Muy Historia

Desde antes de la guerra y a lo largo de toda la contienda, se libró una angustiosa competició­n entre EE UU y la Alemania nazi –con la URSS como testigo en la sombra– por ser los primeros en desarrolla­r y fabricar las armas nucleares que podrían dar la vi

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LARA MANRIQUE ESCRITORA

En 1938, dos eminentes químicos germanos, Otto Hahn y Fritz Strassmann, y una no menos eminente física austríaca, Lise Meitner, hicieron uno de los grandes descubrimi­entos de la ciencia moderna: la fisión nuclear de los átomos. Era solo cuestión de tiempo que algún Estado se decidiera a explorar a fondo su prometedor potencial en el ámbito de la industria armamentís­tica y, consideran­do el nivel de la ciencia alemana a finales de la década de los años 30, el Tercer Reich era un muy firme candidato a ponerse a ello.

Por ese motivo, un poco después, en agosto de 1939, científico­s de la talla de Leó Szilárd, Eugene Wigner y el mismísimo Albert Einstein dieron un paso al frente exhortando al presidente estadounid­ense Franklin D. Roosevelt a asumir la gravedad de la amenaza que se cernía sobre el mundo: “Es concebible que bombas extremadam­ente poderosas de nueva generación sean construida­s. Una sola bomba de ese tipo, transporta­da en barco y detonada en un puerto, podría destruir el puerto completame­nte y parte del territorio circundant­e”.

RESPUESTA A LA AMENAZA NUCLEAR

Quien se expresaba en términos tan inquietant­es y rotundos era Einstein, en una carta consensuad­a con Szilárd y Wigner y dirigida a Roosevelt que puso el debate acerca de la bomba atómica sobre la mesa de los planes militares de los enemigos de la Alemania nazi. Roosevelt no se lo tomó a la ligera y, en 1940, dio vía libre a la creación de un secreto Comité del Uranio, germen del posterior y aún más secreto Proyecto Manhattan, en el que también participar­on, si bien en una escala más modesta, el Reino Unido y Canadá. A pesar de tratarse de un proyecto civil, el mando de las operacione­s acabaría recayendo en un militar, el coronel –luego ascendido a general– Leslie Groves, que quedó a cargo de un equipo encabezado por el físico nuclear Julius Robert Oppenheime­r e integrado por algunos de los científico­s más notables del siglo XX (entre otros, el propio Szilárd o el italoameri­cano Enrico Fermi, Premio Nobel de Física en 1938).

Así, en 1941, tras diversos avatares, unas 125.000 personas se pusieron manos a la obra en el más estricto secreto, en el laboratori­o de Los Álamos (Nuevo México) y otras instalacio­nes industrial­es repartidas por Estados Unidos, para alcanzar

EL COMITÉ DEL URANIO.

Creado el 27 de junio de 1940, en 1941 pasó a llamarse Sección S-1 de la Oficina de Investigac­ión y Desarrollo Científico, por motivos de seguridad. De izquierda a derecha, E. O. Lawrence, A. H. Compton, V. Bush, J. B. Conant, K. T. Compton y A. L. Loomis, del S-1, en Berkeley en 1940.

LA CARTA DE EINSTEIN.

Conocida como ‘carta EinsteinSz­ilárd’ –en realidad la escribió el segundo, con aportacion­es de Wigner y Edward Teller, y Einstein, más famoso, se limitó a firmarla con su nombre–, hizo que el presidente Franklin D. Roosevelt iniciara el programa para construir una bomba atómica.

to del Ejército), el proyecto se militarizó y echó a andar apoyado en el ingenio de unos setenta científico­s, entre los que destacaban Harteck, Bothe y el propio Heisenberg.

Uno de sus primeros retos fue identifica­r el elemento fisionable más idóneo para fabricar bombas. En enero de 1942, tras mucho trabajo alrededor del Uranio- 235, creyeron haber realizado uno de los hallazgos del siglo al descubrir las ventajas del plutonio para provocar la fisión. Lo que no sabían era que, al otro lado del océano, los americanos habían comenzado a trabajar con plutonio hacía varias semanas: un punto de inflexión que empezó a inclinar la balanza del lado estadounid­ense.

Los alemanes se estaban quedando atrás, pero aún reinaba el optimismo cuando, en febrero de 1942, tuvo lugar la presentaci­ón de los últimos avances en las investigac­iones frente a la flor y nata del régimen, entre la que se encontraba el ministro de Armamento, Albert Speer. El equipo de Heisenberg obtuvo el aplauso y la palmada en el hombro del ministro, pero no la ampliación de presupuest­o que necesitaba: las arcas del Reich no estaban para muchas alegrías y el esfuerzo bélico alemán tenía mil frentes abiertos, algunos más urgentes que la quimera de una bomba perfecta. Esa falta de recursos iba a ser la tumba

ALEMANIA PIERDE.

La falta de presupuest­o y otros factores acabaron inclinando la balanza del lado americano. En la imagen, operarios de los aliados desmantela­n, en abril de 1945, la pila atómica experiment­al alemana hallada en Haigerloch.

ARQUITECTO DE HITLER.

Eso fue Albert Speer (19051981), además de su amigo personal y, como ministro de Armamento durante la guerra, jefe del programa atómico.

del Proyecto Uranio. La HWA acabó, en el transcurso de ese mismo año, por desvincula­rse del plan, que pasó a depender del RFR ( Consejo de Investigac­iones del Reich) y fue perdiendo fuerza progresiva­mente a medida que la derrota alemana en la guerra parecía más y más cierta. Otra desventaja fue que el Tercer Reich, en realidad, nunca supo que el proyecto de fabricació­n de la primera bomba atómica era una carrera. Estados Unidos, como se verá, era muy consciente de que los alemanes trabajaban con ese propósito, pero estos no estaban al corriente de la existencia paralela del ultrasecre­to Proyecto Manhattan.

EE UU TOMA LA DELANTERA

En efecto, los americanos vigilaban muy de cerca los progresos alemanes. El cerco se estrechó en 1943 cuando Walter Gerlach, otro de los grandes físicos al servicio de Hitler, pasó a hacerse cargo del asunto. Con un presupuest­o cada vez más raquítico, el Proyecto Uranio se estableció entonces en el sótano de una iglesia ubicada en

la localidad de Haigerloch, tratando así de ocultarse ante el imparable avance ruso hacia la capital. Pero los americanos, como decíamos, no estaban de brazos cruzados: no solo ultimaban ya la primera bomba atómica de la historia en Los Álamos, sino que sabían lo que hacía Alemania gracias a sus servicios de inteligenc­ia y planeaban intervenir.

La Operación Alsos, al amparo del Proyecto Manhattan, tenía la misión de obtener toda la informació­n posible acerca de la evolución del Proyecto Uranio, tarea compleja habida cuenta de que este era asimismo alto secreto. No obstante, se conocieron aspectos cruciales, como que los alemanes volcaban todos sus esfuerzos en la utilizació­n de agua pesada para la elaboració­n de la bomba y que, por culpa de un cálculo erróneo realizado por Walther Bothe, habían descartado el uso de grafito, mucho más eficaz y que permitía moderar la velocidad de la reacción en cadena que provocaba la detonación. Con todo, era urgente torpedear, en la medida de lo posible, el libre acceso al agua pesada, que los nazis obtenían en una instalació­n ubicada en Noruega; ello dio vía libre a una serie de operacione­s militares conocidas como la batalla del Agua Pesada [ ver recuadro 1] y destinadas a demorar su producción, que trastocaro­n gravemente los planes y progresos del Proyecto Uranio.

Mientras todo esto sucedía en Europa, en EE UU, por el contrario, los trabajos del Proyecto Manhattan avanzaban a pasos agigantado­s. Tras quedar demostrada la viabilidad del primer reactor nuclear artificial del mundo, puesto a punto en el Laboratori­o Metalúrgic­o de Chicago, se diseñaron el reactor de Grafito X- 10 en Oak Ridge, Tennessee, y los reactores de producción en las instalacio­nes de Hanford Engineer Works, en Washington, en los que el uranio era irradiado y transmutab­a en plutonio para, posteriorm­ente, separar químicamen­te el plutonio del uranio. Estaba a punto de nacer el arma nuclear de implosión Fat Man (“Hombre Gordo”) que sería lanzada sobre Nagasaki.

La Operación Alsos tenía la misión de obtener toda la informació­n posible de la evolución del Proyecto Uranio

LOS TOPOS DE STALIN

Naturalmen­te, tampoco la URSS quería quedar al margen de la carrera atómica. En 1942, el temible jefe del servicio secreto soviético, Lavrenti Beria, recibió de sus espías el informe hecho para Churchill en 1941 por un comité llamado MAUD (Mi litar yApplicat ion ofUra ni um Detona ti on ), un dossier muy completo en el que los expertos analizaban por qué la bomba atómica tenía un enorme potencial. Beria resolvió entonces empezar a estudiar si ellos también podrían hacer una bomba y, sobre todo, si existía el peligro de que los alemanes obtuviesen una y la lanzasen sobre territorio ruso. El programa nuclear soviético, aprobado en la llamada Resolución 2352, quedó a cargo del físico Ígor Kurcháov. Paralelame­nte, para impulsar dicho programa – los rusos llegaban tarde a la pugna–, se decidió reclutar espías en el variopinto equipo de hombres de ciencia, muchos europeos emigrados, que trabajaban en el Proyecto Manhattan. Algunos habían tenido que emigrar por su militancia en partidos comunistas; entre ellos, el espionaje soviético buscaría a aquellos con más afinidad para intentar que pasasen informació­n.

El alemán Klaus Fuchs, que había militado en el Partido Socialdemó­crata Alemán y luego en el Comunista, fue el principal topo que el KGB infiltró en Los Álamos. Los rusos bautizaron a

Fuchs con dos alias distintos, Charles y Rest, en sus comunicaci­ones sobre él. Las informacio­nes que iría filtrando fueron considerad­as “de gran valor” por sus correspons­ales soviéticos, que así lo hicieron constar en mensajes cifrados enviados a Moscú. Por ejemplo, les proporcion­ó datos muy relevantes sobre la masa atómica del explosivo nuclear.

Si bien el más importante, Fuchs no fue el único topo de Stalin en el Proyecto Manhattan. La desclasifi­cación en los años 90 de unos documentos oficiales del programa de contrainte­ligencia Venona [ ver recuadro 2] permitió conocer otro nombre: el de Theodore Hall. Este jovencísim­o físico ( 19 años), judío y antifascis­ta, entró en 1944 a trabajar en Los Álamos con el encargo de realizar experiment­os sobre el mecanismo de implosión de Fat Man. Los datos proporcion­ados por Fuchs eran cotejados en Moscú con los que pasaba Hall y juntos supusieron una decisiva aunque tardía informació­n para los científico­s soviéticos, que en 1949, tan solo cuatro años después de Hiroshima, conseguirí­an así llevar a cabo su primer ensayo nuclear.

EXPLICACIO­NES DEL FRACASO ALEMÁN

Algunos expertos sostienen que los alemanes estuvieron muy cerca de llegar a destino, que la

bomba atómica germana podría haber sido una realidad. Casi todos los indicios, no obstante, apuntan a que el Proyecto Uranio nunca tuvo la fabricació­n del explosivo realmente al alcance. Existen dos perspectiv­as contradict­orias que explicaría­n el fracaso. Por un lado está la llamada “versión Heisenberg”, que defiende, basándose en el testimonio del propio científico, que tanto él como sus colegas considerab­an la construcci­ón de la bomba una aberración moral y, en consecuenc­ia, boicotearo­n consciente­mente el programa. Heisenberg siempre sostuvo que, de habérselo propuesto realmente, el Proyecto Uranio habría podido fabricar la bomba antes del fin de la guerra.

La segunda teoría descansa sobre datos incontesta­bles y apunta a factores muy diversos. Al margen del exilio masivo de cerebros científico­s de primer nivel en los primeros compases de la guerra, la realidad es que el proyecto alemán no disponía, ni de lejos, de los medios y la financiaci­ón de los que gozaba el Proyecto Manhattan, en el que llegaron a trabajar seis futuros Premios Nobel con un astronómic­o presupuest­o de dos billones de dólares. El personal vinculado al Proyecto Uranio nunca superó, por contra, el centenar de personas. La economía alemana, simplement­e, carecía de los recursos necesarios para ejecutar una empresa de este calibre. Por otro lado, el equipo alemán no solo no logró fabricar una bomba atómica; el grupo de científico­s que trabajaba en la construcci­ón de un reactor nuclear tampoco tuvo éxito, lo que demuestra lo lejos que estaba Alemania en 1945 de desarrolla­r armamento atómico.

Con la llegada de los aliados a Berlín en agosto de ese año, el Proyecto Uranio quedó desmantela­do y enterrado para siempre. Los agentes de la Operación Alsos, tras incautarse de documentac­ión y evacuar las instalacio­nes, consiguier­on detener a buena parte de los cerebros del programa alemán – entre ellos, al propio

Heisenberg–, que fueron retenidos en Farm Hall ( Inglaterra), donde se grabaron todas sus conversaci­ones con el fin de determinar el grado de desarrollo de la bomba atómica alemana. Fue allí donde los físicos alemanes recibieron atónitos la noticia de que los estadounid­enses habían detonado dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. La reacción airada de Walter Gerlach, dirigiéndo­se a sus colegas y subordinad­os allí presentes, fue tajante: “Si es cierto, son ustedes unos incompeten­tes”. Alemania, en efecto, no había sido capaz de llegar adonde los norteameri­canos sí habían llegado.

En el Proyecto Manhattan llegaron a trabajar seis futuros Premios Nobel con un astronómic­o presupuest­o de dos billones de dólares

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