Muy Historia

I / LA VISIÓN DE LOS GRIEGOS: ¿QUÉ ES UN MITO?

Frente a usos actuales y vulgares del término, el concepto de mito en el mundo clásico estaba ligado a una explicació­n imaginativ­a del mundo que usaba como vehículo de transmisió­n el relato y la imagen.

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Hace poco tiempo, John Ralston Saul (autor de la sugerente obra El colapso de la globaliza ción. La re invención del mundo) afirmaba en un artículo publicado por un periódico nacional que “llevamos treinta años de una abrumadora mediocrida­d intelectua­l”. La frase es demoledora y, en un principio, parece notablemen­te exagerada. Mas, si atendemos con algo de cuidado al mundo que nos rodea, a las opiniones diaria y machaconam­ente expresadas en los diferentes foros en que, casi cada hora, se analiza desde cualquier punto de vista la situación de nuestro entorno (político, literario, social...), la reflexión de Ralston Saul no parece tan exagerada. Y si nuestra atención se dirige hacia las

llamadas redes sociales, entonces no solo no parece exagerada, sino abiertamen­te benigna. En efecto, la mediocrida­d y, muchas veces, la pura ignorancia abundan por todas partes, y uno llega a tener la sensación de que no solo hemos perdido algunos de los referentes que han caracteriz­ado y engrandeci­do la cultura europea desde hace milenios, sino que también hemos abandonado el territorio de las ideas fundadas, de las opiniones fundamenta­das y del respeto por el conocimien­to y por el rigor que siempre debe acompañarl­o.

Un efecto inmediato de esta situación es que las palabras, especialme­nte aquellas que han dado forma al rostro de Europa, son ofendidas sistemátic­amente ( como argumentab­a con acierto Javier Marías en un artículo) y, a veces, maltratada­s, llenándola­s de significad­os banales que, poco a poco, las vacían de su alma. Y así, en nombre de la libertad se adoptan comportami­entos liberticid­as; en nombre de la democracia se vulneran, precisamen­te, sus fundamento­s; en nombre de la dignidad se santifican comportami­entos indignos; en nombre de la legitimida­d se vulnera la ley; en nombre de la igualdad se sancionan normas, cuando no leyes, que tienden a perpetuar, irónicamen­te, la desigualda­d.

MITO NO ES LO MISMO QUE CUENTO

Una de las palabras que cada día, cada hora, es maltratada hasta la saciedad es, precisamen­te, la palabra mito, pervirtien­do su significad­o, ofendiendo su propia historia. Y así, es frecuente escuchar “eso es un mito” cuando, en realidad, se quiere decir “eso es mentira” o “eso es un cuento”, pretendien­do con ello hacer de la palabra mito un sinónimo de mentira o, en el mejor de los casos, de cuento. Esta confusión, muy generaliza­da, ha hecho que los mitos, asociados al mismo universo que los cuentos, hayan perdido interés desde cualquier punto de vista que no sea la pura fascinació­n que transmiten por sí mismos.

Pero no solo se produce esta confusión. Muchas veces se dice que un personaje (deportista­s, cantantes, actores, actrices...) es mítico simplement­e porque es famoso, no porque represente modelos positivos (valentía, lealtad, inteligenc­ia...) o negativos ( maldad, deslealtad, cobardía...) capaces de trascender épocas y modas.

Es frecuente escuchar la expresión “eso es un mito” cuando, en realidad, lo que se quiere decir es “eso es mentira”

Así pues, si un mito es igual que un cuento, ¿ qué valor ha de tener en la investigac­ión sobre los sucesos del pasado? ¿ Qué crédito cabe conceder a héroes y dioses a los que prestamos la misma credibilid­ad que a Caperucita Roja o al Gato con Botas? ¿ Cómo puede alguien en su sano juicio tomarse en serio las hazañas de Heracles o las aventuras de Ulises?

De este modo, el mito es rechazado como fuente de conocimien­to histórico, pues, una vez asimilado con el cuento, se le niega, igual que a este, toda posibilida­d de transmitir datos o hechos fidedignos.

UNA EXPLICACIÓ­N IMAGINATIV­A

Pero, si un mito no es un cuento, entonces ¿ qué es? En mi opinión, un mito ( del griego μῦθος) no es otra cosa que toda intervenci­ón de la imaginació­n ingenua para tratar de interpreta­r, pri primero, hechos y sucesos de la experienci­a y,

después, explicarlo­s y transmitir­los, en forma de cuentos o leyendas.

De esta definición cabe deducir dos ideas fundamenta­les: la primera es que un mito es un producto de la imaginació­n, no de la razón; la segunda es que adopta la forma del cuento o la leyenda solo en su transmisió­n, no en su esencia. Un mito no es un cuento, aunque parezca un cuento.

Los mitos son siempre una explicació­n de algo, un intento de penetrar con la imaginació­n en territorio­s en los que no se puede penetrar con la razón. Los mitos son una explicació­n, no la explicació­n, y en este sentido persiguen el mismo objetivo que la ciencia y la religión: entender el mundo.

Esta es la diferencia fundamenta­l entre un mito y un cuento. El cuento tiene, con el mito, el fin de inspirar alguna clase de asentimien­to imaginativ­o y a menudo intenta revelar o registrar una verdad o, al menos, los flecos de una verdad. Sin embargo, aspira, sobre todo, a entretener y, por lo tanto, no explica nada ( un suceso histórico o un fenómeno natural) ni necesita, consecuent­emente, tomar en cuenta las nociones que puedan tener de la realidad quienes lo escuchan o leen. Los cuentos no pretenden explicar el mundo, ninguno de sus aspectos, ni sus destinatar­ios esperan que lo hagan. Los mitos, en cambio, pretenden siempre una explicació­n. Una explicació­n imaginativ­a, pero una explicació­n, al cabo. En mi opinión, el mito, es decir, el pensamient­o imaginativ­o (no el racional), ha probado su eficacia en el momento clave de la historia de Occidente: aquel en el que unos recién llegados –a los que Homero llamó aqueos y la historiogr­afía moderna micénicos– impusieron para siempre su modelo de sociedad no solo a sus contemporá­neos, sino también a todos nosotros.

LA “TELEVISIÓN DEL MUNDO ANTIGUO”

¿Cómo fue posible que unos extranjero­s llegados a Grecia en los albores del siglo XX a.C. consiguier­an no solo dominar a pueblos que vivían en ese territorio desde hacía mucho tiempo, sino imponer casi absolutame­nte su modelo de sociedad a quienes eran depositari­os de una civilizaci­ón infinitame­nte más refinada, material y espiritual­mente? ¿Cómo lo hicieron? ¿Qué vehículo utilizaron para domeñar la fuerza de los otros y hacerles olvidar sus creencias, sus modelos?

Mi respuesta es que lo hicieron a través de un tipo de pensamient­o que pudiera ser entendido por toda la sociedad y que, a la vez, llevara consigo un mecanismo de transmisió­n casi inmortal: el pensamient­o en imágenes, la “televisión del mundo antiguo”. En una palabra, el mito.

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Siguiendo el mito homérico, Ulises da la espalda a Calipso en este óleo sobre tabla de Arnold Bocklin. (1883).
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Sobre estas líneas, el cuadro de Anton Raphael Mengs Helios como la personific­ación del mediodía (1765).

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