LA VOZ ÉTICA DE OLOF PALME
El 28 de febrero de 1986 fue asesinado el primer ministro sueco Olof Palme, y con su muerte se quebró algo muy profundo en la sociedad sueca. Su ejemplar Estado del bienestar, su modelo de convivencia, su confianza como país y su misma eficacia de funcionamiento quedaron conmocionados y maltrechos. Cuarenta minutos después de la medianoche de un viernes, Palme y su mujer Lisbet volvían a su casa paseando desde un cine, sin ningún guardaespaldas, cuando un desconocido le disparó a quemarropa. Treinta y tres años después, la autoría del asesinato sigue siendo uno de los grandes enigmas de la historia reciente. Christer Pettersson, un drogadicto y pequeño delincuente, fue detenido, juzgado y condenado a cadena perpetua sobre la base de un reconocimiento de la mujer de Palme, pero cuatro meses después, tras una apelación, la Justicia anuló la sentencia por falta de pruebas y liberó a Pettersson.
Con la muerte de Palme, desaparecía la mejor personificación del Estado del bienestar sueco y de un país que con solo nueve millones de personas se había convertido en un modelo de sociedad abierta, progresista y tolerante, así como lugar preferente de asilo para miles de perseguidos políticos de la más variada procedencia. Olof Palme lideró también la renovación de una socialdemocracia que hizo de la lucha contra el paro y la desigualdad un objetivo crucial. A su gran activismo internacional y a alguno de los blancos de sus críticas se ha atribuido el posible móvil y autoría de su asesinato. Denunció la Guerra de Vietnam (y ofreció asilo a los desertores), el apartheid sudafricano, la invasión soviética de Hungría en 1956, la de Checoslovaquia en 1968 y la de Afganistán en 1978. Su imagen en el otoño de 1975 con una hucha en la mano y un cartel colgado del pecho en el que se leía “Para la libertad de los españoles” provocó la cólera franquista cuando el dictador todavía vivía.
Su legado permanece en la memoria, aunque en Suecia y en Europa los vientos han soplado en dirección contraria a esa búsqueda de una sociedad más justa preconizada por el político sueco. En su país, una socialdemocracia debilitada mantiene con dificultades el gobierno frente a los avances de las fuerzas xenófobas de la extrema derecha; y en Europa, una voz como la suya se hace hoy más necesaria que nunca en medio de las turbulencias del Brexit, las presiones de Trump, el ascenso de la ultraderecha y la pasividad culpable ante las muertes en el Mediterráneo.