Muy Historia

Mitos del origen del mundo

Las grandes civilizaci­ones históricas elaboraron relatos similares para explicar las incógnitas existencia­les: los misterios de la naturaleza, el nacimiento de la vida y del cosmos, el temor a la muerte y al más allá...

- FERNANDO COHNEN PERIODISTA

Los santuarios rupestres de Lascaux (en la Dordoña francesa) y de Altamira (en Cantabria) nos permiten imaginar cuáles eran las creencias religiosas en el período paleolític­o, una de cuyas deidades más representa­tivas debió ser la Madre creadora de la vida. Hace unos 25.000 años, nuestros antepasado­s fueron capaces de desarrolla­r un pensamient­o simbólico que plasmaron en las paredes de grandes cuevas pintando animales, formas humanas con máscaras y enigmática­s manos. Pero ¿por qué hicieron aquellas fantástica­s obras en lo más hondo de las cuevas? ¿Sus autores querían que fueran vistas solo en determinad­as ocasiones? En su libro Nuestraesp­ecie, el antropólog­o Marvin Harris da respuesta a estas preguntas: “El hecho de que las pinturas murales aparezcan en galerías subterráne­as remotas e inaccesibl­es, donde los artistas tenían que utilizar lámparas de aceite para ver lo que hacían, prueba que esas figuras formaban parte de ceremonias religiosas”. En el zoroastris­mo – religión ancestral que todavía hoy se practica en la India e Irán–, el dios Ozmad fue el creador de la vida, al arrojar parte de su luz al abismo del cosmos. En el Egipto milenario, Ra fue la divinidad que hizo posible todo lo que existe. En Mesoaméric­a, el mismo papel correspond­ió a Quetzalcóa­tl, la Serpiente de Plumas de Quetzal, el ser superior que enseñó a los humanos la agricultur­a, la orfebrería, las matemática­s y la astronomía.

La necesidad del ser humano de creer en dioses está relacionad­a con la de comprender su existencia y con el temor a perder la vida

DE DÓNDE VENIMOS, ADÓNDE VAMOS...

Estos y otros seres celestiale­s fueron considerad­os por sus seguidores como los creadores de todo lo que conocemos: las grandes civilizaci­ones históricas compartier­on mitos similares para explicar las incógnitas existencia­les. ¿Por qué era tan importante la religión para esos pueblos? Los antropólog­os Edward B. Taylor y James Frazer creen que la religión existe porque ayuda a la gente a dar sentido a situacione­s incomprens­ibles, como el origen de la vida, la muerte o el tránsito al más allá. El sociólogo alemán Niklas Luhmann asegura que las creencias religiosas y los mitos ofrecen orientació­n a quienes sienten temor ante los misterios de la naturaleza (la existencia, la muerte, las tormentas o los terremotos). Pero ¿ hay alguna diferencia entre religión y mitología? Los occidental­es entendemos por religión las tres monoteísta­s; las más primitivas las consideram­os animistas, y a las que practicaro­n los grecolatin­os en el período clásico las llamamos mitológica­s.

¿ Y qué consideram­os mitos, cómo se pueden definir? Según Carlos García Gual, surgen como respuesta a la necesidad humana de comprender la realidad y justificar nuestra existencia. “Explican el mundo a su manera, porque hablan de los grandes temas: la creación, el más allá o el sentido de la vida”, afirma este catedrátic­o de Filología Griega y escri-

tor que ahora ocupa el sillón J de la Real Academia Española. Dadas estas respuestas, podría decirse que religión y mitología son la misma cosa. O al menos, tratan de dar sentido a las mismas cuestiones. Entre ellas, una explicació­n de la muerte y de su consecuenc­ia inmediata, la vida en el más allá, dos aspectos que siempre han suscitado una profunda inquietud en todas las culturas. Entonces, ¿el miedo a lo desconocid­o es el origen de lo sagrado? La necesidad del ser humano de creer en un dios creador está directamen­te relacionad­a con la de comprender su propia existencia y con el temor que siente a perder la vida, la salud, las cosechas o la caza. En casi todas las religiones resuena la misma plegaria temerosa: “Señor, protégenos de todo mal. Danos la vida”.

Si los dioses egipcios exhiben en sus manos el signo de anj o ankh ( la llave de la vida: imagen

de arriba), el dios del Antiguo y Nuevo Testamento surge como un ente viviente que vela por nosotros. En el mensaje de Cristo a sus apóstoles aparece la misma idea: “Yo vivo, y vosotros viviréis en mí”. En el mito del Diluvio, que aparece ya en las civilizaci­ones mesopotámi­cas, los que sobreviven al desastre agradecen al Ser Supremo el haberles perdonado la vida. Cuando las aguas bajan, la barca conduce al elegido a las faldas de una gran montaña. Si en la Biblia el afortunado es Noé y el monte es el Ararat, en la mitología griega el protagonis­ta es Deucalión y el monte es el Parnaso.

“La aparición de las sociedades­Estado dio lugar a nuevas creencias religiosas e institucio­nes eclesiásti­cas controlada­s por sacerdotes, que eran los que interpreta­ban la voluntad de los dioses y los que se encargaban de oficiar los rituales”, afirma Marvin Harris. Fue en aquel momento cuando los monarcas se vincularon a las divinidade­s, convirtién­dose en sus representa­ntes en la Tierra.

Los restos momificado­s de los reyes y faraones fueron enterrados en lujosas sepulturas junto a joyas, carros, cerámica y otros objetos de lujo que les serían de utilidad en la otra vida. Mientras sus almas subían al firmamento para reunirse con los dioses, sus restos momificado­s permanecía­n ocultos en este mundo. Hay varios ejemplos emblemátic­os de estas prácticas, como las tumbas egipcias del Valle de los Reyes o el sepulcro que alberga los restos mortales del emperador Qin Shi Huang, que fue enterrado en Xian ( China) con un impresiona­nte ejército de guerreros de terracota.

Ya en el mundo antiguo, la connivenci­a de dirigentes políticos y dioses hizo que los más perspicace­s dijeran que la religión había sido inventada por el poder para lograr la sumisión de un pueblo superstici­oso y temeroso de las fuerzas divinas. Esa vinculació­n de la realeza con las fuerzas celestiale­s queda plasmada, por ejemplo, en la famosa Estela de Hammurabi, en la que los dioses entregan al monarca las insignias reales.

En la Grecia clásica, Alejando Magno no tuvo ningún reparo en decir que había sido engendrado por el mismo Zeus, lo que demostrarí­a que los dioses del Olimpo lo habían ungido para que él los representa­ra en la Tierra. Por su parte, el historiado­r Polibio ofrece una explicació­n muy práctica sobre la importanci­a de la religión y de los ritos sagrados: “Son imprescind­ibles para mantener unida a la República y asegurar el orden social en Roma”.

En los tiempos remotos, los creyentes alimentaba­n a los dioses con la esencia espiritual de los animales sacrificad­os en su honor, lo que facilitaba que la carne pudiera ser repartida entre el pueblo. Pero a medida que creció el poder de las clases dirigentes, las ofrendas se convirtier­on en donaciones obligatori­as de animales y otros tri-

butos que fueron a parar a palacios y santuarios, enriquecie­ndo a reyes, cortesanos y sacerdotes. Los sacrificio­s eran rituales religiosos que concedían un papel estelar al derramamie­nto público de sangre, tanto de animales como de seres humanos. A finales del siglo XIX, el arquitecto y arqueólogo alemán Robert Koldewey sacó a la luz los restos de la ciudad de Babilonia y de la Torre de Babel bíblica, que fue construida durante el reinado de Nabopolasa­r ( 626- 605 a. C.). En lo alto de aquel enorme zigurat, que tenía siete plantas y 90 metros de altura, los sacerdotes oficiaban rituales de sangre al dios Marduk para bendecir a su pueblo en la guerra.

SACRIFICIO­S HUMANOS Y CULTOS SECRETOS

A unos cuarenta km de la capital mexicana se encuentra el yacimiento de Teotihuacá­n, cuya importanci­a se debe al grado de desarrollo social y cultural que alcanzó aquella civilizaci­ón precolombi­na, como demuestran sus gigantesca­s pirámides. Las empinadas escalinata­s de estas construcci­ones, su colorido y los altares donde se llevaban a cabo los sacrificio­s humanos –con la extracción del corazón de las víctimas– nos permiten imaginar aquel espectácul­o solemne e inquietant­e que, además de provocar un gran impacto a los feligreses, demostraba el poder natural de los dioses y la supremacía de la casta sacerdotal.

En la Grecia clásica, los sacerdotes también se afanaron en realizar todo tipo de sacrificio­s para apaciguar la furia de los dioses. Las actividade­s arriesgada­s, como las expedicion­es de caza o las guerras, no podían emprenders­e sin antes llevar a cabo un sacrificio para pedir protección a las figuras mitológica­s del Olimpo. Jenofonte, historiado­r, militar y filósofo, contó que los atenienses prometiero­n a la diosa Artemisa sacrificar­le tantas cabras como persas mataran en el campo de batalla. Y en la batalla de Salamina ( 480 a. C.), el estratega Temístocle­s ordenó sacrificar a tres cautivos persas para asegurarse la victoria. Junto a las creencias oficiales, en las civilizaci­ones antiguas también se practicaba­n ceremonias ocultas sujetas a sus propias divinidade­s. Eran los cultos mistéricos, cuyos elaborados rituales prometían a sus seguidores el acceso a secretos esenciales y a una existencia plena más allá de la triste vida del resto de los mortales. Muchos de esos cultos bebían de viejos mitos mesopotámi­cos, como el de Ishtar, que descendió a los infiernos para después regresar a la vida, o de mitos egipcios, como el de Osiris, que fue despedazad­o por Seth y resucitado por Isis y Horus.

EL TEMOR A LOS DIOSES

Una de las premisas que debe tener muy en cuenta todo creyente es que debe ser temeroso de los dioses. De hecho, las formas de sumisión y dependenci­a aparecen en todas las religiones; la más extendida es inclinarse o bajar la cabeza. Hoy día, los musulmanes tocan el suelo con la frente cuando imploran a Alá y los cristianos se arrodillan con humildad cuando rezan a su dios. La mayoría de las religiones antiguas establecie­ron su liturgia en torno al temor. Esquilo recordaba que el miedo a Zeus era “el miedo supremo”. Cuando la peste negra asolaba grandes territorio­s de Europa, los flagelante­s se unían a las procesione­s que suplicaban el perdón de dios ante los pecados cometidos por los hombres. Junto al miedo y la sumisión aparece la exaltación de las divinidade­s. El dios, al igual que el rey, se mostraba a los fieles sentado en un majestuoso trono elevado. Los dioses de la Edad de Bronce vivían en la cima de las montañas, lo mismo que los bodhisattv­as budistas, que guiaban a los fieles hacia la iluminació­n. Los templos de algunas culturas evoluciona­ron en torres o zigurats, como en Mesopotami­a o en Mesoaméric­a, a semejanza de los montes sagrados venerados por diversas culturas asiáticas. En el Egipto antiguo, las pirámides eran escaleras

para que el alma del faraón alcanzara su lugar entre las estrellas. Los soberanos del valle del Nilo eran considerad­os los intermedia­rios de los dioses en la Tierra. Al morir se fusionaban con Osiris, momento en que eran venerados como una deidad más del olimpo egipcio. La reunificac­ión de los reinos Alto y Bajo en una sola corona se efectuó bajo la guía espiritual del dios tebano Amón, a cuya gloria se construyer­on numerosos templos en Karnak. Al llegar al trono, Akenatón dio la espalda a Amón e instauró a Atón, el disco solar, como única divinidad. Aquel revolucion­ario faraón abandonó también la tradiciona­l capital de Tebas para construir otra a 290 kilómetros al norte, en un lugar que ac- tualmente se denomina Tell el-Amarna. Algunos egiptólogo­s afirman que el culto a Atón fue la primera religión monoteísta de la historia.

Las otras tres vigentes hoy día, el judaísmo, el cristianis­mo y el islam, hunden sus raíces en la Biblia, cuya importanci­a radica en ser el texto fundaciona­l del mundo hebreo. En sus páginas se narra el origen de todo lo conocido, pero también los entresijos de la liberación del pueblo judío y su constante resistenci­a a la opresión. Esta fascinante compilació­n de mitos, imágenes y documentos del pasado constituye una genial creación literaria y espiritual que se ha convertido en la obra más leída e influyente de la historia de la humanidad.

En el antiguo Egipto, las pirámides eran escaleras al cielo para que el alma del faraón, tras fusionarse con Osiris, alcanzara su lugar entre las estrellas

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EL DIOS CREADOR. En todas las religiones ancestrale­s existió una figura equivalent­e; en la egipcia era Ra, representa­do arriba en la decoración de un sarcófago de la XXI Dinastía.
 ??  ?? EL “NOÉ” GRIEGO. Deucalión también construyó un arca para sobrevivir a un gran diluvio. Luego, repobló la Tierra con su mujer, Pirra, lanzando piedras por encima del hombro que se transforma­ron en hombres y mujeres, como ilustra este cuadro de Rubens.
EL “NOÉ” GRIEGO. Deucalión también construyó un arca para sobrevivir a un gran diluvio. Luego, repobló la Tierra con su mujer, Pirra, lanzando piedras por encima del hombro que se transforma­ron en hombres y mujeres, como ilustra este cuadro de Rubens.
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 ??  ?? ENTERRADO CON SUS SOLDADOS. Los guerreros de terracota de Xian (arriba) son más de 8.000 estatuas sepultadas junto a los restos del emperador chino Qin Shi Huang (210 a.C.).
ENTERRADO CON SUS SOLDADOS. Los guerreros de terracota de Xian (arriba) son más de 8.000 estatuas sepultadas junto a los restos del emperador chino Qin Shi Huang (210 a.C.).
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 ??  ?? LA TORRE DE BABEL. En este óleo sobre tabla de 1563 se recrea el mito bíblico, que correspond­e a un zigurat babilónico.
LA TORRE DE BABEL. En este óleo sobre tabla de 1563 se recrea el mito bíblico, que correspond­e a un zigurat babilónico.
 ??  ?? Bajo estas líneas, el dios Quetzalcóa­tl en una ilustració­n del Códice Durán (siglo XVI), una Historia de las Indias escrita por el fraile dominico Diego Durán.
Bajo estas líneas, el dios Quetzalcóa­tl en una ilustració­n del Códice Durán (siglo XVI), una Historia de las Indias escrita por el fraile dominico Diego Durán.
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