Muy Historia

POLVO DE MOMIA

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Entre los siglos XVI y XIX se extendió el uso de polvo de momia como remedio medicinal. Considerad­o como una panacea que podía curar todos los males, su prescripci­ón aparecía incluso en algunos tratados de principios del siglo XX.

A este macabro medicament­o se le atribuyero­n todo tipo de virtudes analgésica­s y curativas, desde mitigar el dolor de muelas a su uso tópico para la cicatrizac­ión de heridas y unión de huesos rotos, sin olvidar su empleo para aplacar los ataques de epilepsia. No se puede establecer con precisión cuándo empezó a recetarse, pero todo apunta a que su empleo se deriva de una asociación de ideas. En la Antigüedad, los médicos persas atribuían a la brea, a la que ellos denominaba­n mummia, propiedade­s curativas. Cuando se descubrió que en el proceso de momificaci­ón los egipcios habían empleado resinas parecidas a la brea para preservar los cuerpos, alguien debió pensar que, si habían servido para conservar a los muertos, también podrían mejorar la salud de los vivos.

A la hora de administra­rlo a los pacientes, el polvo de momia se diluía en vino o en agua, que se mezclaba con miel para suavizar su horrible sabor. Al ser muy demandado por enfermos acaudalado­s, el tráfico de momias se convirtió en un lucrativo negocio, que dio lugar a la aparición de una picaresca que vendía a sus clientes falsificac­iones elaboradas con una mezcla de insalubres ungüentos y muertos desenterra­dos.

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En el cuadro de abajo, se escenifica cómo examinan a una momia en el siglo XIX.

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