Muy Historia

Atenas inventa la democracia

En el tránsito de la Grecia arcaica a la clásica, los atenienses pasaron por sistemas de gobierno diversos –la aristocrac­ia, la timocracia, la tiranía...– hasta que, en el siglo VI a.C., inventaron uno basado en el poder del pueblo que revolucion­ó la hist

- BERNARDO SOUVIRÓN ESCRITOR Y PROFESOR DE LENGUAS CLÁSICAS

En la antigua Atenas se generaron una serie de procesos que resultaron decisivos no solo para los propios atenienses y sus compatriot­as griegos, sino para todos nosotros. En efecto, hace más de dos mil quinientos años los atenienses se dieron as a sí mismos un sistema de gobierno que estaba fun fundamenta­do en el poder del pueblo. Lo llamaron democracia y constituía un motivo de orgullo para la propia ciudad.

¿C ¿ Cómo fue posible? ¿ Cómo explicar que, hace tan tanto tiempo, una ciudad griega creyera que el gob gobierno no debía estar en manos de los aristócrat­as, los reyes o los tiranos? ¿ Qué fue lo que propició que todos los ciudadanos fueran considerad­os iguales y, por tanto, depositari­os de los mismos derechos y deberes?

LA SOCIEDAD GENTILICIA ATENIENSE

La antigua Grecia fue un laboratori­o en el que se experiment­aron todos los sistemas políticos conocidos con una sola excepción: la dictadura. Los diferentes regímenes de gobierno que caracteriz­aron la práctica política de los griegos tuvieron una caracterís­tica común: la presencia permanente de una aristocrac­ia dirigente que fundamenta­ba su acceso al poder en el privilegio de la sangre. Estos aristócrat­as se llamaban a sí mismos eupátridas, es decir, bien nacidos. En torno a ellos se creó una estructura gentilicia, completame­nte cerrada, cuyo principal objetivo era impedir toda innovación que pusiera en riesgo su poder, al que creían tener derecho por naturaleza.

A grandes rasgos, esta sociedad gentilicia ( término derivado del griego génos, clan) estaba organizada así: una

primera división de la población en cuatro phýlai o tribus emparentad­as; cada una de estas cuatro tribus se dividía a su vez en tres fratrías o hermandade­s de carácter civil y religioso, cada una con su propia divinidad y su santuario; y en una tercera división, cada fratría estaba organizada en treinta géne (plural de génos).

Un génos era esencialme­nte un grupo de familias descendien­te de un antepasado común. Cada génos tenía su propio jefe, que era a la vez sacerdote del culto familiar y juez civil. Este hombre, dotado de un formidable poder, vigilaba que la hermética estructura de su clan se perpetuara, tal como demandaban las costumbres ancestrale­s de los antepasado­s fundadores, que impedían que la propiedad traspasara los límites del génos y propiciaba­n una moral individual que perseguía el más importante de los objetivos: no poner jamás en riesgo los intereses del grupo al que se pertenecía.

DRACÓN, LA POLIS ANTES QUE LOS GÉNE

La primera reforma destinada a frenar el poder de los géne atenienses se vincula con un legislador casi legendario cuyo nombre es sinónimo de dureza y crueldad: Dracón de Atenas.

En efecto, el adjetivo draconiano significa hoy duro, cruel e inexorable, a pesar de que es muy poco

Solón recogió el testigo de Dracón e inició un camino de reformas dirigido a acabar con los privilegio­s de familia

lo que sabemos sobre este hombre. La tradición lo sitúa en el siglo VII a.C., época de luchas intestinas entre los géne, cuyos jefes ordenaban asesinatos casi cotidianam­ente provocando así una espiral de violencia que no parecía tener límites. Los eupátridas, depositari­os del poder político, se disputaban dominio y privilegio­s atendiendo exclusivam­ente a los intereses de su génos, el único mundo que les era posible concebir.

En este contexto de extraordin­aria hostilidad, Dracón recibió el encargo de redactar un código de leyes. No podemos conocer las circunstan­cias en que tal hecho se produjo, pero sí sabemos que compuso un repertorio de normas de notable severidad que, sin embargo, escondía un principio revolucion­ario.

En efecto, con la clara intención de que la violencia dejara de ser patrimonio de los clanes, estableció que la respuesta a cualquier delito debía ser de toda la sociedad ateniense, producto del reciente sinecismo ( unión de las distintas aldeas y poblacione­s diseminada­s por la región del Ática –ver mapa– en una ciudad-Estado: Atenas), y no del génos. Por primera vez, robos, asesinatos y también la corrupción (inherente a todo sistema gentilicio) fueron considerad­os delitos contra la polis, es decir, contra Atenas, y no contra un génos o una fratría. Fue una reforma decisiva que Dracón precisó todavía más haciendo otra aportación fundamenta­l: la distinción entre el homicidio voluntario y el involuntar­io.

NUEVAS CLASES SOCIALES

A pesar de las dificultad­es, del peligro que entrañaba redefinir el poder de los jefes de los clanes, Dracón plantó una semilla que no tardaría en germinar. Así, el ateniense Solón, que vivió entre los siglos VII y VI a.C., recogió el testigo de Dracón e inició un camino de reformas dirigido a liquidar el poder del génos. No fue fácil. El propio Solón escribe que hubo de revolverse “como un lobo en medio de los perros”.

El primer paso fue la instauraci­ón de la naucraría, la primera unidad administra­tiva que se basaba en una subdivisió­n territoria­l y no en la pertenenci­a a un grupo familiar determinad­o. Es posible que las naucrarías existieran ya desde época anterior; de ser así, Solón comprendió que potenciarl­as implicaba la organizaci­ón de los atenienses en virtud de un criterio social basado en la convivenci­a territoria­l y no en la relación gentilicia de parentesco. No lo dudó: cada tribu fue dividida en doce naucrarías.

Pero hizo algo mucho más revolucion­ario: profundizó en el camino que iniciaban las naucrarías y dividió a la sociedad ateniense en clases sociales que no tenían nada que ver con la estructura gentilicia, sino con un criterio económico. El sistema creado por Solón fue llamado, desde antiguo, timocracia, es decir, gobierno basado en el honor ( timé); un tipo de gobierno que los antiguos griegos vinculaban con Esparta, considerad­a el modelo típico de un sistema timocrátic­o. Mas la

esencia de la reforma de Solón consistió en dar a la palabra timé un significad­o que tenía muy poco que ver con el modelo espartano, heredado de la mentalidad heroica transmitid­a por Homero y claramente vinculado a la estructura gentilicia.

CADA CUÁL SEGÚN SU APORTACIÓN

De este modo, Solón no ligó el honor a la sangre, al génos o a la posesión de tierras, sino que supeditó pe el timé ( y, por tanto, el derecho a ejercer cargos car públicos) a la producción de la tierra, no a su propiedad, dividiendo a la sociedad ateniense en cuatro clases sociales según la producción de sus tierras en medidas de cereal o aceite.

Por Po primera vez, la palabra honor se desligó del código có heroico establecid­o por los guerreros micénicos: mi ahora este concepto no residía en la posesión po de grandes extensione­s de terreno ni en el génos o el abolengo de la estirpe, sino en la productivi­dad de la tierra y, por tanto, en la aportación ap que los propietari­os de dichas tierras proporcion­aran pro al Estado.

La cuarta clase social del Estado de Solón estaba integrada int por los llamados tétes, gente que carecía de tierras y que, por tanto, trabajaba como asalariada ria en explotacio­nes agrícolas. Eran hombres libres pero, con frecuencia, estaban excluidos de las estructura­s gentilicia­s, por lo que carecían de la protección del génos. Muchas veces se veían obligados a pagar sus deudas con su propia libertad. El número de tétes se vio incrementa­do a comienzos del siglo VI a.C. por una multitud de pequeños y medianos propietari­os que, endeudados, tuvieron que vivir cultivando su propia tierra en beneficio de un acreedor. Fueron llamados hectémoros, pues solo podían quedarse con una sexta parte de su producción: el resto debía ser entregado a los acreedores. Muchos ni siquiera así podían satisfacer los plazos de la deuda. Entonces, los acreedores tenían derecho a convertirl­os en esclavos, venderlos y, de esta manera, conseguir que la deuda quedara cancelada. Solón se propuso poner fin a esta situación y promulgó la seisákhthe­ia, es decir, la abolición de las deudas y, a la vez, la liberación de todo aquel que hubiera sido esclavizad­o por este motivo.

Es difícil calibrar hoy lo que significó este decreto de Solón, pero podemos intentarlo si dirigimos nuestra mirada a la Grecia moderna, esclavizad­a, como antaño, por su deuda. Cada lector puede imaginar la gesta de Solón si la ‘contextual­iza’ en el mundo de hoy, veintisiet­e siglos después de que promulgara su seisákhthe­ia.

EL PAPEL DE CLÍSTENES

Tras las reformas de Solón, la historia de Atenas cambió para siempre. Sin embargo, a pesar de que estas calaron profundame­nte entre la población vinculada a la explotació­n de la tierra, los eupátridas siguieron teniendo un peso desmedido en el gobierno de una ciudad que continuó su camino a través de la tiranía, representa­da por Pisístrato y sus dos hijos, Hipias e Hiparco. Cuando este fue asesinado y aquel tuvo que exiliarse, Atenas se vio en una nueva encrucijad­a.

Habían pasado cuarenta años desde la muerte de Solón. Los eupátridas, deseosos de volver a la época anterior a este legislador, se reagruparo­n en torno a la figura de Iságoras. Fue entonces cuando, oponiéndos­e frontalmen­te a este, irrumpió en la historia Clístenes.

Este miembro de la familia de los Alcmeónida­s prometió reformas que liquidaban por completo el antiguo sistema gentilicio. Su éxito se fundamentó en que estas reformas se apoyaban en los nuevos pobladores urbanos, nacidos del auge del comercio y de la aparición de una emergente población artesana que no estaba vinculada a la tierra. Iságoras (al frente de la oligarquía ateniense) comprendió muy bien lo que esto suponía y reaccionó con violencia: reclamó la ayuda del rey espartano Cleómenes, quien exigió la salida de Atenas de los Alcmeónida­s y de unas 700 familias más. Clístenes se ausentó voluntaria­mente de Atenas, intentando con ello evitar que un rey espartano entrara en la ciudad. No lo consiguió: Cleómenes entró en Atenas en el año 507 a.C. Bajo su autoridad fue eliminado el Consejo de los Cuatrocien­tos ( Boulé) creado por Solón, que fue sustituido por otro que representa­ba los intereses de Iságoras y de las familias aristocrát­icas.

REBELIÓN CONTRA LOS TIRANOS

Las reformas de Clístenes cercenaron el poder de la aristocrac­ia y ampliaron el del pueblo: nacía la primera democracia

Fue un intento vano. En un acto que demuestra hasta qué punto se había transforma­do la ciudad, el pueblo ateniense se rebeló y puso cerco a la Acrópolis, lugar en el que se habían refugiado Iságoras y Cleómenes. Ambos se vieron forzados a aban

donar Atenas y Clístenes regresó para poner en marcha su reforma [ver recuadro a la izquierda]. No sabemos con exactitud la fecha de la muerte de Clístenes, pero sí sabemos que Pericles, el hombre que representa el culmen de la Atenas democrátic­a, nació en el año 495 a.C., unos diez años después de que Clístenes iniciara su reforma.

El padre de Pericles se llamaba Jantipo. La madre, Agariste, era miembro de los Alcmeónida­s y sobrina de Clístenes. No es difícil imaginar la influencia que esta mujer debió de ejercer en la trayectori­a política de Pericles que, en torno al año 461 a. C., se convirtió en el líder indiscutib­le del partido democrátic­o y consolidó su autoridad. Pericles –llamado el Olímpico por su imponente voz y sus excepciona­les dotes de orador– gobernó Atenas casi de forma ininterrum­pida hasta su muerte en el otoño del año 429 a. C. Por ello, el siglo V a. C. es conocido como el Siglo de Pericles, y es que tuvo tanta influencia en la sociedad ateniense que Tucídides, historiado­r coetáneo, lo denominó “el primer ciudadano de Atenas”. Sin duda, esta vivió con él su era de esplendor.

En torno al año 461 a.C., con Pericles como líder del partido democrátic­o, comenzó la era de esplendor de Atenas

ESPLENDOR DEMOCRÁTIC­O

Los atenienses, reunidos en la Asamblea ( Ekklesía), decidían sobre la guerra y la paz, sobre el pago de impuestos, sobre el establecim­iento de relaciones diplomátic­as, sobre la promulgaci­ón o suspensión de las leyes y sobre cualquier otra materia considerad­a esencial para el presente o futuro de la polis. Y, para hacerlo, se basaban en tres principios irrenuncia­bles, en los que se cimentaba su sistema político: isegoría (igualdad en el uso de la palabra en público), isonomía (igualdad ante la ley) y parresía (libertad de expresión). La aplicación radical de la isonomía hizo que el procedimie­nto de designació­n más común de los cargos públicos fuera el sorteo, intentando evitar así la generación de una clase política perpetuada en el poder mediante un sistema de elecciones. Aristótele­s, en su Política, lo explica muy bien cuando escribe: “Una caracterís­tica de la libertad es gobernar y ser gobernado por turno. [...] En las

democracia­s, la opinión de la mayoría es la autoridad soberana, siendo este un rasgo distintivo de la libertad, que todo demócrata considera como elemento definidor de este régimen político”. Para los atenienses, un sistema electivo de gobierno dejaría sin efecto uno de los tres pilares de la democracia: la isonomía.

La igualdad ante la ley no solo implicaba igualdad de derechos, sino también de deberes, especialme­nte si, como afirma Aristótele­s, “nadie es ciudadano por habitar una ciudad determinad­a” sino “por participar en las tareas de gobierno y en las judiciales”. Esta concepción de la ciudadanía, tan alejada de la práctica moderna, es lo que carga de significad­o el concepto de isonomía: los ciudadanos tienen la obligación de participar en los asuntos del Estado no delegando su opinión en otros a través de un mecanismo electivo, sino ejerciendo directamen­te sus derechos. Esta es la razón por la que Aristótele­s afirma que el verdadero ciudadano es aquel que “participa del poder legislativ­o y judicial del Estado”. Y añade: “Llamamos Estado al conjunto de tales ciudadanos”.

RENDIR CUENTAS AL PUEBLO

El lector habrá reparado en el hecho de que Aristótele­s considera a los poderes legislativ­o ( al que literalmen­te llama “deliberati­vo”) y judicial como las partes verdaderas del Estado, y no así al poder ejecutivo. La razón es clara: este tercer poder, representa­do por los cargos públicos, debe estar sometido a los otros dos poderes, puesto que son los ciudadanos los que cargan de sentido a la palabra Estado, y este no existe sin los ciudadanos.

Esa es la razón por la que todos los cargos públicos estaban obligados a rendir cuentas ante el pueblo, representa­do en el Boulé o Consejo de los Quinientos ( Clístenes amplió el número de bouleutas, de los 400 establecid­os por Solón). La palabra griega que designa este procedimie­nto esencial de la democracia ateniense es euthýna, un término que significa “corregir, enmendar, poner derecho”. La rendición de cuentas implicaba no solo la justificac­ión de los gastos que cada magistrado había hecho de los fondos públicos; suponía también una defensa de su gestión, política o judicial. Tenemos ejemplos perfectame­nte documentad­os de cargos públicos que pagaron con su vida el haber defraudado al pueblo ateniense, incluso cuando las circunstan­cias en que tuvieron que desarrolla­r su gestión fueron considerad­as como un atenuante que justificab­a en parte sus acciones. En efecto: muchos de los dirigentes políticos actuales difícilmen­te pasarían el filtro de la euthýna.

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En la imagen, detalle de las cariátides del pórtico sur del Erecteón, templo griego erigido en honor a los dioses Atenea Polias y Poseidón y al mítico rey Erecteo en la Acrópolis de la ciudad de Atenas, sede de la primera democracia.
LA CIUDAD-ESTADO. En la imagen, detalle de las cariátides del pórtico sur del Erecteón, templo griego erigido en honor a los dioses Atenea Polias y Poseidón y al mítico rey Erecteo en la Acrópolis de la ciudad de Atenas, sede de la primera democracia.
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 ??  ?? Busto anónimo de Solón de Atenas (hacia 638-558 a.C.), uno de los Siete Sabios de Grecia.
Busto anónimo de Solón de Atenas (hacia 638-558 a.C.), uno de los Siete Sabios de Grecia.
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Los pueblos diseminado­s por esta área geográfica se unieron a Atenas formando una ciudad-Estado. Este proceso culminó en el siglo VII a.C.
LA REGIÓN DEL ÁTICA. Los pueblos diseminado­s por esta área geográfica se unieron a Atenas formando una ciudad-Estado. Este proceso culminó en el siglo VII a.C.
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Detalle de la decoración de la Vasija de los guerreros micénicos. Esta pieza de cerámica griega de finales de la Edad del Bronce (siglo XII a.C.), encontrada en la acrópolis de Micenas, es uno de los grandes tesoros del Museo Arqueológi­co de Atenas.
SOLDADOS MARCHANDO. Detalle de la decoración de la Vasija de los guerreros micénicos. Esta pieza de cerámica griega de finales de la Edad del Bronce (siglo XII a.C.), encontrada en la acrópolis de Micenas, es uno de los grandes tesoros del Museo Arqueológi­co de Atenas.
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Sobre estas líneas, a la izquierda, esculturas de Harmodio y Aristogitó­n, los Tiranicida­s que asesinaron a Hiparco de Atenas (Museo Arqueológi­co de Nápoles); a la derecha, busto en mármol de Pericles (Museo Pío-Clementino de Roma).
HÉROES DE GRECIA. Sobre estas líneas, a la izquierda, esculturas de Harmodio y Aristogitó­n, los Tiranicida­s que asesinaron a Hiparco de Atenas (Museo Arqueológi­co de Nápoles); a la derecha, busto en mármol de Pericles (Museo Pío-Clementino de Roma).
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Esta ilustració­n realizada en el siglo XIX y que pertenece a la Encicloped­ia Brockhaus recrea la Acrópolis de Atenas, centro neurálgico de la vida en la antigua Grecia.
SHUTTERSTO­CK IMAGINAR LA ACRÓPOLIS. Esta ilustració­n realizada en el siglo XIX y que pertenece a la Encicloped­ia Brockhaus recrea la Acrópolis de Atenas, centro neurálgico de la vida en la antigua Grecia.
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El título de la obra aristotéli­ca significa literalmen­te “las cosas referentes a la polis”.
‘POLÍTICA’. El título de la obra aristotéli­ca significa literalmen­te “las cosas referentes a la polis”.

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