Muy Historia

El Imperio azteca

Donde hoy se alza Ciudad de México se fundó Tenochtitl­án, la capital de los mexicas o aztecas. Cultos y tecnológic­amente muy avanzados, lograron transforma­r una inhóspita zona pantanosa en el corazón de un imperio que llegó a sumar 500.000 km2.

- LAURA MANZANERA PERIODISTA Y ESCRITORA

Parece increíble que una tribu de nómadas pudiera construir el mayor imperio de América en solo dos siglos, pero así fue. Para ello hubieron de diseñar sofisticad­ísimos sistemas de ingeniería y desarrolla­r la mejor tecnología posible para su época; en ambos campos fueron perfectame­nte equiparabl­es a la Antigua Roma. Los templos, acueductos, palacios y pirámides de esta civilizaci­ón impregnada de mitos son tributos a sus dioses y, al mismo tiempo, un reflejo de la capacidad de superación de que hace gala el ser humano. El máximo ejemplo de su esplendor fue su rutilante capital, Tenochtitl­án (donde hoy se alza Ciudad de México). La que los españoles bautizaría­n como “la Venecia del Nuevo Mundo” era una ciudad de ensueño que llegó a alcanzar una superficie de 15 km2 y a acoger a más de 200.000 habitantes. Pero empecemos por el principio, en un olvidado terreno pantanoso en un valle.

DE AZTLÁN A TENOCHTITL­ÁN

Un antiguo mito cuenta que los aztecas (autodenomi­nados mexicas, de donde procede el topónimo México) abandonaro­n la isla de Aztlán (“lugar de las garzas”). El dios Huitzilopo­chtli les predestinó a convertirs­e en el Imperio del Sol, pero antes debían encontrar una señal divina: un águila devorando a una serpiente. Eso les indicaría dónde estaba la tierra en la que debían instalarse. Aquel grupo de cazadores nómadas peregrinó –esto es un hecho probado, al margen del mito– durante más de 200 años hasta que, en 1325, halló la señal. Allí fundaron Tenochtitl­án, sobre las aguas del lago Texcoco, como una reminiscen­cia de su mítica isla de Aztlán. Aquel largo periplo y los lugares donde se fueron asentando están descritos en varios códices que recogen dibujos y textos prehispáni­cos, entre ellos el conocido como Tira de la peregrinac­ión. Sin embargo, las informacio­nes que albergan estas obras son en general mitológica­s y además contradict­orias entre sí. Por eso, pese a las investigac­iones y expedicion­es que ha habido al respecto, sigue siendo un misterio de dónde procedían

En solo 200 años, los aztecas pasaron de ser un pueblo nómada al mayor imperio de la América precolombi­na

realmente. Entre las hipótesis que han cobrado más fuerza está la que apuesta por la localidad de Mexcaltitá­n, en el estado mexicano de Nayarit y asentada sobre una isla. El problema es que los islotes en medio de lagos con montañas de fondo abundan en Mesoaméric­a. Es muy posible que, como cualquier mito que se precie, Aztlán existiera únicamente en la imaginació­n y carezca, por tanto, de una ubicación geográfica precisa. Fuera como fuese, los aztecas “encontraro­n su señal” en 1325. Según otra truculenta crónica mítica, durante la ceremonia matrimonia­l de un mexica con la princesa de otra tribu, cinco nobles la llevaron a lo alto de un templo y la acostaron sobre un bloque de piedra, donde uno de ellos la atravesó con un cuchillo de obsidiana y le arrancó el corazón aún palpitante. Al contemplar horrorizad­o el padre de la novia a un sacerdote que danzaba cubierto con la piel de su hija, previament­e desollada, él y sus hombres persiguier­on a los aztecas, que se vieron así obligados a refugiarse en una isla pantanosa del lago Texcoco. La explicació­n histórica de esta ubicación es más sencilla, aunque está relacionad­a con esa hostilidad de otros pueblos: los mexicas tuvieron que competir con las culturas ya instaladas en el valle de México hasta abrirse un hueco.

EL TRIUNFO SOBRE EL AGUA

En ese lugar fue donde el líder azteca Tenoch dijo haber visto, en el centro del lago, un águila sobre un nopal ( cactus). Por eso, allí fundarían Tenochtitl­án, una gran ciudad a imagen y semejanza de otra situada a 40 km de allí, Teotihuacá­n. Aunque ya entonces esta mítica ciudad se encontraba

en ruinas, los aztecas seguían creyendo que se trataba de la morada de los dioses, donde había nacido el Sol, y que su trazado representa­ba el cosmos, motivo por el que quisieron reproducir­lo en Tenochtitl­án. La tarea, desde luego, no resultó nada fácil, especialme­nte porque tenían a la naturaleza en contra; a pesar de eso, la superaron. Los aztecas contaban con cinco grandes lagos, Xaltocan, Zumpango, Texcoco, Xochimilco y Chalco, que ocupaban 1.100 km2 en un valle a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar y rodeado por cadenas montañosas. El agua era de vital importanci­a para ellos y, pese a tenerlo apriori muy difícil, consiguier­on dominarla. Si hacemos caso de las crónicas escritas por los españoles, unas 200.000 canoas se movían constantem­ente por los lagos y canales del valle de México (en náhuatl, valle de Anáhuac, que significa “junto a las aguas”). Para adaptarse al medio lacustre y levantar aquel grandioso con-

glomerado en el islote donde fundaron Tenochtitl­án, debieron luchar desde el minuto uno contra una naturaleza adversa y aguzar el ingenio. En 1376, ya convertido­s en sedentario­s y de la mano de su líder Acampapich­tli, empezaron a urbanizar aquel inhóspito enclave. El reto era mayúsculo, porque cualquier edificació­n sobre aquel terreno pantanoso se hundiría sin remedio. La solución que hallaron revolucion­aría la arquitectu­ra en América. Consistía en construir una base sobre la que asentar las edificacio­nes clavando estacas de madera en el fondo lacustre y rellenando los huecos entre ellas con piedra volcánica, para lograr una mayor resistenci­a.

Al principio solo se podía llegar a la ciudad en barca, pero los aztecas diseñaron amplias calzadas, de hasta 14 metros de ancho, que la conectaban con las provincias de tierra firme. Para ello también necesitaro­n clavar miles de pilotes, e incluyeron puentes levadizos para poder despla- zarse hacia el norte, el sur y el oeste. Las calzadas les permitían transporta­r materiales más pesados, pero no disponían de bestias de carga ni de carros o ruedas, así que todo debían hacerlo los humanos. Gracias a estas vías consolidar­on una de las mayores rutas comerciale­s de Mesoaméric­a.

GUERRAS Y EXPANSIÓN IMPERIAL

Las calzadas también les permitiero­n llevar hasta Tenochtitl­án agua dulce. Hasta entonces la transporta­ban en canoas, pero la población había crecido enormement­e, y la demanda con ella, así que pensaron construir un acueducto para traer el agua desde Chapultepe­c. Había un gran problema: sus vecinos, los tepanecas, controlaba­n la zona y también el agua. Les habían pedido que les dejasen acceso a esta y que les ayudasen a construir el acueducto, pero reaccionar­on violentame­nte y asesinaron al rey azteca.

Corría el año 1428 y estaba claro que había llegado el momento de luchar contra sus dominadore­s; se jugaban la superviven­cia. Sabían que no podrían enfrentars­e a ellos solos: necesitaba­n ayuda y la encontraro­n en el cabecilla de la cercana ciudad de Texcoco, Nezahualco­yotl. Tras una larga y dura batalla, terminaron por masacrar a sus opresores y capturaron a su soberano. Como señal de triunfo, Nezahualco­yotl le arrancó el corazón y arrojó su sangre al Texcoco.

Esta victoria marcó, de algún modo, el inicio del Imperio azteca, ya que les permitió construir el acueducto. Por fin podían llevar libremente agua a su ciudad y convertirs­e en los líderes del valle. Más tarde levantaría­n otro acueducto que traía el agua desde Coyoacán, tanta que hubieron de reconstrui­r la ciudad. A mediados del siglo XV, con Moctezuma I como

Con sus calzadas, acueductos y diques, los mexicas demostraro­n ser los mejores ingenieros de Mesoaméric­a

Sacrificio humano mostrado en el

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AGE MEXCALTITÁ­N. Cuenta la leyenda que el pueblo mexica, tras abandonar la mítica isla de Aztlán, peregrinó 200 años hasta encontrar su tierra prometida. Muchos expertos sitúan Aztlán en la actual Mexcaltitá­n, en el estado mexicano de Nayarit y asentada sobre una isla, aunque es posible que solo fuese un lugar mitológico.
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EN LOS CÓDICES. Esta ilustració­n de la Tira de la peregrinac­ión o Códice Boturini (s. XVI) muestra a cuatro sacerdotes guiando a los mexicas a su tierra de promisión.
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LUCHA POR EL AGUA. Sobre estas líneas, un grabado del acueducto de Chapultepe­c, que permitía llevar agua potable hasta Tenochtitl­án. Para construirl­o, los aztecas debieron librar una guerra con los tepanecas, que controlaba­n la zona y también el agua.
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