Muy Historia

SARAJEVO

El detonante de la I Guerra Mundial

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El magnicidio ocurrido el 28 de junio de 1914 fue el primer acto de un drama que muchos sabían que iba a estallar antes o después: la tensión en los Balcanes era el polvorín sobre el que se asentaba Europa.

El 28 de junio de 1914, tres jóvenes pertenecie­ntes a la organizaci­ón nacionalis­ta Joven Bosnia e inducidos por Mano Negra, sociedad ligada a los servicios secretos serbios, salieron a las calles de Sarajevo con la intención de asesinar al heredero del Imperio austrohúng­aro, el archiduque Francisco Fernando, que estaba de visita en la capital de la provincia austríaca de Bosnia para presidir unas maniobras militares. El archiduque pretendía transforma­r la monarquía dual vigente desde 1867 en otra federal tripartita que reconocier­a la autonomía de los eslavos. De hecho, Francisco Fernando no veía con malos ojos la posibilida­d de que los eslavos del sur (bosnios, croatas y eslovenos) tuvieran ciertos privilegio­s en esa monarquía federal por la que abogaba. Pero aquella estructura del Imperio iba contra los planes de Serbia, que defendía la autonomía de esos pueblos con el objetivo final de someterlos a su poder. Ese cúmulo de circunstan­cias fue el germen del atentado que les costó la vida al heredero y a su esposa, la condesa Sofía Chotek.

A las 10:15 horas de la mañana, el cortejo de seis vehículos pasó ante el primer magnicida, que no pudo tirar su bomba sobre el objetivo. Pocos minutos después, el segundo terrorista arrojó otra bomba que rebotó en el vehículo, cayó a la calle y explotó bajo el coche siguiente de la comitiva, hiriendo a 20 personas. Al llegar al ayuntamien­to de la ciudad, el archiduque mostró su irritación por lo que había ocurrido. Tras finalizar el acto, la aristocrát­ica pareja subió al coche, cuyo conductor evitó el centro de Sarajevo para evitar nuevos incidentes. Sin embargo, el tercer terrorista, llamado Gavrilo Princip, tuvo la suerte de encontrars­e de frente con el automóvil del príncipe heredero. Tras matar a tiros al archiduque y a su mujer, Princip se escabulló entre la multitud, aunque poco después fue detenido por la policía. Juzgado en Viena y condenado a 20 años de prisión, murió en la cárcel de tuberculos­is casi cuatro años después de haber matado al heredero del Imperio austrohúng­aro. Aquel magnicidio fue la justificac­ión que todas las potencias aguardaban para iniciar una guerra que se había gestado años antes.

PRIMEROS PASOS DE LA GUERRA

El emperador Francisco José y toda Austria culparon del asesinato a Serbia, que negó su implicació­n en el atentado. Austria envió un ultimátum al gobierno serbio que debía ser respondido favorablem­ente en un plazo de dos días y en el que exigía a Belgrado la eliminació­n de la organizaci­ón Mano Negra, la participac­ión de la policía austrohúng­ara en la investigac­ión del magnicidio y la entrega de los culpables a la justicia austríaca para que fueran juzgados y castigados con arreglo a las leyes imperiales.

Tras movilizar a su ejército, los serbios se negaron a aceptar el ultimátum austríaco alegando que violaba su soberanía, pero propusiero­n el arbitraje del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya, una iniciativa que rechazó Viena. El 28 de julio, justo un mes después del atentado de Sarajevo, el Imperio austrohúng­aro declaró la guerra a Serbia, lo que produjo la incorporac­ión en cadena de otros países al conflicto bélico. Tras la movilizaci­ón del ejército ruso, Alemania dirigió un ultimátum a Moscú exigiéndol­e la suspensión de la movilizaci­ón de sus tropas. El 1 de agosto, el rey británico Jorge V, primo del Káiser y del Zar, telegrafió a este último para pedirle que negociase la paz, pero el telegrama llegó demasiado tarde: “No puedo por menos que pensar que algún malentendi­do ha provocado este punto muerto. Me interesa muchísimo no perder ninguna oportunida­d de evitar la terrible calamidad que amenaza actualment­e al mundo entero”. Creyendo que Inglaterra no entraría en el conflicto bélico por un pequeño país balcánico, el káiser Guillermo II y su Estado Mayor centraron su atención en el ataque a Francia y a Rusia. La estrategia alemana se basaba en el Plan Schlieffen de 1905, que contemplab­a la derrota francesa en pocas semanas, antes de que los rusos hubieran finalizado la movilizaci­ón de sus tropas y pudieran iniciar el ataque en el frente oriental. En esencia, el Plan Schlieffen preveía el avance de los ejércitos del Reich a través de Bélgica para penetrar en Francia, ocupar los puertos del norte, desde Dunkerque hasta El Havre, y virar hacia París, envolviend­o al ejército enemigo. La ejecución de esa estrategia militar y el apoyo del Imperio austrohúng­aro facilitarí­an la victoria a Alemania.

EL ENTUSIASMO DE LAS MASAS

La primera semana de agosto de 1914, cuando los imperios iniciaron las hostilidad­es, masas de jóvenes invadieron las calles de las principale­s ciudades europeas para festejar el estallido de la guerra. Se celebraron manifestac­iones multitudin­arias y en los periódicos muchos intelectua­les expresaron su firme apoyo al esfuerzo bélico. En aquellos días, los catedrátic­os universita­rios alemanes hicieron la siguiente proclama: “Creemos que la salvación de la cultura europea depende de la victoria que conseguirá el militarism­o alemán”. En Francia, la respuesta a la movilizaci­ón fue tan entusiasta que dejó perplejo al escritor André Gide, uno de los pocos que defendió la necesaria reconcilia­ción francoalem­ana. Durante mucho tiempo predicó en el desierto. Al mismo tiempo que los parisinos gritaban “¡ Todos a Berlín!”, una gran multitud reunida en la Odeonplatz de Múnich mostraba su entusiasmo

El emperador Francisco José culpó del asesinato a Serbia, que negó su implicació­n en el atentado de Sarajevo

ante el flamear de las banderas y el macabro sonido de los tambores de guerra. Los escasos objetores de conciencia británicos, franceses y alemanes fueron recluidos en prisión, bajo la amenaza de acabar frente a un pelotón de fusilamien­to. La socialdemó­crata Rosa Luxemburgo –que luego fundaría junto a Karl Liebknecht la Liga Espartaqui­sta, germen del Partido Comunista Alemán– era una antibelici­sta convencida. Defendía que la clase obrera debía frenar cualquier conflicto bélico entre potencias imperialis­tas y que, en caso de recrudecer­se, la obligación de los proletario­s era aprovechar la crisis creada por la guerra para lanzarse a la calle y asaltar el poder. La Asociación Internacio­nal de Trabajador­es o Segunda Internacio­nal también intentó frenar aquella locura que iba a enfrentar a los trabajador­es europeos, pero en los partidos socialista­s de cada país primó el espíritu de unidad nacional.

EL POLVORÍN DE EUROPA

Uno de los factores que contribuye­ron al estallido de la Primera Guerra Mundial fue la anexión de la provincia de Bosnia y Herzegovin­a por parte del Imperio austrohúng­aro en 1908, que provocó la desestabil­ización de los Balcanes, una región que era conocida como el “polvorín de Europa”. Si Serbia lograba la unificació­n eslava, el emperador Francisco José I vería esfumarse todas sus provincias eslavas del sur y, por tanto, casi todo su acceso al Mediterrán­eo. “La pérdida de territorio y de prestigio que supondría la supremacía serbia relegaría a la monarquía austríaca a la condición de un pequeño poder”, escribe el historiado­r británico Martin Gilbert. Pero ¿ fue esa la principal causa del conflicto bélico? En realidad, la guerra fue la concatenac­ión de diversos factores. La concentrac­ión del poder en manos de Inglaterra, Estados Unidos y Francia (a los que pronto se sumó Rusia), las reclamacio­nes de una cada vez más poderosa Alemania, que exigía incrementa­r su parte del pastel colonial, y la decadencia del Imperio austrohúng­aro, que no supo frenar la espiral de violencia en los Balcanes, fueron los principale­s elementos que contribuye­ron al estallido de la guerra. Si recibió el calificati­vo de mundial fue porque en ella participar­on las grandes potencias de la época divididas en dos

alianzas opuestas: las Potencias Centrales, fundamenta­lmente el Imperio alemán y el austrohúng­aro, y la Triple Entente, integrada por el Reino Unido, Francia y el Imperio ruso.

Italia, que era socio inicialmen­te de las Potencias Centrales, terminó cambiando de bando, lo mismo que otras naciones que acabarían ingresando en una u otra facción. Así, Japón y Estados Unidos apoyaron a la Triple Entente, mientras que Bulgaria y el Imperio otomano se unieron a las filas de prusianos y austríacos. Sería injusto señalar a una sola nación como culpable de provocar aquella siniestra carnicería. En los años previos al estallido de la Gran Guerra, todas las potencias se habían ido rearmando y todas se habían afanado en firmar complejos acuerdos de protección que iban a resultar letales cuando una de ellas cometiera la imprudenci­a de movilizar a sus tropas, lo que provocaría una reacción en cadena que desembocar­ía en el inicio de las hostilidad­es. Si Alemania hubiera presionado a Viena para que frenara su enfrentami­ento con Serbia, se habría evitado el conflicto bélico. Sin embargo, Berlín se limitó a mirar desde la barrera. Una vez que el emperador austrohúng­aro decidió declarar la guerra a los serbios, los militares prusianos – con su jefe de Estado Mayor, Helmuth von Moltke, a la cabeza– pensaron que podían aprovechar la ocasión para derrotar a Rusia, aunque antes tenían que barrer a Bélgica de un plumazo, algo que dieron por sentado. Pero se equivocaro­n de plano: los belgas se defendiero­n valienteme­nte frenando el avance alemán hacia Francia.

RIVALIDAD ANGLOALEMA­NA

Tras la fundación del II Reich en 1871, su poder industrial y económico creció vertiginos­amente, lo que le permitió dedicar cuantiosos recursos para rearmarse. “Los alemanes encontraba­n intolerabl­e que Gran Bretaña siguiera manteniend­o el control del mundo financiero y de los mares a través de su potente Armada”, afirma el

Una de las causas de la guerra fue la anexión de Bosnia y Herzegovin­a al Imperio austrohúng­aro

historiado­r y periodista británico Max Hastings. En aquellos momentos, el foco de atención del Reino Unido se centraba en sus problemas domésticos, entre ellos, los que estaban aflorando en una Irlanda dividida. Por otro lado, Berlín no parecía temer el poder destructiv­o de la potente flota británica.

El Káiser afirmó que los barcos de guerra no tenían ruedas, aludiendo al escaso interés estratégic­o de la Marina en el conflicto que se avecinaba, cuyo desenlace se resolvería en los campos de batalla europeos. Pero Guillermo II era un hombre mal informado y controlado por el ejército prusiano. Desde 1906 se dejó influir por Von Moltke, quien le convenció de que el Plan Schlieffen le permitiría derrotar a Francia en una campaña de corta duración, lo que le facilitarí­a trasladar después la mayor parte de las fuerzas alemanas hacia el este para acabar con los ejércitos zaristas. Hay que recordar que hasta el 1 de agosto de 1914 los británicos estaban en contra de entrar en una guerra por defender los derechos de los serbios y los intereses de los rusos. Es cierto que en aquellos momentos los rusos eran sus socios, pero también fueron sus enemigos históricos en el Gran Juego, término populariza­do por el escritor Rudyard Kipling en su novela Kim ( 1901) para describir la rivalidad entre el Imperio ruso y el Imperio británico en su lucha por el control de Asia Central y el Cáucaso durante el siglo XIX. Por esos y otros factores, Von Moltke pensó que Londres evitaría enfangarse en el conflicto bélico. Pero el Reino Unido había firmado un acuerdo con Bélgica para defenderla ante cualquier agresión, y lo cumplió cuando los ejércitos prusianos invadieron los campos de Flandes.

LA GRAN CARNICERÍA

Nunca se sabrá el número real de víctimas morta tales es durante du a te la a Gran G a Guerra, Gue a, pero pe o algunos a gu os histosto riadores hablan de 20 millones de muertos. Solo en Rusia, la cifra de desapareci­dos y fallecidos oscila entre 2 y 5 millones. El balance de heridos fue de otros 20 millones. Una vez concluido el conflicto bélico,

La Guerra del 14 dejó un balance estimado en unos 20 millones de muertos

cientos de miles de mutilados inundaron las calles de las ciudades europeas. Aquella brutal carnicería dejó un triste rastro de muerte, miseria y devastació­n. A la caída del Imperio ruso, que pronto fue sustituido por la Unión Soviética, se sumó la de otros tres Imperios, el alemán, el austrohúng­aro y el otomano, que fueron borrados del mapa, apareciend­o en su lugar un rosario de nuevas naciones en Europa.

Una vez fue rubricado el Tratado de Versalles en 1919, las potencias vencedoras firmaron el 10 de agosto de 1920 el Tratado de Sèvres (Francia), cuyas cláusulas trastocaro­n el mundo árabe oriental dibujando con tiralíneas las fronteras de nuevos Estados en consonanci­a con el Acuerdo Sykes-Picot, rubricado años antes por Francia y el Reino Unido. Irak fue uno de los países que surgieron de la desintegra­ción de las posesiones territoria­les turcas en Oriente Próximo, aunque los verdaderos beneficiar­ios de su creación fueron los británicos, que obtuvieron la explotació­n de los yacimiento­s petrolífer­os de la antigua Turkish Petroleum Company.

UN NUEVO MAPA MUNDIAL

Dado que la Revolución dejó fuera de juego a Rusia en el escenario geoestraté­gico de la posguerra, fueron Gran Bretaña y Francia las que se repartiero­n los restos del Imperio otomano, un enfermo crónico desde hacía décadas que se desvaneció por completo en 1918. Alemania perdió las posesiones del norte de Schleswig- Holstein, que fueron cedidas a Dinamarca, y los territorio­s del Sarre y Alsacia y Lorena, con los que se habían hecho los alemanes tras su victoria en la guerra francoprus­iana de 1871, que fueron entregados a Francia.

Asimismo, el imperio colonial alemán fue totalmente desmantela­do y repartido entre las naciones vencedoras: Namibia y el África Oriental ( actual Tanzania) pasaron a Gran Bretaña y Camerún a Francia. Por su parte, la Nueva Guinea Alemana fue concedida a Australia. Otro de los efectos de la guerra fue la aparición de Estados Unidos como la gran potencia que iba a controlar los destinos del mundo en las décadas venideras.

 ??  ?? UNA IMAGEN PARA LA HISTORIA. Esta fotografía, coloreada digitalmen­te, recoge el momento inmediatam­ente posterior al atentado de Sarajevo en el que, el 28 de junio de 1914, perdieron la vida el archiduque Francisco Fernando y su mujer.
UNA IMAGEN PARA LA HISTORIA. Esta fotografía, coloreada digitalmen­te, recoge el momento inmediatam­ente posterior al atentado de Sarajevo en el que, el 28 de junio de 1914, perdieron la vida el archiduque Francisco Fernando y su mujer.
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 ??  ?? EL LUGAR DE LOS HECHOS. Sarajevo era entonces la capital de la provincia de Bosnia, parte del Imperio austrohúng­aro. Hoy lo es de la Federación de Bosnia y Herzegovin­a (en el mapa), que junto a la República Srpska forma una República federal.
EL LUGAR DE LOS HECHOS. Sarajevo era entonces la capital de la provincia de Bosnia, parte del Imperio austrohúng­aro. Hoy lo es de la Federación de Bosnia y Herzegovin­a (en el mapa), que junto a la República Srpska forma una República federal.
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 ??  ?? EL ÚLTIMO EMPERADOR. Guillermo II fue el káiser de Prusia de 1888 a 1918. Era nieto de la reina Victoria de Inglaterra y, por lo tanto, primo hermano del rey inglés Jorge V, a quien hubo de enfrentars­e en la Primera Guerra Mundial.
EL ÚLTIMO EMPERADOR. Guillermo II fue el káiser de Prusia de 1888 a 1918. Era nieto de la reina Victoria de Inglaterra y, por lo tanto, primo hermano del rey inglés Jorge V, a quien hubo de enfrentars­e en la Primera Guerra Mundial.
 ??  ?? GAVRILO PRINCIP. Probableme­nte inducido por Mano Negra, grupo terrorista serbio cuyo sello vemos a la izquierda, acabó a tiros con la vida del archiduque y su esposa. En la imagen, su detención y, en el círculo, un retrato del joven serbobosni­o.
GAVRILO PRINCIP. Probableme­nte inducido por Mano Negra, grupo terrorista serbio cuyo sello vemos a la izquierda, acabó a tiros con la vida del archiduque y su esposa. En la imagen, su detención y, en el círculo, un retrato del joven serbobosni­o.
 ??  ?? EL PLAN SCHLIEFFEN. Esta estrategia para conquistar Francia a través de Bélgica, que se ilustra en el mapa de arriba, fue diseñada en 1905 por el jefe del Estado Mayor alemán, Von Schlieffen.
EL PLAN SCHLIEFFEN. Esta estrategia para conquistar Francia a través de Bélgica, que se ilustra en el mapa de arriba, fue diseñada en 1905 por el jefe del Estado Mayor alemán, Von Schlieffen.
 ??  ?? TESTIGO DE EXCEPCIÓN. Sobre estas líneas, una gran multitud asiste en la Odeonplatz de Múnich a una manifestac­ión de apoyo al estallido bélico, en agosto de 1914. En el círculo, un joven y entusiasta Adolf Hitler.
TESTIGO DE EXCEPCIÓN. Sobre estas líneas, una gran multitud asiste en la Odeonplatz de Múnich a una manifestac­ión de apoyo al estallido bélico, en agosto de 1914. En el círculo, un joven y entusiasta Adolf Hitler.
 ??  ?? REARME EUROPEO. Todas las potencias que lucharon en la I Guerra Mundial adquiriero­n nuevos arsenales en los años previos. A la derecha, un carro Mark IV inglés en 1917.
REARME EUROPEO. Todas las potencias que lucharon en la I Guerra Mundial adquiriero­n nuevos arsenales en los años previos. A la derecha, un carro Mark IV inglés en 1917.
 ??  ?? TRATADO DE SÈVRES. En la imagen, la firma de este acuerdo en agosto de 1920. Los territorio­s del Imperio otomano pasaron a constituir­se en Estados y Protectora­dos tutelados por los vencedores de la guerra.
TRATADO DE SÈVRES. En la imagen, la firma de este acuerdo en agosto de 1920. Los territorio­s del Imperio otomano pasaron a constituir­se en Estados y Protectora­dos tutelados por los vencedores de la guerra.

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