LA ÚLTIMA CRUZADA
El Concilio Vaticano II (1962-1965) hizo aflorar en la Iglesia católica a dos corrientes opuestas, la progresista −cuya expresión más extrema fue la teología de la liberación− y la conservadora −liderada por el Opus Dei y otras organizaciones−, que llevan
Cuando se habla de la curia, siempre acuden a nuestra mente silenciosos e intrigantes clérigos moviéndose sibilinamente en la sombra por el Vaticano e influyendo en la acción papal, incluso determinándola. Quizá no sepamos exactamente en qué consiste la institución, pero escándalos como el asesinato del “banquero de Dios” Roberto Calvi en 1982 −y obras literarias de ficción tan populares y exitosas como ElcódigoDaVinci (2000)− han asentado la imagen de una máquina de formidable y discreto poder alrededor de los pontífices, capaz de aplastar cualquier disidencia en la interpretación de las enseñanzas de Jesucristo.
UN OSCURO PODER FÁCTICO
La curia, que es tan antigua como el papado, estuvo formada en sus inicios por unos pocos consejeros y colaboradores del pontífice, pero, con la centralización del poder en torno a este, hoy es prácticamente un gobierno: una vasta estructura administrativa y funcionarial organizada en nada menos que 56 departamentos, según la información oficial del Vaticano. Y, para algunos estudiosos, “se ha convertido en un poder fáctico que muchas veces se impone al mismo papa”, en palabras del teólogo Joaquín Perea González en su libro DelVaticanoIIalaIglesiadelpapaFrancisco.Cincuentaañosdeposconcilio.
Al actual pontífice se le atribuye, precisamente, la adscripción al ideario progresista que intentó poner en pie el Concilio Vaticano II, y uno de sus objetivos declarados sería disminuir el peso de este poder fáctico. Desde el principio de su mandato (2013), Francisco I no ha dudado en lanzar mensajes de aviso a la curia, algo que ha hecho incluso en público. Una primera llamada de atención fue la alocución de Navidad que dirigió en 2014, al año siguiente de su elección, a los miembros más selectos del ‘gobierno en la sombra’. Ese día les habló de las quince “enfermedades” que acechaban a la institución. Entre ellas señaló la de “criticar a los otros por la espalda”, la de los que quieren “multiplicar su poder a toda costa y para ello son capaces de calumniar, difamar y desacreditar, incluso en periódicos y revistas”, y así sucesivamente. Con una voz muy tranquila que suavizaba un fondo durísimo − puño de hierro en guante de terciopelo−, la alocución papal culminó con esta frase: “Una curia que no sea autocrítica, que no busque mejorarse, es un cuerpo enfermo”.
La curia tiene hoy día nada menos que 56 departamentos, según la información oficial del Vaticano
HACIA UNA NUEVA CONSTITUCIÓN
El empeño reformista de Jorge Mario Bergoglio (su nombre civil), azuzado por los escándalos financieros que tocaban a la curia y por los de pederastia en diversas partes del mundo − incluido el relativo al cardenal australiano George Pell, que había sido responsable de las finanzas vaticanas−, debería haber culminado en la segunda mitad de 2019 con una nueva Constitución Apostólica −la carta magna del Vaticano− que sustituyese a la promulgada por Juan Pablo II en 1988.
Sin embargo, pasados ya varios meses de esa fecha, aún no se ha producido su ansiada publicación, que se hace esperar. Este documento legislativo del derecho canónico es una pieza fundamental para las intenciones de Francisco, ya que a través de ella se regulan la composición y las competencias de los diversos organismos que conforman la curia romana. Esta ha sido objeto de cinco grandes reformas a lo largo de la historia, tres de ellas durante
el siglo XX: en 1908 por Pío X, en 1967 por Pablo VI y la citada de Juan Pablo II, que le dio el nombre de Pastor Bonus (El buen pastor).
Tanto cambio durante el siglo pasado indica que la Iglesia se ha ido haciendo más y más consciente de que tiene que acomodar su funcionamiento a la evolución de una sociedad cada vez más ajena a sus postulados, así como dar respuesta al deseo de sus fieles de participar en el gobierno eclesial. En esa dirección se movieron las dos últimas reformas, pero el actual pontífice quiere progresar más hacia el objetivo de “predicar el Evangelio”, que es el título que quiere dar a la nueva Constitución: PraedicateEvangelium. Oficialmente, el retraso se debe a que, en el proceso de elaboración, los dicasterios −que vendrían a ser los ministerios del gobierno vaticano− han realizado multitud de comentarios a un primer borrador que se les envió en abril de 2019.
FRANCISCO VS. BENEDICTO
Según ha trascendido, uno de los proyectos estrella del papa Francisco es la creación de un gran Ministerio para la Evangelización que fusionaría departamentos preexistentes. Ello responde al espíritu del documento, pero no solo tendría una significación simbólica: en la práctica, este macroorganismo se situaría por encima de un departamento histórico, la Congregación para la Doctrina de la Fe, que ha jugado un papel clave −y muy controvertido− en la actividad de la Iglesia. Y uno de sus anteriores prefectos (el máximo responsable) fue, durante nada menos que veinticuatro años, el mismísimo Joseph Ratzinger, antes de ser elegido papa como Benedicto XVI en 2005.
Tanto la camaleónica figura de Ratzinger como su renuncia al papado están llenos de incógnitas. Nacido en 1927 en una pequeña localidad de Baviera (Alemania), algunos han intentado desacreditarle por su afiliación a las Juventudes Hitlerianas al final de la guerra, con 16 años, pero sus exégetas afirman que se vio forzado a ello y que desertó. Más polémicos y comprobables son