¿No hace mucho? ¿No muy lejos?
Hace poco viajé a Madrid para visitar la exposición Auschwitz.No hacemucho.Nomuylejos. y me impresionó, aunque no me sorprendió, que la gente con la que me cruzaba no dejara de preguntar: «¿Estamos en 1933?». Pensé que quizás se habían tomado demasiado al pie de la letra el título de la exposición. O quizás no: la historia debe tomarse en serio.
Y, sin embargo, detesto los paralelismos facilones entre el ayer y el hoy: ¡son demasiado simplistas y omiten tantos matices! La gente supone que los dos factores de la ecuación son equivalentes pero, en realidad, deberían considerar tanto las semejanzas como las diferencias; no unas u otras, sino ambas. Tras el intento frustrado de golpe de Estado de 1923, el Partido Nazi llegó a la esfera política electoral y utilizó los instrumentos propios de la democracia para socavarla. Al unificar el Partido Nazi y los otros partidos, Hitler consiguió una masa de seguidores cada vez mayor, particularmente entre la clase media-baja. Moreno y de corta estatura, Hitler supo, no obstante, evocar la imagen de un hombre «ario» alto y rubio e inspirar al pueblo alemán un orgullo y un propósito nacionales. Con su fascinante capacidad de oratoria, cautivaba por igual a los jóvenes alemanes, incluidos los universitarios, y a la castigada e insegura clase media al ofrecerles un vínculo con su pasado mitológico e infundir en ellos la visión de un futuro glorioso para Alemania. No fue el antisemitismo, elemento fundamental del racismo de Hitler, lo que atrajo por sí solo a los votantes alemanes al Partido Nazi, aunque sí que le granjeó algunos votos. Lo verdadera- mente llamativo es que no excluyó a los nazis como candidatos para votantes que aparentemente no eran antisemitas. Algunos votaron a Hitler por ser antisemita; muchos otros, a pesar de ello. Los líderes de los partidos conservadores asumieron que, al ser hombres sabios y experimentados, podrían controlar y utilizar a Hitler y los miedos de sus partidarios más acérrimos para impulsar su propio programa. Cuando llegó al poder, el odio de Hitler hacia los judíos y sus ansias de expansión del territorio alemán – Lebensraum o «espacio vital»– forjaron sus políticas. La temática dominante de la ideología hitleriana era el racismo. Las condiciones económicas de Alemania eran propicias para el advenimiento del nazismo: la elevada inflación de 1923, por culpa de la cual incluso para comprar el pan se necesitaban carros de depreciados marcos alemanes, acabó por completo con la seguridad de la clase media. Además, los gobiernos alemanes eran inestables, las elecciones se sucedían, la política estaba polarizada y la violencia era el pan nuestro de cada día. En mayo de 1928, los nazis obtuvieron el 2,6 % del voto popular. Sin embargo, en las elecciones del 14 de septiembre de 1930, tras el comienzo de la Gran Depresión, esta cifra alcanzó el 18,3 %. Y este total se duplicó en las elecciones de agosto de 1932. Nos preguntamos sobre la atracción que ejercen el extremismo, la xenofobia y el racismo en condiciones económicas más estables como las actuales, pero la globalización no solo ha traído ganadores, sino también perdedores. Una lección importante que debemos extraer es que hay líderes, en particular los carismáticos, a los que es imposible controlar. Quienes los aúpan al poder para llevar a cabo su propio programa manipulándolos podrían acabar destruyéndose a sí mismos y sacrificando su integridad con su complicidad. Una segunda lección es que los problemas complejos no tienen soluciones sencillas y que no debemos olvidarnos de aquellos a los que las transformaciones mundiales han abatido, ni de su furia por las pérdidas sufridas. Para que triunfe la democracia, el centro político debe resistir y gobernar con eficacia.