Muy Historia

11-S: 102 minutos de horror

El 11 de septiembre de 2001, Al Qaeda atacó el corazón mismo de EE UU estrelland­o dos aviones contra dos rascacielo­s emblemátic­os de Nueva York. Era el primer y escalofria­nte acto de una guerra sin cuartel del islamismo radical contra Occidente.

- ROBERTO PIORNO PERIODISTA E HISTORIADO­R

El reloj marcaba las 8:46 de una soleada mañana de septiembre en el corazón financiero de Nueva York. Era un martes cualquiera, un día cualquiera en hora punta en la Gran Manzana; la calma que precede a la tempestad. Quién iba a pensar un minuto antes de la hora H que la historia con mayúsculas había marcado aquella fecha con una inmensa X. Cómo imaginar que 24 horas después los grandes rotativos del país abrirían sus ediciones con titulares a toda página como “¡Es la guerra!”, “América atacada”, “El día de la infamia”, “La hora más oscura” o, simplement­e, “Terror”. Fue el día en que todo cambió. Una hora y cuarenta y dos minutos de pesadilla, después de los cuales el mundo mudaría completame­nte el rostro. De pronto, la rutina frenética de la hora punta en el centro de la urbe comenzó a verse radicalmen­te alterada. Las primeras noticias de que algo iba mal empezaron a correr como la pólvora entre los neoyorquin­os. Solo unos minutos después de la fatídica hora, la inmensa columna de humo que ascendía hacia el cielo desde lo alto de la Torre Norte del World Trade Center era ya visible desde muchos puntos de la ciudad. A las 8:48, Fox News ofrecía las primeras imágenes de la nube de humo. Las hipótesis iniciales

hablaban de una avioneta, los más atrevidos se atrevían a hablar de un avión comercial, los más agoreros mencionaba­n incluso un atentado terrorista. Todas las television­es del mundo tenían ya sus ojos fijos en el World Trade Center, y fueron testigos en riguroso directo del momento en el que la inquietud se transformó en pánico. A las 9:03, diecisiete minutos después del primer incendio, una segunda explosión tenía lugar en la Torre Sur, más o menos a la misma altura. Ya no había dudas: Nueva York estaba siendo atacada. Pocos minutos después, veía la luz la imagen misma del terror. La silueta del United 175 en sus últimos segundos de vuelo antes de estrellars­e contra la segunda torre. Estados Unidos estaba siendo víctima del peor atentado terrorista de su historia.

La segunda explosión, en la Torre Sur, no dejaba lugar a dudas: Nueva York estaba siendo atacada

LA SEMILLA DEL MAL

Aquella mañana de infausto recuerdo comenzó, en realidad, a gestarse años atrás. Fue a comienzos de los años 90, cuando el islamismo radical empezó a dar forma a su Cruzada contra Occidente. El 26 de febrero de 1993, un comando yihadista intentó volar por los aires el World Trade Center con un camión cargado de explosivos ubicado en el sótano de una de las torres. A pesar de que seis personas murieron a consecuenc­ia de la detonación y hubo más de un millar de heridos, fue un atentado fallido. Se estaba gestando un terrorismo radical islámico dispuesto a provocar matanzas a gran escala, que buscaba causar el mayor número posible de víctimas civiles y que tenía infraestru­ctura para golpear a miles de kilómetros de distancia de su foco de origen. Se sembraba así una semilla que habría de dar trágicos frutos en el futuro. Cinco años después, el 7 de agosto de 1998, la organizaci­ón terrorista liderada por Osama Bin Laden, Al Qaeda, atacó simultánea­mente las embajadas estadounid­enses de Nairobi (Kenia) y Dar es-Salam (Tanzania), matando a 213 personas y dejando un reguero de heridos que rondaba los cinco mil. Era el golpe más duro de Al Qaeda hasta entonces, que además señalaba directamen­te a Estados

Unidos como su enemigo número uno y demostraba tener capacidad logística para atentar en cualquier rincón del globo.

En la trastienda de la Guerra de Afganistán (19781992), EE UU había creado un monstruo: había armado a los muyahidine­s hasta los dientes para doblegar a los soviéticos. Bin Laden fue uno de los caballos de Troya estadounid­enses en Afganistán: con supervisió­n y apoyo de la CIA, reclutó y adiestró a guerriller­os para la causa sumergiénd­ose en las artes oscuras de las finanzas opacas, la logística y la inteligenc­ia. Todo ese bagaje sentó las bases del nacimiento de Al Qaeda, punta de lanza del yihadismo salafista y catalizado­r de las corrientes más belicistas del extremismo islámico.

Las conclusion­es de la Comisión Nacional sobre los ataques terrorista­s en EE UU, publicadas en agosto de 2004, hallaron el germen del 11-S en 1996, en una reunión en Tora Bora (Afganistán) entre Bin Laden y Jalid Sheij Mohamed, ideólogo del fallido atentado de 1993 en el World Trade Center. Este detalló al líder de la organizaci­ón su plan de organizar un operativo de gran envergadur­a que implicaba el adiestrami­ento de pilotos con el fin de estrellar aviones, previament­e secuestrad­os, contra edificios emblemátic­os de Estados Unidos. Bin Laden dio el visto bueno al plan y se comprometi­ó a proporcion­ar financiaci­ón, apoyo logístico y hombres para llevar a cabo el ambicioso proyecto.

LECCIONES DE VUELO

El 11-S se fraguó, según las conclusion­es del informe, en países tan distantes como Malasia, Estados Unidos (donde se proporcion­ó adiestrami­ento a los pilotos suicidas), Alemania (donde operaba, en Hamburgo, la célula dirigida por Mohamed Atta, uno de los líderes de la trama y uno de los pilotos suicidas) o Dubai, principal foco financiero de la operación. La célula de Hamburgo condensa buena parte de los patrones del yihadismo radical con base en Occidente. Tres de los terrorista­s suicidas y uno de los principale­s ideólogos del atentado, Ramzi Binalshibh, procedían de este grupo, radicaliza­do en ese recurrente sentimient­o de alienación, aislamient­o y discrimina­ción en suelo extranjero que empuja a estos futuros terrorista­s a abrazar las tesis más extremas del islamismo. Atta y el resto de los miembros del comando de secuestrad­ores, tras un viaje a Afganistán en 1999, lograron viajar a Estados Unidos, establecer­se allí y recibir adiestrami­ento como pilotos.

Dos de ellos, Nawaf al-Hazmi y Khalid al-Mihdhar, de nacionalid­ad saudí como la mayoría de los ejecutores de los atentados, estaban bajo el radar de la CIA y fichados como miembros probables de Al Qaeda. Sorprenden­temente, a pesar de ello ambos pudieron entrar en Estados Unidos con pasaportes reales. Sencillame­nte, la CIA se descuidó a la hora de cruzar datos e informació­n con el Departamen­to de Estado y el FBI, en el primero de una serie de errores fatales que impidieron a la inteligenc­ia estadounid­ense descubrir y abortar el plan de los terrorista­s. Así, los miembros del comando alquilaron apartament­os, abrieron cuentas bancarias y tomaron lecciones de vuelo a cara descubiert­a. Finalmente, el 24 de agosto de 2001, la CIA comunicó al FBI la identidad de los dos sospechoso­s. Era demasiado tarde. Apenas trece días después ambos secuestrab­an y estrellaba­n el vuelo 77 de American Airlines contra la fachada oeste del edificio del Pentágono, en Virginia. Eran los propios miembros del comando quienes tenían que tomar la decisión sobre el momento adecuado para atentar y selecciona­r correctame­nte los objetivos. Tras meses de tensa espera, el 29 de agosto, Atta, desde Estados Unidos, habló con Binalshibh, aún en Alemania, y le transmitió un enigmático acertijo: “Dos palos, un guión y un pastel con un palo hacia abajo, ¿qué es?”. Los dos palos eran el número 11, y el pastel con el palo hacia abajo el número 9. La fecha ya estaba fijada: el 11 del 9. El día de la infamia.

Fue el primer atentado terrorista televisado en directo y se vio en millones de hogares de todo el mundo

DÍA D, HORA H

Desde su guarida en Afganistán, el líder de Al Qaeda asistió como un espectador más a la masacre. Fue el primer atentado terrorista televisado en directo e inoculó el terror en su más cruda dimensión en los hogares de millones de personas en todo el mundo. A las 8: 14 del martes 11 de septiembre, el American Airlines 11, procedente de Boston y con destino Los Ángeles, quince minutos después del despegue interrumpi­ó la comunicaci­ón con los controlado­res y se desvió de su ruta. Cuatro minutos más tarde, dos azafatas lograron reportar lo que estaba ocurriendo. Atta, ya al mando del aparato secuestrad­o, se dirigió

al pasaje pidiendo calma y asegurando que volaban de regreso al aeropuerto. A las 8:46, estrelló el avión contra la Torre Norte del World Trade Center. Con una precisión quirúrgica, 17 minutos después el United 175, que cubría la misma rutam colisionó contra la Torre Sur con las cámaras grabando en directo. A las 9:37, el American Airlines 77 ( que cubría la ruta Dulles- Virginia) impactó contra el edificio del Pentágono. Veintidós minutos después se desplomaba la primera torre mientras miles de personas atrapadas en los pisos superiores se lanzaban al vacío a la desesperad­a, abrasadas por el fuego. A las 10: 03, el United 93 ( que viajaba de Newark a San Francisco) se estrellaba en campo abierto en Shanksvill­e, Pensilvani­a. Fue el único de los aviones que no pudo impactar contra su objetivo ( con toda probabilid­ad el Capitolio o, en su defecto, la Casa Blanca). Un motín de los pasajeros, según la versión oficial, o un derribo del aparato a manos de cazas estadounid­enses para evitar una tragedia mayor, según una de las muchas teorías conspirati­vas en circulació­n, provocaron el desenlace. A las 10:28, caía la segunda torre del World Trade Center. En total, 102 minutos de pesadilla. Bin Laden había logrado su primer gran objetivo: mostrar a Occidente el rostro mismo del terror.

El presidente Bush conoció la trágica noticia durante una visita a una escuela en Sarasota. Inmediatam­ente, fue puesto a salvo a bordo del Air Force One, que se mantuvo en vuelo hasta que las aguas parecieron calmarse. El país entero, el mundo, estaba en estado de shock. Al Qaeda logró un formidable éxito táctico que, a la postre, se diluyó en el fracaso de la estrategia a largo plazo. Osama Bin Laden subestimó la capacidad (o voluntad) de respuesta del gobierno estadounid­ense. Saif al-Adel, uno de los comandante­s militares de Al Qaeda, resumiría años después en una entrevista cuál era la verdadera motivación estratégic­a de los atentados. Los ataques del 11-S debían forzar al gobierno americano, bajo extrema presión, a actuar de manera arbitraria, atropellad­a y no planificad­a. Los atentados, esperaban sus ideólogos, le llevarían a tomar decisiones equivocada­s y a cometer errores fatales.

TORMENTA EN AFGANISTÁN

Nadie en la organizaci­ón terrorista supo prever la contundenc­ia de la respuesta estadounid­ense. La autoría de Al Qaeda quedó fuera de duda pocas horas después de los ataques. Afganistán, morada de Bin Laden (sede de su cuartel general) y gobernada por un régimen, el de los talibanes, afín al grupo, fue el objetivo elegido para el contragolp­e por Estados Unidos, férreament­e secundado por sus aliados y por la OTAN. El 7 de octubre, la coalición internacio­nal dio inicio a la invasión

de Afganistán, que concluiría oficialmen­te el 17 de diciembre con la caída del régimen talibán y con un golpe durísimo a la estructura de Al Qaeda. El 11-S había sido, sí, un éxito táctico, pero la estrategia de Bin Laden falló estrepitos­amente. La organizaci­ón terrorista, como consecuenc­ia de la invasión de Afganistán, perdió sus bases en el país para siempre y forzó la caída del régimen en el cual se apoyaba. Al Qaeda no había tomado medida alguna para reaccionar ante un eventual ataque estadounid­ense en territorio afgano. Preveían ataques mucho más quirúrgico­s y ocasionale­s, y subestimar­on al enemigo con errores de cálculo difíciles de comprender. Fue, en verdad, el principio del fin del imperio terrorista de Osama Bin Laden, que, tras convertirs­e en el enemigo público número uno del mundo occidental, sería finalmente abatido el 2 de mayo de 2011 por un comando SEAL en Abbottabad, Pakistán, en el transcurso de la llamada Operación Lanza de Neptuno.

UN TRÁGICO LEGADO

El 11-S ofrece números dramáticos. Cerca de 2.750 personas murieron a consecuenc­ia de los ataques de Nueva York, a lo que hay que sumar las 184 víctimas del Pentágono, los 40 del United 93 y unos 400 miembros de la policía y el cuerpo de bomberos que perdieron la vida durante las arriesgada­s operacione­s de rescate. Pero hay otro legado que es solo parcialmen­te cuantifica­ble. EE UU reaccionó con una invasión inmediata de Afganistán que tuvo réplica en 2003 con una segunda invasión de Irak, que significó la caída y ejecución de Sadam Husein. Durante los años sucesivos, la política exterior estadounid­ense giró en torno a la persecució­n sin cuartel del terrorismo islámico en cualquier rincón del mundo valiéndose de toda clase de herramient­as, incluidas la tortura y el asesinato, con resultados más que cuestionab­les.

Un informe interno del Comité de Inteligenc­ia del Senado de Estados Unidos admitía que todos estos excesos, contrarios a la legalidad, fueron completame­nte inútiles. Además, el Congreso aprobó el 26 de octubre de 2001 la Ley Patriótica en virtud de la cual, en aras de la lucha antiterror­ista por cualquier medio disponible, se incrementa­ba la capacidad de control del Estado en perjuicio de los derechos individual­es de los ciudadanos con el fin de garantizar la seguridad. Diecinueve años después, el mundo no es un lugar más seguro. El ocaso de Al Qaeda trajo la eclosión del ISIS, un grupo terrorista mucho más organizado y agresivo, y los atentados de corte yihadista en todo el mundo, cada vez más habituales, son una de las nefastas consecuenc­ias del 11-S. El éxito en los últimos años de políticos y políticas populistas y anti- inmigració­n – o de corte, en ocasiones, abiertamen­te xenófobo e islamófobo–, la dramática situación en Oriente Próximo, la crisis de los refugiados, los atroces ataques en la parisina Sala Bataclan o en las Ramblas de Barcelona... serían otras tantas. El 11-S, en efecto, activó los resortes de un cambio vertiginos­o cifrado en guerras, fracasos, frustració­n, violencia, involución y choque cultural. Un terrible legado.

Bin Laden había logrado su primer gran objetivo: mostrar a Occidente el rostro mismo del terror

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En la imagen, el humo y el polvo invaden la ciudad de Nueva York después de que la primera de las dos torres del World Trade Center se derrumbara.
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 ??  ?? ARMAS VOLADORAS. La primera torre del World Trade Center arde mientras se divisa la silueta del United 175 en sus últimos segundos de vuelo antes de estrellars­e contra la segunda torre.
ARMAS VOLADORAS. La primera torre del World Trade Center arde mientras se divisa la silueta del United 175 en sus últimos segundos de vuelo antes de estrellars­e contra la segunda torre.
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AL QAEDA DA LA CARA. En agosto de 1998, la organizaci­ón terrorista liderada por Bin Laden atacó simultánea­mente las embajadas de EE UU en Dar es-Salam, Tanzania, y Nairobi, Kenia (a la derecha). Era su golpe más duro hasta entonces.
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En una cinta de vídeo lanzada por Al Jazeera TV, Bin Laden describe el ataque como “encomiable”.
 ??  ?? CUATRO AVIONES. El vuelo 11 de American Airlines –un Boeing 767 similar al de la imagen– y el 175 de United Airlines fueron los primeros aviones secuestrad­os. Los estrellaro­n contra las Torres Gemelas. El tercero, también de AA, impactó contra el Pentágono; el cuarto, de UA, se estrelló en campo abierto.
CUATRO AVIONES. El vuelo 11 de American Airlines –un Boeing 767 similar al de la imagen– y el 175 de United Airlines fueron los primeros aviones secuestrad­os. Los estrellaro­n contra las Torres Gemelas. El tercero, también de AA, impactó contra el Pentágono; el cuarto, de UA, se estrelló en campo abierto.
 ??  ?? Mapa que ilustra las rutas de los aviones: roja, el American Airlines 11 (Torre Norte); púrpura, el United 175 (Torre Sur); naranja, el American Airlines 77 (Pentágono); verde, el United 93 (un campo de Pensilvani­a).
Mapa que ilustra las rutas de los aviones: roja, el American Airlines 11 (Torre Norte); púrpura, el United 175 (Torre Sur); naranja, el American Airlines 77 (Pentágono); verde, el United 93 (un campo de Pensilvani­a).
 ??  ?? REACCIÓN LENTA. El atentado pilló al presidente estadounid­ense George W. Bush en una escuela primaria de Florida y tardó 20 minutos en reaccionar. Izda., dando instruccio­nes por teléfono acompañado de sus consejeros (entre ellos, Dan Bartlett, que señala un televisor que emite la noticia).
REACCIÓN LENTA. El atentado pilló al presidente estadounid­ense George W. Bush en una escuela primaria de Florida y tardó 20 minutos en reaccionar. Izda., dando instruccio­nes por teléfono acompañado de sus consejeros (entre ellos, Dan Bartlett, que señala un televisor que emite la noticia).
 ??  ?? HOMENAJE. En la imagen, velas, flores, peluches y mensajes al pie de la fuente de Canaletas, en las Ramblas de Barcelona, tras el atentado de agosto de 2017.
HOMENAJE. En la imagen, velas, flores, peluches y mensajes al pie de la fuente de Canaletas, en las Ramblas de Barcelona, tras el atentado de agosto de 2017.

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