Muy Historia

EL TÍO FLORENCIO CORNEJO

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Retrato de mi tío Florencio Cornejo ‘el Mudo’ (1914).

Parte de la infancia de Solana transcurre en la calle Conde de Aranda. Eran una familia numerosa que llevaba el añadido del tío Florencio, el hermano de la madre, deficiente mental y con limitacion­es en el movimiento. Este personaje, sentado en la entrada de la casa, será una imagen fija en la retina de Solana y le dedicará un libro inclasific­able que se ha denominado novela, pero que no lo es. Ya mayor, habla de él con ternura. Era un ser débil al que los niños de la calle torturaban, como han hecho siempre los niños con los débiles y los marginales. Lo llamaban ‘el Mudo’ y habitaba el portal de la casa. La empatía del pintor por él tiene una lectura psicoanalí­tica; las pesadillas de su infancia llevan el rostro asustado del retrato que le hizo ya de mayor, uno de los mejores, si no el mejor. En su cara desvalida están los insultos, el maltrato de las criadas, narrado en la novela, y el abuso de los muchachos que, perseguido­s por ‘el Mudo’ con su bastón, nunca eran atrapados. No le gustaban los carnavales (esos días lo encerraban en casa) y era feliz en Santander, donde pasaban los veranos y era libre, lejos de los abusones madrileños. En el libro, Solana relata cómo de niño viaja con Florencio a Madrid. Recorren mercados, hablan de objetos raros y habitan pensiones en las que visitan a mujeres. De mayor, le devolvió en los libros una vida que no tuvo y que acaba a la solanesca manera de una muerte de pueblo, con frailes y plañideras, a la que el pintor asiste tras un viaje en una diligencia por cuyas ventanas no se ve el paisaje.

‘PROCESIÓN EN TOLEDO’.

Zuloaga mostró interés por este cuadro de Solana. Como el pintor vasco, Gutiérrez-Solana también refleja en su obra la ‘España Negra’.

PINTURA ETNOLÓGICA.

Nadie como Gutiérrez-Solana supo trasladar al lienzo las costumbres y las fiestas populares y religiosas de España; abundan en su obra las representa­ciones de oficios y los temas taurinos. Sobre estas líneas, El Lechuga y su cuadrilla (1932).

ver con el azar, el nacimiento y la muerte. Siempre se ha dicho que su cuadro Elprofesor deAnatomía es un homenaje a Parada y Santín. Muestra también un coherente interés por Orcagna en las diapositiv­as del profesor Domenech que asocia a las coplas de Jorge Manrique, que define como dos catedrales.

Cumplió cuatro años en San Fernando y no hizo nada por obtener el título. Tuvo una especie de maestro de complement­o en Cecilio Pla, pero no es fácil encontrar su influjo ni en la pintura ni en el dibujo de Solana. En cierta forma no hay manera tampoco de vincularlo a Moreno Carbonero ni a ninguno de sus profesores. Es como si renunciara a todo lo que va aprendiend­o en pos de una idea preconcebi­da en negros, grises, verdes y unos pocos rojos, casi siempre en mujeres a las que trata de forma distinta, porque ellas van a ser tal vez el gran problema.

Pero no lleva todo al lienzo, no hace un muestrario de horrores ni aplica la capa estetizant­e de Zuloaga a un tremendism­o que comparte raíces cruzadas en el solar de la Iberia trágica. El pintor vasco le demuestra su interés por un cuadro suyo, Procesión en Toledo, y le dice que quiere comprarle un cuadro; Solana, mucho más joven, no se amilana ante el gran maestro y le dice que de acuerdo, pero que se lo cambia por otro de igual medida. Reprendido, responde con una frase que encierra un ingenio que se ha ido descartand­o sin pensar demasiado bien en la forma en que Solana quería pasar a la historia, tan poco propia del paleto que muchos ven en él: « Pues si él me ha pedido un cuadro, uno también se lo puede

pedir, porque los dos pintamos y yo también le admiro mucho » . El “yo también” es uno de los mejores momentos de un pintor que no dice “yo” sino “uno” en tercera persona.

Ya en la vida adulta, el alcohol es un problema que genera esos hombrecill­os y monstruos que, según él, le hacen burla por los rincones de su casa. Cuando vuelve a Santander en 1909 con su familia, deja once años de vida madrileña. Allí tiene una buhardilla desde la que el mundo adquiere una luz que, en realidad, no le interesa lo más mínimo, porque pinta de noche con luz eléctrica. Al igual que Regoyos, piensa que la luz española es mala para pintar. Es un hombre adulto descreído, que ha conocido el mundo sin viajar, porque las pulsiones son universale­s. Se enfrenta a obras importante­s – como ElLechuga, ese torerazo de pueblo–, a las fiestas taurinas de pueblo con montañas de toros muertos y a las tabernas de Santander, donde sigue alimentand­o su alcoholism­o. Asiste a las corridas con una mirada distinta a la de la plebe que grita y jalea. Le duele, así lo hace ver en numerosas ocasiones, la mala muerte de los animales, la desprotecc­ión de los caballos, cuyas heridas se rellenan con paja para aprovechar

Bodegón del centollo (1928). a un animal que ya está muerto de pie. Le apenan las colectas para madres de torerillos muertos. En sus cuadros, como se ha dicho frecuentem­ente, las escenas taurinas no son la exaltación del arte que hace suyo Roberto Domingo. Entra en las enfermería­s, conoce el estado ruinoso y el destino de tantos. Esto no es heroico.

En 1909, en Montilla, conoce a un torero llamado Bombé. Se hacen amigos entre copas y, en un momento determinad­o, Bombé le pregunta si quiere torear. Solana asiente y hace una faena discutible, en la que da tres lances y lo tienen que retirar para que no se venga demasiado arriba, pero él dice: “¡ Esto es lo mejor que se ha hecho!”. El gran maestro de la pintura y torero accidental está inhabilita­do para la modestia y la humildad, como será siempre evidente cuando canta pensando de sí mismo que es un gran tenor. Su ego es de grandes proporcion­es.

SOLANA EL ESCRITOR

El trato con los editores será siempre problemáti­co, pero resuelven problemas gramatical­es y sacan sus libros a la calle. Poco más. En 1918

Recupera la tradición tenebrista de la pintura barroca española para retratar con una visión subjetiva y pesimista la España de la Generación del 98

EL REGRESO DEL EMIGRANTE.

La vuelta del indiano (1924) narra una reunión de nueve amigos y allegados (como el cura o el boticario) para celebrar el regreso triunfante de un inmigrante; tema muy familiar para Solana, cuyo abuelo había sido emigrante en México.

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