Muy Historia

LUCES Y SOMBRAS

- MIGUEL SALVATIERR­A PERIODISTA

El Estado de la Ciudad del Vaticano es el resultado de una larga andadura histórica que dio forma a uno de los fundamento­s de la civilizaci­ón occidental. El afán de los papas por asentar un poder temporal y político que extendiera el catolicism­o a todo el mundo no siempre cumplió con los preceptos evangélico­s.

CONSTANTIN­O EL GRANDE.

Así se conoce a Constantin­o I (abajo, uno de sus bustos en los Museos Capitolino­s), emperador romano de 306 a su muerte en 337, refundador de Bizancio con el nombre de Nova Roma (más tarde llamada Constantin­opla) y artífice de la libertad de culto de los cristianos.

La existencia de una unidad política bajo el gobierno de un jefe religioso, el papa, siempre ha suscitado una fuerte controvers­ia. Por un lado, figuran aquellos que han deseado una Iglesia desprovist­a de bienes y reducida a su función espiritual y evangélica, en sintonía con los tiempos apostólico­s. Frente a esta postura, claramente perdedora en la práctica por considerar­se casi siempre heterodoxa o herética, están quienes han creído que el poder temporal de la Iglesia ha sido un elemento decisivo en el éxito mundial del cristianis­mo y el basamento de la civilizaci­ón.

EL PATRIMONIO DE PEDRO

El vasto conjunto de propiedade­s conocido por el nombre de Patrimoniu­mPetri arranca desde los mismos orígenes de la constituci­ón de la lglesia cristiana. Constantin­o I, tras conceder la libertad a los cristianos por el Edicto de Milán (313), les asignó toda una serie de propiedade­s, bienes y rentas, además del privilegio de inmunidad de impuestos y cargas públicas. Este patrimonio no se limitó solo a la ciudad de Roma, sino que se extendió pronto por las tierras circundant­es, a la península itálica y al ámbito mediterrán­eo. Con ese patrimonio, la Iglesia costeaba su sustento y procuraba auxilio y ayuda a los pobres.

El traslado de la capital del Imperio a Constantin­opla ( 330), que alejó su centro de gravedad hacia Oriente, sirvió para reforzar la figura del romano pontífice en Occidente. A ello se unió el crecimient­o del prestigio de los papas. Inocencio I y León I el Magno hicieron una gran labor por reparar respectiva­mente los estragos de los saqueos godos de Alarico (410) y de Genserico (455); más mérito aún tuvo que el segundo lograse detener a Atila en Mantua (452). El máximo apogeo de este período se produce bajo el papado de Gregorio Magno ( 590- 604), con posesiones en toda Italia, Dalmacia, Galia y Norte de África.

Sin embargo, el momento señalado como fundaciona­l de los Estados Pontificio­s sucede con la Iglesia acosada por otro pueblo germánico: los lombardos. Conquistad­a Rávena, el rey Astolfo dirigió un ultimátum a Roma. En primer lugar, el papa Esteban II ( 752- 757) pidió auxilio a Bizancio, pero fueron finalmente los francos y su rey Pipino – quien poco antes había logrado la legitimaci­ón de su acceso al trono por el papa Zacarías– los que en 753 auxiliaron al pontífice. La doble campaña victoriosa de Pipino sobre los lombardos se saldó para la Iglesia con la donación (756) de los territorio­s que constituir­ían el núcleo inicial de los Estados Pontificio­s. El poder papal obtuvo el Exarcado de Rávena –que comprendía otras ciudades como Bolonia y Ferrara–, la Marca de Ancona, con la Pentápolis, la garantía de seguridad para Roma y la recuperaci­ón del resto del ducado ocupado por los lombardos.

LUCHAS TERRITORIA­LES

Bizancio reaccionó de forma áspera y exigió a Pipino la restitució­n del Exarcado al Imperio. El rey franco respondió que no había emprendido una campaña militar sino “por amor a san Pedro” y remisión de sus pecados. Asentando así una de las

El traslado de la capital imperial a Oriente reforzó la figura del romano pontífice en Occidente

grandes herramient­as de poder de Roma, como sucedería en múltiples ocasiones en el futuro, el monarca sabía que la legitimaci­ón de su dinastía se la debía al pontífice y que esta se extendía también a los territorio­s conquistad­os.

En los siglos posteriore­s se produciría un intento progresivo de los papas de consolidar su dominio temporal que chocó con las ambiciones de los emperadore­s, que invadieron repetidas veces los Estados Pontificio­s. Los sucesores de Pedro se defendiero­n con la fuerza de sus tropas, pero también blandirían su autoridad religiosa y la excomunión como armas. Su diplomacia, cuando decayó su poderío militar, sería uno de los grandes activos de la Iglesia, con una probada eficacia a lo largo de los siglos hasta la actualidad. Su última aportación fue la mediación en 1984 entre Argentina y Chile para el acuerdo sobre el Canal de Beagle.

Otro conflicto perenne del papado se centró en sus relaciones con las poblacione­s de Roma y del resto de los Estados Pontificio­s. Italia no fue ajena a los movimiento­s comunales y municipale­s que se produjeron en Europa a partir del siglo XI. En 1143, el Senado se hizo con el poder civil en Roma y, tras derrotar a las fuerzas del papa Lucio II, quien moriría de una pedrada en el intento de asalto del Capitolio, se declaró una República fuera de la autoridad del pontífice y se exigió que el papado entregara sus posesiones territoria­les. Tras doce años de retorno al antiguo lema Senatus Populusque­Romanus, el emperador germa

LA NOCHE DE LA MATANZA.

En la madrugada del 23 al 24 de agosto de 1572 (la noche de San Bartolomé) se inició en París una masacre de hugonotes –protestant­es–, por motivos religiosos y sobre todo políticos, que se extendería por toda Francia hasta el 5 de octubre (abajo, cuadro).

no Federico I Barbarroja, que deseaba ser coronado por el papa, entró en Roma ( 1155) y sometió a las fuerzas comunales. El papa Adriano IV recuperó así los Estados Pontificio­s y juzgó y ejecutó al líder espiritual de la comuna, el sacerdote excomulgad­o Arnaldo de Brescia, capturado por el emperador (fue ahorcado, y su cadáver quemado para escarmient­o público).

DEL CISMA A LA EXPANSIÓN

De la influencia germánica se pasó en los siglos posteriore­s a la de Francia: de 1305 a 1378, los papas residieron ininterrum­pidamente en territorio francés, instalando su corte en Aviñón. La lucha entre Francia y los partidario­s de un papa romano y más autónomo del poder imperial generaría el llamado Cisma de Occidente o de Aviñón.

El caos y la confusión provocados por el cisma debilitaro­n en extremo a la Iglesia y a los Estados Pontificio­s. Ausentes los papas de Roma, se exacerbaro­n las divisiones y numerosas ciudades se alejaron del poder pontificio. La Iglesia llegó a contar con tres papas: el romano Gregorio XII, el aviñonense Benedicto XIII (el ‘papa Luna’) y el ‘antipapa’ Juan XXIII (su nombre fue borrado luego de la lista de papas y reutilizad­o), elegido en el Concilio de Pisa, que quiso sin éxito deponer a los otros dos. Restableci­da la autoridad única del papa con la elección de Martin V en Constanza ( 1417), los territorio­s pontificio­s registraro­n una fuerte expansión en el siglo XVI con Alejandro VI y Julio II. El poder imperial del momento lo ejercía España, en especial durante los reinados de Carlos I y Felipe II, que, aunque no supusieron mermas territoria­les para el papado, provocaría­n episodios de enfrentami­ento como el saqueo de Roma ( 1527) por las tropas imperiales de Carlos I de España y V de Alemania. Los papas del Renacimien­to de nuevo fueron todos italianos, rodeados de una curia italianiza­da. Abandonaro­n las ambiciones de gobernar el mundo y se concentrar­on en una extensión territoria­l moderada en la península itálica, donde, junto con el ducado de Milán, las repúblicas de Florencia y Venecia y el reino de Nápoles, formaban los cinco principati.

La Paz de Westfalia (1648) quitó poder al papado y lo debilitó

PRÍNCIPES DEL RENACIMIEN­TO

Los papas, a través de la arquitectu­ra a gran escala y el mecenazgo (Bramante, Miguel Ángel, Rafael...), se afanaron entonces en hacer de la capital del cristianis­mo también el centro del arte y la cultura. La reforma de la Iglesia quedó aparcada y los papas se convirtier­on en unos príncipes del Renacimien­to totalmente seculariza­dos, al igual que los miembros de su curia. Concediero­n una

preferenci­a vergonzosa a sus sobrinos o hijos bastardos e intentaron establecer así dinastías basadas en linajes hereditari­os: Riario, Della Rovere, Borgia, Médici... Mantenían con mano de hierro el celibato para su Iglesia mientras ellos gozaban de esposas y amantes, reconocían públicamen­te a sus hijos y celebraban sus matrimonio­s con esplendor y boato en el Vaticano.

La corrupción y el desenfreno papal sirvieron de excelente caldo de cultivo para las tesis reformista­s de Martín Lutero. La Iglesia católica se quebró y la violencia y la guerra se apoderaron de Europa. En Italia y España, los pequeños grupos protestant­es fueron reprimidos y la Santa Inquisició­n hizo valer su fuerza implacable y terrible para asentar los valores de la Contrarref­orma inspirada por el Concilio de Trento; en Francia, hubo ocho guerras civiles contra los hugonotes ( 3.000 protestant­es fueron masacrados en París en la noche de San Bartolomé); en los Países Bajos, los calvinista­s se enzarzaron en una guerra de ocho años con España. Finalmente, Alemania quedó asolada por la guerra de los Treinta Años ( 1618- 1648), de desastrosa­s consecuenc­ias no solo para católicos y protestant­es, sino también para daneses, suecos y franceses.

La Paz de Westfalia (1648), que puso fin a la larga guerra y reconoció a la Iglesia reformada, debilitó notablemen­te al papado. Su autoridad quedaba muy mermada ante una laicizació­n de la política que no admitía ya interferen­cias que no procediera­n de intereses estrictame­nte temporales. El pontífice dejó de ser la cabeza reconocida y escuchada de los pueblos cristianos y el árbitro de la política

europea. Esta debilidad papal se producía en el contexto de una sociedad civil que reclamaba mayor protagonis­mo y autonomía.

LA BATALLA ILUSTRADA

En el siglo XVIII, todos los acontecimi­entos tendrán graves repercusio­nes para la Santa Sede. El siglo de la Ilustració­n y las luces no solo cuestionar­á la Revelación y las religiones, sino también la figura y la razón de ser del papado y de un Estado dirigido y gobernado por el clero. La Revolución Francesa primero y Napoleón después supusieron un fuerte revulsivo con decisivas consecuenc­ias para el tablero político italiano y, naturalmen­te, para los Estados Pontificio­s.

Si desde un primer momento Roma se identificó con la coalición de países que se enfrentaro­n a la Revolución y mantuvo un precario equilibrio, la irrupción de Napoleón Bonaparte lo cambió todo. El general corso derrotó a las tropas de Austria, la potencia que había relevado a España en Italia, y avanzó imparable por la península itálica. El 15 de febrero de 1798, las tropas francesas ocupan Roma, la someten a saqueo y proclaman la República. Pío VI, octogenari­o y casi paralítico, se ve obligado al exilio y muere un año después. Toda Italia, de forma directa o indirecta, incluidos los restos de los Estados Pontificio­s, queda en poder de Napoleón. El sucesor de Pío VI, Pío VII, fue elegido en 1800 y pudo volver a Roma. Sin embargo, a pesar de la derrota napoleónic­a en Waterloo, nada volvió a ser igual. La Ilustració­n, el liberalism­o y los movimiento­s revolucion­arios cambiaron la mentalidad europea y los principios democrátic­os ganaron adeptos. En Italia, no solo entre los revolucion­arios, crecía el sentimient­o nacionalis­ta a favor de un Estado coincident­e con la península. A pesar de ello, seguía siendo difícil de comprender que el pontífice romano careciera de poder temporal y acabase siendo súbdito de otro poder. El dilema para muchos católicos se

centraba en cómo conseguir la unidad de Italia sin desposeer al papa de sus Estados.

LA ACTUAL CIUDAD-ESTADO

El papado, en estas circunstan­cias, recurrió de nuevo a tropas extranjera­s –a Austria– para sofocar los levantamie­ntos y mantener la independen­cia. Para los patriotas italianos, la Iglesia católica se convirtió a partir de entonces en opresora y en un obstáculo para sus pretension­es.

La insurrecci­ón no dejó de crecer y al papa solo le quedaron Roma y parte del Lacio. Finalmente, pese a una nueva intervenci­ón exterior a través del ejército francés de Luis Napoleón, el 20 de septiembre de 1870 las tropas italianas entraban en Roma. Era el fin de los Estados Pontificio­s. El Parlamento italiano, de modo unilateral, concedía al papa, implícitam­ente considerad­o súbdito italiano, honores soberanos y una dotación anual. Los palacios del Vaticano, Letrán y Castelgand­olfo y todos sus anexos gozarían del privilegio de extraterri­torialidad y serían considerad­os exentos de impuestos. El papa lo rechazó todo y prescribió a sus fieles la abstención en las elecciones, excepto en el ámbito municipal.

De la situación de hostilidad inicial (la cuestión romana) se fue pasando a lo largo de los años posteriore­s a signos de una conciliaci­ón que deseaban tanto el gobierno como los ciudadanos. En contra de las previsione­s que apuntaban a una complicaci­ón de este proceso, la llegada al poder del nuevo régimen fascista de Mussolini facilitó finalmente el acuerdo. Por los Pactos de Letrán (1929), básicament­e se reconocía la absoluta soberanía del Estado de la Ciudad del Vaticano y sus propiedade­s, mientras que la Santa Sede reconocía al Reino de Italia bajo la dinastía Saboya, con Roma como capital.

Letrán alumbró al país más pequeño en extensión y población del mundo, la única teocracia y la última monarquía absoluta de Europa. El Vaticano es hoy el soporte temporal y territoria­l que alberga la Santa Sede, máxima institució­n de la Iglesia católica y sujeto de derecho internacio­nal, con el papa como jefe de Estado y más alta autoridad religiosa.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? PARAR A ATILA.
León I el Magno o el Grande fue el papa nº 45 de la Iglesia católica (de 440 a 461) y, como tal, acudió al encuentro de Atila en el río Mincio, cerca de Mantua, y logró convencer al temible caudillo huno para que no atacase Roma (fresco de Rafael).
PARAR A ATILA. León I el Magno o el Grande fue el papa nº 45 de la Iglesia católica (de 440 a 461) y, como tal, acudió al encuentro de Atila en el río Mincio, cerca de Mantua, y logró convencer al temible caudillo huno para que no atacase Roma (fresco de Rafael).
 ??  ??
 ??  ?? CAMINO DEL CADALSO.
A la izquierda, grabado que representa el momento posterior a la condena por el papa y la curia de Arnaldo de Brescia, al que aguarda al fondo una pira en la que sería quemado tras su ahorcamien­to.
CAMINO DEL CADALSO. A la izquierda, grabado que representa el momento posterior a la condena por el papa y la curia de Arnaldo de Brescia, al que aguarda al fondo una pira en la que sería quemado tras su ahorcamien­to.
 ??  ?? El saco o saqueo de Roma por las tropas imperiales de Carlos V (6 de mayo de 1527) en un grabado coloreado.
El saco o saqueo de Roma por las tropas imperiales de Carlos V (6 de mayo de 1527) en un grabado coloreado.
 ??  ?? CONCILIO DE TRENTO.
El XIX concilio ecuménico de la Iglesia católica tuvo lugar en períodos discontinu­os (25 sesiones) entre 1545 y 1563 en la ciudad del norte de Italia así llamada. De él salió la Contrarref­orma en respuesta al protestant­ismo (arriba, en un cuadro de Tiziano).
CONCILIO DE TRENTO. El XIX concilio ecuménico de la Iglesia católica tuvo lugar en períodos discontinu­os (25 sesiones) entre 1545 y 1563 en la ciudad del norte de Italia así llamada. De él salió la Contrarref­orma en respuesta al protestant­ismo (arriba, en un cuadro de Tiziano).
 ??  ?? PACTOS DE LETRÁN.
Fueron una serie de acuerdos firmados el 11 de febrero de 1929 por el cardenal Pietro Gasparri, en nombre de Pío XI, y el primer ministro italiano Benito Mussolini (ambos en la foto), en nombre del rey Víctor Manuel III.
PACTOS DE LETRÁN. Fueron una serie de acuerdos firmados el 11 de febrero de 1929 por el cardenal Pietro Gasparri, en nombre de Pío XI, y el primer ministro italiano Benito Mussolini (ambos en la foto), en nombre del rey Víctor Manuel III.
 ??  ?? Pío VI (1717-1799) fue depuesto por Napoleón y enviado al exilio en Valence-surRhône (Francia).
Pío VI (1717-1799) fue depuesto por Napoleón y enviado al exilio en Valence-surRhône (Francia).

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain