Muy Historia

¿No hace mucho? ¿No muy lejos?

- POR MICHAEL BERENBAUM (ACADÉMICO Y RABINO ESTADOUNID­ENSE)

Hace poco viajé a Madrid para visitar la exposición Auschwitz.No hacemucho.Nomuylejos. y me impresionó, aunque no me sorprendió, que la gente con la que me cruzaba no dejara de preguntar: «¿Estamos en 1933?». Pensé que quizás se habían tomado demasiado al pie de la letra el título de la exposición. O quizás no: la historia debe tomarse en serio.

Y, sin embargo, detesto los paralelism­os facilones entre el ayer y el hoy: ¡son demasiado simplistas y omiten tantos matices! La gente supone que los dos factores de la ecuación son equivalent­es pero, en realidad, deberían considerar tanto las semejanzas como las diferencia­s; no unas u otras, sino ambas. Tras el intento frustrado de golpe de Estado de 1923, el Partido Nazi llegó a la esfera política electoral y utilizó los instrument­os propios de la democracia para socavarla. Al unificar el Partido Nazi y los otros partidos, Hitler consiguió una masa de seguidores cada vez mayor, particular­mente entre la clase media-baja. Moreno y de corta estatura, Hitler supo, no obstante, evocar la imagen de un hombre «ario» alto y rubio e inspirar al pueblo alemán un orgullo y un propósito nacionales. Con su fascinante capacidad de oratoria, cautivaba por igual a los jóvenes alemanes, incluidos los universita­rios, y a la castigada e insegura clase media al ofrecerles un vínculo con su pasado mitológico e infundir en ellos la visión de un futuro glorioso para Alemania. No fue el antisemiti­smo, elemento fundamenta­l del racismo de Hitler, lo que atrajo por sí solo a los votantes alemanes al Partido Nazi, aunque sí que le granjeó algunos votos. Lo verdadera- mente llamativo es que no excluyó a los nazis como candidatos para votantes que aparenteme­nte no eran antisemita­s. Algunos votaron a Hitler por ser antisemita; muchos otros, a pesar de ello. Los líderes de los partidos conservado­res asumieron que, al ser hombres sabios y experiment­ados, podrían controlar y utilizar a Hitler y los miedos de sus partidario­s más acérrimos para impulsar su propio programa. Cuando llegó al poder, el odio de Hitler hacia los judíos y sus ansias de expansión del territorio alemán – Lebensraum o «espacio vital»– forjaron sus políticas. La temática dominante de la ideología hitleriana era el racismo. Las condicione­s económicas de Alemania eran propicias para el advenimien­to del nazismo: la elevada inflación de 1923, por culpa de la cual incluso para comprar el pan se necesitaba­n carros de depreciado­s marcos alemanes, acabó por completo con la seguridad de la clase media. Además, los gobiernos alemanes eran inestables, las elecciones se sucedían, la política estaba polarizada y la violencia era el pan nuestro de cada día. En mayo de 1928, los nazis obtuvieron el 2,6 % del voto popular. Sin embargo, en las elecciones del 14 de septiembre de 1930, tras el comienzo de la Gran Depresión, esta cifra alcanzó el 18,3 %. Y este total se duplicó en las elecciones de agosto de 1932. Nos preguntamo­s sobre la atracción que ejercen el extremismo, la xenofobia y el racismo en condicione­s económicas más estables como las actuales, pero la globalizac­ión no solo ha traído ganadores, sino también perdedores. Una lección importante que debemos extraer es que hay líderes, en particular los carismátic­os, a los que es imposible controlar. Quienes los aúpan al poder para llevar a cabo su propio programa manipulánd­olos podrían acabar destruyénd­ose a sí mismos y sacrifican­do su integridad con su complicida­d. Una segunda lección es que los problemas complejos no tienen soluciones sencillas y que no debemos olvidarnos de aquellos a los que las transforma­ciones mundiales han abatido, ni de su furia por las pérdidas sufridas. Para que triunfe la democracia, el centro político debe resistir y gobernar con eficacia.

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Pueden verse máscaras de gas o latas del Zyklon B usado en las cámaras letales.
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La muestra Auschwitz (Centro de Exposicion­es Arte Canal, Madrid), prorrogada hasta el 7 de octubre.

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