Los idus DE MARZO
La historia antigua de Occidente, protagonizada por Roma, llegó a un punto de inflexión el 15 de marzo del año 44 a.C. con el trágico asesinato de Julio César. Las crónicas detallaron los nombres de sus asesinos, pero lo cierto es que el causante último de la muerte de César no fue otro que su propio éxito.
El complot que se materializó en el Senado de Roma durante los idus de marzo de 44 a. C. estuvo trufado de ingredientes ajenos al motivo patriótico –la salvación de la República– que los conjurados esgrimieron para justificarse. Básicamente, esos ingredientes fueron distintas formas del miedo. En primer lugar, estaba el miedo de sus rivales a ver limitado o suprimido su poder si César llegaba todavía más alto. Luego, el miedo de las familias patricias más conservadoras presentes en el Senado a perder su privilegiado estatus, desalojadas por otros grupos y familias con menos abolengo pero seguidores acérrimos del nuevo régimen cesarino. La casta que había detentado hasta entonces el poder en la sombra –la plutocracia romana– estaba dispuesta a todo para impedirlo: Roma les pertenecía y nadie iba a poner tal cosa en cuestión, porque era su futuro lo que estaba en juego. También ayudó el miedo de algunos íntimos amigos de César, quienes temían sinceramente que su ascenso estratosférico culminara en una restauración monárquica que liquidase las libertades del régimen republicano. Es decir, que César acabara, irremediablemente, por convertirse en el rey absoluto de Roma. Sus enemigos, cuyos principales motivos eran el rencor, la envidia y los intereses económicos, hallaron en la suma de esos miedos el sustrato para la conjura y en la sospecha de que César terminaría coronándose rey el pretexto perfecto para matarlo. Pero la complejidad del asesinato de Julio César no puede entenderse sin saber quién era y en qué se había convertido a los 55 años, cuando fue apuñalado.
EL SOBRINO DE CAYO MARIO
Vástago de una linajuda familia (los Julios) de historia oscura hasta un par de generaciones antes de su nacimiento, Cayo Julio César no solo fue un hombre con múltiples talentos, sino también un tipo con suerte y con un olfato fuera de lo común para la búsqueda del éxito. Físicamente era alto y bien parecido y rebosaba salud. También era ambicioso, listo, práctico y valiente. Tuvo la suerte de que algunos miembros de su familia materna (los Aurelios) entraran en el gobierno durante su adolescencia y de que su tía Julia se casara con el prominente Cayo Mario, un personaje fundamental en la Roma de aquel tiempo. Militar y político, su nuevo tío revitalizó el ejército fragmentando las legiones – que habían crecido demasiado
Cayo Julio César nació el año 100 a.C. en el seno de la familia de los Julios
para manejarlas con eficacia– en diversas cohortes. s. Nada menos que siete veces fue elegido Mario para ra ejercer el consulado, más que ningún otro en la histooria de la República, sacudida entonces por las hoscas as rencillas entre el partido popular, que hoy podríamos os considerar de izquierdas –y al que pertenecían Mario o y César–, y el de los optimates o excelentes, que dee fendían los privilegios de los aristocráticos nobiles y a quienes hoy llamaríamos derechistas.
Esta rivalidad, que venía de lejos en la sociedad roomana, había dado lugar a una primera guerra civil il que comenzó cuando César tenía doce años y se prolongó hasta que tuvo dieciocho, con un coste de 65.000 víctimas mortales. Los populares, que conntrolaban el Senado después de una matanza de seenadores optimates, nombraron cónsules a Mario, el tío de César, y a Cina, que se había convertido en su u suegro. Y estos, a su vez, favorecieron a su respectivo vo sobrino y yerno con el importante nombramiento o de sacerdote de Júpiter o flamenDialis.
Algo después, los optimates entraron en Roma connducidos por Sila, que se proclamó dictador y actuó ó como tal masacrando a muchos populares. César ar estuvo a punto de ser uno de ellos, pero lo evitó su origen patricio y se puso a salvo en Cilicia, el sur de la actual Turquía. A los 22 años, tras la muerte de Sila, regresó a Roma y se aproximó a los cónsules Craso y Pompeyo, que le hicieron concejal de festejos. César aprovechó para darse a conocer montando unos juegos deslumbrantes, que serían recordados durante mucho tiempo y le darían una gran popularidad. Luego aspiró al puesto de