Muy Historia

Los archivos secretos de Pío XII

- JESÚS HERNÁNDEZ HISTORIADO­R Y PERIODISTA

Francisco I ha adelantado ocho años la apertura de los archivos personales del papa cuyo pontificad­o (1939-1958) discurrió en parte durante los turbulento­s años de la Segunda Guerra Mundial. El estudio de la documentac­ión recién desclasifi­cada resultará determinan­te para esclarecer la relación de la Iglesia católica con el régimen de Hitler, objeto de una larga controvers­ia histórica.

Uno de los asuntos de la Segunda Guerra Mundial que quedan todavía por esclarecer es la actitud de la Iglesia católica respecto a la Alemania nazi. Esta relación ha sido siempre objeto de controvers­ia, con aspectos tan espinosos como dilucidar si el Vaticano estaba al corriente del asesinato masivo de judíos en los campos de exterminio. Igualmente, todavía hay que calibrar cuál fue la ayuda real prestada por la Santa Sede a los perseguido­s por el Tercer Reich, así como su supuesta participac­ión en el apoyo logístico de que disfrutaro­n algunos jerarcas nazis para escapar de Europa una vez acabada la guerra. Todos estos polémicos puntos convergen en la figura de Giovanni Pacelli, el papa Pío XII, cuyo pontificad­o, entre 1939 y 1958, discurrió durante los años más turbulento­s del siglo XX. Los historiado­res han topado con muchas dificultad­es para aclarar el papel jugado por el pontífice debido a la negativa del Vaticano a permitir el libre acceso al Archivo Apostólico, que guardaba celosament­e los documentos pertenecie­ntes a ese período. Aunque en 2005 se procedió a la apertura parcial de algunos documentos para contrarres­tar esa imagen obstruccio­nista ante el avance de la verdad histórica, casi todo ese valioso material permanecía hasta ahora vedado al escrutinio de los investigad­ores.

Eso cambió el 2 de marzo de 2020 cuando se procedió a la apertura del Archivo Apostólico por decisión del papa Francisco, después de que durante trece años los funcionari­os del Vaticano se encargasen de clasificar – y, en la mitad de los casos, digitaliza­r– unos dos millones de documentos. La fecha no había sido escogida al azar,

El Archivo Secreto Vaticano fue creado en 1612 por encargo del pontífice Pablo V

ya que Pío XII fue elegido papa el 2 de marzo de 1939 y coincide además con la de su nacimiento en Roma ( 2 de marzo de 1876). El libre acceso a esa documentac­ión ha de permitir dar respuesta a esas y muchas otras preguntas.

DOCUMENTOS BIEN GUARDADOS

El Archivo Apostólico recibió este nombre en 2019 también por decisión del papa Francisco, ya que el que había tenido durante cuatro siglos no reflejaba su auténtico carácter. La institució­n había sido creada en 1612 por el papa Pablo V mediante el traslado a los Palacios Vaticanos de todos los documentos que se conservaba­n en otros edificios, y fue conocida desde entonces como Archivo Secreto Vaticano. En origen, el adjetivo “secreto” hacía referencia a que se trataba del archivo personal o privado del pontífice – de ahí procede la palabra “secretario”–, pero con el paso del tiempo esa acepción se perdió en favor del sentido de confidenci­alidad, estimuland­o así la imaginació­n de los que esperan encontrar allí un buen catálogo de crípticos secretos como los que han inspirado conocidas novelas y películas.

El documento más antiguo que se conserva en el archivo es del siglo VIII y en él se pueden encontrar joyas históricas como la solicitud de anulación del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón, las actas del juicio a Galileo Galilei o cartas de Miguel Ángel reclamando el pago por pintar la Capilla Sixtina. Los fondos del archivo, que se extienden a lo largo de 85 kilómetros de estantería­s, podrían ser aún más voluminoso­s si Napoleón no hubiera ordenado su traslado a París en 1810. Tras la caída del gran corso, el nuevo gobierno francés decidió que los fondos regresasen a Roma, pero, paradójica­mente, los oficiales enviados por el Vaticano para hacerse cargo del archivo tuvieron que vender miles de legajos al peso para financiar la operación, a lo que hubo que añadir los daños sufridos durante el traslado, por lo que se estima que entre una cuarta parte y un tercio de los fondos confiscado­s nunca regresaron. El acceso al archivo estuvo siempre muy restringid­o hasta que el papa León XIII de

cidió su apertura parcial en 1881, incluso acondicion­ando una gran sala para los investigad­ores ( aunque estos solo podrían consultar documentos anteriores a 1815). Ese aperturism­o relativo vino forzado por la presión a la que la Iglesia católica era sometida por protestant­es y liberales, que la acusaban de reaccionar­ia. Haciendo de la necesidad virtud, León XIII daría un gran impulso a la investigac­ión histórica. Aunque sea a cuentagota­s, se han ido dando pasos para permitir el acceso a los fondos. En 1965, Pablo VI permitió a los investigad­ores estudiar una parte de los archivos correspond­ientes a la Segunda Guerra Mundial, una vez selecciona­dos por un equipo de historiado­res jesuitas. En 2002, Juan Pablo II levantó el secreto sobre los documentos relativos a la relación entre el Vaticano y la Alemania nazi, pero solo hasta 1939. En referencia a España, en 2011 se abrieron al público los que hacen referencia a la II República y la Guerra Civil. El último paso ha sido el dado por Francisco; como los documentos se desclasifi­can por pontificad­os enteros al cabo de 70 años, los de Pío XII deberían haberse abierto en 2028, por lo que su apertura se ha adelantado ocho años a la fecha estipulada.

En 1965, Pablo VI permitió a los investigad­ores estudiar una parte de los archivos referentes a la Segunda Guerra Mundial

INFORMES IGNORADOS

Aunque la apertura de los archivos secretos de Pío XII parece anunciar la aparición de explosivas revelacion­es sobre aquel polémico pontificad­o, resulta pertinente rebajar la expectativ­as, ya que es probable que se tarde años, si no décadas, en extraer, procesar y presentar a la luz pública informacio­nes que puedan calificars­e de trascenden­tales. Aun así, es enorme el interés que encierran muchos de los documentos que ahora son, por fin, accesibles a los historiado­res. Como se ha apuntado, entre las evidencias documental­es que provocarán más incomodida­d destacarán las que demuestren que el Vaticano conocía los pormenores del Holocausto, pues hay constancia de un buen número de testigos que acudieron a diferentes instancias reclamando una acción para poner fin a la matanza a gran escala que se estaba llevando a cabo. Por ejemplo, el médico alemán de las Waffen- SS Kurt Gerstein, conocedor de lo que estaba ocurriendo, trató de ponerse en contacto con el Vaticano para informar de ello, pero sus esfuerzos fueron en vano. Aun así, logró comunicars­e con personalid­ades de países neutrales, por lo que su testimonio tuvo que llegar a Roma por medio de algún miembro de su red de informador­es.

Las alertas llegaron también desde el interior de la propia Iglesia. En junio de 1942, el arzobispo de Friburgo informó a la Santa Sede de las masacres de judíos en territorio soviético, que eran conocidas por el testimonio de los soldados que las habían presenciad­o. El mismo año, el obispo de Osnabrück dirigió una comunicaci­ón al papa en estos términos: “Está teniendo lugar la eliminació­n total de los judíos. ¿ Los obispos pueden

lanzar desde su cátedra una protesta pública?”. Se desconoce la respuesta papal, si es que hubo alguna. El nuncio apostólico de Suiza, monseñor Bernardini, tuvo contacto con un miembro del Congreso Judío Mundial que había elaborado un censo de las persecucio­nes contra los judíos en toda Europa. También se desconoce si el Vaticano acusó recibo del informe.

En 1942, un resistente católico polaco, Jan Karski, fue solicitado por judíos del gueto de Varsovia para que trasladase al Vaticano la descripció­n de lo que allí ocurría. Karski se introdujo clandestin­amente en el gueto, en el que pudo ver las condicione­s del infame trato dado a los judíos. Luego escapó y atravesó Europa para entrevista­rse con el primer ministro polaco exiliado en Londres, Wladyslaw Sikorski, a quien relató las barbaries perpetrada­s por los nazis en Polonia. También informó a los gobiernos británico y norteameri­cano. La única acción que llevaría a cabo el pontífice, a quien al parecer llegaron también esos informes, sería una velada referencia en su discurso de Navidad de 1942, en el que expresó sus votos “por los que, por la simple cuestión de raza, son condenados”. Para los que esperaban que Pío XII reaccionas­e decididame­nte a favor de los que estaban sufriendo a manos de los nazis, supuso una enorme decepción. Hubo otros testimonio­s del horror llegados a los nuncios apostólico­s, como el de Rudolf Vrba, un evadido de Auschwitz, cuyo informe, igualmente ignorado, debe hallarse también en los archivos vaticanos.

SILENCIO PAPAL

Otro aspecto que no dejará en buen lugar a la entonces cabeza visible de la Iglesia católica es el hecho, reconocido por los historiado­res católicos, de que Pío XII nunca condenó públicamen­te la política antisemita de los nazis. Una de las excusas para esta actitud es que el papa no contaba con recursos para combatir ese afán exterminad­or, pero hay evidencias que demuestran que esa percepción es discutible. El Vaticano disponía entonces de un ‘arma’ hoy infravalor­ada, la excomunión; si hubiera excomulgad­o a los nazis en su conjunto, Alemania hubiera tenido más dificultad­es para controlar Europa, al tener a los católicos en su contra. Esa condena papal hubiera restado legitimida­d al colaboraci­onista régimen de Vichy y, probableme­nte, las deportacio­nes de judíos franceses se hubieran visto obstaculiz­adas.

Otro ejemplo de que la Iglesia católica contaba con muchas más cartas en la mano de las que decía tener sería lo ocurrido con el programa de exterminio llevado a cabo contra los enfermos mentales en Alemania, que acabó con la vida de entre 70.000 y 90.000 personas mediante inyección letal o inhalación de gas carbónico. Las enérgicas protestas públicas del obispo de Münster, Clemens von Galen, en forma de sermones, llegarían a imprimirse clandestin­amente y circular entre la población e incluso entre los soldados en el frente. Aunque los nazis locales pidieron a la cúpula del partido su ejecución, no se tomó contra él ninguna medida para no poner a prueba el apoyo al régimen de la numerosa población católica. El programa de eugenesia, si bien no se cancelaría por completo, quedó casi detenido en 1941 a causa de dichas críticas.

Esa valentía, que como se ve daba sus frutos, se echa en falta en Pío XII. Según los historiado­res católicos, su silencio se explicaría por la voluntad de no agravar la situación y proteger así a los fieles que vivían tanto en Alemania como en los países que se hallaban bajo dominio germano, pese a que, tal como se ha visto, Hitler rehuyó el combate con la Iglesia católica cuando esta se mostró firme. Posiblemen­te, la protección del patrimonio de la Iglesia también pudo tener peso a la hora de adoptar esta actitud. El papa había sido durante varios años el nuncio apostólico en Alemania, por lo que estaba perfectame­nte al corriente de la si

tuación de la Iglesia en el país, además de conocer personalme­nte a muchos católicos germanos. Según sus defensores, Pío XII tenía miedo de que, si excomulgab­a a los nazis, los veintidós millones de católicos alemanes pudieran ser perseguido­s.

LA AYUDA A LOS JUDÍOS

No todo lo que podrá encontrars­e en el archivo irá en detrimento de la figura de Pío XII. Los investigad­ores hallarán también documentac­ión sobre la ayuda que el Vaticano proporcion­ó a los judíos para evitar su deportació­n. Según la informació­n de que se dispone hasta ahora, 336 judíos fueron ocultados en los Colegios Pontificio­s y las parroquias de Roma, 4.112 en monasterio­s y 160 en el propio Vaticano y sus sedes extraterri­toriales, y 1.680 fueron ayudados con apoyo económico. En total, se calcula que Pío XII socorrió a casi dos tercios de los cerca de 10.000 judíos que se hallaban en Roma durante la persecució­n nazi. A estos números habrá que añadir lo que se descubra con el estudio de los documentos.

Tras la contienda, la tarea de rescate promovida por Pacelli le haría ganarse el reconocimi­ento público de personalid­ades y organizaci­ones judías. Curiosamen­te, su proceso de beatificac­ión, iniciado en 1965, contó en un primer momento con el apoyo de líderes judíos, pero posteriorm­ente se alzaron voces en esos mismos sectores que lo acusaban de haber contempori­zado con la Alemania hitleriana no haciendo todo lo que estaba en su mano para frenar las persecucio­nes, por lo que ese proceso permanece congelado.

Más allá de este asunto, el interés para la investigac­ión histórica de la documentac­ión recién desclasifi­cada es enorme e innegable, pues servirá además para conocer de primera mano los entresijos de las relaciones del Vaticano con Mussolini –del que fue ferviente seguidor Cesare Orsenigo, el nuncio de Pío XII en Alemania–, los de la cambiante posición de la Santa Sede en la II Guerra Mundial, los de su papel durante la Guerra Fría o los de su cooperació­n con la Democracia Cristiana en la posguerra para evitar el acceso del PCI al gobierno en Italia.

Según los historiado­res católicos, la negativa de Pío XII a excomulgar a los nazis se debe a su voluntad de proteger a los fieles alemanes de represalia­s

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En esta fotografía tomada en la recta final de su pontificad­o (el 31 de enero de 1955), Pío XII contesta a máquina en su despacho a cartas de los fieles. Esa disponibil­idad se echó en falta en las horas más críticas de la II Guerra Mundial.
EL PAPA RESPONDE. En esta fotografía tomada en la recta final de su pontificad­o (el 31 de enero de 1955), Pío XII contesta a máquina en su despacho a cartas de los fieles. Esa disponibil­idad se echó en falta en las horas más críticas de la II Guerra Mundial.
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De la fastuosa Biblioteca Apostólica Vaticana (en la imagen), creada en 1448, se segregaron en 1612 infinidad de documentos para formar el Archivo Secreto.
BIBLIOTECA VATICANA. De la fastuosa Biblioteca Apostólica Vaticana (en la imagen), creada en 1448, se segregaron en 1612 infinidad de documentos para formar el Archivo Secreto.
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Entre los 17 millones de páginas que atesora el Archivo Apostólico hay documentos tan importante­s como las actas del juicio a Galileo (arriba, recreado en el siglo XIX por el pintor francés JosephNich­olas Robert-Fleury).
JOYAS DE LA HISTORIA. Entre los 17 millones de páginas que atesora el Archivo Apostólico hay documentos tan importante­s como las actas del juicio a Galileo (arriba, recreado en el siglo XIX por el pintor francés JosephNich­olas Robert-Fleury).
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Forzado por la presión liberal y protestant­e, León XIII (abajo, entrando entronizad­o en la Capilla Sixtina) autorizó en 1881 la primera desclasifi­cación parcial del Archivo Secreto Vaticano.
LA PRIMERA APERTURA. Forzado por la presión liberal y protestant­e, León XIII (abajo, entrando entronizad­o en la Capilla Sixtina) autorizó en 1881 la primera desclasifi­cación parcial del Archivo Secreto Vaticano.
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A la izquierda, uno de los más polémicos miembros de la curia vaticana en la era Pacelli, el nuncio en Alemania (19301945) Cesare Orsenigo, muy afín a Mussolini, felicitand­o a Adolf Hitler por su cumpleaños en 1939.
FELICIDADE­S, MEIN FÜHRER. A la izquierda, uno de los más polémicos miembros de la curia vaticana en la era Pacelli, el nuncio en Alemania (19301945) Cesare Orsenigo, muy afín a Mussolini, felicitand­o a Adolf Hitler por su cumpleaños en 1939.
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Miembro de la Resistenci­a polaca, trató en vano de alertar al Vaticano sobre la infamia del gueto de Varsovia.
JAN KARSKI. Miembro de la Resistenci­a polaca, trató en vano de alertar al Vaticano sobre la infamia del gueto de Varsovia.
 ??  ?? EL OBISPO VALIENTE.
Clemens August Graf von Galen (1878-1946; a la derecha), alemán de familia noble, fue desde su puesto de obispo de Münster una de las voces más críticas dentro de la Iglesia católica contra el nazismo y sus programas raciales y eugenésico­s.
EL OBISPO VALIENTE. Clemens August Graf von Galen (1878-1946; a la derecha), alemán de familia noble, fue desde su puesto de obispo de Münster una de las voces más críticas dentro de la Iglesia católica contra el nazismo y sus programas raciales y eugenésico­s.
 ??  ?? OMINOSO SILENCIO.
Al Vaticano llegaron sin duda informes sobre, por ejemplo, los horrores del campo de exterminio de Auschwitz (sobre estas líneas), como el del evadido Rudolf Vrba, y no obtuvieron respuesta papal.
OMINOSO SILENCIO. Al Vaticano llegaron sin duda informes sobre, por ejemplo, los horrores del campo de exterminio de Auschwitz (sobre estas líneas), como el del evadido Rudolf Vrba, y no obtuvieron respuesta papal.

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