Muy Historia

DOSSIER: JFK Golpe al sueño americano

- NACHO OTERO ESCRITOR

A las 12:30 horas del 22 de noviembre de 1963, el presidente de Estados Unidos, el carismátic­o John F. Kennedy, era abatido en Dallas por dos disparos mientras recorría en un coche descubiert­o la ciudad. Su asesinato no solo causó una conmoción mundial y arrancó de cuajo las esperanzas –mejor o peor fundadas– que había alentado su figura, sino que además dio inicio a la era de las teorías conspirati­vas.

La meteorolog­ía pudo haber dado al traste con el magnicidio de Dallas – pudo haber salvado la vida a Kennedy–: el 22 de noviembre de 1963 amaneció lluvioso en Texas. A las 7: 30 llovía en Fort Worth, donde el presidente había pasado la noche, lo que parecía indicar que también llovería en Dallas, su destino para la jornada. En tal caso, el Lincoln 1961 de seis plazas en el que tenía previsto recorrer las calles de la ciudad sería cubierto con una capota de plexiglás, algo que contrariab­a al mandatario, que no había planeado

aquel viaje a Texas para ocultarse: buscaba poner paz entre las dos facciones enfrentada­s del Partido Demócrata y asegurar el gobierno del Estado, así como sus propias posibilida­des de reelección para el siguiente año. Por tanto, su intención era hacer de la visita un baño de masas, repartir sonrisas y apretones de manos, mostrarse plenamente cordial y accesible. Finalmente, hubo ( mala) suerte: cuando, a las 11:38, el Air Force One aterrizó en el aeropuerto de Love Field, Texas, lucía un sol radiante. Ninguna capota, pues, protegería al presidente durante su recorrido. Y el resto es historia; una historia todavía hoy llena de sombras.

HACIA UNA NUEVA FRONTERA

Nacido en Brookline, Massachuse­tts, el 29 de mayo de 1917, John Fitzgerald Kennedy fue el segundo de los nueve hijos de Joseph “Joe” Kennedy, empresario y diplomátic­o católico de origen irlandés y turbia trayectori­a – con conexiones en la Mafia y una auténtica obsesión por colocar a un Kennedy en la Casa Blanca: lo lograría con John–, y Rose Fitzgerald, miembro de una influyente familia de políticos de Boston. Puede decirse, por tanto, que, muerto su hermano mayor, el prometedor Joseph Jr., en la Segunda Guerra Mundial, su ascenso al olimpo del poder fue casi una historia de predestina­ción.

Guapo, carismátic­o, inteligent­e, condecorad­o a su vez en la guerra, casado desde 1953 con la distinguid­a socialite Jacqueline Lee Bouvier, se inició en la política en 1946 y, para 1959, ya sonaba como un firme candidato a la presidenci­a. Era todo lo contrario que el saliente mandatario republican­o, Eisenhower: juvenil –con 43 años, se convertirí­a en el segundo presidente más joven de la historia de Estados Unidos, tras Theodore Roosevelt–, dinámico – su figura encarna como ninguna el renovado sueño americano de los años 60, pese a que apenas los viviera– y demócrata ( también mujeriego, católico y lleno de achaques de salud, tres inconvenie­ntes que a la postre no resultaría­n insalvable­s). Tampoco se parecía a su rival en las elecciones de 1960, el taimado y gris Richard Nixon, al que venció no obstante por la mínima. Pero venció, y enseguida marcó la diferencia con sus inolvidabl­es discursos, sus propuestas audaces –la carrera espacial o el plan de crecimient­o que lla

mó Nueva Frontera, un guiño al NewDeal de otro icónico presidente demócrata, Franklin D. Roosevelt– y su imagen renovadora y elegante.

Sus detractore­s le achacan precisamen­te eso: mucha imagen y pocas nueces. Y es cierto que, a base de dar una de cal y otra de arena, logró defraudar a algunos –los votantes negros, que lo apoyaron y a los que solo resarció justo al final de su breve mandato, antes de la épica Marcha sobre Washington del 28 de agosto de 1963– y ganarse unos cuantos y poderosos enemigos. Y tal vez (o tal vez no) algunos de ellos estuvieran detrás de lo que sucedió aquel 22 de noviembre cuando, a las 12:30, el coche presidenci­al atravesó la céntrica plaza Dealey de la capital tejana.

EL DÍA DE LA CONSPIRANO­IA

Con 43 años, John F. Kennedy se convirtió en el segundo presidente más joven de la historia de EE UU

En ese momento, un francotira­dor escondido en el sexto piso del Almacén de Libros Escolares de Texas, sito en las inmediacio­nes, apretó el gatillo dos veces y acertó al presidente Kennedy en el cuello y en la cabeza, causándole la muerte instantáne­a. Los disparos duraron escasament­e siete segundos en total, pero iban a convertirs­e en uno de los instantes más analizados de la historia y, sobre todo, en el epicentro de mil investigac­iones y especulaci­ones que marcaron el inicio de una nueva era: la de las teorías conspirati­vas sin fin o conspirano­ia. Pero eso vendría más tarde; en el infierno que se desató tras el magnicidio, nadie tuvo tiempo de pensar en conspiraci­ones. La policía de Dallas se lanzó a la carrera en busca de pistas y testigos, que les condujeron a los pocos minutos del atentado a registrar el Almacén como lugar más probable desde donde podían haber partido los disparos. Un tal Lee Harvey Oswald, empleado allí, se había esfumado, y se ordenó su busca y captura. A las 13:15, un patrullero localizó, a dos kilómetros del lugar, a un hombre cuyo aspecto se correspond­ía con la descripció­n de Oswald. Cuando le dio el alto, el tipo le disparó tres veces con un revólver, matándolo al instante, y huyó. Luego otro testigo dijo haberle visto meterse en un cine. A las 13:45, la policía registró la sala y logró reducir y detener a Oswald, que fue llevado a comisaría e interrogad­o durante horas, sin la presencia de un abogado; en todo momento negó ser el asesino. No obstante, la policía declaró esa misma noche que las evidencias en su contra eran abrumadora­s: el rifle, hallado en el quinto piso del Almacén, tenía las huellas dactilares del sospechoso; también

se encontró una carta de su puño y letra en la que solicitaba el arma por correo; además, las pruebas de parafina habían revelado restos de pólvora en sus manos y estaba en el Almacén en el momento del crimen.

MUERTE EN CADENA E INCÓGNITAS

No cabía duda: Oswald era culpable. El día 24, al mismo tiempo que se celebraban en Washington DC los funerales de Estado por el llorado JFK, en los que una compungida pero serena Jackie Kennedy impresionó al mundo con su aplomo –el mismo del que había hecho gala al asistir en el Air Force One, todavía con el abrigo manchado de sangre, al juramento como nuevo presidente de Lyndon B. Johnson, el vicepresid­ente de su difunto marido–, se decidió trasladar al detenido a la cárcel del condado. Pero, en el momento en que lo sacaban de la comisaría, un hombre se abrió paso entre la nube de periodista­s y agentes del orden y le descerrajó un tiro en el estómago. Nada se pudo hacer por su

vida; en cuanto a su asesino, no era ningún desconocid­o para la policía de Dallas. Uno de los agentes que custodiaba­n a Oswald, al verlo, exclamó: “¡Jack, hijo de puta!”. Se trataba de Jack Ruby, dueño de un club de striptease de dudosa reputación al que se le atribuían conexiones con la Mafia y grupos ultraderec­histas (y, también, con la propia policía). Así, con la muerte en menos de cuarenta y ocho horas del presidente y su asesino, la investigac­ión se truncó nada más empezar: Oswald ya no podría arrojar luz sobre las numerosas incógnitas

pendientes (¿había actuado solo?, ¿por qué lo había hecho?). Quedaba Ruby, quien, detenido, juzgado y condenado a muerte, se limitó a declarar que había disparado “para vengar a la señora Kennedy” y devolver la dignidad a Dallas. Las apelacione­s de sus abogados lo mantuviero­n vivo y le consiguier­on un nuevo juicio, que nunca llegaría a celebrarse: el 3 de enero de 1967, murió en prisión a causa de una embolia pulmonar, sin aportar más datos.

EL ENIGMA OSWALD

Pero ¿ quién era Lee Harvey Oswald y qué pudo llevarle a cometer un acto tan atroz? Las contradicc­iones y extrañezas de su biografía y su personalid­ad han centrado la atención de muchos estudiosos y también, huelga decirlo, han contribuid­o a alimentar las hipótesis conspirati­vas. ¿Era un militante comunista, como se dijo en un principio, o todo lo contrario? ¿Trabajó para el KGB o en realidad era agente de la CIA? ¿O quizá no fue más que lo que parecía, un perturbado que actuó solo por rencor, tras una vida breve y fracasada? Nacido en Nueva Orleans en 1939 y huérfano de padre, pasó por varios colegios antes de alistarse en los marines en 1956. En este cuerpo destacó como un notable tirador, al tiempo que aprendía ruso por su cuenta. Ambas cosas le sirvieron cuando, en 1960, desertó a la URSS, donde solicitó y –tras un rechazo inicial que le llevó a intentar suicidarse– consiguió asilo político. Allí, en 1961 se casó con Marina, una farmacéuti­ca rusa, y al año siguiente pidió la repatriaci­ón a Estados Unidos con su mujer y su hijo recién nacido; se establecie­ron en Dallas.

Se han señalado como puntos oscuros tanto su ida a la URSS como que fuera tan fácilmente readmitido a su vuelta del Telón de Acero, pero hay más: a su regreso, trabó contacto con cubanos anticomuni­stas que, a su vez, tenían conexiones con el crimen organizado, al tiempo que distribuía panfletos en apoyo de Fidel Castro. El 27 de septiembre de 1963 viajó a México, donde solicitó

un visado para Cuba que le fue denegado. Regresó entonces a Dallas y, el 15 de octubre, le ofrecieron un empleo en el Almacén de Libros Escolares de Texas frente al cual, poco más de un mes después, pasaría la comitiva presidenci­al.

LA “BALA MÁGICA” Y OTRAS TEORÍAS

Con estos mimbres, es difícil encontrar un escenario más proclive a la conspirano­ia, ya que contra Kennedy estaban –por motivos distintos, fruto de sus propias contradicc­iones– los castristas y los anticastri­stas, la URSS y la CIA, la Mafia y el Pentágono. A día de hoy, se han escrito sobre el asesinato más de dos mil libros, y en ellos se recoge una larga lista de posibles culpables en la sombra que, según resume el historiado­r Robert Dallek, incluye a “cubanos pro o anticastri­stas, una venganza vietnamita por la muerte de Ngo Dinh Diem, la Mafia o los caciques de los sindicatos perjudicad­os por Kennedy (...), la CIA, la cúpula militar y Lyndon B. Johnson, opuestos a la distensión con Moscú”. Al margen de los libros, ya en diciembre de 1963 una encuesta señaló que el 52% de los estadounid­enses creía en la existencia de algún elemento oculto detrás del asesinato (porcentaje que en 1967 se había elevado hasta el 64%). Por eso no es de extrañar que cuando la Comisión Warren, creada por Johnson para investigar el asesinato, presentó en septiembre de 1964 sus conclusion­es, según las cuales Oswald había sido el único asesino, muy poca gente quedara convencida.

Se han escrito sobre el atentado más de dos mil libros con las más variadas teorías conspirati­vas y ya en 1963 el 52 % de los americanos creía en la conjura

Segurament­e nunca sabremos si alguna de estas teorías tiene una base suficiente­mente sólida, pero es incuestion­able que en el asesinato de JFK abundan los agujeros, algunos de los cuales forman ya parte de la cultura popular a través de la prensa, la televisión o el cine. Un ejemplo: los testigos que se encontraba­n asistiendo al desfile y que aseguraron haber oído un tercer disparo, pero no procedente del Almacén, sino de algún punto situado delante del convoy presidenci­al; en concreto, de un montículo de hierba en la calle Elm. Otros testigos declararon que vieron alejarse de esa zona a un hombre que portaba un rifle; algunos se acercaron a él, pero fueron intercepta­dos por unos supuestos miembros del servicio secreto, a pesar de que ningún agente del mismo estaba destinado allí. Tampoco hay acuerdo sobre el número de disparos: muchos defienden la existencia de al menos uno más que en la versión oficial, que es el que habría herido al gobernador de Texas, John Connally –sentado en el asiento delantero–, en lugar de que una sola bala impactara primero en el presidente y posteriorm­ente hiriese a Connally de rebote trazando una trayectori­a tan sorprenden­te que fue llamada, con sorna no exenta de lucidez, la “bala mágica”. Más: los 26 segundos del atentado captados con su cámara por un cineasta aficionado, Abraham Zapruder –sin duda, el cortometra­je más disecciona­do de la historia del celuloide–, demostrarí­an para algunos que el primer disparo impulsa hacia atrás la cabeza de Kennedy, prueba de que se habría efectuado desde delante.

LAS TRAMAS RUSA Y CUBANA

Fue basándose en esos y otros agujeros de la versión oficial –la inicialmen­te defendida por la policía y luego refrendada por la Comisión Warren– como muchos descartaro­n la idea de un asesino solitario y pusieron sobre la mesa de las especulaci­ones una emboscada preparada cuidadosam­ente para asegurar que Kennedy no saliera de Dallas

con vida; emboscada en la que Oswald habría sido un mero instrument­o, un peón u hombre de paja. De modo que, si en efecto hubo una conspiraci­ón, lo siguiente es preguntars­e quiénes tenían motivos para orquestarl­a.

Como vimos, los sospechoso­s han ido cambiando con el tiempo y, en cierto modo, con el clima político. El presidente fue asesinado en plena Guerra Fría, así que es lógico que la Unión Soviética y la Cuba castrista se contaran entre los primeros “acusados”. Según la teoría de la trama rusa, la URSS habría organizado el crimen como represalia por la Crisis de los Misiles de octubre de 1962, cuando la tensión entre las dos superpoten­cias colocó al mundo más cerca que nunca de una Tercera Guerra Mundial. En lo que se refiere a Cuba, la CIA ya había llevado a cabo por entonces varios intentos de asesinar a Fidel Castro ( como se cuenta

en otro artículo de este número), por lo que sus servicios secretos habrían decidido devolver el golpe. Pero estas dos sospechas debían manejarse con mucho cuidado: Johnson, enterado de ambas teorías, consideró que señalar como culpables a rusos y cubanos traería de vuelta el fantasma de la guerra nuclear, y hay evidencias de que la Comisión Warren fue presionada para que refutara las acusacione­s contra Castro y Kruschev.

JOHNSON, EL SUCESOR MARCADO

El nuevo presidente pensaba que presentar a Oswald como único asesino era la manera más eficaz de tranquiliz­ar al pueblo estadounid­ense. Sin embargo, según una de las teorías alternativ­as más descabella­das, se habría tratado solo de un modo de tapar su culpabilid­ad. Kennedy lo había elegido como pareja de cartel por su origen sureño – era un tejano de pura cepa– y sus posturas moderadame­nte conservado­ras, para ganarse así a los votantes más reacios al reformismo. Y ese conservadu­rismo le habría llevado a aliarse con otros sectores reaccionar­ios para atajar con una conjura asesina algunas de las políticas más progresist­as emprendida­s por JFK, que incluían una posible retirada de Vietnam.

Así, habría contado con la ayuda de una facción de la CIA, o bien con la de los halcones del Pentágono que no deseaban el fin de la guerra, o con la de un reducido grupo de empresario­s tejanos de ideología ultraderec­hista que veían en Kennedy una amenaza para sus negocios petrolífer­os, además de considerar que su actitud hacia el bloque comunista era excesivame­nte blanda. De acuerdo con los defensores de esta teoría, Johnson y sus cómplices contaban con los medios económicos para organizar la operación y conocían perfectame­nte el recorrido que haría el presidente en Dallas; y el propio Johnson, tras suceder a Kennedy, tendría un poder casi absoluto para desviar la investigac­ión.

El problema es que Lyndon B. Johnson, contra todo pronóstico, resultó ser un presidente mucho más avanzado de lo que su pedigrí hace suponer a estos conspirano­icos. Muchas veces se olvida que Kennedy, en su breve mandato, apenas tuvo tiempo de esbozar políticas que se le atribuyen –como la Ley de Derechos Civiles, principio del fin de la desigualda­d racial, que anunció en un histórico discurso televisado el 11 de junio de 1963– y que fueron en realidad llevadas a término por Johnson (dicha ley fue aprobada en julio de 1964, y la aún más trascenden­te Ley de Derecho al Voto, en 1965). El sucesor de JFK también fue continuist­a en la apuesta por la

Los cubanos exiliados no perdonaban a JFK que les dejara tirados en el asalto a Bahía de Cochinos

distensión con el Kremlin y otros varios asuntos, incluido el intento de salir del avispero vietnamita: trató de negociar la paz, pero Nixon –según se ha sabido al desclasifi­carse documentos secretos del Watergate– boicoteó las conversaci­ones para usar la guerra como arma electoral.

ENTRE EXILIADOS Y MAFIOSOS

Volviendo a las teorías conspirati­vas, los misterioso­s hombres de negocios de la de Johnson, conocidos como “la conexión tejana”, han jugado también un importante papel en otras versiones del complot. Una de ellas tiene por protagonis­ta de nuevo a Cuba, pero en esta ocasión no la de Fidel sino la de sus opositores, que responsabi­lizaban a Kennedy del fiasco de Bahía de Cochinos en 1961. La operación para tomar la isla se llevaba preparando desde los tiempos de Eisenhower, poco después de que los castristas llegaran al poder; la CIA proporcion­ó a la fuerza de ataque, compuesta por 1.500 cubanos exiliados en EE UU, entrenamie­nto y material. Aunque Kennedy aprobó seguir adelante con el plan, cuando una serie de equivocaci­ones lo convirtier­on en un fracaso anunciado ordenó cancelar la ayuda y más de 1.200 invasores fueron capturados.

Los cubanos exiliados –y sus amigos en la ultraderec­ha tejana– no se lo perdonaron jamás. Tampoco la Mafia, más anticastri­sta que nadie teniendo en cuenta que Fidel la había despojado de todos sus negocios en Cuba. Algunos mafiosos siguieron muy de cerca la operación de Bahía de Cochinos –entre ellos, Meyer Lansky y Santo Trafficant­e Jr., capo de Florida– y dispusiero­n planes para volver a poner los casinos en marcha en cuestión de horas una vez triunfara la invasión. Además, la Cosa Nostra tenía otros motivos para estar furiosa con JFK: Sam Giancana, uno de los principale­s gánsteres del país, había movilizado sus recursos para favorecer su triunfo en las presidenci­ales de 1960. Lo hizo a petición de Joe Kennedy, el patriarca del clan, que tenía contactos con el crimen organizado desde los tiempos de la Prohibició­n y que utilizó a un amigo común, Frank Sinatra, para que actuara de intermedia­rio con Giancana. Este, naturalmen­te, esperaba que, tras la victoria electoral de John, aflojara la presión gubernamen­tal, pero ocurrió todo lo contrario: en 1962, Robert F. Kennedy, hermano del presidente y nuevo fiscal general del Estado, atacó con rigor nunca visto a la Mafia y al propio Giancana. Motivos todos más que de sobra para la conjura, aunque las grabacione­s que hizo el FBI de sus conversaci­ones telefónica­s –así como de las de otros mafiosos bajo vigilancia– no recogen ninguna amenaza contra Kennedy.

VISIONES CONTRAPUES­TAS

Todos estos candidatos seguían en el candelero cuando, en 1976, el Comité Selecto del Congreso sobre Asesinatos (HRSCA, por sus siglas en inglés) abrió una nueva investigac­ión destinada a esclarecer los puntos oscuros en el magnicidio (y en

otro asesinato histórico del que luego hablaremos, el de Martin Luther King). Sus conclusion­es, publicadas en 1979, señalaron que el presidente “probableme­nte fue asesinado como resultado de una conspiraci­ón”, aunque no se daba ninguna pista sobre quién podía estar detrás de la misma y se seguía manteniend­o que Lee Harvey Oswald había sido el único autor de los disparos.

Más novedades aportó, en 1988, el fiscal Jim Garrison, que publicó ese año el libro Traslapist­ade losasesino­s, en el que narraba su investigac­ión del atentado y expresaba su convencimi­ento de que la CIA había estado detrás de una conjura para impedir que Kennedy cambiara la orientació­n política de Estados Unidos en la Guerra Fría. En 1967, Garrison había acusado de orquestar el crimen al empresario de Nueva Orleans – ciudad natal de Oswald– Clay Shaw, la única persona procesada por su presunta participac­ión en el asesinato. Shaw sería absuelto por el jurado, aunque a finales de los 70 se confirmó que tenía profundas conexiones con la CIA, algo que siempre negó durante el juicio. El libro de Garrison fue la base de la película JFK: Casoabiert­o [ver recuadro 2], cuyo impacto promovió la creación de la Junta de Revisión de Informes del Asesinato (ARRB, por sus siglas en inglés) que, entre 1994 y 1998, desclasifi­có millones de documentos relacionad­os con Kennedy y su muerte y recomendó, asimismo, que los que aún permanecía­n clasificad­os – alrededor de 40.000– salieran a la luz en octubre de 2017. Entre los que se han puesto a disposició­n del público y los investigad­ores hay piezas tan valiosas como los diarios del presidente Gerald Ford cuando formó parte de la Comisión Warren, los archivos del propio Jim Garrison, las notas tomadas en los únicos interrogat­orios que se le hicieron a Lee Harvey Oswald por parte de un capitán de policía de Dallas y un

En 2017, un ex agente del KGB confirmó la relación de Oswald con el espionaje de la Unión Soviética

agente del FBI o el diario del esquivo Clay Shaw. No se ha logrado, en cambio, conseguir la desclasifi­cación de los documentos sobre Oswald en poder del antiguo KGB, si bien, también en 2017, un ex agente soviético confirmó la relación del magnicida con el espionaje ruso.

EL SUEÑO REMATADO: KING Y BOBBY

Entretanto, el golpe al sueño americano que supuso la muerte violenta de su presidente más carismátic­o desde Roosevelt marcó la década de los 60, tanto en Estados Unidos como en el resto del planeta. El bloque occidental, enfrentado al bloque soviético en la Guerra Fría, se dividió a su vez en dos bandos irreconcil­iables: pacifistas contra belicistas –con la enquistada Guerra de Vietnam como primordial caballo de batalla–, contracult­ura contra establishm­ent...

1968 sería el año crucial de ese cambio de paradigma. El mundo entero pareció arder en esos doce meses de intensidad insoportab­le: fue el año de la Primavera de Praga, del Mayo francés, de la matanza de Tlatelolco, de la Ofensiva del Tet y los disturbios masivos contra la guerra, de la irrupción de ETA... y de otros dos atentados en América directos herederos del magnicidio de Dallas.

El 4 de abril, en Memphis, el pastor y activista Martin Luther King, el líder del Movimiento por los Derechos Civiles de la población negra que había impresiona­do a Kennedy hasta el punto de hacerle cambiar de posición política, fue abatido de un disparo en el balcón de un hotel. Dos meses más tarde, el 5 de junio, otra bala segó la vida de Robert F. “Bobby” Kennedy, hermano menor y estrecho colaborado­r de JFK y firme candidato a las presidenci­ales de ese año. Unas elecciones que, celebradas en noviembre, finalmente ganaría el antiguo rival de Kennedy en 1960, el taimado y gris Richard Nixon. Pero esa es otra historia.

 ??  ?? ANTES DE LA TRAGEDIA. El gobernador de Texas, John Connally, se ajusta la corbata; tras él, los Kennedy sonríen según salen del aeropuerto para recorrer Dallas en un coche descubiert­o. Son las 12:00 del 22 del 11 de 1963.
ANTES DE LA TRAGEDIA. El gobernador de Texas, John Connally, se ajusta la corbata; tras él, los Kennedy sonríen según salen del aeropuerto para recorrer Dallas en un coche descubiert­o. Son las 12:00 del 22 del 11 de 1963.
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 ??  ?? EL CLAN KENNEDY. Fotografía familiar tomada en Brookline, Massachuse­tts, en los años 30, en la que Joe Kennedy y Rose Fitzgerald posan con sus nueve hijos: Joseph Jr., Eunice, Robert, John, Edward, Kathleen, Patricia, Rosemary y Jean.
EL CLAN KENNEDY. Fotografía familiar tomada en Brookline, Massachuse­tts, en los años 30, en la que Joe Kennedy y Rose Fitzgerald posan con sus nueve hijos: Joseph Jr., Eunice, Robert, John, Edward, Kathleen, Patricia, Rosemary y Jean.
 ??  ?? UNA PELEA MUY REÑIDA. JFK ganó las elecciones de noviembre de 1960 contra Nixon por la mínima (hay quien habla de pucherazo). Uno de los factores que inclinaron la balanza a su favor fue su telegenia en el debate electoral (arriba), frente a un rival mal afeitado y sudoroso.
UNA PELEA MUY REÑIDA. JFK ganó las elecciones de noviembre de 1960 contra Nixon por la mínima (hay quien habla de pucherazo). Uno de los factores que inclinaron la balanza a su favor fue su telegenia en el debate electoral (arriba), frente a un rival mal afeitado y sudoroso.
 ??  ?? EL ASESINO ASESINADO. El gánster de Dallas Jack Ruby acabó con Oswald de un tiro a las pocas horas de que este matara al presidente (la escena, recreada en el telefilm Marina Oswald, 1993).
EL ASESINO ASESINADO. El gánster de Dallas Jack Ruby acabó con Oswald de un tiro a las pocas horas de que este matara al presidente (la escena, recreada en el telefilm Marina Oswald, 1993).
 ??  ?? PAREJA DE ENSUEÑO. John y Jackie, con su atractivo y glamour, parecían encarnar el mismo sueño americano. Arriba, pocos meses antes de su boda en 1953.
PAREJA DE ENSUEÑO. John y Jackie, con su atractivo y glamour, parecían encarnar el mismo sueño americano. Arriba, pocos meses antes de su boda en 1953.
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 ??  ?? DISPAROS EN DALLAS. La trayectori­a de la llamada “bala mágica” resulta tan rara que muchos creen que hubo al menos otro tirador situado delante. La película del aficionado Zapruder y esta polaroid de Mary Moorman lo demuestran, según algunos.
DISPAROS EN DALLAS. La trayectori­a de la llamada “bala mágica” resulta tan rara que muchos creen que hubo al menos otro tirador situado delante. La película del aficionado Zapruder y esta polaroid de Mary Moorman lo demuestran, según algunos.
 ??  ?? III GUERRA MUNDIAL. Estuvo más cerca que nunca en octubre de 1962, durante la Crisis de los Misiles en Cuba. Arriba, el equipamien­to nuclear ruso descubiert­o y fotografia­do en San Cristóbal por la Fuerza Aérea de EE UU.
III GUERRA MUNDIAL. Estuvo más cerca que nunca en octubre de 1962, durante la Crisis de los Misiles en Cuba. Arriba, el equipamien­to nuclear ruso descubiert­o y fotografia­do en San Cristóbal por la Fuerza Aérea de EE UU.
 ??  ?? FIGURAS CLAVE. A la derecha, Fidel Castro y Nikita Kruschev durante la visita del primero a Moscú en mayo de 1963, tras la Crisis de los Misiles. Abajo, Lyndon B. Johnson jura el cargo de presidente en el Air Force One con Jackie Kennedy de testigo. Ella lleva todavía el mismo abrigo que unas horas antes se ha manchado con la sangre de su marido en el atentado.
FIGURAS CLAVE. A la derecha, Fidel Castro y Nikita Kruschev durante la visita del primero a Moscú en mayo de 1963, tras la Crisis de los Misiles. Abajo, Lyndon B. Johnson jura el cargo de presidente en el Air Force One con Jackie Kennedy de testigo. Ella lleva todavía el mismo abrigo que unas horas antes se ha manchado con la sangre de su marido en el atentado.
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 ??  ?? EL CAPO GIANCANA. Sam Giancana puso mucho dinero en la campaña presidenci­al de Kennedy a petición de su padre y reacciónó con furia cuando el joven presidente no le devolvió el favor: es otra posible trama. Aquí le vemos en 1965 en Nueva York.
EL CAPO GIANCANA. Sam Giancana puso mucho dinero en la campaña presidenci­al de Kennedy a petición de su padre y reacciónó con furia cuando el joven presidente no le devolvió el favor: es otra posible trama. Aquí le vemos en 1965 en Nueva York.
 ??  ?? EL ÚNICO ACUSADO. Las teorías sobre una conspiraci­ón contra Kennedy son muchas, pero solo una llegó a los tribunales. Fue en 1967, cuando el fiscal Jim Garrison implicó al empresario de Nueva Orleans Clay Shaw (aquí, saliendo del juicio) en la trama. Fue absuelto.
EL ÚNICO ACUSADO. Las teorías sobre una conspiraci­ón contra Kennedy son muchas, pero solo una llegó a los tribunales. Fue en 1967, cuando el fiscal Jim Garrison implicó al empresario de Nueva Orleans Clay Shaw (aquí, saliendo del juicio) en la trama. Fue absuelto.
 ??  ?? VIETNAM, EL AVISPERO. La larga y enquistada guerra contra el régimen comunista de Vietnam del Norte, iniciada en 1955, dividió a la sociedad americana en los 60. Kennedy quería buscar el modo de ponerle fin, lo que según algunos pudo estar tras su asesinato.
VIETNAM, EL AVISPERO. La larga y enquistada guerra contra el régimen comunista de Vietnam del Norte, iniciada en 1955, dividió a la sociedad americana en los 60. Kennedy quería buscar el modo de ponerle fin, lo que según algunos pudo estar tras su asesinato.
 ??  ?? “TENGO UN SUEÑO”. En la imagen, Martin Luther King saluda en el exterior del Lincoln Memorial a los asistentes a la Marcha sobre Washington, el 28 de agosto de 1963, poco antes de pronunciar su mítico discurso Tengo un sueño. El 4 de abril de 1968 fue asesinado en Memphis, Tennessee.
“TENGO UN SUEÑO”. En la imagen, Martin Luther King saluda en el exterior del Lincoln Memorial a los asistentes a la Marcha sobre Washington, el 28 de agosto de 1963, poco antes de pronunciar su mítico discurso Tengo un sueño. El 4 de abril de 1968 fue asesinado en Memphis, Tennessee.
 ??  ?? EL ÚLTIMO ALIENTO. Esta icónica foto dio la vuelta al mundo: el joven mexicano Juan Romero (17 años), camarero en el Hotel Ambassador de Los Ángeles donde un atentado acabó con Bobby Kennedy el 5 de junio de 1968, trata de ayudar al agonizante político.
EL ÚLTIMO ALIENTO. Esta icónica foto dio la vuelta al mundo: el joven mexicano Juan Romero (17 años), camarero en el Hotel Ambassador de Los Ángeles donde un atentado acabó con Bobby Kennedy el 5 de junio de 1968, trata de ayudar al agonizante político.

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