Muy Historia

Pearl Harbor Y LA OPERACIÓN DOOLITTLE

Para los americanos, poco acostumbra­dos a ataques a su territorio, Pearl Harbor fue un verdadero shock. Supuso el fin del aislacioni­smo y la entrada en la guerra contra las potencias del Eje. Además, Roosevelt pidió una operación de castigo a Japón, que s

- RODRIGO BRUNORI ESCRITOR Y PERIODISTA

El 7 de diciembre de 1941, en un día con escasa actividad por ser domingo y con las medidas de seguridad más relajadas de lo aconsejabl­e, la base naval americana de Pearl Harbor (isla de Oahu, Hawái) se vio sorprendid­a por una agresión que, pese a los muchos meses de tensiones y advertenci­as, nadie esperaba: 353 aviones japoneses de distintas clases –cazas, bombardero­s, torpederos– partieron de seis portaavion­es situados en mitad del océano para intentar acabar, con un golpe letal y definitivo, con la Flota del Pacífico de Estados Unidos. El bombardeo estuvo perfectame­nte organizado y coordinado en dos oleadas, una poco antes de las ocho de la mañana y otra al filo de las nueve, y dejó un terrible saldo: más de 2.400 muertos y casi 1.200 heridos, además de los cuatro acorazados hundidos, los 188 aviones perdidos y otra serie de daños de diversa considerac­ión.

TENSIÓN NUNCA RESUELTA

El ataque era el resultado de varios años de tensión entre la superpoten­cia asiática y Estados Unidos. Desde 1937, Japón estaba en guerra con China, donde los americanos tenían importante­s intereses económicos. La agresiva política exterior del Imperio preocupaba a la Casa Blanca, y los estadounid­enses asistían con horror a las noticias de las atrocidade­s perpetrada­s por Japón contra la población de ese país. En 1940, Estados Unidos

El ataque era el resultado de varios años de tensión entre Estados Unidos y la superpoten­cia asiática

trasladó la Flota del Pacífico desde la costa oeste de Estados Unidos hasta Hawái, lo que constituyó una primera señal de advertenci­a. Pero el aviso fue ignorado y, en septiembre de ese año, fuerzas japonesas ocuparon la Indochina francesa. El presidente Roosevelt respondió bloqueando la venta de petróleo a Japón, lo que allí fue visto como una provocació­n, dado que la escasez de recursos naturales les hacía completame­nte dependient­es del petróleo americano.

Ya en enero de 1941, casi un año antes del ataque a Pearl Harbor, el almirante Isoroku Yamamoto, comandante de la Armada Imperial japonesa, había visto con claridad que el conflicto con Estados Unidos acabaría estallando y se propuso diseñar una estrategia para destruir la flota americana y ganar la guerra desde el primer día. Yamamoto concibió una audaz operación contra la base de Hawái y, a lo largo de 1941, la planificó hasta el más mínimo detalle.

UNA IDEA DE ENORME RIESGO MAL EJECUTADA

Pese al coste humano y material que supuso para Estados Unidos, el ataque no alcanzó su objetivo: uno de los mayores errores fue que los tres principale­s portaavion­es americanos –Enterprise, Lexington y Saratoga– no estaban en el puerto; también, debido a la escasa profundida­d de las aguas, muchos de los buques pudieron ser reparados, y los japoneses se equivocaro­n igualmente al no destruir estructura­s fundamenta­les como el astillero, la central eléctrica o los depósitos de combustibl­e. Además de todo ello, Yamamoto acabaría pagando la autoría del bombardeo con su vida: en 1943, Estados Unidos organizó una operación secreta mediante la cual consiguió localizar y derribar el avión en el que viajaba. Pearl Harbor provocó, de forma un poco extraña, la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Como era de esperar, Roosevelt declaró inmediatam­ente la guerra a Japón, pero seguía manteniénd­ose neutral en la guerra europea. Cuatro días después, sin embargo, casi sin consultar y sin que hubiera necesidad – el Pacto Tripartito no le obligaba a ello–, Hitler cometió

La represalia más deseable era un bombardeo sobre Japón, pero estaba a más de 5.000 kilómetros

el inmenso error de declararle la guerra a Estados Unidos. Sumado a que Alemania había invadido ese verano la Unión Soviética – que así también entró en la guerra–, el ataque a Pearl Harbor extendió el conflicto a prácticame­nte el mundo entero. Una vez superado el enorme shock, Estados Unidos se planteó qué hacer. Los norteameri­canos no estaban acostumbra­dos a la idea de que les atacaran en su propio territorio, y la posibilida­d de que los japoneses llegaran a suelo estadounid­ense por el Pacífico se convirtió de pronto en realidad. Por eso, el presidente Roosevelt quiso dar una respuesta rápida que sirviera para levantar la moral de sus compatriot­as. La represalia más deseable era un bombardeo sobre Japón, pero esto se considerab­a imposible por motivos logísticos. Japón estaba a más de 5.000 kilómetros de la base aérea estadounid­ense más cercana, una distancia que ni los bombardero­s de mayor alcance podían cubrir. Los japoneses disfrutaba­n de una sensación de total invulnerab­ilidad y, a la vez, podían amenazar a los americanos en sus propias costas: en febrero de 1942 bombardear­on la planta petrolífer­a de Elwood, en California, desde un submarino; al día siguiente, se desató el pánico en Los Ángeles por lo que se pensó que era un ataque aéreo japonés. Resultó ser una falsa alarma, pero las baterías antiaéreas estuvieron disparando inútilment­e al cielo durante una hora, la ciudad quedó completame­nte a oscuras y en la confusión murieron cinco personas por infartos y accidentes de tráfico. Al mismo tiempo, el avance nipón seguía imparable en el Pacífico, con la sucesiva toma de Borneo, Timor, Nueva Guinea, Filipinas y muchas otras plazas. El miedo a Japón devino así en paranoia. Para Roosevelt, era urgente actuar.

¿ESTÁN LOCOS ESTOS AMERICANOS?

La idea inicial la tuvo un capitán de la Marina llamado James Low. ¿ Qué ocurriría si montaran bombardero­s de tamaño medio en un portaavion­es que se aproximase lo suficiente a Japón como para permitirle­s llegar hasta allí y soltar las bombas? Al principio, pareció una locura. Los portaavion­es han sido concebidos para transporta­r aviones pequeños – cazas–, que son ligeros y pueden despegar y aterrizar en la cubierta del buque con facilidad. Luego se les pliegan las alas y se guardan. Pero ¿ bombardero­s? Nunca se había hecho antes. Después de considerar varios aviones, se decidió que el modelo más adecuado era el B–25B Mitchell, un bombardero mediano, nuevo y fiable al que hubo que someter a numerosas modificaci­ones. El cambio fundamenta­l consistió en quitar todo lo superfluo para casi duplicar los depósitos de combustibl­e, ya que el inconvenie­nte principal seguía siendo la distancia. Quedó así un aparato mucho más pesado – nuevo problema– que, en esencia, era una gasolinera volante con bombas. Igualmente importante fue la elección del hombre

que estaría al mando. Se recurrió para ello a un as de la aviación, el teniente coronel Jimmy Doolittle, un auténtico fuera de serie que había conseguido varios récords, algunos tan significat­ivos como el de haber sido el primero en realizar un vuelo completo guiándose solo por los instrument­os de navegación. Doolittle poseía además un gran carisma, lo que resultaba capital para liderar a los pilotos: ochenta voluntario­s del Grupo de Bombardeo nº 17 –cuerpo ya familiariz­ado con el Mitchell– a los que se les ofreció la oportunida­d de participar en una misión de la que solo se sabía que era muy importante y extremadam­ente peligrosa.

Los entrenamie­ntos se realizaron en Florida en marzo y, el 2 de abril de 1942, aviones y hombres partieron a bordo del portaavion­es USS Hornet rumbo a un destino aún desconocid­o que solo se reveló en alta mar: el archipiéla­go japonés, con el objetivo de bombardear Tokio y otras ciudades. La noticia, dada por los altavoces, arrancó una ovación del equipo.

MISIÓN CASI SUICIDA

Lo que hacía la operación tan peligrosa era que el Mitchell podía despegar del portaavion­es –pese a su tamaño y al enorme peso del combustibl­e y las bombas–, pero no volver a aterrizar en él. Por las caracterís­ticas del avión, esto era completame­nte imposible. En consecuenc­ia, se debía contar con un plan alternativ­o para después del bombardeo porque, de lo contrario, los hombres quedarían en una situación muy complicada.

Cuando el Hornet zarpó, este asunto aún no estaba del todo resuelto. Lo primero que se intentó fue que los aviones aterrizara­n en la Unión Soviética, pero Stalin acababa de firmar un pacto de no agresión con Japón y la idea no llegó a buen puerto. La segunda opción fue negociar con China, que estaba en guerra con Japón desde 1937 y se encontraba parcialmen­te invadida. El líder chino Chiang Kai–shek era reacio a aceptar el plan porque temía represalia­s de los japoneses, pero al final acabó cediendo. La teoría era entonces que, una vez finalizada la tarea, los aviones se dirigirían a la localidad de Zhuzhóu, donde podrían repostar –para ello, los chinos tenían que preparar pistas de aterrizaje–, antes de seguir hasta Chongqing, capital china durante la guerra. El 18 de abril, después de más de dos semanas de navegación, los acontecimi­entos se precipitar­on. Cuando todavía estaban a 1.200 kilómetros del archipiéla­go, el Hornet fue avistado por la patrullera japonesa Nittō Maru, que fue rápidament­e hundida pero antes consiguió avisar

por radio de la llegada de los americanos. Esto aconsejaba iniciar la operación de inmediato, pero el adelanto suponía incrementa­r el recorrido en 300 kilómetros, lo que agravaba aún más el problema del combustibl­e y hacía la llegada a China casi impractica­ble. Aun así, los aviones partieron.

Los Mitchell llegaron a Japón después de seis horas de vuelo y bombardear­on objetivos militares e industrial­es en Tokio, Yokohama, Yokosuka, Nagoya, Kobe y Osaka. La operación se llevó a cabo sin grandes contratiem­pos. Pese al aviso por radio, los japoneses demostraro­n una total incompeten­cia para prevenir y contrarres­tar el ataque. El fuego antiaéreo fue completame­nte ineficaz, igual que la actividad de los cazas, tres de los cuales fueron abatidos por artilleros de los Mitchell. Pasados unos pocos minutos –cada avión tardaba treinta segundos en soltar las bombas–, los dieciséis bombardero­s se dieron a la fuga con sus ochenta tripulante­s, cinco en cada uno, en perfectas condicione­s. Empezaba lo peor.

De los 80 hombres que participar­on en la Operación Doolittle, 69 regresaron con vida a EE UU

COMIENZA LA VERDADERA AVENTURA

Todos los aviones siguieron el plan establecid­o, menos uno. El Mitchell pilotado por el capitán York tenía tan poco combustibl­e que optó por dirigirse directamen­te a la Unión Soviética y consiguió aterrizar en Vladivosto­k, donde la tripulació­n fue arrestada y el avión confiscado. Los demás iniciaron un vuelo de trece horas hacia el sureste de China, aun a sabiendas de que en algún momento los motores se pararían. En el viaje, sin embargo, tuvieron un golpe de suerte: un fuerte viento de cola que les estuvo empujando durante varias horas y les permitió llegar, aunque esto ocurrió de noche y en mitad de una tormenta. Peor aún, en el sitio escogido no había rastro de pistas de aterrizaje ni señales de radio (los chinos aún no habían terminado el trabajo). Entonces el combustibl­e se acabó definitiva­mente.

La suerte de los expedicion­arios fue muy diversa. La mayor parte de ellos saltaron en paracaídas –era la primera vez para todos, salvo para Jimmy Doolittle– y uno murió en el salto. Dos aviones cayeron al mar y dos hombres se ahogaron, aunque los demás consiguier­on alcanzar la costa. Uno de los Mitchell, al mando del piloto Ted Lawson, intentó un aterrizaje de emergencia en la playa y cuatro de los cinco tripulante­s quedaron gravemente heridos. A partir de ese momento, se inició una huida de varias semanas por una zona en guerra, algunos solos, otros en pequeños grupos –tardaron días en encontrars­e– y con los japoneses siempre detrás de ellos, pisándoles los talones y bombardean­do los sitios por los que pasaban. Ocho hombres cayeron prisionero­s – tres fueron fusilados, otro murió en la cárcel y los cuatro restantes volvieron a Estados Unidos al acabar la guerra–. Los demás escaparon con la ayuda de campesinos y miembros de la Resistenci­a china. Ted Lawson, el herido más grave, consiguió llegar a un rudimentar­io hospital, donde uno de sus propios compañeros supervivie­ntes, el médico Thomas White – Doc White, incluido en la misión como artillero–, le amputó una pierna gangrenada y le salvó la vida (Lawson escribiría luego el libro Treintaseg­undos sobreTokio, llevado al cine en 1944). El grupo en el que se encontraba Jimmy Doolittle tuvo la suerte de toparse con un misionero americano, John Birch, que les hizo de guía y traductor.

Al final, todos los que habían sobrevivid­o y escapado a los japoneses consiguier­on llegar a la capital, Chongqing, desde donde pudieron volar de vuelta a Estados Unidos. Los cinco que habían aterriza

do en la Unión Soviética quedaron allí retenidos, aunque fueron tratados correctame­nte. Al cabo de dos años, los trasladaro­n a una localidad cercana a Irán, de donde pudieron huir pagando a unos traficante­s para que les ayudaran a cruzar la frontera (se supone que toda esta maniobra fue diseñada en realidad por el NKVD ruso para librarse de unos huéspedes incómodos).

De los ochenta hombres que participar­on en la Operación Doolittle, sesenta y nueve regresaron con vida, una proporción superior a la prevista. Jimmy Doolittle volvió a Estados Unidos apesadumbr­ado por haber perdido todos los aviones y convencido de que sería sometido a un consejo de guerra. En su lugar, fue tratado como un héroe y ascendido a general. Después de esa experienci­a, todos los miembros del equipo se mantuviero­n en estrecho contacto y formaron una especie de gran familia. El último que quedaba con vida, Richard E. Cole, murió en abril de 2019 a la edad de 103 años.

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 ??  ?? ¡JAPÓN ATACA!
El 7 de diciembre de 1941, día de escasa actividad por ser un domingo, 353 cazas, bombardero­s y torpederos japoneses atacaron desde el aire la base naval estadounid­ense de Pearl Harbor, situada en la isla de Oahu (archipiéla­go de Hawái), en el Pacífico. La agresión no iba a quedar sin respuesta.
¡JAPÓN ATACA! El 7 de diciembre de 1941, día de escasa actividad por ser un domingo, 353 cazas, bombardero­s y torpederos japoneses atacaron desde el aire la base naval estadounid­ense de Pearl Harbor, situada en la isla de Oahu (archipiéla­go de Hawái), en el Pacífico. La agresión no iba a quedar sin respuesta.
 ??  ?? EL DÍA DE LA INFAMIA.
En la imagen de arriba, vista aérea de la Flota del Pacífico desde el punto de vista de los pilotos nipones durante el bombardeo sobre Pearl Harbor, que fue calificado como “un día que pasará a la historia de la infamia” por el presidente Roosevelt durante su discurso de declaració­n de guerra a Japón, el 8 de diciembre (a la derecha).
EL DÍA DE LA INFAMIA. En la imagen de arriba, vista aérea de la Flota del Pacífico desde el punto de vista de los pilotos nipones durante el bombardeo sobre Pearl Harbor, que fue calificado como “un día que pasará a la historia de la infamia” por el presidente Roosevelt durante su discurso de declaració­n de guerra a Japón, el 8 de diciembre (a la derecha).
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 ??  ?? GUERRA TOTAL.
Sobre estas líneas, Hitler anuncia en el Reichstag la declaració­n de guerra contra Estados Unidos el 11 de diciembre de 1941, solo cuatro días después del ataque a Pearl Harbor.
GUERRA TOTAL. Sobre estas líneas, Hitler anuncia en el Reichstag la declaració­n de guerra contra Estados Unidos el 11 de diciembre de 1941, solo cuatro días después del ataque a Pearl Harbor.
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 ??  ?? AMENAZA POR MAR Y AIRE. Tras Pearl Harbor, la paranoia de los americanos corrió pareja a la sensación de invulnerab­ilidad nipona: podían atacar las costas de EE UU en cualquier momento con submarinos (a la izquierda) o cazas (imagen de arriba).
AMENAZA POR MAR Y AIRE. Tras Pearl Harbor, la paranoia de los americanos corrió pareja a la sensación de invulnerab­ilidad nipona: podían atacar las costas de EE UU en cualquier momento con submarinos (a la izquierda) o cazas (imagen de arriba).
 ??  ?? CHONGQING, PUNTO CLAVE.
En el mapa, la ubicación en China de esta ciudad, que fue su capital durante la segunda guerra sinojapone­sa (19371945). Allí debían encontrars­e los hombres de Doolittle tras los bombardeos.
CHONGQING, PUNTO CLAVE. En el mapa, la ubicación en China de esta ciudad, que fue su capital durante la segunda guerra sinojapone­sa (19371945). Allí debían encontrars­e los hombres de Doolittle tras los bombardeos.
 ??  ?? REALIDAD Y FICCIÓN.
Un B-25B Mitchell despega del USS Hornet para la operación de castigo contra Japón comandada por Doolittle, que fue llevada al cine por Mervyn LeRoy en Treinta segundos sobre Tokio (1944; a la derecha).
REALIDAD Y FICCIÓN. Un B-25B Mitchell despega del USS Hornet para la operación de castigo contra Japón comandada por Doolittle, que fue llevada al cine por Mervyn LeRoy en Treinta segundos sobre Tokio (1944; a la derecha).
 ??  ?? EL ÚLTIMO SUPERVIVIE­NTE.
Richard Eugene Cole murió el 9 de abril de 2019 con 103 años: era “el último de la Operación Doolittle”. Aquí, en 2014 durante un almuerzo de homenaje.
EL ÚLTIMO SUPERVIVIE­NTE. Richard Eugene Cole murió el 9 de abril de 2019 con 103 años: era “el último de la Operación Doolittle”. Aquí, en 2014 durante un almuerzo de homenaje.
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