La primera guerra de pueblos
No se han podido establecer cifras oficiales. La horquilla de muertos provocados por la Primera Guerra Mundial, entre civiles y militares, va de los 8 a los 20 millones, lo que la convierte en uno de los conflictos más sangrientos de la historia. En 1914, todas las partes en litigio tenían la convicción de que la Gran Guerra se solventaría en un plazo breve de tiempo y con los mismos valores y reglas vigentes en los conflictos armados de principios del siglo XIX (disciplina, nobleza, honor, cargas frontales de infantería y caballería...). Nadie se percató de que una serie de drásticas novedades habían transformado radicalmente el escenario:
Fue el primer conflicto de “alta tecnología”: nuevos inventos como el fusil de retrocarga, la pólvora sin humo, la bala en punta, las armas de repetición, las ametralladoras –en la Batalla del Somme, dispararon en una semana más de un millón y medio de proyectiles–, la aviación, los carros de combate, los gases letales...
Supuso el fin de la era de la caballería: millones de caballos perdieron su función y murieron durante la Gran Guerra habiéndose transformado en bestias de carga.
Se trató de la primera guerra de trincheras a gran escala: la única táctica consistía en la acumulación de hombres en las zanjas y el lanzamiento de cargas suicidas sin orden ni concierto. Se borró la frontera entre la población militar y la civil, desarrollándose tanto en el frente como en las ciudades: hasta entonces, los civiles caídos en las contiendas eran pocos, pero en esta sumaron un tercio de los muertos. Y, además, su cierre en falso propició que 21 años después se desatara otra hecatombe mundial. Solo un apunte positivo: las mujeres salieron por primera vez del ámbito doméstico y empezaron un camino que ya no tendría vuelta atrás.