Colonizando de norte a sur
La colonización sigue su curso
Tras las primeras exploraciones del vasto Nuevo Continente y la peripecia de Hernán Cortés, las expediciones y conquistas se multiplicaron de uno a otro confín del territorio americano.
El interés por encontrar una ruta a través de América que abriera la puerta del Pacífico a los barcos españoles para alcanzar las maravillas de Oriente quedó relegado a un segundo plano cuando se extendieron los rumores de la existencia de riquezas incalculables en el interior del continente. Durante los primeros treinta años posteriores al Descubrimiento, los españoles se asentaron en las Antillas, donde no encontraron las oportunidades de hacer fortuna que esperaban. Decepcionados, dirigieron su atención hacia el oeste y emprendieron toda una serie de malogradas expediciones que no alcanzaron su objetivo.
LA EXPEDICIÓN DE ALVARADO
Las riquezas obtenidas por Hernán Cortés tras completar la conquista del Imperio azteca confirmaron las expectativas de los españoles de encontrar el oro y la plata que les habían llevado a aventurarse a través de un océano proceloso y selvas impenetrables para alcanzar fortuna y gloria. Con ese aliciente muy presente, a partir de la tercera década del siglo XVI los conquistadores se jugaron sus vidas en una arriesgada apuesta que los llevaría a recorrer un continente de horizontes inabarcables. En Centroamérica, Pedro de Alvarado, responsable de la matanza del Templo Mayor que desencadenó la que es conocida como Noche Triste, emprendió la conquista de Nicaragua ( 1522), Honduras ( 1523), Guatemala ( 1524) y El Salvador (1525), cumpliendo con el mandato del propio Hernán Cortés. El conquistador de México se quitaba así de en medio a un posible rival que podía disputarle su autoridad. La expedición de Alvarado se enfrentó a nuevos riesgos mientras extendía la presencia española por esta zona del continente. Las noticias sobre las grandes riquezas del Perú le llevaron en 1526 hasta Ecuador, donde evitó el enfrentamiento con los intereses de Pizarro. Hombre de acción, Alvarado murió al ser arrollado por el caballo de uno de sus hombres. Estaba preparando una nueva expedición a las islas Molucas, conocidas como islas de la Especiería por el preciado producto tan demandado en Europa.
A pesar de los múltiples peligros y contratiempos con los que se encontraban, los españoles no cejaron en su empeño y siguieron progresando en su
Las riquezas encontradas por Cortés fueron el aliciente para otros buscadores de fortuna y gloria
avance hacia el sur del continente. En 1535, Diego de Almagro, veterano de la conquista del Perú, partió de Cuzco y llegó a la ciudad de Tupiza, en la actual Bolivia, que le sirvió de base de operaciones desde la que dar el salto a Chile al frente de un contingente de 500 soldados atraídos por las promesas de oro y plata.
INASEQUIBLES AL DESALIENTO
La aventura de Almagro y sus hombres reunió muchos de los elementos que caracterizaron la expansión española por todo el continente. Dejando a un lado la codicia que les hacía superar todo tipo de obstáculos, los conquistadores también estaban imbuidos de un espíritu colonizador que les llevó a fundar ciudades y establecer una administración inspirada por las leyes de la metrópoli y sometida a la autoridad emanada del rey. De la misma forma, entre los expedicionarios de Almagro que penetraron en Chile también fue un rasgo habitual el uso extendido de métodos expeditivos y crueles para acabar con cualquier intento de oposición o resistencia, tanto entre los indígenas como entre sus propias filas. Estos actos –en algunos casos de extrema violencia– deben ser interpretados dentro del contexto de una situación condicionada por unas circunstancias muy distintas a las actuales. Así, las duras vivencias de un viaje para el que no tenían mapas y las penurias provocadas por la escasez de suministros, junto a las muertes de compañeros, las traiciones y las deserciones, hicieron flaquear las fuerzas de muchos de los hombres de Almagro, pero finalmente consiguieron llegar al valle del Aconcagua para descubrir con decepción que el territorio yermo que se abría ante ellos no ofrecía las riquezas inmediatas y prometidas que habían ido a buscar. Los exploradores enviados más hacia el sur confirmaron sus peores temores.
AMÉRICA DEL SUR, DE OESTE A ESTE
En 1540, Pedro de Valdivia continuó con la labor iniciada por Almagro en Chile en una aventura que le costó la vida, pero que consiguió abrir camino a los españoles hacia aquella dilatada y estrecha franja de territorio que se abría al Pacífico. Unos años antes, concretamente en 1533, Pedro de Mendoza había dado en España los primeros pasos que le llevarían a la construcción, en los primeros días de febrero de 1536, de un primitivo puerto defendido por dos fuertes en la margen sur del Río de la Plata, emplazamiento que con el tiempo se acabaría
convirtiendo en la ciudad de Buenos Aires. Tras cruzar los Andes, en 1541 la expedición liderada por Francisco de Orellana, curtido compañero de armas de Pizarro, inició el recorrido por la cuenca del Amazonas a bordo de frágiles bergantines. En su travesía fluvial, los españoles se enfrentaron a tribus de indios amazónicos –que atacaban a aquellos extraños barbudos de piel blanca que osaban adentrarse en sus territorios– mientras surcaban turbulentas corrientes de agua que parecían no tener fin. Sin rendirse, Orellana continuó río abajo y, tras siete meses de navegación, el 26 de agosto de 1542 llegó a la desembocadura del Amazonas. Junto a los supervivientes bajo su mando, había navegado casi cinco mil kilómetros por cauces rodeados de una selva impenetrable, y atravesado América del Sur de oeste a este. Regresó a España, donde consiguió la financiación para emprender una segunda expedición con la que quería profundizar en sus descubrimientos geográficos, para gloria propia y de la monarquía hispánica que representaba. Murió en combate con los indios en ese segundo viaje.
ADMINISTRAR UN IMPERIO
Al mismo tiempo que la expansión española se extendía por el continente en todas direcciones, surgió la necesidad de crear un aparato adminis-
trativo capaz de gestionar los inmensos territorios anexionados a la Corona. En un primer momento, los propios conquistadores (asesorados por los clérigos que les acompañaban) asumieron esa ardua tarea, pero posteriormente se creó toda una serie de instituciones específicas con dicho propósito. La primera de ellas fue la Casa de Contratación, que se estableció en Sevilla en 1503. Su principal competencia era la de velar por las relaciones marítimas y comerciales con América; posteriormente, adquirió las atribuciones de una corte de justicia con potestad para mediar en todos aquellos conflictos relacionados con cuestiones mercantiles. Por su parte, el Consejo de Indias, creado en 1511 por Fernando el Católico, se dedicaba a legislar para el Nuevo Mundo. Estas dos instituciones, con la ayuda sobre el terreno de los cabildos, las audiencias y, más tarde, los virreyes, fueron las encargadas de aplicar las decisiones adoptadas por la Corona en relación a las posesiones al otro lado del Atlántico.
LA RELACIÓN CON LOS INDÍGENAS
Al margen de este complejo cuerpo burocrático, la figura administrativa más controvertida de este período fue la del encomendero. Cabeza visible de la llamada encomienda, institución que sirvió como instrumento para consolidar el dominio sobre el territorio, ocupaba ese puesto como recompensa por los servicios prestados a la Corona durante la conquista en suelo americano. En sus orígenes, la encomienda debía servir para asimilar culturalmente y evangelizar a la población indígena, al mismo tiempo que para organizar el que debía ser un eficaz sistema recaudatorio, pero la codicia desmedida de muchos encomenderos dio lugar a situaciones de abuso muy próximas a la esclavitud.
No obstante, en España surgió muy pronto un influyente movimiento en defensa de la población indígena y contra la explotación ejercida por los encomenderos. La Corona, alarmada por los preocupantes informes de los frailes do-
minicos, aprobó el 27 de diciembre de 1512 las Leyes de Burgos, con las que intentó frenar el maltrato a los indígenas. La resistencia de los encomenderos a su aplicación obligó a la creación de una junta de la que surgieron en 1542 las Leyes Nuevas, que pusieron a los indígenas bajo protección directa de la Corona.
Es cierto que los españoles ejercieron una posición dominante y privilegiada aunque siempre estuvieran en minoría, pero, como para la explotación de los recursos se contó desde un principio con la mano de obra indígena, los conquistadores y colo- nizadores hispanos fueron los primeros interesados en velar por el mantenimiento de la población local, al contrario de lo que sucedió en el norte, donde los europeos exterminaron a los nativos. No obstante, la llegada de los conquistadores tuvo un impacto demográfico inmediato. El número de habitantes de América del Sur se redujo drásticamente al producirse el contacto con los recién llegados. Sin embargo, la extinción de poblaciones enteras se debió más a causas biológicas que a la muerte y destrucción derivadas de la codicia de los españoles. Las enfermedades infecciosas traídas al Nuevo Mundo causaron estragos entre unos indígenas que no estaban inmunizados: las crónicas de aquellos días hablan de “pestes” que acababan en pocos días con todos los miembros de una tribu o los habitantes de un poblado nativo.
A pesar de esta debacle, grandes grupos humanos lograron sobrevivir a la crisis provocada por el primer contacto con los españoles. Su sistema inmunológico reaccionó a las nuevas enfermedades y se hizo tan resistente como el de los europeos. Esta circunstancia, unida al mestizaje libre de prejuicios, tan propio de Iberoamérica y fomentado por los españoles, permitió la supervivencia de los pueblos autóctonos. Los que se mantuvieron aislados en regiones de difícil acceso han conservado hasta nuestros días las características propias de su etnia.
TAMBIÉN HACIA EL NORTE
Consolidado el poder hispano en grandes zonas del continente, este se extendió en todas direcciones. En el territorio de la actual Venezuela, la feroz
resistencia planteada por el cacique caribe Guaicaipuro, que acabó con la vida del enloquecido conquistador Lope de Aguirre, no impidió la penetración española, que se completó con la muerte del gran guerrero indígena en 1568.
La derrota en diciembre de 1553 de las huestes españolas al mando de Pedro de Valdivia en la Batalla de Tucapel –también conocida como “desastre de Tucapel”– ante los guerreros mapuches liderados por Lautaro supuso un duro revés para las pretensiones españolas en Chile. El cacique Lautaro, que destacó en la Guerra de Arauco que durante más de doscientos treinta años enfrentó a las fuerzas españolas de la Capitanía General de Chile contra los indígenas, murió en una emboscada de los hombres de Francisco de Villagra, que así se cobraron venganza por la muerte de Valdivia y pusieron fin a la primera fase de la conquista del territorio.
Los españoles – entre otros, Cabeza de Vaca– también se encaminaron al norte, llegando a controlar gran parte de lo que hoy es el territorio de Estados Unidos. Los estados actuales de Alabama, Misisipi, Texas, Nuevo México, California, Oregón y Washington estuvieron en algún momento bajo dominio español, formando parte del extenso territorio del virreinato de Nueva España y bajo la protección de un puñado de dragones de cuera, las primeras tropas europeas que se enfrentaron a las tribus indias de las praderas. Además, en la actual Florida, descubierta y explorada por Juan Ponce de León en 1513, la ciudad de San Agustín, fundada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés, ostenta el privilegio de ser el asentamiento europeo más antiguo en EE UU. Y la expansión y exploración se dio, asimismo, a lo largo de la costa del Pacífico.
A los españoles les interesaba velar por la población local: era su mano de obra