DE PÚBER A ADULTO.
En la tumba del médico Ankhmahor (hacia 2200 a.C.) se halló esta pintura que representa una circuncisión. Es uno de los pocos testimonios gráficos que nos han llegado de intervenciones quirúrgicas en el Antiguo Egipto.
En el extenso catálogo de los dioses egipcios, cada uno cumplía una función como protector de determinadas actividades, que coincidían con los supuestos poderes sobrenaturales que se le presuponían. En lo que se refiere a la ciencia médica, su mitología presentaba a Isis, la Gran Diosa Madre, hermana y esposa de Osiris, como cultivadora de plantas medicinales, sabiduría que transmitió a Horus y Anubis, que gracias a los conocimientos adquiridos se convirtieron en una especie de “farmacéuticos” del panteón egipcio. En esta tarea eran supervisados por Thot, el dios de la sabiduría y la ciencia, mientras que Sejmet, invocada como “La más poderosa” y “La terrible”, era adorada como la diosa de la guerra y de la venganza pero también de la curación, especialmente de las enfermedades ginecológicas, y protectora de aquellos que ejercían la sanación. Entre los dioses benefactores de la medicina destaca la figura de Imhotep, que aunaba una naturaleza terrenal y otra divina. Sumo sacerdote en la ciudad de Heliópolis, un importante centro de observación astronómica en el Bajo Egipto, Imhotep vivió aproximadamente entre los años 2690 y 2610 a. C. y fue el primer gran erudito en varios saberes del que se tiene constancia histórica. Ocupó el cargo de chaty, el más alto funcionario de la administración del Antiguo Egipto, durante el reinado del faraón Zoser, período en el que este médico, astrónomo y arquitecto –responsable del proyecto de construcción de la pirámide escalonada de Saqqara– adquirió renombre por sus amplios conocimientos científicos.
Como médico, se le atribuye la autoría del que es conocido como Papiro de Edwin Smith, conservado en la Academia de Medicina de Nueva
York, un tratado muy completo sobre observaciones anatómicas, enfermedades, heridas producidas en el campo de batalla, diagnósticos y tratamientos, que en la mayoría de los casos descartaba para la cura de las dolencias el uso de la magia. Todo apunta a que en realidad este interesante documento médico de la Antigüedad fue redactado por al menos tres autores diferentes, aunque la tradición insistió en reconocer un único redactor en la figura de este fascinante y misterioso personaje histórico.
El legado científico de Imhotep alcanzó la suficiente trascendencia religiosa como para ser deificado en el Periodo Tardío de Egipto como la divinidad identificada con la medicina, la sabiduría y los escribas. Habitualmente era representado como sedente, con un papiro desplegado sobre las rodillas y la cabeza coronada con un tocado. Su culto principal estaba en Menfis, aunque también fue venerado en Tebas, File y en el poblado de artesanos de Deir el-Medina.
LA ENSEÑANZA DE UNA CIENCIA
La enseñanza de los conocimientos necesarios para la práctica de la medicina se realizaba en las llamadas Casas de la Vida, que se encontraban en el interior de los complejos de los templos o próximas a los palacios de los faraones. Estas instituciones funcionaban como auténticas uni- versidades y centros de saber donde se impartían clases a los altos funcionarios, los sacerdotes y los hijos de las élites dominantes.
Las Casas de la Vida también funcionaban como bibliotecas que atesoraban todo el conocimiento científico y religioso del Antiguo Egipto, archivos de documentos oficiales y talleres donde trabajaban los escribas, que se dedicaban a la copia de papiros de temática diversa, aunque predominaban los de carácter funerario.
Como ocurre hoy en día, la medicina y la farmacia estaban íntimamente ligadas y los sacerdotes también sabían preparar fórmulas magistrales. Los medicamentos se elaboraban con mucho cuidado en una especie de “laboratorios” que había en las Casas de la Vida. En realidad, se trataba de salas especiales donde también se almacenaban en condiciones especiales de conservación hasta el momento en que eran “recetados”.
Entre los dioses protectores de la medicina destaca Imhotep, sumo sacerdote de Heliópolis, que aunaba una naturaleza terrenal y otra divina
Los conocimientos y los equipos quirúrgicos de la medicina egipcia eran lógicamente limitados y primitivos si los comparamos con los que existen hoy en día, pero alcanzaron un alto grado de refinamiento y sofisticación para su época. La prueba más tangible la encontramos en algunas piezas de instrumental quirúrgico con las que se llevaban a cabo complejas intervenciones, como podían ser trepanaciones craneales, herramientas de trabajo que con ligeras variaciones han llegado hasta nuestros días. El prestigio y fama de algunos médicos egipcios
A pesar de la rivalidad entre los médicos egipcios y los mesopotámicos, hubo un intercambio productivo de conocimientos clínicos entre ambas culturas
traspasó las fronteras del país de las pirámides y se extendió por otros imperios vecinos, hasta desbancar con el ejercicio de su profesionalidad ciertas prácticas que nada tenían que ver con la ciencia y sí con la magia y la superstición.
UN PRESTIGIO INTERNACIONAL
En este sentido, la competencia con los doctores y cirujanos originarios de Mesopotamia fue bastante reñida. Mientras los egipcios hacían hincapié en el estudio de los síntomas y el reconocimiento del paciente antes de dar un diagnóstico, los respetados mesopotámicos seguían concediendo demasiada importancia a la intercesión divina, los conocimientos herméticos o la administración de placebos, que en muchos casos eran contraproducentes para la salud al no tener ninguna base científica. A pesar de esta rivalidad, hubo un intercambio productivo de conocimientos clí-
nicos entre ambas culturas que contribuyó a mejorar la salud de sus respectivos pueblos. Los médicos del Antiguo Egipto destacaron en algunos campos de la medicina, especialmente en traumatología y en el tratamiento de graves heridas, debido sobre todo a su alto grado de especialización. En oftalmología, lograron grandes avances en el uso de colirios, muy necesarios para los abundantes problemas oculares que trataban en sus consultas derivados de las infecciones provocadas por el sol, la arena del desierto y las picaduras de insectos. A su favor contaban con una amplia bibliografía sobre patología clínica, transcrita en documentos escritos como el Papiro de Ebers, que se conserva en la Universidad de Leipzig, o el ya citado Papiro Edwin.
REMEDIOS Y MEDICAMENTOS
Según los últimos estudios, la farmacopea egipcia tenía a su disposición más de setecientas drogas y fórmulas magistrales. Entre ellas había sustancias animales, minerales y vegetales, aunque predominaban las que procedían de las plantas. Muchos de sus principios activos coinciden con los que se emplean en la farmacología de nuestros días. La mayoría de estos medicamentos recibían nombres atractivos con sentido místico, que los ponían en relación directa con la divinidad. Entre el amplio catálogo de sustancias a disposición de los médicos y farmacéuticos egipcios resultaba común encontrar aloe, cannabis, incienso, regaliz, semillas de adormidera, mirra, arsénico,
Al margen de la ciencia,
el uso de amuletos protectores para mantener alejada la enfermedad
estaba muy extendido
sales de calcio, sodio o piedras semipreciosas que habían sido pulverizadas. El aloe se empleaba para el tratamiento de quemaduras, el regaliz para calmar la tos y la adormidera como analgésico para aplacar fuertes dolores. Al margen de sus efectos alucinógenos, que permitían a los sacerdotes e iniciados ponerse en contacto directo con los dioses, el cannabis era empleado en medicina como sedante. Como vemos, la mayoría de estos productos se siguen utilizando en la actualidad para conseguir los mismos efectos.
De los animales se usaban cuernos, gónadas y aceites. Sin demostrar una utilidad más que dudosa, en las pócimas también se mezclaban orinas, sangre de perro, bilis de tortuga, secreciones de invertebrados o grasas de grandes felinos. Aunque el producto más demandado era la leche de mujer que hubiera dado a luz a un varón sano, remedio que se guardaba en recipientes especiales con forma de silueta femenina y que se emplea-
ba como colirio. Para su consumo oral, muchos de estos brebajes se mezclaban con vino, cerveza, aceites o miel, en un cóctel que imaginamos que debía ser difícil de ingerir. Como curiosidad, el veneno de víbora se empleaba para contrarrestar los efectos de la alopecia, sin que nadie en nuestros días, por lo menos que sepamos, haya dedicado un estudio a probar su efectividad.
Para extraer las cualidades sanadoras de estas sustancias, los egipcios utilizaban métodos como la fermentación, la filtración y la decantación. Para calcular las proporciones de los compuestos y medir las dosis empleaban pequeñas balanzas con juegos de pesas de gran precisión. La presenta- ción de los medicamentos variaba según su uso oral o tópico, y eran comunes las pastillas, que se fabricaban con masa de pan endulzada con miel, como excipiente al que se añadía la mezcla. También había supositorios, polvos, infusiones, inhaladores, ungüentos y pomadas, con diferentes sabores y texturas, no siempre agradables. Al margen de la racionalidad de la ciencia, el uso de amuletos protectores para mantener alejada la enfermedad o favorecer la curación de algún mal estaba bastante extendido. Como ejemplo de la superstición aplicada a la medicina, existía la creencia de que las llamadas “estelas de Horus” evitaban las picaduras de serpientes o escorpiones, o al menos paliaban sus efectos. En la mitología egipcia, Horus fue picado por una de estas alimañas cuando era niño y curado por la magia de su madre Isis. En las estelas, el joven dios aparece representado agarrando en cada mano a uno de estos animales. Peculiaridades como esta última no deben servir para menospreciar la eficacia de los diagnósticos y los tratamientos de la medicina practicada en el Antiguo Egipto, una de las más avanzadas de su tiempo... y de tiempos venideros.