LAS REFORMAS DEL CALENDARIO
La intervención de Julio César en los asuntos de Estado produjo una revolución en las tradiciones romanas que muchos no le perdonaron nunca. Para empezar, reformó el calendario romano que, tras siglos de cambios y de días intercalados, ya no se correspondía con las estaciones. El calendario de César o calendario juliano, instaurado en 46 a. C., estableció la duración del año en 365 días y un cuarto, con lo que al intercalar un día cada cuatro años volvía a ajustarse el ciclo. Sin embargo, el cálculo no es correcto por poco, ya que la duración exacta del año es de 365 días, 5 horas y 48 minutos, o sea, un cuarto de día menos 12 minutos. Esto plantea un desfase considerable de 48 minutos por cada año bisiesto, que se traduce en la pérdida de 20 horas cada siglo. Así y todo, rigió el mundo durante mil seiscientos años.
Cuando, en el año 325, el Concilio de Nicea estableció que la Pascua debía celebrarse el domingo siguiente al primer plenilunio de primavera ( como se continúa haciendo siete siglos mas tarde), se habían perdido más de tres días. Por ello, en siglo XVI, el Concilio de Trento recogió la necesidad urgente de reformar el calendario, tarea que corrió a cargo del papa Gregorio XII, quien en 1582 eliminó diez días completos: al cuatro de octubre le sucedió el 15 de octubre, fecha en la que empezó a correr el nuevo calendario gregoriano, que es el vigente en nuestros días. Resulta ser de una precisión muy notable, ya que solo adelanta 26 segundos al año, lo que significa un error de un día completo cada 3.300 años.