El Imperio azteca
Donde hoy se alza Ciudad de México se fundó Tenochtitlán, la capital de los mexicas o aztecas. Cultos y tecnológicamente muy avanzados, lograron transformar una inhóspita zona pantanosa en el corazón de un imperio que llegó a sumar 500.000 km2.
Parece increíble que una tribu de nómadas pudiera construir el mayor imperio de América en solo dos siglos, pero así fue. Para ello hubieron de diseñar sofisticadísimos sistemas de ingeniería y desarrollar la mejor tecnología posible para su época; en ambos campos fueron perfectamente equiparables a la Antigua Roma. Los templos, acueductos, palacios y pirámides de esta civilización impregnada de mitos son tributos a sus dioses y, al mismo tiempo, un reflejo de la capacidad de superación de que hace gala el ser humano. El máximo ejemplo de su esplendor fue su rutilante capital, Tenochtitlán (donde hoy se alza Ciudad de México). La que los españoles bautizarían como “la Venecia del Nuevo Mundo” era una ciudad de ensueño que llegó a alcanzar una superficie de 15 km2 y a acoger a más de 200.000 habitantes. Pero empecemos por el principio, en un olvidado terreno pantanoso en un valle.
DE AZTLÁN A TENOCHTITLÁN
Un antiguo mito cuenta que los aztecas (autodenominados mexicas, de donde procede el topónimo México) abandonaron la isla de Aztlán (“lugar de las garzas”). El dios Huitzilopochtli les predestinó a convertirse en el Imperio del Sol, pero antes debían encontrar una señal divina: un águila devorando a una serpiente. Eso les indicaría dónde estaba la tierra en la que debían instalarse. Aquel grupo de cazadores nómadas peregrinó –esto es un hecho probado, al margen del mito– durante más de 200 años hasta que, en 1325, halló la señal. Allí fundaron Tenochtitlán, sobre las aguas del lago Texcoco, como una reminiscencia de su mítica isla de Aztlán. Aquel largo periplo y los lugares donde se fueron asentando están descritos en varios códices que recogen dibujos y textos prehispánicos, entre ellos el conocido como Tira de la peregrinación. Sin embargo, las informaciones que albergan estas obras son en general mitológicas y además contradictorias entre sí. Por eso, pese a las investigaciones y expediciones que ha habido al respecto, sigue siendo un misterio de dónde procedían
En solo 200 años, los aztecas pasaron de ser un pueblo nómada al mayor imperio de la América precolombina
realmente. Entre las hipótesis que han cobrado más fuerza está la que apuesta por la localidad de Mexcaltitán, en el estado mexicano de Nayarit y asentada sobre una isla. El problema es que los islotes en medio de lagos con montañas de fondo abundan en Mesoamérica. Es muy posible que, como cualquier mito que se precie, Aztlán existiera únicamente en la imaginación y carezca, por tanto, de una ubicación geográfica precisa. Fuera como fuese, los aztecas “encontraron su señal” en 1325. Según otra truculenta crónica mítica, durante la ceremonia matrimonial de un mexica con la princesa de otra tribu, cinco nobles la llevaron a lo alto de un templo y la acostaron sobre un bloque de piedra, donde uno de ellos la atravesó con un cuchillo de obsidiana y le arrancó el corazón aún palpitante. Al contemplar horrorizado el padre de la novia a un sacerdote que danzaba cubierto con la piel de su hija, previamente desollada, él y sus hombres persiguieron a los aztecas, que se vieron así obligados a refugiarse en una isla pantanosa del lago Texcoco. La explicación histórica de esta ubicación es más sencilla, aunque está relacionada con esa hostilidad de otros pueblos: los mexicas tuvieron que competir con las culturas ya instaladas en el valle de México hasta abrirse un hueco.
EL TRIUNFO SOBRE EL AGUA
En ese lugar fue donde el líder azteca Tenoch dijo haber visto, en el centro del lago, un águila sobre un nopal ( cactus). Por eso, allí fundarían Tenochtitlán, una gran ciudad a imagen y semejanza de otra situada a 40 km de allí, Teotihuacán. Aunque ya entonces esta mítica ciudad se encontraba
en ruinas, los aztecas seguían creyendo que se trataba de la morada de los dioses, donde había nacido el Sol, y que su trazado representaba el cosmos, motivo por el que quisieron reproducirlo en Tenochtitlán. La tarea, desde luego, no resultó nada fácil, especialmente porque tenían a la naturaleza en contra; a pesar de eso, la superaron. Los aztecas contaban con cinco grandes lagos, Xaltocan, Zumpango, Texcoco, Xochimilco y Chalco, que ocupaban 1.100 km2 en un valle a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar y rodeado por cadenas montañosas. El agua era de vital importancia para ellos y, pese a tenerlo apriori muy difícil, consiguieron dominarla. Si hacemos caso de las crónicas escritas por los españoles, unas 200.000 canoas se movían constantemente por los lagos y canales del valle de México (en náhuatl, valle de Anáhuac, que significa “junto a las aguas”). Para adaptarse al medio lacustre y levantar aquel grandioso con-
glomerado en el islote donde fundaron Tenochtitlán, debieron luchar desde el minuto uno contra una naturaleza adversa y aguzar el ingenio. En 1376, ya convertidos en sedentarios y de la mano de su líder Acampapichtli, empezaron a urbanizar aquel inhóspito enclave. El reto era mayúsculo, porque cualquier edificación sobre aquel terreno pantanoso se hundiría sin remedio. La solución que hallaron revolucionaría la arquitectura en América. Consistía en construir una base sobre la que asentar las edificaciones clavando estacas de madera en el fondo lacustre y rellenando los huecos entre ellas con piedra volcánica, para lograr una mayor resistencia.
Al principio solo se podía llegar a la ciudad en barca, pero los aztecas diseñaron amplias calzadas, de hasta 14 metros de ancho, que la conectaban con las provincias de tierra firme. Para ello también necesitaron clavar miles de pilotes, e incluyeron puentes levadizos para poder despla- zarse hacia el norte, el sur y el oeste. Las calzadas les permitían transportar materiales más pesados, pero no disponían de bestias de carga ni de carros o ruedas, así que todo debían hacerlo los humanos. Gracias a estas vías consolidaron una de las mayores rutas comerciales de Mesoamérica.
GUERRAS Y EXPANSIÓN IMPERIAL
Las calzadas también les permitieron llevar hasta Tenochtitlán agua dulce. Hasta entonces la transportaban en canoas, pero la población había crecido enormemente, y la demanda con ella, así que pensaron construir un acueducto para traer el agua desde Chapultepec. Había un gran problema: sus vecinos, los tepanecas, controlaban la zona y también el agua. Les habían pedido que les dejasen acceso a esta y que les ayudasen a construir el acueducto, pero reaccionaron violentamente y asesinaron al rey azteca.
Corría el año 1428 y estaba claro que había llegado el momento de luchar contra sus dominadores; se jugaban la supervivencia. Sabían que no podrían enfrentarse a ellos solos: necesitaban ayuda y la encontraron en el cabecilla de la cercana ciudad de Texcoco, Nezahualcoyotl. Tras una larga y dura batalla, terminaron por masacrar a sus opresores y capturaron a su soberano. Como señal de triunfo, Nezahualcoyotl le arrancó el corazón y arrojó su sangre al Texcoco.
Esta victoria marcó, de algún modo, el inicio del Imperio azteca, ya que les permitió construir el acueducto. Por fin podían llevar libremente agua a su ciudad y convertirse en los líderes del valle. Más tarde levantarían otro acueducto que traía el agua desde Coyoacán, tanta que hubieron de reconstruir la ciudad. A mediados del siglo XV, con Moctezuma I como
Con sus calzadas, acueductos y diques, los mexicas demostraron ser los mejores ingenieros de Mesoamérica
Sacrificio humano mostrado en el