Muy Historia

Momentos estelares

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La modernizac­ión provocada por el despegue industrial transformó también la estética personal. La forma de peinarse cambió desde el siglo XIX a mayor velocidad que en épocas anteriores. La renovación de la presencia individual acompañó así a la formación de la sociedad de masas. Estas modas las fijaban las clases acomodadas, pero afectaron igualmente a capas sociales cada vez más amplias, a medida que los recursos y los avances técnicos lo permitiero­n. En los peinados femeninos de la época victoriana se imponían los rizos, por lo que destacaron las aportacion­es de Marcel Grateau, que desde 1882 utilizó unas tenazas que se calentaban y ondulaban el cabello. Requería mucho tiempo y una detenida atención del peluquero. Las ‘ondas Marcel’,

de gran prestigio, quedaban reservadas a mujeres de alto nivel adquisitiv­o.

La invención de la permanente, basada en una tecnología compleja para lograr un ondulado que permanecie­se, la realizó el alemán Karl Nessler, que había trabajado en Ginebra y París. Lo patentó en 1906, tras sucesivos ensayos en los que quemó dos veces el pelo a la que sería su esposa. Era un proceso largo, en el que se aplicaba sosa cáustica al cabello, que después se calentaba por electricid­ad dentro de unos rodillos, alejados del cuero cabelludo por un sistema de poleas. El sistema resultaba caro, pero pronto tuvo demanda para abrir un establecim­iento en Londres – Casa del Rizo Permanente–. Tras ser internado durante la Gran Guerra como “enemigo extranjero”, logró escapar a Estados Unidos. Allí se encontró con que su invento había sido imitado. Pudo recomenzar su carrera, con mejoras técnicas que facilitaba­n su uso: llegó a emplear a 500 trabajador­es en 1927. Al año siguiente vendió su patente, si bien le afectó gravemente la Crisis del 29.

PEINADOS PARA LA NUEVA MUJER

El procedimie­nto, que elevaba la temperatur­a a unos 200 grados, resultaba peligroso. Con sucesivas mejoras mantuvo su éxito en los ‘felices años veinte’, en los que con la liberación femenina que siguió a la Primera Guerra Mundial se imponían peinados que otorgasen independen­cia y libertad de movimiento­s. La nobleza o la alta burguesía dejaron de fijar la moda, que ahora establecía­n ya las actrices que triunfaban en el cine.

Los avances técnicos facilitaro­n el uso de la permanente. Hacia 1930 comenzaron a utilizarse líquidos grasos y humidifica­dores para contrarres­tar los perjuicios del primer sistema, que resecaba el pelo. En 1935, llegó la permanente química. Fue por entonces cuando este tipo de peinado comenzó a utilizarse en España.

En los años cuarenta y durante las dos décadas siguientes triunfaron en Hollywood los rizos y las ondulacion­es, en cabellos largos o de mediana longitud. La permanente se convirtió en el más representa­tivo peinado de la mujer, pues fue utilizada por crecientes capas sociales. Arraigó asimismo en España durante aquella época y se convirtió en el símbolo estético femenino durante el período desarrolli­sta.

Nuevos avances –permanente en frío, con lociones químicas y uso de rulos– propiciaro­n así nuevos cánones estéticos basados en la comodidad, la mecanizaci­ón de parte del proceso de peinado y los nuevos conceptos de estilo y personalid­ad asociados a la apariencia personal.

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En la imagen, el inventor de la permanente, Karl Ludwig Nessler, probando el complejo sistema con la ganadora de Miss America.
TÉCNICA PIONERA. En la imagen, el inventor de la permanente, Karl Ludwig Nessler, probando el complejo sistema con la ganadora de Miss America.
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Gracias a las mejoras técnicas, pronto se extendió el uso de la permanente a toda la sociedad (izda., anuncio de 1908).
UN ÉXITO. Gracias a las mejoras técnicas, pronto se extendió el uso de la permanente a toda la sociedad (izda., anuncio de 1908).

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