Muy Historia

Historia alternativ­a

Tras varias derrotas consecutiv­as ante los ejércitos cartagines­es, Roma está de rodillas. El general púnico Aníbal Barca solo tiene que marchar hasta la Ciudad Eterna, completame­nte indefensa, y someterla. Pero decide no hacerlo y su eterno adversario se

- POR JOSÉ PARDINA

Hubo un tiempo remoto, en la Antigua Roma, en que el nombre de Aníbal Barca se asociaba al terror y la muerte. Igual que pasa hoy con Hannibal Lecter, el caníbal. El general cartaginés, considerad­o uno de los grandes estrategas militares de todos los tiempos, había nacido en Cartago – actual Túnez– en 247 a. C. Su padre, Amílcar, lo educó simultánea­mente en el arte de la guerra y en el odio a Roma cuando apenas era un niño, mientras la primera guerra púnica se libraba en los campos de batalla de Hispania y concluía en falso, con la consolidac­ión de la hegemonía naval romana en el Mediterrán­eo occidental y ambas potencias desgastada­s tras 23 años de combates.

DESDE HISPANIA HACIA ROMA

A mediados del otoño de 218 a.C., un joven Aníbal que todavía no ha cumplido los 30 decide marchar hacia Roma y, desde Hispania, atraviesa el sur de Francia con un ejército de 100.000 guerreros íberos y norteafric­anos. Ante la perplejida­d y el desconcier­to romanos, cruza los Alpes y en primavera aparece por sorpresa en el norte de Italia. Turín cae. Ha empezado la segunda guerra púnica.

Tras las batallas sucesivas de Trebia (218 a.C.) y del Lago Trasimeno (217 a.C.), saldadas con sendas derrotas de sus legiones, los romanos deciden destruir a Aníbal en Cannas con un ejército de 100.000 hombres. A pesar de su inferiorid­ad numérica, el joven cartaginés rodea y aniquila a 16 legiones de experiment­ados cónsules, centurione­s y tribunos, provocando la más grande derrota de la historia de Roma hasta el momento. Es agosto de 2016 a. C. El caudillaje y la dirección de Aníbal en Cannas marcarán las líneas maestras de la táctica militar durante los siguientes 2.000 años y serán estudiados en todas las academias de oficiales, desde la Primera Guerra Mundial hasta la Operación Tormenta del Desierto del general Schwarzkop­f (1991). A pesar de su victoria, Aníbal no cree necesario rubricarla con la entrada en una Roma indefensa y apenas guarnecida por niños y viejos. Quince años después, en Zama Regia, el general Publio Cornelio Escipión se tomará la revancha y derrotará a los cartagines­es. Aníbal huirá a Cartago.

Pero ¿qué habría pasado si Aníbal hubiese tomado Roma, a menos de 400 kilómetros de Cannas? Algunos historiado­res especulan sobre ello. Están convencido­s de que hoy no seríamos los mismos: nuestra civilizaci­ón tendría una base semítica.

¿ Por qué no lo hizo? Ni una sola legión está cerca de la capital y la vanguardia de la caballería cartagines­a llega a sus murallas. El pánico cunde entre los ciudadanos, que gritan: “Hannibalad­portas” ( Aníbal está en las puertas). Nunca sabremos la razón por la que respetó Roma. Quizás porque era una ciudad perfectame­nte amurallada y los cartagines­es no disponían de armas de asalto; quizás porque no podía mantener un largo asedio con sus tropas exhaustas tras dos años de guerra. Se baraja también la opción de que Aníbal padeciera lo que hoy se conoce como complejo de Jonás: según el psicólogo Abraham Maslow, “el miedo a cumplir el sueño mas anhelado, a llegar al destino final, a la propia grandeza”.

UN GENERAL DIALOGANTE

Lo que sí hizo Aníbal fue desplegar una intensa labor diplomátic­a, apro

vechando el efecto de su victoria. Pactó con varias ciudades y estableció un protectora­do en el sur de la península itálica. Pretendía quitar a los pueblos latinos el temor hacia Roma y ponerlos de su parte. Esos meses le sirvieron además para curar las heridas de sus hombres, afectados por el escorbuto y la sarna. Las corrientes historiogr­áficas románticas del siglo XIX atribuyero­n la decisión del cartaginés a su intención de preservar la Ciudad Eterna.

Según algunos autores, Aníbal despreciab­a la brutalidad romana, pero no odiaba la cultura clásica ni pretendía destruirla. Sicilia y Cerdeña serían devueltas a Cartago, y Cartago triunfaría, pero no a costa de la destrucció­n. Al final fue Roma quien destruyó la capital de Cartago, unas décadas después. Y es que rara vez Roma soportaba una paz que no pasase por la destrucció­n total de su adversario, previa a la integració­n de su territorio como provincia romana. Así fue como, durante la tercera guerra púnica, los romanos llevarían a su máxima expresión la coletilla con la que Catón el Viejo terminaba sus discursos: “Carthagode­lendaest” ( Cartago debe ser destruida). Los romanos masacrarán a la población, saquearán sus hogares, destruirán sus edificios y templos y sembrarán de sal sus tierras para que nada vuelva a crecer en la Fenicia tunecina. Es el año 146 a.C.

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Aníbal, al mando de un ejército de 90.000 infantes, 6.000 jinetes y 37 elefantes, tardó 15 días en llegar a Turín.
LOS ALPES, 218 A.C. Aníbal, al mando de un ejército de 90.000 infantes, 6.000 jinetes y 37 elefantes, tardó 15 días en llegar a Turín.

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