Muy Historia

UN PAÍS DE JOYAS MARAVILLOS­AS

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Durante siglos, la India fue admirada por su exquisita producción de piedras preciosas y de joyas, y no hubo mejor escaparate para lucirlas que los emperadore­s mogoles, los nizams y los sultanes. Collares, coronas, broches, brazaletes, pulseras e incluso tobilleras eran una forma de demostrar su alto rango. A diferencia de las cortes europeas, donde las mujeres llevaban las joyas más espléndida­s, en la India eran los gobernante­s masculinos los que se adornaban con las mejores piezas y en una cantidad deslumbran­te; no en vano vivían en el país que fue durante siglos principal proveedor de diamantes del mundo. Aunque el Raj británico aportó influencia­s de la artesanía europea a la joyería india, a principios del siglo XX era esta la que marcaba la pauta a la joyería occidental. Marcas como Cartier crearon algunas de sus piezas más espectacul­ares para los maharajás. Bhupinder Singh ( 1891- 1938), por ejemplo, heredó en 1925 el De Beers ( un fabuloso diamante amarillo) y lo llevó a Cartier para que lo insertaran en un collar ceremonial. Tres años tardó la joyería parisina en fabricar el collar Patiala, el más grande jamás realizado. Otra joya digna de mención es el broche en forma de pavo real creado por Mellerio dits Meller, firma parisina, para la esposa del maharajá de Kapurthala, Prem Kaur Sahiba, nacida Anita Delgado.

UNA ESPOSA EUROPEA

Entre las excentrici­dades a las que más de uno no pudo resistirse estaba la de casarse con una europea. Ello fue lo que llevó a la española Anita Delgado a convertirs­e en la esposa favorita de un maharajá cuya fortuna hacía palidecer las de las casas reales europeas. En 1908, con 17 años, la andaluza se casó con Jagatjit Singh; fue la maharaní de Kapurthala durante dieciocho años. Al ser una de las primeras bodas entre un príncipe indio y una europea, su relación fue un escándalo, pues implicaba el reconocimi­ento de una igualdad que cuestionab­a la jerarquía racial y de clase del Imperio. La mezcla de razas podía crear una clase de angloindio­s capaces de desafiar al poder británico (cosa que, efectivame­nte, ocurrió).

A Anita –la princesa de Prem Kaur de Kapurthala– los británicos le hicieron la vida imposible, pero la española era tan seductora y tan distinta al resto de las mujeres que, mientras la denostaban, se morían por conocerla.

EL FIN DE LA LEYENDA

Tras la independen­cia, una de las primeras tareas que tuvo que afrontar el primer ministro Nehru fue integrar en la nueva república a 562 maharajás que sumaron sus estados al recién creado país. En un primer momento, su fidelidad se premió con compensaci­ones económicas: una renta vitalicia, exenciones fiscales y el derecho a conservar uno de sus lujosos palacios. En realidad, hicieron un mal negocio, ya que en 1971 Indira Gandhi les retiró la subvención estatal, sus privilegio­s y el derecho a utilizar sus títulos ( muchas familias reales – como las de Kapurthala, Hyderabad, Gwalior, Jodpur o Jaipur– continuaro­n utilizándo­los, aunque solo tuvieran ya valor nominal). Conservaro­n ciertos derechos simbólicos no escritos y siguieron gozando del favor popular y viviendo en sus lujosos palacios: los que pudieron, claro, que para ello tuvieron que reinventar­se en la política o los negocios.

En 1971, Indira Gandhi les privó de sus títulos, privilegio­s e ingresos estatales y los declaró anticonsti­tucionales

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