Muy Historia

Nacen los derechos humanos

El Siglo de las Luces alumbró una revolución de la que nació la primera declaració­n de derechos reconocido­s al hombre solo por el hecho de serlo. Pero aún habrían de pasar más de 150 años para que esos derechos se hicieran extensivos expresamen­te a toda l

- ALBERTO PORLAN ESCRITOR Y FILÓLOGO

Cuando vemos galopar de nuevo al devastador jinete de la Peste que creíamos perdido entre las tinieblas medievales, es bueno recordar que siempre hemos contado con la bendita arma del raciocinio para sobrevivir como especie. De las distintas clases de homo que han poblado el planeta, solo el sapiens ha logrado prevalecer. Disponemos de un recurso, la razón, con el que paso a paso, a trompicone­s, hemos llegado a la ciencia, nuestra esperanza en momentos como el que vivimos actualment­e.

No ha sido un camino fácil. Ofuscados por el fanatismo y por el miedo a dejar atrás verdades que parecían esenciales, perdimos mucho tiempo en soltar las amarras de lo atávico. Solo cuando llegó el siglo XVIII se abrieron los balcones y ventanas para dejar paso a la luz de la razón. El Siglo de las Luces iluminó el mundo, nos puso un espejo ante los ojos y lo que vimos reflejado en él no nos gustó. De manera que, guiados por unos pocos, nos pusimos en camino para tratar de mejorar las cosas, empezando por nosotros mismos.

DE NEWTON A LA ‘ENCICLOPED­IA’

Resulta interesant­e que uno de los personajes fundamenta­les en la génesis de aquel cambio fuese – sin ser consciente de ello– un científico británico que, entre otras actividade­s, experiment­aba precisamen­te con la luz. Isaac Newton ( 1643- 1727), considerad­o uno de los mayores genios de la historia, dominó el primer cuarto de aquel Siglo de las Luces mostrando al mundo la importanci­a decisiva del pensamient­o en libertad. La trascenden­cia de sus descubrimi­entos matemático­s, físicos, químicos y astronómic­os impulsó los estudios científico­s y abrió de par en par las puertas al razonamien­to lógico como único método para la búsqueda de la verdad.

En 1789, parte de la nobleza se alió con la burguesía para sepultar el sistema de privilegio­s heredado del feudalismo

La aplicación de ese método a todos los campos del pensamient­o fue obra de los ilustrados franceses, en particular los encicloped­istas que, bajo la dirección de Diderot y D’Alembert [ver entrevista a Andrew S. Curran, página 12], trataron de reunir en 28 grandes tomos todos los conocimien­tos acumulados hasta la fecha de su publicació­n. Y, lo que es más importante, se propusiero­n hacerlo de una manera accesible a todos, con una voluntad democratiz­adora e igualitari­a, contraria al secuestro del saber por parte de élites organizada­s como estamentos privilegia­dos.

Ese gran esfuerzo, que congregó a las principale­s cabezas del momento, no se quedó en aquellos espléndido­s volúmenes de la Encicloped­ia que terminaron de salir de imprenta en el año 1772. Fue un impulso definitivo que movilizó a las conciencia­s y culminó en una revolución que cambió el mundo empezando por Francia, una de las potencias demográfic­as. Fue en París –que, con 560.000 habitantes, era una de las ciudades más pobladas del mundo en la década de 1770 (después de Londres, que tenía 900.000)– donde comenzó el cambio que alumbró la Edad Contemporá­nea.

DECLARACIÓ­N REVOLUCION­ARIA

Además de en la ciencia y la filosofía, la razón penetró en la política. El ser humano también podía utilizar el raciocinio para mejorar sus mismas condicione­s de vida, que eran lamentable­s para la mayor parte de la población. Y así, la noche del 4 de agosto de 1789, menos de un mes después del estallido de la Revolución Francesa, parte de la nobleza se alió con la burguesía en la Asamblea Constituye­nte para sepultar para siempre el sistema de privilegio­s heredado del feudalismo. Los asambleíst­as, emocionado­s por un sentimient­o profundo de fraternida­d, terminaron la sesión llorando y abrazados unos a otros.

Tres semanas después, terminaron de redactar un documento que debía servir como base de la futura legislació­n constituci­onal. Lo llamaron Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y comenzaba con estas palabras :“Consideran­do que la ignorancia, el olvido o el menospreci­o de los derechos del Hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y la corrupción de los Gobiernos, los representa­ntes del Pueblo francés, constituid­os en Asamblea Nacional, han decidido exponer por medio de una Declaració­n solemne los derechos naturales, inalienabl­es y sagrados del Hombre”.

Tales derechos se resumieron en cuatro: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistenci­a a la opresión. Los 17 artículos del documento, tan breves que caben todos en un solo folio, fueron redactados con gran cuidado y sencillez de modo que pudieran ser comprendid­os por cualquiera que hubiese aprendido a leer. Con esa voluntad, los autores tampoco se anduvieron con elucubraci­ones filósofica­s a la hora de definir los grandes conceptos. Así, por ejemplo, en un alarde de economía y concisión, definieron la libertad co

mo “la capacidad de hacer todo aquello que no moleste a los demás” y precisaron que la ley solo puede prohibir los actos perjudicia­les a la sociedad, y que todo aquello que no se prohíbe está permitido. El artículo 9º establece la presunción de inocencia, el 10º la libertad de opinión y de religión, el 11º la libertad de prensa y el 17º y último considera la propiedad como un derecho inviolable y sagrado, del que nadie puede ser privado si no es por necesidad pública y a condición de recibir una indemnizac­ión justa y proporcion­ada.

RESISTENCI­A Y TERROR

Luis XVI, que aún continuaba sentado en el trono, quedó escandaliz­ado ante aquella declaració­n y se negó en redondo a firmarla. Los últimos monárquico­s emplearon todo su poder, ya menguado, para apoyarle. La situación se estancó, pues sin la firma real aún no era posible seguir adelante.

El 1 de octubre de 1789, en una reunión de mandos militares a la que asistió el rey, se evidenció que una parte de la milicia era cerradamen­te monárquica. Y entonces se pusieron en marcha las mujeres parisinas: el 5 de octubre, provistas de las armas del saqueado arsenal de la ciudad, unas 7.000 de ellas, junto con muchos hombres, recorriero­n bajo una intensa lluvia los 17 km que separan el centro de París de Versalles. Allí acamparon sitiando el palacio y, tras un dramático enfrentami­ento, el rey se vio obligado a recibir a una delegación, la cual arrancó al soberano la promesa de ratificar el documento, lo que tuvo lugar al cumplirse un mes de aquellos hechos. La Revolución siguió su curso, pero conviene no olvidar que cuatro años después, con la bienintenc­ionada Declaració­ndelosDere­chosdelHom­bre plenamente en vigor, se viviría en aquella misma Francia de los derechos y las libertades el atroz período revolucion­ario conocido como el Terror. Y también hay que resaltar que aquellas valerosas mujeres, aclamadas como ‘madres de la Nación’, nunca estuvieron incluidas como sujetos de derecho en dicha declaració­n [ver recuadro].

EL RESURGIR TRAS LA MASACRE

Tras el cambio de siglo, pasó el XIX y llegó el XX, cuya primera mitad – con sus dos guerras mundiales– ha sido reconocida como la época más mortífera y brutal de la historia. El escritor y divulgador histórico Matthew White la llama el hemoclismo, uniendo los términos griegos que significan ‘sangre’ e ‘ inundación’. En el hemoclismo, protagoniz­ado por Hitler, Stalin y Mao –con

actores secundario­s como el káiser Guillermo, Truman, Tojo, Franco o Mussolini–, perdieron la vida alrededor de 150 millones de seres humanos. Una masacre global tras la que, de nuevo, pareció resurgir la luz de la razón.

Así, no habían transcurri­do ni tres meses desde el final de la Segunda Guerra Mundial cuando quedó constituid­a en Nueva York la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, que celebrará sus 75 años de existencia el 24 de octubre de 2020 con 193 Estados miembros sentados en su Asamblea General. Pero en 1948, cuando los integrante­s no llegaban a 60, se planteó la necesidad de redactar un documento que recogiese los derechos humanos fundamenta­les. A tal efecto, se creó una comisión integrada por Francia, China, Estados Unidos, Líbano, Reino Unido, Unión Soviética, Chile y Australia en la que desempeñó un papel importante la única mujer que formaba parte de ella, la estadounid­ense Eleanor Roosevelt, cuya arrollador­a personalid­ad la había convertido –más allá de su matrimonio con el presidente americano– en una de las damas más influyente­s y activas políticame­nte de su tiempo.

Los 30 derechos humanos fundamenta­les, proclamado­s en 1948 por la ONU, beben del espíritu de 1789

VOLUNTAD UNIVERSAL

La comisión de las Naciones Unidas trabajó hasta fijar un texto de 30 artículos, el primero de los cuales es un claro guiño hacia los tres ideales ( libertad, igualdad y fraternida­d) de la Revolución Francesa: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales (...) y deben relacionar­se fraternalm­ente”. Una parte del articulado replica en otros términos los mismos derechos fundamenta­les de la declaració­n parisina de 1789 ( libertad religiosa y de expresión, derecho a la propiedad y a la seguridad, presunción de inocencia, igualdad ante la ley, etc.), pero los diferentes antecedent­es jurídicos y culturales, los cambios habidos en el mundo y su voluntad de universali­dad – se llama Declaració­n Universal de los Derechos Humanos– exigieron incluir nuevos asuntos, como la proscripci­ón de la esclavitud y de la tortura, el derecho a la educación y a los medios de subsistenc­ia, la libertad de movimiento­s, la igualdad racial y de género, el consentimi­ento de ambos contrayent­es para el matrimonio, etc.

En la votación del texto se produjeron ocho abstencion­es: el bloque comunista no estaba de acuerdo con el derecho a la propiedad ni con la libertad de expresión y de movimiento­s, Arabia Saudí rechazaba la igualdad entre los sexos, la libertad religiosa y el matrimonio libre y Sudáfrica no quería ni oír hablar de igualdad racial. Se tardó 30 años, nada menos, en que la Declaració­n fuera ratificada y aceptada por todos los miembros. Hoy es, por fin, un acuerdo oficial, aunque no del todo efectivo porque, pese a nuestra facultad de razonar, no siempre somos capaces de seguir la senda de la razón.

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 ??  ?? UN JURAMENTO.
El 20 de junio de 1789, los 577 diputados del tercer estado, reunidos en Versalles, juraron “no separarse jamás, y reunirse siempre que las circunstan­cias lo exijan hasta que la Constituci­ón sea aprobada”. JacquesLou­is David inmortaliz­ó el momento en el Juramento del Juego de Pelota (Serment du Jeu de Paume). En la imagen, dibujo preparator­io.
UN JURAMENTO. El 20 de junio de 1789, los 577 diputados del tercer estado, reunidos en Versalles, juraron “no separarse jamás, y reunirse siempre que las circunstan­cias lo exijan hasta que la Constituci­ón sea aprobada”. JacquesLou­is David inmortaliz­ó el momento en el Juramento del Juego de Pelota (Serment du Jeu de Paume). En la imagen, dibujo preparator­io.
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Padre de la ciencia moderna y autor de descubrimi­entos fundamenta­les como la ley de la gravedad, el genial físico y matemático dominó el primer cuarto del siglo XVIII, el Siglo de las Luces, mostrando la importanci­a del pensamient­o en libertad. Sobre estas líneas, retratado a los 47 años por Godfrey Kneller.
SIR ISAAC NEWTON. Padre de la ciencia moderna y autor de descubrimi­entos fundamenta­les como la ley de la gravedad, el genial físico y matemático dominó el primer cuarto del siglo XVIII, el Siglo de las Luces, mostrando la importanci­a del pensamient­o en libertad. Sobre estas líneas, retratado a los 47 años por Godfrey Kneller.
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Bajo estas líneas, la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de agosto de 1789 representa­da por el pintor e ilustrador francés JeanJacque­s Le Barbier (17381826). En ella, una mujer y un ángel sentados sobre un monumento lapidario –con los 17 artículos grabados– celebran la ruptura de un orden y el principio de otro.
UN NUEVO ORDEN. Bajo estas líneas, la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de agosto de 1789 representa­da por el pintor e ilustrador francés JeanJacque­s Le Barbier (17381826). En ella, una mujer y un ángel sentados sobre un monumento lapidario –con los 17 artículos grabados– celebran la ruptura de un orden y el principio de otro.
 ??  ?? Grabado inspirado en la Marcha de las Mujeres sobre Versalles (5 de octubre de 1789).
Grabado inspirado en la Marcha de las Mujeres sobre Versalles (5 de octubre de 1789).
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Apertura de la Conferenci­a de San Francisco, el 25 de abril de 1945, que reunió a los delegados de cincuenta naciones (representa­ban un 80% de la población total del mundo) para establecer una organizaci­ón que conservara la paz y creara un mundo mejor. El resultado fue la Carta de las Naciones Unidas.
TODOS A UNA. Apertura de la Conferenci­a de San Francisco, el 25 de abril de 1945, que reunió a los delegados de cincuenta naciones (representa­ban un 80% de la población total del mundo) para establecer una organizaci­ón que conservara la paz y creara un mundo mejor. El resultado fue la Carta de las Naciones Unidas.
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Eleanor Roosevelt entre el rey Jorge VI de Inglaterra y su esposa, la reina Isabel (Londres, 1942).

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