ESTÁN LOCOS, ESTOS ROMANOS...
Ya lo sentenció Marx en su famoso adagio burlón sobre Luis Bonaparte: “La historia ocurre dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa”. Y así, lo mismo que Mussolini no tuvo empacho en presentarse como “el heredero de Augusto”, el largo camino recorrido por las ilustres siglas SPQR (arriba, en una moneda) es el que va de un símbolo cargado de trágicos presagios –no duró, no podía durar ese poder del pueblo representado por un Senado aristocrático– a un mero emblema turístico o una oportunidad para el chascarrillo. En cuanto a lo primero, las cuatro letras se usaron en numerosas ocasiones como seña de identidad de Roma – en el Renacimiento y, otra vez, en la dictadura fascista, que las puso hasta en las tapas de las alcantarillas en su vano y bufonesco intento de asimilarse al Imperio– y hoy siguen presentes en el escudo municipal de la Ciudad Eterna; también, “tuneadas” ( SPQ seguido de la letra que toque), en escudos y edificios de otras muchas ciudades, de Reggio Emilia a Bremen. En cuanto a lo segundo, la cultura popular las ha usado con desigual gracejo. Quizá la mejor broma al respecto, por su pertinencia, sea la de los traductores al italiano de los cómics de Astérix y Obélix: el comentario habitual de este último poniendo en duda la cordura de los legionarios de César –“Ils sont fous ces romains” o “Están locos, estos romanos...”– aparece en su versión italiana con las iniciales en mayúsculas: “Sono Pazzi Questi Romani”.