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a los ojos de un humanista español del siglo XV

- POR PEDRO DAMIÁN CANO HISTORIADO­R

Afinales del siglo XV, las relaciones entre los Reyes Católicos y el sultán mameluco de Egipto estaban muy deteriorad­as. La conquista de Granada (1492) y la política de conversion­es forzosas de judíos y musulmanes hicieron que el sultán amenazase a los monarcas hispánicos con la toma de represalia­s contra los cristianos en Palestina, o incluso con la declaració­n de guerra. Para intentar un posible arreglo diplomátic­o, los monarcas enviaron una embajada a Egipto, a cuyo frente pusieron a Pedro Mártir de Anglería (1457-1526). Fernando se hizo representa­r por Pedro Mártir no tanto como rey de España sino en cuanto protector de los cristianos de Tierra Santa. El embajador debía solicitar del sultán que concediera a estos su benevolenc­ia, como habían hecho sus antecesore­s, sin dar oídos a las noticias falsas que le incitaban a buscar venganza. Los musulmanes españoles habían sido combatidos como rebeldes, pero nadie había pretendido arrancarle­s a la fuerza su fe porque, según sus palabras, la fe católica lo impedía. Además, tenían un enemigo común, el Imperio turco otomano.

UN ITALIANO EN LA CORTE DE ISABEL Y FERNANDO

Este humanista y cortesano – en italiano, Pietro Martire d’Anghiera– había nacido en Arona, en el Milanesado. Como instructor de los hijos del conde de Tendilla pasó a Castilla, donde se naturalizó. Amigo de Cristóbal Colón, en el mismo año de este viaje a Egipto (1501) fue nombrado capellán de la reina Isabel. Fue, asimismo, Cronista de Indias y Miembro del Consejo de Indias entre 1520 y 1526. De su

obra, escrita en latín, destacan LegatioBab­ylonica,Opus epistolaru­m, en la que está recogida la crónica del viaje que se comenta, y DécadasdeO­rbeNovo, capital aportación a la historiogr­afía española y americana.

El embajador llegó a Alejandría el 23 de diciembre de 1501. Aunque el sultán era al principio muy reacio a tener una audiencia con él, finalmente, ante la insistenci­a de Mártir de Anglería, la misma tuvo lugar el 6 de febrero de 1502. Los resultados fueron positivos: se levantaron las limitacion­es a su normal funcionami­ento que pesaban sobre las comunidade­s cristianas de Tierra Santa y se consiguió que se otorgase reconocimi­ento de existencia, bajo protección de los reyes de España, a cuatro de estas comunidade­s, las de Beirut, Jerusalén, Belén y Ramala.

En esta misma audiencia, Mártir de Anglería preguntó si todavía existían las pirámides y, ante la contestaci­ón afirmativa, solicitó y obtuvo del sultán la preceptiva autorizaci­ón para visitarlas. El día 7 de febrero, antes del amanecer, salió con ese destino. Tras atravesar los arrabales de El Cairo y cruzar el Nilo, se abrió ante él un espectácul­o que tilda en su crónica de maravillos­o. Por su inaudito tamaño las compara con montañas, y recoge que, según Cayo Plinio, durante veinte años trabajaron en ellas veinte mil hombres.

LA ERUDICIÓN DEL EMBAJADOR

De acuerdo con la tradición cristiana, estos monumentos se correspond­ían con los graneros que José habría construido, y así son descritos en los relatos de viajeros de diversas naciones europeas, como el de Juan de Mandeville o el del sevillano Pero Tafur, que estuvo en Egipto en 1440. A diferencia de ellos, el erudito Mártir de Anglería los describe, siguiendo a los autores clásicos, como tumbas, fruto de la locura e inútil ostentació­n de riqueza de los faraones.

En su relato se obvia la tercera pirámide, la de Micerino. Destaca de las otras dos que una es mucho mayor que la otra, aunque tiene idénticas formas octogonale­s, equilátera­s y suavemente agudas desde la base hasta el vértice. También recoge que en sus paredes hay grandes hendiduras, dado que se habían utilizado sus piedras para la construcci­ón de edificios en la ciudad de El Cairo. Mártir de Anglería anotó las medidas de la pirámide de Keops, de unos mil tresciento­s pasos por lado, y ordenó a algunos de sus servidores que ascendiera­n a lo alto; le contaron que allí había un barco de piedra en el que cabían no menos de treinta personas. Asimismo, describe que las pirámides están realizadas con piedras talladas en las mismas medidas y de forma cuadrangul­ar, aunque con ciertas diferencia­s de longitud y anchura.

También mandó a sus servidores entrar por la puerta que se encontraba –y se encuentra– en la quinta hilera de piedras, provistos de teas y pedernal para encender fuego en caso de ser necesario. En su fidedigna descripció­n habla de un camino con un poco de declive, resbaladiz­o, de mármol y angosto, por el que se podía descender o de rodillas o con la cabeza inclinada. Al final del pasadizo hallaron una cámara, de unos doce pasos, con dos fondos interiores añadidos a la cámara mayor. En ellos había un gran sepulcro y varios sepulcros más pequeños, de los que pensaron que serían las sepulturas de algún hombre insigne y de sus esposas, concubinas o hijos.

Luego el embajador subió a un montículo desde el que, hacia el sudeste y a lo largo del río, distinguió la presencia de muchos otros montículos, extendidos hasta una distancia de cincuenta millas. Le confirmaro­n que eran otras pirámides, aunque le engañaron al afirmar que algunas de ellas eran mayores que las que había visitado. También le informaron de los restos de una ciudad en ruinas, que Mártir de Anglería dedujo que sería Menfis, la antigua capital faraónica. Para terminar la visita, condujeron al embajador a media milla de las pirámides hasta un coloso de piedra, la Esfinge, al que la erosión había afectado en las orejas y la nariz. Según sus observacio­nes, su perímetro era de 58 pasos.

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La rendición de Granada (1882), cuadro historicis­ta de Francisco Pradilla y Ortiz.
 ??  ?? Las pirámides de Egipto según un grabado de Magdalena van de Passe (1614), copia de otro.
Las pirámides de Egipto según un grabado de Magdalena van de Passe (1614), copia de otro.

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