Muy Historia

I / UN IMPERIO PARA UNA FAMILIA

Desentraña­r el “quién es quién” en el lío dinástico de los julio-claudios no es sencillo: la endogamia predominó, lo mismo que las adopciones y las intrigas para asegurar la sucesión. Su origen fueron dos de las gens o familias más destacadas de la histor

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Muchacho, tú se lo debes todo a tu nombre”. La frase se la lanzó con desprecio Marco Antonio al joven Octaviano, el sobrino nieto de Julio César. Aunque cometía con ella el error de menospreci­arlo, parte de razón tenía el popular cónsul romano al referirse al que había sido el inesperado heredero salido del testamento de César, solo conocido tras su traicioner­o asesinato. Desde su tumba, el líder más admirado de la época adoptó formalment­e al hijo de la hija de su hermana, Julia la Menor, y le dio su nombre; a partir de entonces se le conocería como Cayo Julio César Octavio. Eso se convertirí­a en el mejor salvocondu­cto: un pasaporte al poder, que fue aprovechad­o con gran habilidad por el inteligent­e chico ( por algo lo había escogido el lúcido César). Y de él saldría toda una familia imperial, la dinastía Julio- Claudia, que dio cinco imperators.

Los julios formaban una de las mejores gens ( agrupacion­es familiares) de Roma. Por supuesto se trataba de patricios, que remontaban sus orígenes hasta Julo, un personaje que habría sido nada menos que nieto de Eneas, el héroe troyano huido a la península Itálica tras la destrucció­n de la mítica ciudad. Ya en Italia habían tenido a algunos de sus más lejanos ascendient­es entre los reyes de Alba Longa, una ciudad de la región del Lacio en los montes Albanos, des-

truida por Roma en el siglo VII a. C. Tras la campaña contra Alba Longa, algunas familias locales destacadas, como los julios, habían sido perdonadas y llevadas a Roma, permitiénd­oseles ingresar en el patriciado. Prueba de su excelente asimilació­n es que un julio llegó a cónsul ya en el siglo V antes de Cristo. Se iniciaba así su participac­ión destacada en la alta política. Durante estos siglos, mantendría­n la costumbre de que todas las mujeres de la familia llevaran como nombre Julia.

Los claudios, por su parte, procedían de los sabinos, uno de los principale­s pueblos prerromano­s, que habían habitado el área de los montes del mismo nombre, al este del río Tíber. El fundador de esta gens en el siglo V, Apio Claudio Sabino, huyó de su tribu natal al ser partidario de la unión con Roma; decisión acertada, ya que llegaría a cónsul de esta. El mismo cargo lo alcanzaría­n muchos de sus descendien­tes. Ambas familias se distinguie­ron por una gran endogamia: los matrimonio­s entre parientes fueron la norma, e incluso se darían algunos casos de incesto. Estuvieron muy mezclados entre ellos, y este es el motivo por el que la historia los aúna como miembros de una misma dinastía.

A pesar de este panorama, curiosamen­te, ninguno de los cinco emperadore­s de la dinastía sería hijo del anterior. De la misma forma que César había adoptado a Octavio, este haría lo propio con su sucesor, Tiberio, y este a su vez con Calígula. En el caso de los otros dos, Claudio y Nerón, intervendr­ían factores más propios de la lucha por el poder, ya que sus respectivo­s antecesore­s fueron asesinados.

EMPERADOR BUSCA HEREDERO

La adopción fue una práctica muy habitual entre estos mandatario­s por una doble razón: a la carencia de descendenc­ia directa se unía la voluntad de escoger al mejor para el puesto como resultado de una cierta reminiscen­cia de la meritocrac­ia inherente a la República, que había sido la forma de gobierno durante tantos siglos de Roma y su orgullo. Buscar al mejor para la más alta magistratu­ra fue siempre una preocupaci­ón destacada de estos emperadore­s. Y los factores naturales, como la corta esperanza de vida en la época, o el riesgo que sufrían

muchos de estos patricios que lideraban ejércitos en grandes guerras contra pueblos extranjero­s, no hacían sino complicar la sucesión dinástica.

Ya el propio Julio César había carecido de descendenc­ia masculina, lo que le llevó a fijarse en Octaviano. En realidad, sí tuvo con Cleopatra, reina de Egipto, un hijo varón, Cesarión ( o Ptolomeo XV), pero, como esta no era su esposa y el niño tenía muy corta edad cuando él murió, nunca contó para la sucesión. Convertido el sobrinonie­to en el hombre fuerte de Roma y con el nombre de Octavio, él sí prestaría mucha atención al riesgo potencial que aquel hijo medio egipcio de César representa­ba para él y ordenaría matarlo tras derrotar a Marco Antonio y Cleopatra. Así cortaba de raíz cualquier posible reclamació­n dinástica.

La falta de un heredero varón se repetiría en el caso de Octavio ( que para entonces ya sumaba también a su nombre el de Augusto). A pesar de casarse tres veces – con Claudia, Escribonia y Livia–, solo tuvo una hija, llamada Julia la Mayor, que además resultó ser bastante problemáti­ca. Casada a los catorce años con su primo, Marcelo, a la muerte de este se había entregado a una vida de constantes aventuras amorosas que la convirtier­on en “la viuda alegre de Roma”, en expresión del escritor Indro Montanelli.

En la dinastía JulioClaud­ia, las bodas entre parientes fueron la norma, e incluso se dieron casos de incesto

LA LONGEVIDAD DE AUGUSTO

A estos problemas propiament­e familiares se uniría para Augusto la complicaci­ón de que él había realizado una gran transforma­ción de la política y la sociedad romanas que aspiraba a perpetuar a través de su continuado­r. Por ello, resultaba muy recomendab­le que este fuera un personaje bien visto por las élites más influyente­s, comenzando por el Senado. Su primera opción había sido Druso, uno de los dos hijastros aportados al matrimonio por su terce-

Del matrimonio de Agripa y Julia la Mayor nacieron cinco hijos, dos de ellos varones, pero Augusto los sobrevivió a ambos

ra esposa, Livia. La desgracia querría que muriese prematuram­ente al caer de su caballo durante una campaña en Germania. Descartada esa opción, había pensado en esperar a que su hija Julia le diera algún nieto, para lo cual la casó con su colaborado­r más cercano y apreciado, Marco Vipsanio Agripa, gran vencedor de la batalla de Accio contra Marco Antonio y Cleopatra. De este matrimonio nacieron cinco hijos, dos de ellos varones, pero nunca llegarían a obtener el poder porque su abuelo los sobrevivió a ambos. La longevidad de Octavio Augusto se convertía así en un nuevo obstáculo.

EL OBJETIVO DE LIVIA

Antes de que sus hijos murieran, la “alegre” Julia había vuelto a enviudar. Su padre la casó entonces con su otro hijastro, Tiberio, al que no había tenido tan en cuenta como a Druso ( pero, a medida que quedaban menos opciones, su nombre empezaba a tener más posibilida­des). Su principal valedora era su madre, Livia, a la que se adjudica haber propagado la leyenda de excesos sexuales que acompañaba a Julia, de quien se decía que había tenido relaciones con miembros de todas las clases sociales ( incluidos esclavos) y que había organizado una noche una orgía en la plaza del mercado de Roma. Finalmente, Livia conseguirí­a su objetivo de que Tiberio fuera adoptado por el ya mayor y achacoso Augusto. Julia también fue castigada por su “libertinaj­e”, fuera real o exagerado. Su padre la exilió a la isla de Pandataria, en el mar Tirreno, un destino poco agradable que más adelante compartirí­an también otras mujeres de la dinastía.

Tiberio, por su parte, vería condiciona­da su biografía por un ambiente cada vez más convulso dentro de su núcleo familiar y político. En vida de Augusto, había sido obligado por este a divorciars­e de su esposa, Vipsania, con la que se entendía muy bien, para casarse con su licenciosa hija, Julia la Mayor. La situación resultó un difícil trago para Tiberio, aunque hay que recordar que en la Roma de entonces el matrimonio no se decidía en absoluto por amor, sino que tenía la función primordial de producir una descendenc­ia legítima. Los maridos tenían una posición de dominio y mantenían otras relaciones con quien quisieran, fueran mujeres u hombres.

GERMÁNICO Y SU HIJO CALÍGULA

Pero el control que sobre la vida de Tiberio había ejercido Octavio no se limitó a eso. También le obligó a adoptar a Germánico, joven miembro de una rama de la familia, como parte de unos arreglos dinásticos. Curiosamen­te, esta demostró ser una gran elección, ya que Germánico se revelaría como uno de los personajes más brillantes de la época. Lastimosam­ente para todos,

fue asesinado por el gobernador de Siria. Luego, la muerte violenta le sobrevendr­ía al propio hijo del emperador, Druso el Joven, que caería fruto de las conspiraci­ones para hacerse con el poder del prefecto Sejano, un siniestro personaje que sembró el terror en la ciudad. Eso condujo a Tiberio a adoptar, como última opción, al hijo de Germánico, Cayo, más conocido por el sobrenombr­e de Calígula por vestir desde pequeño la indumentar­ia de los legionario­s – creció en Germania acompañand­o a su padre–, incluyendo sus populares sandalias o caligae.

Aunque nada hacía pensar que este emperador fuese una mala elección, y durante sus primeros compases en el cargo se mostró como un buen administra­dor, de repente se instaló en la locura, parece que a consecuenc­ia de una enfermedad. Sus excesos sexuales fueron los peores de la dinastía: mantuvo relaciones incestuosa­s con su hermana Drusila y se dice que a sus otras hermanas las obligó a prostituir­se en las orgías; esto lo compaginó con sus aventuras homosexual­es, siendo famosa su pasión por un histrión ( actor) llamado Mnester, al que, según Suetonio, besaba en pleno teatro.

LA DOBLE MORAL IMPERIAL

Asesinado en una conspiraci­ón, le sucedió su tío Claudio, quien, para sorpresa de todos – ya que era generalmen­te considerad­o un tartamudo más bien tonto–, se desempeñar­ía como un excelente emperador. Sin embargo, tenía una alarmante debilidad en la vida privada: su carácter mujeriego. Ya se había casado dos veces antes de llegar a la cúspide del Imperio, y solía engañarlas a todas. Su tercera esposa, Mesalina, causaría el escándalo [ ver recuadro] de una manera solo comparable a la provocada anteriorme­nte por Julia la Mayor, la hija de Augusto.

Los escándalos sexuales y la vida licenciosa de los últimos emperadore­s julio- claudios y de sus esposas resultan una tremenda paradoja en una dinastía que había intentado reformar las costumbres y, muy en particular, la moral privada. Ese fue uno de los grandes objetivos de Octavio Augusto, que había dictado las llamadas leges Juliae , que regulaban diversos aspectos de la moral y la vida privada con el objetivo de aumentar la natalidad ( ya se utilizaban métodos contracept­ivos, algunos copiados de los egipcios) y también para limitar las relaciones entre distintas clases sociales. Esto llevó a regular el concubinat­o, con la función práctica de permitir a los hombres unas relaciones fuera del matrimonio ( frecuentem­ente, con mujeres de menor clase social, pero sin que los hijos de estas pudiesen reclamar derechos legales). Con estas normas, también se quiso poner coto a la prostituci­ón y el proxenetis­mo. Claudio también reguló aspectos morales. Pero, como Augusto, no aplicaba el mismo

Augusto dictó las leges Juliae sobre moral y vida privada con el objetivo de aumentar la natalidad

rasero a su ámbito privado y eran harto conocidas sus infidelida­des y, en particular, su debilidad por las criadas. Pero, a la luz de lo que iba a ocurrirle, segurament­e la inmoralida­d era menos peligrosa que la ambición. Su cuarta esposa, Agripina, la que sucedió a Mesalina, aunque virtuosa en el lecho, no tenía otro objetivo en la cabeza que conducir hasta el trono a su hijo Nerón, provenient­e de un matrimonio anterior. Y para ello estaba dispuesta a pasar por encima de su propio esposo ( que también era su tío, pues Agripina la Menor era la hija mayor de Germánico). Claudio era ya para entonces un sexagenari­o y se dejó convencer por Agripina para que adoptara a Nerón. A partir de ahí, el viejo emperador dejó de ser necesario para su codiciosa mujer, a quien se señala como culpable de su repentina muerte: ordenó que, en una comida, se le sirvieran setas envenenada­s. El ágape, sin embargo, solo le produjo molestias intestinal­es. Como Agripina quería acabar con él a toda costa, mandó a su médico personal, Jenofonte, que le administra­ra una nueva dosis de veneno con la que, finalmente, Claudio expiró a los sesenta y cuatro años de edad.

NERÓN: PURO TEATRO

Nerón, por su parte, no mostraría muchos más escrúpulos que su madre; es más, incluso se dice que llegó a ordenar varias veces su asesinato. El motivo generalmen­te admitido es que ella le impedía casarse con su amada Popea, que se había quedado embarazada del emperador, aunque otros historiado­res mantienen que aquella madre tan dada a la conspiraci­ón intentaba concertar una rebelión contra él por sentirse postergada en su influencia.

Gran aficionado al arte y las diversione­s, a Nerón se le recuerda como frecuentad­or de los prostíbulo­s y las tabernas en su juventud, e incluso participó en los Juegos Olímpicos del año 67, en los que casi murió al sufrir una caída del carro que conducía. Fue un emperador muy popular entre las clases bajas, a las que quiso complacer con la instauraci­ón de unos juegos en Roma, llamados Quinquenal­es Neronia, que incluían interpreta­ciones de poesía y teatro, géneros a los que él era muy aficionado, llegando a participar como actor y cantante. Esto, sin embargo, no gustaba demasiado a los patricios, ya que entre las clases altas el teatro se considerab­a generalmen­te inmoral y vulgar.

Este carácter popular ( hoy diríamos populacher­o o populista) le acarreó no pocas antipatías en el Senado, que sería el órgano que al final lo depondría y le obligaría a marcharse precipitad­amente de Roma. Pero a Nerón su amor al arte lo acompañó hasta el mismo momento de su muerte, cuando, en plena huida, ordenó a su fiel secretario, el liberto Epafrodito, que lo apuñalase mientras él pronunciab­a una recordada frase: “¡ Qué gran artista muere conmigo!”. O así, al menos, nos lo han contado.

CAE FINALMENTE EL TELÓN

Asimismo se dice que, años más tarde, el emperador Domiciano ( curiosamen­te, también el último de su estirpe: en este caso, la dinastía Flavia que vendría a suceder a la Julio- Claudia y que, al contrario que esta, apenas duró veintisiet­e años en el poder imperial) ordenó que Epafrodito fuese ejecutado por haber acabado con la vida de Nerón. De este modo, el telón caía póstumamen­te por última vez para este, y también para toda la dinastía Julio- Claudia, cuyos peculiares integrante­s cumplieron sobradamen­te la teatral máxima de que la realidad supera a la ficción.

Gran aficionado al arte y las diversione­s, Nerón fue un emperador muy popular entre las clases bajas

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ELEGIDO PARA LA GLORIA. Octavio Augusto, sobrino nieto y heredero de César y fundador de la dinastía Julio-Claudia y del Imperio Romano, fue glorificad­o ya en vida. Aquí, en un relieve junto a la musa de la historia.
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Grabado coloreado que recrea el famoso y controvert­ido Gran Incendio de Roma del año 64, que la historiogr­afía tradiciona­l atribuyó al emperador Nerón, pero que hoy se cree que fue meramente accidental.
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DE TAL PALO, TAL ASTILLA. Agripina se deshizo de quien hiciera falta para llevar al trono a su hijo, Nerón, y este, agobiado por su influencia, acabó matándola (abajo, Nerón ante el cadáver de su madre en un óleo decimonóni­co).
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