LOS ÚLTIMOS SAMURÁIS
ción, lo que avalaba el reconocimiento por parte de las otras potencias del país del Sol Naciente como un igual.
Esa posición quedó reforzada en la Primera Guerra Mundial. Japón tuvo un papel marginal en el conflicto, pero tomó partido por el bando aliado. Durante la contienda conquistó Shandong, en China, y se apoderó de los territorios alemanes en el Pacífico Sur, adquisiciones que fueron ratificadas en la Conferencia de Paz de París (1919), tras la cual Japón –pese a verse orillado en las negociaciones y tratado con desprecio racista– consolidó su posición al convertirse en uno de los cuatro miembros permanentes del Consejo de la Sociedad de Naciones.
La guerra permitió al país reforzar sustancialmente su sector industrial y, en el período de entreguerras, comenzó una época boyante. También, inicialmente, un proceso de democratización liberal en el que se relajó el fervor nacionalista e imperialista, pero solo hasta que Corea y China volvieron a agitarse en su empeño por liberarse del yugo nipón. La brutal represión de una manifestación independentista en Corea, en marzo de 1919, y el
La dimensión panasiática del nacionalismo japonés, que descansaba sobre la victimización de los países subyugados por las potencias occidentales, era uno de los pilares ideológicos de un neoimperialismo racial enraizado en todas las clases sociales, pero azuzado por políticos e intelectuales y, muy en especial, por miembros de la desguazada casta de los samuráis. Así, la rebelión de Satsuma (1877), encabezada por el samurái Saigo Takamori (1828-1877) e inmortalizada, con un halo de romanticismo carente de rigor histórico, en la película (Edward Zwick, 2003; abajo), fue un movimiento netamente reaccionario. Lo cierto es que, a finales del siglo XIX, Japón estaba comenzando a construir un cierto complejo de superioridad en el teatro asiático en virtud de su exitoso proceso de industrialización y de su despegue económico, que, a juicio del nacionalismo militante nipón, situaban al país del Sol Naciente en posición de relegar a China en el liderazgo oriental. Y ello no solo como primera potencia asiática, sino también como nación “elegida” para mantener a raya la voracidad colonial de los poderes occidentales.
TENSIONES.
A la derecha, estudiantes protestando en Pekín el 4 de mayo de 1919 contra las injerencias japonesas: fue el inicio del Movimiento del Cuatro de Mayo. Abajo, Japón invadiendo Manchuria tras el Incidente de Mukden (18 de septiembre de 1931).