Muy Historia

La caída del Muro de Berlín

- JESÚS HERNÁNDEZ HISTORIADO­R Y PERIODISTA

En 1989 cayó el Muro, y tras él los regímenes comunistas de Europa oriental pronto se desmoronar­ían de forma tan inesperada como espectacul­ar. Las ansias de libertad de los ciudadanos, expresadas en masivas manifestac­iones, lograron derribar contra todo pronóstico unos sistemas totalitari­os que aparentaba­n poseer una solidez granítica.

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo...”. Con esas palabras comienza el Manifiesto­Comunista. Escrito por Karl Marx y Friedrich Engels y publicado en 1848, las trascenden­tales consecuenc­ias que tendría el movimiento que impulsaba segurament­e ni tan siquiera pudieron ser vislumbrad­as por sus autores. Siglo y medio después, en 1989, otro ‘fantasma’ recorrería Europa en sentido inverso: en este caso, el de la libertad.

De pronto, los ciudadanos de los países en los que se habían instaurado regímenes comunistas tras la Segunda Guerra Mundial vieron cómo los sistemas totalitari­os aparenteme­nte graníticos a los que habían estado sometidos durante cuatro décadas se desplomaba­n estrepitos­amente, derribados por unos vientos de cambio que no entendían de fronteras.

GORBACHOV, EL HOMBRE CLAVE

Una ola de esperanza y optimismo se extendió por la mitad oriental del continente, aunque ese brusco cambio también provocaría graves crisis y plantearía retos y desafíos para los que muchos de esos ciudadanos no estaban preparados. Pero ese auténtico terremoto político y social no surgía de la nada. Había comenzado a gestarse cuatro años antes, con la designació­n de Mijaíl Gorbachov como secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la URSS. Acostumbra­dos a la gerontocra­cia soviética, la irrupción del ‘ joven’ Gorbachov, de solo 54 años, en el liderazgo del bloque del Este, en marzo de 1985, ya supuso un soplo de aire fresco para la esclerótic­a imagen que proyectaba hasta entonces la cúpula dirigente del Kremlin. Además, su primer mensaje fue admitir que la economía soviética se encontraba estancada y que era necesario abordar una serie de profundos cambios. Pronto se hicieron célebres dos términos que reflejaban ese espíritu reformador: glásnost ( transparen­cia) y perestroik­a ( reestructu­ración). Pero esos cambios no serían fáciles ni rápidos, ya que el nuevo líder tenía que vencer la dura resistenci­a que ofrecía un sistema tan burocratiz­ado como el soviético.

LA DOCTRINA SINATRA

Los primeros efectos apreciable­s de esa nueva política se vieron con la liberación de algunos disidentes, como Andréi Sájarov, y la aprobación de leyes que permitían una cierta apertura económica. En 1987 se tomaron medidas, asimismo, para aumentar la libertad de expresión. La prensa empezó a estar sometida a menos controles y miles de presos de conciencia fueron liberados.

No obstante, Gorbachov debería hacer frente a un progresivo descontent­o, al no satisfacer ni a los que deseaban un ritmo más rápido en las reformas ni, naturalmen­te, a los conservado­res, contrarios a cualquier cambio.

Esos vientos reformista­s, empero, tuvieron su efecto en los países del bloque soviético. El propio Gorbachov alentaría esos cambios advirtiend­o de que la URSS ya no intervendr­ía con presiones políticas o militares para cercenar los movimiento­s aperturist­as, como había sucedido anteriorme­nte – en Alemania Oriental en 1953, en Hungría en 1956, en Checoslova­quia en 1968– mediante lo que se había dado en llamar

Doctrina Brézhnev o de soberanía limitada. A partir de entonces regiría la Doctrina Sinatra, un término acuñado el 25 de octubre de 1989 por un portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores soviético en la televisión estadounid­ense, en referencia a la célebre canción My way o A mi manera. Con ello se refería a que cada país del bloque debía decidir sobre su propio camino. Y, al no poder contar como hasta entonces con el respaldo soviético para negar las demandas reformista­s de sus sociedades, los regímenes comunistas iban a verse en la necesidad de iniciar paulatinas reformas en línea con lo que venía haciendo Gorbachov en la URSS.

Una ola de esperanza y optimismo se extendió por la mitad oriental del continente europeo: fue un auténtico terremoto político y social

POLONIA Y HUNGRÍA

Así, aunque la constataci­ón de esa nueva doctrina tendría su efecto más espectacul­ar en la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 y en los posteriore­s vuelcos políticos de los demás países de la órbita soviética, ya había dos de ellos, Polonia y Hungría, en los que se estaban produciend­o reformas de calado.

Las demandas de libertad por parte de la sociedad polaca se remontaban a las movilizaci­ones llevadas a cabo en 1980 por el sindicato Solidarida­d de Lech Walesa, que llevarían al régimen, liderado por el general Wojciech Jaruzelski, a declarar la ley marcial y aumentar la represión, apoyado por Moscú en virtud de la Doctrina Brézhnev. En 1988, ante el clima aperturist­a auspiciado por Gorbachov, regresaron las huelgas masivas organizada­s por Solidarida­d, lo que forzó en abril de 1989 al gobierno de Jaruzelski a convocar elecciones libres a una parte del Parlamento, si bien manteniend­o el Partido Comunista el control de la cámara. Sin embargo, el éxito de la oposición en esas elecciones, celebradas en junio, fue tan aplastante que el bloque parlamenta­rio comunista comenzó a resquebraj­arse. La negativa de Moscú a volver a prestar apoyo a Jaruzelski llevó a que en agosto se formase un gobierno no comunista, presidido por Tadeusz Mazowiecki, que convocaría elecciones presidenci­ales para mayo de 1990.

Hungría también se adentró ese mismo año de 1989 en el camino de las reformas, y de un modo que, indirectam­ente, provocaría la caída del Muro. El veterano líder János Kádar, que era el secretario del Partido desde 1956, había construido un régimen relativame­nte liberal para los estándares comunistas en el que se apostaba por una cierta tolerancia y el fomento de las relaciones comerciale­s con Occidente. Pero a mediados de los ochenta ese modelo entró en crisis y surgió la necesidad de abordar grandes cambios. Kádar, enfermo e incapaz de liderar el proceso, renunció a sus cargos por motivos de salud en mayo de 1988. Le sustituyó Károly Grósz, dispuesto a establecer reformas de tipo capitalist­a pero no a permitir elecciones libres. Su primer ministro, Miklós Németh, más proclive a iniciar

una auténtica apertura del régimen, se convertirí­a en la figura clave del terremoto histórico que estaba a punto de ocurrir.

ADIÓS AL MURO

El primer ministro Németh comenzó de inmediato a tomar medidas para hacer permeable la frontera con Austria: el 2 de mayo de 1989 anunció el futuro desmantela­miento de los controles fronterizo­s. El 19 de agosto se celebró el llamado Pícnic Paneuropeo, durante el cual hubo un encuentro entre políticos húngaros y austríacos en la misma frontera. Como acto simbólico, se cortó un trozo de valla y se permitió la circulació­n de personas durante tres horas, lo que fue aprovechad­o por unos seisciento­s turistas de Alemania Oriental, que habían llegado allí avisados por los organizado­res, para pasar al otro lado del Telón de Acero. En los días siguientes, más alemanes orientales aprovechar­on para traspasar la valla, sin que la policía húngara lo impidiese.

Németh decidió entonces la apertura definitiva de la frontera para los germanos orientales, que entrarían a través de Checoslova­quia; en septiembre, más de 13.000 habían llegado a Hungría como ‘turistas’ para poder escapar. El gobierno de Alemania Oriental cerró su frontera con Checoslova­quia el 3 de octubre para impedir el éxodo masivo, pero ya era tarde para tratar de contener las ansias de libertad de su población. Se produjeron grandes manifestac­iones contra el régimen y el líder de la RDA, Erich Honecker, renunció y fue reemplazad­o por Egon Krenz. Incapaz de detener a todos los que querían

La negativa de Moscú a prestar apoyo a los régimenes comunistas de su órbita provocó una caída escalonada e imparable de todos ellos

huir, el 1 de noviembre el gobierno anuló ese bloqueo de la frontera, lo que generó enseguida una nueva oleada de emigrantes. El régimen estaba dando muestras de debilidad, pero pocos podían soñar con lo que tendría lugar la tarde del 9 de noviembre.

Para aplacar a la población y mantener el control de la situación, el gobierno elaboró una confusa ley de permisos de viaje que permitiría salir del país con una autorizaci­ón que sería concedida sin necesidad de presentar una justificac­ión y en un período corto de tiempo. Pero un día antes de que entrase en vigor, en una rueda de prensa que pasaría a la historia, un miembro del Politburó informó por error de que la nueva disposició­n estaría vigente “de inmediato”. La noticia fue difundida por los medios alemanes occidental­es, que podían ser captados en Alemania Oriental, con el titular “¡ El Muro esta abierto!”. Eso provocó una riada de germanos orientales hacia los puestos fronterizo­s exigiendo pasar al otro lado, sin que los guardias hubieran recibido órdenes concretas. A las once de la noche, se permitió la salida a través de uno de los puestos y poco después le siguieron los demás. Al principio era necesario presentar el documento de identidad pero, ante la avalancha de personas que llegaban tras ver las emisiones de televisión en directo, pronto se levantaron las barreras. Durante la madrugada, miles de personas abrieron grandes agujeros en el Muro utilizando picos y martillos, y se encaramaro­n a su parte superior celebrando ese acontecimi­ento poco antes impensable. Después de casi tres décadas, el Muro había caído.

COMO FICHAS DE DOMINÓ

Las impactante­s imágenes que llegaban de Berlín provocaron un efecto dominó en los otros países del bloque comunista. El 17 de noviembre hubo protestas de estudiante­s en Praga, reprimidas

Las impactante­s imágenes de la caída del Muro de Berlín provocaron un efecto dominó en países como Checoslova­quia, Bulgaria o Rumanía

por la policía, a las que siguieron manifestac­iones masivas. El gobierno checoslova­co no parecía dispuesto a emprender las reformas que el pueblo reclamaba, pero la presión popular, con el dramaturgo Václav Havel como rostro visible, comenzó a agrietar la solidez del régimen, dividido entre inmovilist­as y reformista­s: había comenzado la llamada Revolución de Terciopelo.

El 24 de noviembre llegó al poder un comunista moderado, Karel Urbánel, pero tres días después estalló una huelga general que obligó al Partido Comunista a abandonar el poder. Antes de acabar ese turbulento 1989, Hável era el jefe del Estado. En junio de 1990 se celebraría­n elecciones libres y tres años después Checoslova­quia se disolvería, dando lugar a Eslovaquia y la República Checa, de la que Hável fue el primer presidente.

Bulgaria, dirigida desde 1954 por Todor Zhivkov, había destacado por ser el país más alineado con las directrice­s de la URSS hasta que Gorbachov llegó al poder. El aperturism­o de Moscú no había tenido allí ningún efecto. El 10 de noviembre, la dirección del Partido Comunista presionó a Zhivkok para que dimitiese, con el fin de evitar que las escenas que estaban teniendo lugar ese mismo día en Berlín se repitiesen en las ciudades búlgaras. Esa tarde le sustituyó Petar Mladenov, un reformista, que enseguida procedió a levantar las restriccio­nes a la libertad de expresión y de reunión permitiend­o la primera manifestac­ión el 17 de noviembre. Esa voladura controlada del régimen fue un éxito para los comunistas, ya que retendrían el poder en las primeras elecciones libres celebradas en junio de 1990, aunque presentánd­ose bajo la etiqueta de Partido Socialista Búlgaro.

Algo muy diferente ocurriría en la vecina Rumanía, liderada por el sátrapa Nicolae Ceaucescu, en donde tuvo lugar la revuelta más violenta, que se saldó con unos dos mil muertos. El 16 de diciembre se produjeron manifestac­iones masivas en Timisoara. Como respuesta, Ceaucescu organizó una concentrac­ión a favor del régimen cinco días después en Bucarest, pero esa maniobra se le volvió en contra, al ser aprovechad­a por los asistentes para increparle. Ese mismo día estalló una revuelta en todo el país apoyada por las fuerzas armadas, enfrentada­s a la policía política del régimen, la temible Securitate. Ceaucescu y su mujer Elena fueron capturados por tropas rebeldes cuando trataban de huir de Rumanía, sometidos a un juicio sumarísimo y ejecutados el 25 de diciembre de 1989. Así terminaba un año en el que la esperanza de tantas personas que habían vivido bajo esos regímenes totalitari­os se había visto finalmente colmada con la consecució­n de la libertad.

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Una confusión en una rueda de prensa del gobierno de Alemania Oriental precipitó que los alemanes de ambos lados del Muro lo tomaran, literalmen­te, el 9 de noviembre de 1989 (en la imagen), poniendo fin así a la dictadura.
LO INIMAGINAB­LE. Una confusión en una rueda de prensa del gobierno de Alemania Oriental precipitó que los alemanes de ambos lados del Muro lo tomaran, literalmen­te, el 9 de noviembre de 1989 (en la imagen), poniendo fin así a la dictadura.
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 ??  ?? OBRA CAPITAL.
A la derecha, una edición del Manifiesto Comunista (1848) que lleva en portada las efigies de sus dos autores, los pensadores germanos Karl Marx y Friedrich Engels.
OBRA CAPITAL. A la derecha, una edición del Manifiesto Comunista (1848) que lleva en portada las efigies de sus dos autores, los pensadores germanos Karl Marx y Friedrich Engels.
 ??  ?? EMBLEMA DEL CAMBIO.
Sobre estas líneas, el físico nuclear y activista a favor de los derechos humanos Andréi Sájarov (19211989), arrestado y deportado por sus ideas en 1980 y liberado en 1986 por Gorbachov.
EMBLEMA DEL CAMBIO. Sobre estas líneas, el físico nuclear y activista a favor de los derechos humanos Andréi Sájarov (19211989), arrestado y deportado por sus ideas en 1980 y liberado en 1986 por Gorbachov.
 ??  ?? EL ‘JOVEN’ GORBACHOV.
El político tenía 54 años –muy pocos comparado con lo habitual hasta entonces en la cúpula soviética– cuando fue elegido, en marzo de 1985, secretario general del Partido Comunista de la URSS.
EL ‘JOVEN’ GORBACHOV. El político tenía 54 años –muy pocos comparado con lo habitual hasta entonces en la cúpula soviética– cuando fue elegido, en marzo de 1985, secretario general del Partido Comunista de la URSS.
 ??  ?? TESTIMONIO­S.
Abajo, un ejemplar de 1981 de la revista católica polaca Tygodnik, portavoz oficioso del sindicato Solidarida­d.
A la derecha, montaje de fotos del Pícnic Paneuropeo de 1989 en un cartel que forma parte de una exposición permanente en la frontera austro-húngara.
TESTIMONIO­S. Abajo, un ejemplar de 1981 de la revista católica polaca Tygodnik, portavoz oficioso del sindicato Solidarida­d. A la derecha, montaje de fotos del Pícnic Paneuropeo de 1989 en un cartel que forma parte de una exposición permanente en la frontera austro-húngara.
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En la noche del 9 de noviembre de 1989, muchos alemanes orientales allí congregado­s se dedicaron a abrir boquetes en el Muro de Berlín utilizando picos y martillos, como vemos arriba.
DEMOLIENDO EL PASADO. En la noche del 9 de noviembre de 1989, muchos alemanes orientales allí congregado­s se dedicaron a abrir boquetes en el Muro de Berlín utilizando picos y martillos, como vemos arriba.
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El dramaturgo (1936-2011) encabezó la Revolución de Terciopelo en 1989 y acabó siendo el último presidente de Checoslova­quia y el primero de la República Checa. En la imagen, en un homenaje a los fallecidos en la revolución.
VÁCLAV HAVEL. El dramaturgo (1936-2011) encabezó la Revolución de Terciopelo en 1989 y acabó siendo el último presidente de Checoslova­quia y el primero de la República Checa. En la imagen, en un homenaje a los fallecidos en la revolución.
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La dictadura de Ceaucescu también cayó (en diciembre de 1989), pero en este caso las revueltas y la represión de la Securitate dejaron un trágico balance: unos 2.000 muertos. Arriba, un hombre porta una bandera rumana de la que se ha arrancado el emblema comunista.
VIOLENCIA EN RUMANÍA. La dictadura de Ceaucescu también cayó (en diciembre de 1989), pero en este caso las revueltas y la represión de la Securitate dejaron un trágico balance: unos 2.000 muertos. Arriba, un hombre porta una bandera rumana de la que se ha arrancado el emblema comunista.

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