Historia alternativa
Tras varias derrotas consecutivas ante los ejércitos cartagineses, Roma está de rodillas. El general púnico Aníbal Barca solo tiene que marchar hasta la Ciudad Eterna, completamente indefensa, y someterla. Pero decide no hacerlo y su eterno adversario se
Hubo un tiempo remoto, en la Antigua Roma, en que el nombre de Aníbal Barca se asociaba al terror y la muerte. Igual que pasa hoy con Hannibal Lecter, el caníbal. El general cartaginés, considerado uno de los grandes estrategas militares de todos los tiempos, había nacido en Cartago – actual Túnez– en 247 a. C. Su padre, Amílcar, lo educó simultáneamente en el arte de la guerra y en el odio a Roma cuando apenas era un niño, mientras la primera guerra púnica se libraba en los campos de batalla de Hispania y concluía en falso, con la consolidación de la hegemonía naval romana en el Mediterráneo occidental y ambas potencias desgastadas tras 23 años de combates.
DESDE HISPANIA HACIA ROMA
A mediados del otoño de 218 a.C., un joven Aníbal que todavía no ha cumplido los 30 decide marchar hacia Roma y, desde Hispania, atraviesa el sur de Francia con un ejército de 100.000 guerreros íberos y norteafricanos. Ante la perplejidad y el desconcierto romanos, cruza los Alpes y en primavera aparece por sorpresa en el norte de Italia. Turín cae. Ha empezado la segunda guerra púnica.
Tras las batallas sucesivas de Trebia (218 a.C.) y del Lago Trasimeno (217 a.C.), saldadas con sendas derrotas de sus legiones, los romanos deciden destruir a Aníbal en Cannas con un ejército de 100.000 hombres. A pesar de su inferioridad numérica, el joven cartaginés rodea y aniquila a 16 legiones de experimentados cónsules, centuriones y tribunos, provocando la más grande derrota de la historia de Roma hasta el momento. Es agosto de 2016 a. C. El caudillaje y la dirección de Aníbal en Cannas marcarán las líneas maestras de la táctica militar durante los siguientes 2.000 años y serán estudiados en todas las academias de oficiales, desde la Primera Guerra Mundial hasta la Operación Tormenta del Desierto del general Schwarzkopf (1991). A pesar de su victoria, Aníbal no cree necesario rubricarla con la entrada en una Roma indefensa y apenas guarnecida por niños y viejos. Quince años después, en Zama Regia, el general Publio Cornelio Escipión se tomará la revancha y derrotará a los cartagineses. Aníbal huirá a Cartago.
Pero ¿qué habría pasado si Aníbal hubiese tomado Roma, a menos de 400 kilómetros de Cannas? Algunos historiadores especulan sobre ello. Están convencidos de que hoy no seríamos los mismos: nuestra civilización tendría una base semítica.
¿ Por qué no lo hizo? Ni una sola legión está cerca de la capital y la vanguardia de la caballería cartaginesa llega a sus murallas. El pánico cunde entre los ciudadanos, que gritan: “Hannibaladportas” ( Aníbal está en las puertas). Nunca sabremos la razón por la que respetó Roma. Quizás porque era una ciudad perfectamente amurallada y los cartagineses no disponían de armas de asalto; quizás porque no podía mantener un largo asedio con sus tropas exhaustas tras dos años de guerra. Se baraja también la opción de que Aníbal padeciera lo que hoy se conoce como complejo de Jonás: según el psicólogo Abraham Maslow, “el miedo a cumplir el sueño mas anhelado, a llegar al destino final, a la propia grandeza”.
UN GENERAL DIALOGANTE
Lo que sí hizo Aníbal fue desplegar una intensa labor diplomática, apro
vechando el efecto de su victoria. Pactó con varias ciudades y estableció un protectorado en el sur de la península itálica. Pretendía quitar a los pueblos latinos el temor hacia Roma y ponerlos de su parte. Esos meses le sirvieron además para curar las heridas de sus hombres, afectados por el escorbuto y la sarna. Las corrientes historiográficas románticas del siglo XIX atribuyeron la decisión del cartaginés a su intención de preservar la Ciudad Eterna.
Según algunos autores, Aníbal despreciaba la brutalidad romana, pero no odiaba la cultura clásica ni pretendía destruirla. Sicilia y Cerdeña serían devueltas a Cartago, y Cartago triunfaría, pero no a costa de la destrucción. Al final fue Roma quien destruyó la capital de Cartago, unas décadas después. Y es que rara vez Roma soportaba una paz que no pasase por la destrucción total de su adversario, previa a la integración de su territorio como provincia romana. Así fue como, durante la tercera guerra púnica, los romanos llevarían a su máxima expresión la coletilla con la que Catón el Viejo terminaba sus discursos: “Carthagodelendaest” ( Cartago debe ser destruida). Los romanos masacrarán a la población, saquearán sus hogares, destruirán sus edificios y templos y sembrarán de sal sus tierras para que nada vuelva a crecer en la Fenicia tunecina. Es el año 146 a.C.