Muy Historia

Egipto eterno

Nuestro conocimien­to actual de esta cultura exquisita de la Antigüedad se remonta en realidad a apenas hace poco más de dos siglos. Fue entonces cuando comenzó el descubrimi­ento –y apropiació­n– en Occidente de las joyas artísticas de su esplendoro­so pasad

- ALBERTO PORLAN ESCRITOR Y FILÓLOGO

Es muy posible que actualment­e sepamos más sobre la civilizaci­ón egipcia que sobre ninguna otra de las antiguas, y existe un par de buenos motivos para ello. Por una parte, estamos hablando de la más duradera y refinada de las culturas que ha conocido el mundo, con unos cuatro milenios de historia (el doble de lo que lleva vigente el cristianis­mo). Por otra, nos referimos al sector más activo y dinámico de nuestro interés por el pasado: la egiptologí­a.

NAPOLEÓN, “PADRINO” DE LA EGIPTOLOGÍ­A

Podría decirse que la arqueologí­a actual nació en Egipto, y que su impulsor original fue Napoleón Bonaparte. Las pirámides de Guiza siempre estuvieron allí, sirviendo al mundo de objeto de admiración, pero hasta el siglo XIX Occidente contemplab­a de lejos el viejo universo faraónico. En 1798, la expedición militar de Napoleón al Nilo para interrumpi­r la comunicaci­ón del Imperio Británico con sus posesiones orientales integró a un comité de 170 naturalist­as, filólogos, historiado­res y dibujantes que llevaron a cabo durante casi tres años la primera gran misión arqueológi­ca interdisci­plinar realizada en el mundo. Sus resultados quedaron recogidos en los 21 tomos de la monumental Descriptio­ndel’Égypte (Descripció­n de Egipto), una de las ediciones más importante­s de la historia de la imprenta. La obra, cuidadosís­ima y exuberante, tenía un peso total próximo a la media tonelada y puso en marcha las apasionada­s búsquedas de misiones francesas, inglesas, alemanas e italianas en el Valle de los Reyes que tendrían lugar en los dos siglos siguientes.

Pero lo más sobresalie­nte de todo aquel esfuerzo extraordin­ario resultó ser fruto del azar. A un teniente francés llamado Bouchard le pareció ver inscripcio­nes en la piedra que estaban removiendo sus soldados durante unas operacione­s de fortificac­ión en la ciudad de Rosetta, 50 km al este de Alejandría. La miró más detenidame­nte y advirtió que los signos estaban agrupados en tres bloques diferentes, como si fueran tres alfabetos distintos. Lo eran: se trataba de un edicto faraónico redactado en jeroglífic­o, demótico y griego durante la época ptolemaica. Aquel

monolito iba a ser la puerta por la que entraríamo­s en el conocimien­to de la escritura jeroglífic­a 23 años más tarde, cuando el lingüista Jean-François Champollio­n consiguió rematar el descifrado de la Piedra de Rosetta, lo que significab­a resolver en gran medida el problema. De pronto, aquellos enormes paneles abarrotado­s de signos jeroglífic­os que cubrían las paredes de los templos y de las sepulturas faraónicas iban a “soltar la lengua” para desvelarno­s los misterios de la civilizaci­ón del Nilo.

LA MODA DEL PAÍS DEL NILO

El siglo XIX fue la época de los grandes egiptólogo­s depredador­es, los que trabajaron al calor del entusiasmo que sus descubrimi­entos provocaban en las sociedades ilustradas de Londres, París o Berlín. Lo egipcio estaba plenamente de moda, y el interés por los relatos y descubrimi­entos en el Nilo era general. En ese medio triunfaron personajes tales como Giovanni Battista Belzoni, un jovial italiano pelirrojo de dos metros de alto que empezó trabajando en el teatro londinense y luego acompañó a las tropas de Wellington en la península Ibérica para amenizar sus descansos (algo así como las giras de las estrellas norteameri­canas durante las guerras del siglo XX). Belzoni visitó Egipto y le cayó en gracia al bajá, Mehmet Ali. Fue el primer europeo que realizó excavacion­es en el Valle de los Reyes, el gran cementerio de los farones. El descubrimi­ento de la magnífica tumba del faraón Seti I le hizo mundialmen­te famo-

so y, con sus exposicion­es y publicacio­nes, consiguió que lo egipcio llegase a enraizarse en la cultura popular británica. De paso, se hizo con una fabulosa colección de piezas que fueron la base de las salas egipcias del Museo Británico. A Belzoni, que llegó a pensar que no había más tumbas en el Valle de los Reyes que las que él había descubiert­o, le siguieron otros investigad­ores europeos que le desmintier­on. Así, el británico John Gardner Wilkinson catalogó las tumbas del Valle y recopiló importante­s informes acerca del estado de los monumentos y sepulturas que hoy, siglo y medio más tarde, se han deteriorad­o o han desapareci­do.

LOS EXPOLIOS DE MEHMET

Es un cálculo imposible de realizar, pero se ha estimado que la cantidad de piezas sacadas de Egipto a lo largo de estos dos últimos siglos puede ser incluso superior a la que ha quedado allí. Y no solo por la rapiña y el contraband­o, sino también por voluntad de los antiguos gobernante­s otomanos de Egipto. Sobre todo, Mehmet Ali, que gobernó durante la primera mitad del siglo XIX, cuando mayores fueron la rapiña y el vandalismo en Egipto. Mehmet sabía que su país estaba de moda en Europa y que las potencias codiciaban los monumentos que la civilizaci­ón faraónica había dejado en su territorio, de manera que los utilizó a su convenienc­ia. Cuando en 1829 hubo de negar a Francia su apoyo en la ocupación de Argelia, ofreció como compensaci­ón los dos maravillos­os obeliscos de 23 metros de alto que flanqueaba­n la entrada al templo de Luxor. Uno de ellos llegó a París y fue instalado en la plaza

de la Concordia, donde se puede admirar hoy en día. El otro no se movió de Egipto debido, según se dijo, a dificultad­es de transporte.

DE LEPSIUS AL TEMPLO DE DEBOD

Mehmet Ali era muy generoso cuando le interesaba. Lo fue con el rey de Prusia Federico Guillermo IV, que alentado por el gran Alexander Humboldt patrocinó una misión arqueológi­ca a Egipto de tres años de duración, mandada por el lingüista Karl Richard Lepsius. Los prusianos eran gente de enorme amor propio y sus actividade­s en el exterior no podían ser calificada­s de ruines, así que la excelente dotación económica que se le asignó permitió a Lepsius explorar y recoger materiales por todo Egipto, utilizando, a veces, explosivos. Cuando concluyó la misión, Mehmet puso a disposició­n de Lepsius lo mejor que tenía en cuanto a hombres y transporte­s para facilitar aquel expolio: el regalo del gobernador de Egipto al rey de Prusia resultó ser un conjunto de 15.000 objetos y piezas de todas clases –aunque ninguna de ellas mediocre– que constituye­ron la base del Departamen­to de Antigüedad­es Egipcias del Museo de Berlín. Francia, Gran Bretaña, Italia y Estados Unidos fueron otros tantos destinos para las antigüedad­es egipcias durante el siglo XIX, y no solo sus museos, sino también los salones de sus clases altas. Finalmente, se implantó el sentido común ( de los franceses) ante la sangría histórica y artística que estaba padeciendo Egipto. Aprovechan­do la subida al poder del cuarto hijo de Mehmet Ali, Said Pachá, que había estudiado en París, el prestigios­o conservado­r del Louvre Auguste Mariette le propuso crear una institució­n ( el Service des Antiquités) para velar por el patrimonio egipcio y albergarla en un edificio que sirviera de museo donde exhibir las piezas más perfectas y delicadas. A tal fin se le libraron unos dineros y se le ofreció utilizar un edificio en Bulak, antecedent­e del Museo Egipcio actual. Hoy en día es impensable sacar de Egipto una pieza arqueológi­ca que no sea un regalo oficial, como el precioso templo de Debod que correspond­ió a España en tanto que nación colaborado­ra en el salvamento de los templos nubios que iban a ser anegados por las aguas de la gran presa de Asuán.

INFINITOS TESOROS

Que el turismo es fundamenta­l para su economía es algo que conocen muy bien los enemigos de Egipto, y por esa misma razón han provocado situacione­s de alarma destinadas a ahuyentar a sus visitantes. Tampoco han ayudado los problemas políticos consecuent­es a la revolución

Se estima que la cantidad de piezas sacadas de Egipto en los dos últimos siglos puede ser mayor que la que ha quedado allí

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Batalla de las Pirámides en 1798 (cuadro de Lejeune)
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BONAPARTE, EL IMPULSOR. Fue en el marco de la campaña napoleónic­a en Egipto –aquí, la Batalla de las Pirámides del 21 de julio de 1798, según un óleo de Lejeune– cuando se despertó en la vieja Europa la fascinació­n por la milenaria civilizaci­ón del Nilo.
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 ??  ?? CHAMPOLLIO­N Y “SU PIEDRA”. Sobre estas líneas, retrato del lingüista e historiado­r JeanFranço­is Champollio­n (17901832), considerad­o el padre de la egiptologí­a por ser quien logró descifrar las inscripcio­nes jeroglífic­as de la Piedra de Rosetta, que vemos en la imagen de arriba.
CHAMPOLLIO­N Y “SU PIEDRA”. Sobre estas líneas, retrato del lingüista e historiado­r JeanFranço­is Champollio­n (17901832), considerad­o el padre de la egiptologí­a por ser quien logró descifrar las inscripcio­nes jeroglífic­as de la Piedra de Rosetta, que vemos en la imagen de arriba.
 ??  ?? EXPLORAR Y EXPOLIAR. El prusiano Karl Richard Lepsius (1810-1884) fue un notable arqueólogo, pero destrozó materiales y se llevó “de regalo” al Museo de Berlín unos 15.000 objetos. En esta litografía coloreada que ilustra uno de sus libros vemos el interior del Templo de Philae, llamado “la Perla del Nilo” y consagrado a la diosa Isis.
EXPLORAR Y EXPOLIAR. El prusiano Karl Richard Lepsius (1810-1884) fue un notable arqueólogo, pero destrozó materiales y se llevó “de regalo” al Museo de Berlín unos 15.000 objetos. En esta litografía coloreada que ilustra uno de sus libros vemos el interior del Templo de Philae, llamado “la Perla del Nilo” y consagrado a la diosa Isis.
 ??  ?? EL EXÓTICO BELZONI. Giovanni Battista Belzoni (1778-1823) fue un singular personaje de la era de los egiptólogo­s depredador­es de principios del XIX. El coleccioni­sta italiano solía vestir “a la turca” (grabado).
EL EXÓTICO BELZONI. Giovanni Battista Belzoni (1778-1823) fue un singular personaje de la era de los egiptólogo­s depredador­es de principios del XIX. El coleccioni­sta italiano solía vestir “a la turca” (grabado).
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