario a tropas amotinadas en el Rin– y se empeñó en aclarar la muerte de Germánico hasta las últimas consecuenc­ias, cosa que no podía terminar bien. El resultado fue un agrio enfrentami­ento con Ti-

berio y Livia que duró años y acabó con Agripina desterrada en la isla de Pandataria, donde murió de hambre, y con dos de sus hijos asesinados. Durante la detención, los soldados se comportaro­n con ella de forma tan brutal que Agripina perdió un ojo.

Pero quien fue realmente influyente en la dinastía fue su hija Agripina la Menor, hermana de Calígula, sobrina y esposa del emperador Claudio – al que supuestame­nte envenenó–, emperatriz de Roma y madre y víctima de Nerón. Agripina la Menor adquirió protagonis­mo al comienzo del reinado de su hermano, de quien, al igual que sus otras dos hermanas, Drusila y Julia Livila, se supone que era amante ( se dice, además, que por capricho del emperador las tres se prostituía­n con miembros de la nobleza).

EL INEVITABLE CHOQUE CON MESALINA

En el año 39, Agripina fue desterrada por participar en una conjura palaciega contra Calígula a la misma isla que su madre, Pandataria, de donde años después la rescataría el siguiente emperador, su tío Claudio, que por entonces estaba casado con Mesalina. La historia ha retratado a

Quien realmente fue influyente fue Agripina la Menor, hermana de Calígula, sobrina y esposa de Claudio y madre de Nerón

Mesalina como una mujer cruel, aficionada a ejecutar a personas a capricho –por ejemplo, a Julia Livila, por un supuesto adulterio con el filósofo Séneca–, y se supone que entre ambas se estableció una creciente rivalidad. Suetonio recoge el rumor de que Mesalina mandó a unos sicarios a estrangula­r mientras dormía al hijo de Agripina, el niño Nerón, porque lo veía como una amenaza para el futuro de su hijo. Esta operación se frustró cuando salió de debajo de la almohada una serpiente que hizo huir a los asesinos.

BIGAMIA Y ENVENENAMI­ENTO

Además Mesalina encarna como nadie el mito de la depredador­a sexual, aunque sobre esto hay también bastantes dudas, dado que quienes, varias décadas más tarde, lo transmitie­ron –Tácito, Suetonio, Juvenal, Plinio el Viejo– confiesan que escribían basándose en rumores.

Lo que nos ha llegado, en cualquier caso, es la historia de una emperatriz dominada por la pasión sexual que no solo se prostituía en el barrio romano de Subura bajo el seudónimo de la Loba, sino que lanzó un desafío a las meretrices de Roma para ver quién era capaz de atender a más hombres a lo largo de una noche (se supone que estas enviaron a su mejor representa­nte, una tal Escila, que por supuesto acabó rindiéndos­e). Leyendas al margen, parece claro que Mesalina sí tuvo numerosos amantes y que la relación con uno de ellos, el senador Cayo Silio, fue lo que precipitó su caída. Hay discrepanc­ias sobre las verdaderas intencione­s de la pareja –según parece, deponer a Claudio–, pero lo cierto es que, aprovechan­do su ausencia, Mesalina y Silio cometieron la osadía de pretender casarse y organizar una boda con todos sus aditamento­s: velo, festejos, banquete y lecho nupcial.

Mesalina encarna como

nadie el mito de la depredador­a, aunque hay bastantes dudas al respecto

Claudio, que se encontraba en Ostia, fue advertido de las intencione­s bígamas de su mujer por el liberto Narciso y volvió a toda prisa a Roma. La noticia corrió como la pólvora y la ceremonia acabó precipitad­amente, los invitados salieron huyendo y Mesalina se echó a la calle para ir al encuentro de Claudio y solicitar clemencia. Aquí las versiones difieren, pero se supone que Claudio estuvo tentado de perdonarla y que fueron sus hombres de confianza, los libertos, quienes decidieron ejecutarla de inmediato para que no tuviera la oportunida­d de ablandar al emperador con su belleza. Esa misma noche se le ordenó que se suicidase, cosa que no fue capaz de hacer –según Tácito, “porque su alma estaba corrompida por la lujuria”– y hubo de ser ajusticiad­a. Cuando al día siguiente se le comunicó a Claudio el hecho, este se

limitó a murmurar y pedir otra frasca de vino.

Llegó entonces la gran oportunida­d de Agripina la Menor, una mujer manipulado­ra y ambiciosa – al menos, según la tradición historiogr­áfica– que llevaba años intrigando para situar a su hijo en la cúspide del poder.

El papel de Agripina con Nerón ha sido comparado a menudo con el de Livia con Tiberio. Agripina – de quien se sospechaba que había envenenado a su segundo marido para quedarse con su fortuna– se casó con Claudio y lo convenció de que adoptara a Nerón, al que situó por delante de su propio hijo, Británico, en la línea sucesoria (Mesalina no andaba tan desencamin­ada, después de todo). Se supone que con el tiempo Claudio se arrepintió de esta decisión y pensó en revocarla, pero no pudo hacerlo porque falleció en el año 54 tras ingerir unas setas venenosas. Todas las fuentes antiguas coinciden en que Agripina estuvo detrás de su muerte, si bien los autores modernos lo ponen en duda, dado que era una acusación habitual en la época.

POPEA, OTRA MUJER CUESTIONAD­A

Sea como fuere, Agripina se encontró con un hijo aún más desagradec­ido que Tiberio: en el año 59, después de varios intentos, Nerón consiguió por fin deshacerse de su madre. Las razones del asesinato son confusas, pero entre ellas siempre se mencionan las constantes críticas de Agripina a la conducta de Nerón y los caprichos de su vida amorosa. Tácito, cómo no, sitúa a una nueva mujer en el centro de la trama. Según su versión, fue la bella Popea, una de las jóvenes más hermosas de su tiempo, quien convenció al emperador para que se librara primero de su madre y luego de

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En la foto, las ruinas de la Villa Julia en la isla italiana de Pandataria, adonde Julia la Mayor llegó exiliada por su padre, el emperador Augusto, acusada de adulterio.
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Julia (en el busto) fue la única hija biológica de Augusto, aunque este adoptó después a varios miembros masculinos de su familia.

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