CARTAS A LAS PUERTAS DEL INFIERNO
Entre cinco y siete mil pilotos kamikazes murieron en acciones suicidas durante la guerra. La práctica totalidad de ellos dejó “testamento” antes de emprender su último vuelo en forma de poemas y cartas, como el famoso Yukio Seki (al que vemos en la imagen de abajo). La mayoría de estas van dirigidas a los padres, ya que raramente los pilotos suicidas estaban casados; habitualmente, la madre es objeto de las palabras más sentidas y cariñosas del kamikaze. Algunos exhiben un entusiasmo rayano en el delirio. “Felicitadme. Me han ofrecido una espléndida oportunidad para morir”, escribe a sus padres el teniente Isao Masuo. “El destino de nuestra madre patria depende de la decisiva batalla en los mares del Sur, donde caeré como lo hacen las flores de los cerezos lozanos”, añade. Otros manifiestan un estado de ánimo mucho más acorde con el dramatismo de la situación. El teniente Motohisa Uemura se acuerda de su hija antes de volar, con estas líneas: “Llevo en el avión la muñeca que tanto te gustaba cuando eras un bebé. De esta forma, estarás conmigo hasta el último momento. Solo quería que lo supieras”. Por su parte, el teniente Teruo Yamaguchi deja entrever su pesar de la siguiente manera: “Una vez que recibí la orden de cumplir mi misión sin retorno, mi único deseo ha sido tener éxito en esta última tarea. A pesar de ello, no puedo evitar un fuerte sentimiento de apego a esta hermosa tierra que es Japón. ¿Es una debilidad por mi parte?”.
albergaban más dudas. De sus últimas cartas, escritas a sus familiares antes del ataque, se deduce que a muchos kamikazes les importaba poco el emperador o el ardor patriótico. Se inmolaban porque habían sido elegidos para ello y su intachable sentido del deber y la preocupación por la opinión de sus seres queridos les obligaban a acatar órdenes que muchos de ellos cumplían a regañadientes. Es el caso, por ejemplo, de Yukio Seki, que lideró el 20 de octubre de 1944 la primera escuadrilla de pilotos de las fuerzas de Ataque Especial en Filipinas, en el primer vuelo suicidia oficial y amparado y diseñado por Onishi: Seki dejó una pesarosa despedida, como muchos otros [ ver recuadro 2].
VÍCTIMAS DE UNA INÚTIL RESISTENCIA
El éxito de Seki, no obstante, provocó un “efecto llamada” inmediato. Un total de 2.950 aviones partieron en los meses sucesivos en misiones kamikazes, aunque solo el 18% logró su objetivo de destruir las naves del enemigo o causarles serios daños. Muchos pilotos, de hecho, no llegaban nunca a completar sus misiones; incapaces de quitarse la vida, volvían a la base con cualquier excusa, o desaparecían sin dejar rastro para no enfrentarse a la vergüenza de ser señalados como cobardes.
A pesar de que los primeros vuelos suicidas causaron estragos en la moral de los estadounidenses, que se veían completamente indefensos ante el desapego a la vida de los kamikazes, pronto quedó patente que las unidades de Ataque Especial, superado el entusiasmo del prometedor inicio, no iban a inclinar la balanza en favor de Japón y, de hecho, ni siquiera iban a ser un factor demasiado determinante en la contienda. Las expectativas del almirante Onishi con respecto a los kamikazes eran demasiado altas. Ni Japón tenía los medios ya para ganar la guerra, ni contaba con aviones suficientes para que los vuelos suicidas fueran realmente un factor desestabilizador, ni los ataques propiamente dichos causaban con frecuencia los daños esperados.
A día de hoy, los pilotos kamikazes son recordados como héroes en el país del Sol Naciente. Con todo, su sacrificio fue completamente inútil. Japón ya había perdido la guerra cuando las unidades de Ataque Especial comenzaron a operar. Todos los kamikazes, por consiguiente, fueron víctimas evitables.
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La propaganda del gobierno imperial (arriba, un cartel de 1945), para atraer a jóvenes estudiantes, magnificaba las hazañas de los pilotos nipones y convertía en éxitos lo que no eran sino fracasos.
A día de hoy, se les sigue recordando como héroes en Japón, pero fueron víctimas de un sacrificio inútil