Muy Historia

OPERACIÓN VALQUIRIA (y otros tiros errados)

- JESÚS HERNÁHERNÁ­NDEZ DEZ HISTORIADO­R Y PERIODISTA

El curso de la Segunda Guerra Mundial pudo haber cambiado el 20 de julio de 1944 cuando una bomba estalló a unos centímetro­s de Hitler, en uno de los numerosos intentos frustrados de acabar con su vida. Otros destacados personajes históricos, como Castro, Reagan o Juan Pablo II, estuvieron también a punto de ser asesinados. Si esos atentados hubieran tenido éxito, la historia mundial habría sido segurament­e muy diferente.

Aunque la idea no resulte muy grata a los historiado­res, la realidad es que la historia ha dependido en más de una ocasión de la acción aislada de un modesto individuo, de un simple gesto trivial o de unos centímetro­s de diferencia en la trayectori­a de una bala. Eso fue lo que ocurrió en una calurosa mañana de verano en un barracón de madera del cuartel general de Hitler en Rastenburg, en Prusia Oriental, cuando la historia de Europa, y por extensión del mundo, estuvo a punto de sufrir un cambio trascenden­tal. Como es bien sabido, ya que aquel episodio inspiró en 2008 la película Valkiria, dirigida por Bryan Singer y con Tom Cruise en el papel del coronel Claus von Stauffenbe­rg, aquel oficial antinazi decidió tomar personalme­nte las riendas de la conspiraci­ón que estaba teniendo lugar para acabar con Hitler. Aunque había perdido una mano, un ojo y dos dedos en un ataque aéreo en Túnez, cansado de las reticencia­s de sus compañeros a llevar a cabo el atentado, en junio de 1944 se ofreció a ser él mismo el que lo perpetrase aprovechan­do que había sido invitado a asistir a las reuniones que Hitler mantenía con sus generales. Para ello consiguió unos artefactos explosivos cuyo origen se desconoce, aunque es posible que los detonadore­s fueran de procedenci­a británica. Esos detonadore­s incorporab­an un temporizad­or: una ampolla de ácido que, al romperse, corroía el alambre que sostenía el resorte del percutor, lo que permitía determinar el momento de la explosión. Von Stauffenbe­rg llevaba dos de esos artefactos en una cartera cuando se presentó aquel 20 de julio en Rastenburg para asistir a la conferenci­a con Hitler.

COMIENZA LA ACCIÓN

La Operación Valquiria (su nombre en clave) pondría a prueba los nervios de acero del osado coronel. Debía entrar en la sala donde tenía lugar la reunión, dejar la cartera lo más cerca posible de Hitler, salir con cualquier excusa, atravesar en coche los tres puestos de control que protegían el acceso al recinto (cuando segurament­e ya habrían saltado las alarmas al escucharse la explosión), tomar un avión en el aeródromo y dirigirse a Berlín para coordinar el golpe. Von Stauffenbe­rg ejecutó su parte del arriesgado plan según lo previsto con la ayuda de su asistente, el teniente Werner von Haeften. Sin embargo, debido a la tensión o al temor a ser descubiert­os, solo consiguier­on activar una de las dos bombas, con un temporizad­or de diez minutos. El conspirado­r entró en la sala y logró sentarse a la derecha de Hitler, cerca de él, alegando una leve sordera. Acto seguido colocó la cartera en el suelo y

El plan tuvo por escenario el cuartel general de Hitler en Rastenburg, conocido como la Guarida del Lobo

la empujó hasta situarla junto a Hitler. Entonces comentó que tenía que hacer una llamada urgente y salió de la sala, se reunió con Von Haeften y ambos emprendier­on la huida en el coche oficial con chófer que tenían asignado. A las 12:42 horas, el artefacto hizo explosión. Gracias al aplomo de Von Stauffenbe­rg y sus dotes de persuasión, consiguier­on atravesar los controles, a pesar de que se habían dado órdenes de no dejar salir a nadie, y llegar al aeródromo. Convencido­s de que Hitler había muerto, a las 13:15 despegaban en el avión que les llevaría a Berlín.

Pero en la sala de conferenci­as había sucedido algo inesperado. Von Stauffenbe­rg había encargado al hombre que se hallaba a su derecha, el coronel Heinz Brandt, que le vigilase la cartera, diciéndole que contenía documentos secretos. Con lo que no contaba era con que Brandt, al tratar de acercarse más a la mesa, diera un golpe con el pie a la cartera, por lo que la cogió y la colocó al otro lado de la gruesa pata de la mesa en la que estaba apoyada. Brandt no podía imaginar que ese sencillo gesto iba a salvarle la vida a Hitler. En efecto, al estallar la bomba, la pata hizo de pantalla de protección. Además, justo en ese momento el dictador se encontraba totalmente apoyado en la mesa, por lo que esta actuó también como escudo protector. A Brandt la explosión le arrancó una pierna de cuajo, y sus graves heridas le causarían la muerte; él sufrió el destino que había evi

tado al Führer con su trivial acción. La cruel paradoja es que Brandt se había movido en los círculos que conspiraba­n contra Hitler, pero no estaba al tanto del atentado.

Cuando Von Stauffenbe­rg se enteró de que Hitler había sobrevivid­o, no podía creerlo. Aunque trató igualmente de que el golpe siguiera adelante, la Operación Valquiria había fracasado. Los conjurados fueron detenidos en Berlín y varios de ellos, incluyendo al coronel, serían fusilados esa misma noche.

Es difícil aventurar lo que hubiera ocurrido de haber fallecido Hitler ese día. Los conspirado­res habían elaborado un documento en mayo de 1944 que recogía las propuestas que presentarí­an a los aliados occidental­es –esperaban proseguir la lucha contra la Unión Soviética– llegado ese momento. Entre sus pretension­es figuraban mantener las fronteras previas a la guerra, lo que incluía Austria y los Sudetes, y evitar la ocupación aliada. Es impensable que esas propuestas hubieran sido aceptadas, pero parece probable que el nuevo gobierno alemán, desarbolad­a la resistenci­a fanática mostrada por Hitler y su círculo, hubiera

puesto fin a la guerra en unas semanas, evitando quizás así que los soviéticos acabasen ocupando media Europa.

HASTA 42 INTENTOS FALLIDOS

La tentativa de Von Stauffenbe­rg no fue la única que fracasó. Se han llegado a contar 42 atentados contra Hitler, aunque la gran mayoría no pasaron de ser meros planes. El primer intento con visos de tener éxito fue llevado a cabo la mañana del 9 de noviembre de 1938 por un estudiante suizo, Maurice Bavaud, quien acudió en Múnich a un acto público presidido por Hitler con la intención de dispararle, pero el gentío que se interponía le disuadió de hacerlo. Un mes después, en un control rutinario en un tren, se le descubrió la pistola y acabó confesando. Bavaud sería guillotina­do en 1941. Quien estuvo más cerca de conseguirl­o fue un carpintero, Georg Elser. Durante tres meses se dedicó pacienteme­nte a ocultar una bomba en el interior de una columna de la cervecería de Múnich a la que Hitler tenía pensado asistir la noche del 8 de noviembre de 1939. La bomba estalló a la hora prevista, pero ese día Hitler abandonó la sala antes de lo esperado. A través del análisis del material empleado en la fabricació­n de la bomba se llegó hasta Elser. Su juicio, en el que se esperaba descubrir una supuesta conspiraci­ón británica, fue siendo aplazado hasta que el 5 de abril de 1945 fue ejecutado por orden de Hitler.

El otro intento que estuvo a punto de acabar con el dictador se llevó a cabo el 13 de marzo de 1943, aprovechan­do una visita suya al cuartel general alemán en Smolensk. El plan, dirigido por el general Henning von Tresckow, consistía en introducir en el avión del Führer una bomba camuflada en un paquete para que hiciera explosión en pleno vuelo. Antes de que despegara de Smolensk, Von Tresckow confió el paquete al coronel Heinz Brandt – casualment­e, el mismo que cambiaría de sitio la cartera de Von Stauffenbe­rg– para que lo enviase a un general que se hallaba en Berlín, diciéndole que eran dos botellas de Cointreau. Pero la bomba no estalló; quizás se heló el ácido que debía corroer el alambre o el explosivo resultó defectuoso. Afortunada­mente para los conspirado­res, pudieron recuperar el paquete y hacerlo desaparece­r, por lo que el atentado no llegó a ser descubiert­o.

OBJETIVO: FIDEL CASTRO

Si la historia pudo haber cambiado de haber tenido éxito alguno de esos atentados contra Hitler, lo mismo se puede decir en el caso de otros grandes personajes históricos del siglo XX. El que sería objeto de más intentos de asesina

Además de Von Stauffenbe­rg, Maurice Bavaud, Georg Elser y Von Tresckow estuvieron cerca de matar a Hitler

to – como atestigua el LibroGu in ness de los Récords– fue el líder cuba no Fidel Castro, que se libró de morir hasta en 638 ocasiones, aunque la CIA solo reconocerí­a haberlo intentado ocho veces. Los métodos para acabar con Castro sorprenden por su disparatad­o ingenio. Sabiendo que le gustaba bucear, se planeó regalarle un traje de neopreno que contenía esporas y bacterias que le provocaría­n una grave enfermedad. También se pensó en colocar una llamativa caracola con un explosivo en la zona en la que buceaba, para que estallara cuando tratara de cogerla. Igualmente, su afición a fumar puros llevó a la CIA a tratar de hacerle llegar habanos explosivos o envenenado­s con toxina botulínica. La vez que los norteameri­canos estuvieron más cerca de alcanzar su objetivo fue cuando, en 1963, un camarero del Hotel Hilton de La Habana casi logró verter veneno en un batido destinado a Castro, pero el frasco se le derramó antes de hacerlo.

Además de los planes de asesinato, la CIA se planteó operacione­s aún más descabella­das con el fin de desacredit­arlo. Así, se le intentó poner sal de talio en los zapatos, una sustancia con la que se esperaba que perdiera el vello facial y, por tanto, el carisma revolucion­ario que desprendía gracias a su poblada barba. También se pensó en rociarlo con LSD durante

Sin Reagan ni Wojtyla en la política de los años ochenta, tal vez el Muro de Berlín no hubiera caído en 1989

una alocución radiofónic­a para que enloquecie­ra en directo y los cubanos dejaran de confiar en él. Sin Fidel Castro al frente de Cuba, la historia de la isla habría sido muy distinta, sin ninguna duda, como muy diferente habría sido el desenlace de la Guerra Fría de haber sido eliminados otros dos actores principale­s de esa crucial etapa histórica.

SEIS SEMANAS DE 1981

Nos referimos al presidente estadounid­ense Ronald Reagan y al papa Juan Pablo II. En el transcurso de seis semanas, ambos estuvieron muy cerca de la muerte. El primer atentado fue contra Reagan, el 30 de marzo de 1981, cuando apenas llevaba 69 días en el cargo. A la salida de una conferenci­a en Washington, él y otras tres personas fueron heridas por John Hinckley Jr., quien efectuó seis disparos en tres segundos. Reagan sufrió la perforació­n de un pulmón, pero pudo recuperars­e tras una operación y salió del hospital en dos semanas. La bala se había detenido a solo dos centímetro­s y medio del corazón. El objetivo de Hinckley, al parecer, era impresiona­r con su acción a la actriz Jodie Foster, por quien había mostrado una obsesión enfermiza. Hinckley sería declarado inocente por demencia, pero quedó confinado en un hospital psiquiátri­co hasta 2016, cuando fue finalmente liberado.

El otro intento de asesinato tuvo lugar el 13 de mayo de ese año en la plaza de San Pedro del Vaticano. Mientras la recorría en un coche descubiert­o ante una multitud que lo aclamaba, Juan Pablo II recibió cuatro balazos: dos en el estómago, uno en el brazo derecho y otro en la mano izquierda. El autor de los disparos fue el turco Mehmet Ali Agca. Se ha especulado con que pudo cometer la acción por encargo del servicio secreto búlgaro, ya que el Papa mostraba una férrea oposición al comunismo, y también circuló la teoría de que fue el KGB el que ordenó el asesinato. Wojtyla, por su condición de polaco y por el gran carisma que desplegaba, era visto en Moscú como un peligroso elemento de desestabil­ización tanto en su Polonia natal como en el conjunto del bloque soviético. El hecho de que Agca hubiera militado en Turquía en una guerrilla paramilita­r de extrema derecha, los Lobos Grises, abonó también la hipótesis de una conspiraci­ón de una red secreta de la OTAN llamada Gladio, que pretendía mantener la tensión de la Guerra Fría cometiendo espectacul­ares atentados de bandera falsa. Agca nunca aclaró quien estaba detrás de su acción y proporcion­ó explicacio­nes contradict­orias, desde una conspiraci­ón vaticana hasta un encargo del ayatolá Jomeini. Fue sentenciad­o a cadena perpetua en Italia, pero obtuvo el indulto en 2000 por la intercesió­n del Papa, quien ya le había perdonado públicamen­te. Aun así fue extraditad­o a Turquía, en donde tenía causas pendientes, y no sería liberado hasta 2010.

Tan difícil como predecir el futuro es “predecir el pasado”, valga la paradoja. Sin Reagan ni Wojtyla en la política de los años ochenta, quién sabe si en 1989 hubiera caído el Muro de Berlín. Aunque, si Von Stauffenbe­rg hubiera tenido éxito y la guerra hubiera acabado en 1944 con los soviéticos lejos de la capital alemana, es posible que el Muro nunca se hubiera levantado. Como hemos podido comprobar, la distancia entre la historia y la “historia alternativ­a” a veces es apenas de unos centímetro­s.

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 ??  ?? VALQUIRIA EN EL CINE. En 2008, Bryan Singer dirigió la trepidante versión fílmica de la trama para asesinar al líder del Tercer Reich, Valkiria, en la que Tom Cruise (en la imagen) encarnó al coronel Von Stauffenbe­rg.
VALQUIRIA EN EL CINE. En 2008, Bryan Singer dirigió la trepidante versión fílmica de la trama para asesinar al líder del Tercer Reich, Valkiria, en la que Tom Cruise (en la imagen) encarnó al coronel Von Stauffenbe­rg.
 ??  ?? ROSTROS DE LA CONJURA. Abajo y de izquierda a derecha, el aristócrat­a Claus von Stauffenbe­rg, líder de la Operación Valquiria; su asistente, el teniente Werner von Haeften, y el coronel Heinz Brandt, que sin saberlo abortó el atentado.
ROSTROS DE LA CONJURA. Abajo y de izquierda a derecha, el aristócrat­a Claus von Stauffenbe­rg, líder de la Operación Valquiria; su asistente, el teniente Werner von Haeften, y el coronel Heinz Brandt, que sin saberlo abortó el atentado.
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 ??  ?? SALVADO POR LA MESA. En la imagen, Bormann, Göring y otros jerarcas nazis observan los destrozos causados por la bomba del plan Valquiria en la sala de mapas de Rastenburg. La gruesa mesa de madera protegió a Hitler.
SALVADO POR LA MESA. En la imagen, Bormann, Göring y otros jerarcas nazis observan los destrozos causados por la bomba del plan Valquiria en la sala de mapas de Rastenburg. La gruesa mesa de madera protegió a Hitler.
 ??  ?? RÉCORD DE ATENTADOS. Hubo 42 planes para acabar con el Führer (arriba, despidiénd­ose para coger el avión de Smolensk a Berlín, en 1943, antes de uno de los tiranicidi­os fallidos). Pero el récord máximo lo tuvo sin duda Fidel Castro con 638 tentativas por parte de la CIA (a la derecha, en 1960 en Nueva York, observa burlón un titular sobre uno de esos complots).
RÉCORD DE ATENTADOS. Hubo 42 planes para acabar con el Führer (arriba, despidiénd­ose para coger el avión de Smolensk a Berlín, en 1943, antes de uno de los tiranicidi­os fallidos). Pero el récord máximo lo tuvo sin duda Fidel Castro con 638 tentativas por parte de la CIA (a la derecha, en 1960 en Nueva York, observa burlón un titular sobre uno de esos complots).
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 ??  ?? ANTES Y DESPUÉS. A la izquierda, Ronald Reagan unos segundos antes de que John Hinckley Jr. le disparara, el 30 de marzo de 1981, en Washington DC. Abajo, el papa Juan Pablo II es asistido por sus ayudantes tras recibir cuatro balazos en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, el 13 de mayo de ese mismo año.
ANTES Y DESPUÉS. A la izquierda, Ronald Reagan unos segundos antes de que John Hinckley Jr. le disparara, el 30 de marzo de 1981, en Washington DC. Abajo, el papa Juan Pablo II es asistido por sus ayudantes tras recibir cuatro balazos en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, el 13 de mayo de ese mismo año.
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