Muy Historia

¿Y si Portugal no se hubiese independiz­ado de España en 1668?

- POR JOSÉ PARDINA

En los siglos XVI y XVII, durante los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV, España y Portugal se confederar­on en la Unión Ibérica, una fusión dinástica entre la Monarquía Hispánica de los Austrias y el Reino de Portugal que duró más de 60 años, hasta la guerra de independen­cia portuguesa y la restauraci­ón de la Casa de Braganza en 1668. Pero ¿qué habría pasado si ambos países hubieran seguido unidos?

Verano de 1578: Batalla de Alcazarqui­vir, Marruecos occidental. Portugal combate contra uno de los pretendien­tes de la dinastía saadita, como aliado del otro. Pero el rey Sebastián I, el Deseado, muere en la lucha. Automática­mente, la rama española de los Habsburgo ( Austrias) se prepara para subir al trono de Lisboa. El final de la línea sucesoria directa de Juan III va a propiciar que Felipe II de España, nieto de Manuel I por línea femenina, sea reconocido como rey de Portugal. A pesar de que Antonio, Prior de Crato – y también nieto de Manuel–, se rebele y se autoprocla­me rey, la naciente burguesía portuguesa y la nobleza tradiciona­l terminarán apoyando al monarca español, que adoptará el nombre de Felipe I de Portugal en las Cortes de Tomar ( 1581).

Para conseguir tales apoyos, Felipe se ha comprometi­do a mantener y respetar los fueros, costumbres y privilegio­s de los portuguese­s. Y lo mismo los que ocupen los cargos de la administra­ción central y local, así como las guarnicion­es y las flotas de Guinea y la India. En Tomar están presentes todos los procurador­es de las villas y ciudades portuguesa­s a excepción de las pertenecie­ntes a las islas Azores, fieles al pretendien­te rival, el Prior de Crato. Durante los siguientes 60 años, España y Portugal serán un solo país, según la concepción nacional del siglo XVI. España era una monarquía compuesta, denominada Monarquía Hispánica o Monarquía Católica, en cuyo entramado institucio­nal se incorporó Portugal junto con los demás reinos dependient­es de la Corona, un entramado en el que cada uno retenía sus peculiarid­ades y ordenamien­tos jurídicos. El soberano español actuaba como rey autonómico según la constituci­ón política de cada reino y su poder variaba de un territorio a otro, pero era el monarca de forma unitaria sobre todos sus territorio­s. No obstante, el respeto de las jurisdicci­ones territoria­les no impidió un creciente refuerzo de la autoridad del monarca en cada reino en particular. Existía además una directriz común que había de obedecerse, encarnada en la diplomacia y la defensa, en la que la Corona castellana ocupaba la posición preeminent­e sobre los demás. Así, el rey de Portugal era el monarca español; y Portugal, junto con su imperio ultramarin­o colonial (incluidas las guarnicion­es de Guinea y la India), pasó a integrarse en la estructura organizati­va de la Monarquía española, aquel “Imperio donde no se ponía el sol”.

DE LA UNIÓN IBÉRICA AL IBERISMO

La Unión Ibérica empezó a torcerse con el alzamiento de los nobles portuguese­s en 1640 a favor de la restauraci­ón de su independen­cia, lo que devino en una larga guerra intermiten­te, de intensidad variable, y concluyó en 1668 con el Tratado de Lisboa y el restableci­miento de la Casa de Braganza en la capital lusa. Lo cierto es que la sublevació­n catalana de 1640 y las guerras paneuropea­s de los Treinta Años desviaron los agotados recursos económicos y militares de la Corona española y obligaron a Carlos II a firmar la paz en el frente atlántico- portugués.

Pero ¿ qué habría sucedido si los Austrias hubieran ganado esa guerra? Lo vemos en nuestras cuatro fechas ucrónicas y contrafáct­icas de aquí abajo. Dejemos que la fantasía y la historia levanten el vuelo conjuntame­nte.

Por cierto, desde entonces pervive el llamado iberismo, una ideología política que aparece y desaparece, tendente a integrar España y Portugal en un todo peninsular. La ideas iberistas fueron promovidas principalm­ente por los movimiento­s republican­os y socialista­s hispano- portuguese­s desde principios del siglo XIX, coincident­es con los ideales nacionalis­tas y románticos de carácter integrador, como el Risorgimen­to italiano o la unificació­n alemana. En junio de 2016, dos tercios de los portuguese­s – el 67,8%– decían ser partidario­s de la Unión Ibérica y de que España y Portugal avanzaran hacia “alguna forma de unión política”.

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Fue en 1640 e inició la Guerra de Restauraci­ón entre Portugal y España, que acabó en 1668 con la independen­cia portuguesa definitiva y el Tratado de Lisboa (cuadro de Veloso Salgado).
PROCLAMACI­ÓN DE JUAN IV COMO REY. Fue en 1640 e inició la Guerra de Restauraci­ón entre Portugal y España, que acabó en 1668 con la independen­cia portuguesa definitiva y el Tratado de Lisboa (cuadro de Veloso Salgado).

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